jueves, 25 de agosto de 2011

CAPÍTULO XVI - CÓDIGO PENAL DE LOS BUBIS


CAPÍTULO XVI - CÓDIGO PENAL



No existe sociedad sin leyes, ni leyes sin sanciones o penas establecidas para los infractores de las mismas.

De aquí que entre los bubis, así como se regián por ciertas leyes acomodadas a su sociedad tan primitiva, debía haber penas señaladas para los transgresores.

A las leyes les llaman Bièhèté, a los castigos o penas Beako o Meako y también Bopambamanna.

Por cárcel tienen Ocharum, Ocharon y Ochele; y Echano por encarcelado o condenado a trabajos forzados. También dicen Biabochò y Elakò; mas estos vocablos significan con mayor propiedad, cautivo o prisionero de guerra. A los simples preceptos.órdenes y mandatos designaban con el nombre de Ndomo o Tobo. Vamos, pues a enumerar las principales penas que solían aplicar a los delitos comunes.

Los delitos contra la religión , cualesquiera que fueran, ya de impiedad, blasfemia ya de profanación de fiestas religiosas, lugares y demás objetos sagrados al culto de los antepasados se castigaban imponiendo a los delincuentes fuertes multas de cabras. Las reses provenientes de tales multas eran sacrificadas en desagravio a los espíritus ultrajados y no les era dable emplearlas en otros usos profanos.

Los hijos de familia que faltaban al respeto y sumisión debidos a sus padres y los pupilos que cometían igual falta hacia sus tutores eran arrojados del seno de la familia. Luego el padre o el tutor daban aviso al jefe del poblado y a los de los pueblos vecinos a fin de que prohibiesen que ningún habitante prestase al hijo díscolo y desobediente alimentos, ni alojamiento. De aquí que sintiendo el desfallecimiento causado por el hambre y considerándose mal visto y desamparado de todos le era forzoso volver humillado a la casa paterna dispuesto a aceptar y sufrir cualquier castigo que se le impusiera. Si el hijo que cometía algún desacato grave o desobediencias formales hacia sus padres o mayores, era mayor de edad y por añadidura era contumaz se le excluía definitivamente de la familia, se le cargaba de imprecaciones y maldiciones soplándole con visajes, gestos y otras demostraciones reveladoras de gran indignación, enojo y profundo desprecio. Todos saben el extremado horror que tenían las maldiciones e imprecaciones de los padres y de los mayores de la familia por estar en la creencia de que tales irremisiblemebnte tienen su maléfico cumplimiento.

Los reos de rebelión y sedición contra la autoridad pública y legítima eran decapitados sin remedio ni contemplaciones.

Este castigo lo ejecutó el motuku de Riamba, Moka, con algunos jefes subalternos, como lo cuentan los viejos. Después muerto Moka, este castigo no ha habido más lugar por temor a las leyes españolas. De lo que acabo de decir sirva como dato lo que aconteció a Mohale, motuku de Racha o Ruichè de Balachá y padre de Ildefonso Maso muy conocido en Santa Isabel por haber estado muchos años en la factoría de Wilson, que en 1891 le tenían atado ya al tronco de un árbol para cortarle la cabeza, cuando llegó el padre Jaime Pinosa y con la infuencia y autoridad impidió la ejecución. Mohale le quedó tan agradecido al padre Pinosa que le entregó uno de sus hijos y mientras vivió jamás faltaron ñames para la alimentación del colegio de Batete. Falleció en 1898 y yo mismo le asistí en su última enfermedad.

Las desobediencias, desacatos y faltas del debido respeto a la autoridad se castigaban con trabajos forzados, multasd de 4 a 5 cabras, de 200 a 400 ñames y de 25 a 30 sartas de chibo que usaban como moneda.

A los reincidentes en la falta de respeto a la autoridad se les imponía la pena de confiscación de bienes y a las veces de expatriación. A los homicidas voluntarios se les aplicaba la pena de Talión. De ordinario un homicidio daba lugar a implacables odios de unos pueblos con otros y entre las familias del mismo poblado. De donde se originaban atropellos, venganzas terribles muertes de muchos inocentes, de los cuales resultaba la desaparición y ruina completa de familias y pueblos enteros. A los que inferían a otros heridas leves no se les penaba, mas si las heridas eran graves se les imponían multas de cabras y si a resultas de las heridas seguíase la muerte, sufrían la pena de Talión.



El adulterio era castigado ejemplarísimamente. Convicta la esposa del crimen de adulterio se la forzaba a declarar su cómplice a fuerza de tormentos si rehusaba de grado, como lo ví en 1911 en Basupú. Conocidos ambos delicuentes eran suspendidos completamente desnudos, de un árbol, atados por las muñecas a las ramas quedando sus cuerpos al aire. Concurría todo el pueblo a contemplar tan repugnante y salvaje espectáculo y todos los espectadores se arrogaban el derecho de lanzar contra las víctimas los improperios, imprecaciones y maldiciones que se les antojara. Mas ni con esto se daban por satisfechos, sino que armados de varas daban un varazo en las nalgas de los ajusticiados. Así durante algunas horas pendían del terrible árbol a la vergüenza pública, hasta tanto de un tajo cortadas las ataduras caían desplomados sin conocimiento en tierra.

De tan bárbaro tormento pocos escapaban con vida. A esta pena estaban sujetas todas las mujeres adúlteras, de cualquiera categoría que fueran, si el propio marido no les condenaba su delito; mas a los hombres nobles no se les aplicaba, sino solamente a los plebeyos.

Estos horribles y afrentosos castigos es muy cierto, que se imponían en tiempos pasados, sin embargo no ha faltado aún en nuestros días jefe que intentara llevarlo de nuevo a la práctica.

Todavía no han transcurrido cuatro años que un motuku del sur, infligió

esta pena a una muchacha que le pertenecía, desflorada por un mozo del mismo lugar, y si no se ejecutó idéntico castigo con el joven, como pretendía, fue por imposibilidad de echar mano de él. Además la ejecución de este castigo resultó en descredito del propio motuku y demostró su impotencia, porque los jefes subalternos en vez de secundarla, la desaprobaron y protestaron. De resultas del castigo la muchcha anduvo largo tiempo muy delicada de salud.En la actualidad el adulterio es castigado con fuertes multas de cabras o algunos centenares de ñames, donde los hay en abundancia y gran número de sartas de chibo, que entre ellos servía como de moneda corriente.

De ordinario se pide al adúltero el coste que importó la compra de la mujer recargando más el tercio del mismo. A las veces seguíase de aquí el repudio de la mujer y la repudiada por tal causa era tenida por la cosa más abyecta y ruín. Mas si no se llegaba al extremo del divorcio la mujer no podía volver a convivir con el esposo sino después de ofrecer un sacrificio a los espíritus de la familia por el pecado y lavado su cuerpo con la sangre de la víctima.

En 1915 presentóseme un bubi del besé de Batete perteneciente a la clase pobre, el cual había cometido varios adulterios con la esposa de uno de la clase noble, pidiéndome que le ayudase e intercediese por él, pues la imponían multas de 12 cabras y algunos centenares de ñames y que él carecía de todo. Respondíle: tú no ignorabas la ley y conocias la pena establecida para el que la infringiese, pues eres culpable, sufre la pena. No me atrevo ayudarte en este apuro, como te ayudé en otras ocasiones como tú sabes.

A los ladrones se les obligaba a restituir lo robado y además se les imponía una multa correspondiente a la mitad de la cantidad robada. El ladrón era mirado por todos como un infame y se le exponía a la vergüenza pública. Realizado un robo, aún de la cosa más insignificante, y conocido el ladrón todos los vecinos del lugar daban grandes gritos repitiendo la palabra Iriii, iriii, iriii. En oyendo estos gritos el pueblo más cercano preguntaba la causa de tales voces y el otro notificaba que allí había un famoso ladrón, indicando el nombre del mismo y la familia cuyo miembro era. Este último pueblo levantaba a su vez la voz repitiendo Iriii, iriii, iriii, hasta que el poblado de más allá preguntase el motivo de los gritos. Así el nombre del famoso ladrón y de su infamada familia corría de pueblo en pueblo hasta dar la vuelta a toda la isla. De manera que al día siguiente todos los habitantes de la misma tenían conocimiento del robo perpetrado y de los nombres del lugar donde se consumó, de quién lo efectuó y de la familia a que pertenecía. Cuando los lugares distaban más de media hora para hacerse oir y comunicarse empleaban el motutu y siobeobe.



A últimos del año 1895, hallándome en Batete, sorprendieron a una pobre mujer hurtando ñames, el sorprendente dio la señal convenida Iriii, iriii, iriii y a la hora en todas las rancherías de Batete, Bokoko, Ombori, Ralachá, y Musola se tenía noticia del robo y ladrón. De aquí que el séptimo mandamiento del Decálogo era el mejor observado y cumplido entre los bubis. En aquellos tiempos uno podía dejar cualquier prenda o instrumento en el camino público sin temor de que fuese robado. Yo mismo vi machetes y limas, puestos sobre troncos o árboles cercanos al camino y estar allí meses y meses por olvido de sus dueños, si n que nadie se atreviera a tocarlos. Cuando un transeunte hallaba algún objeto perdido lo colocaba en lugar público para que fuese visto y recogido por su dueño

La calumnia y falsos testimonios eran penados con multa de dos cabras, con la reparación de los perjuicios causados y con la retractación pública de lo dicho. Las travesuras, picardías o fechorías de los muchachos se castigaban con grandes sajaduras en el cuerpo del pícaro singularmente en la cara, con la aplicación de emplastos picantes o guindillas en algunas partes delicadas del cuerpo, y con azotes. Cuando en el sur de la isla se ve a un muchacho o muchacha que tiene una sola y profunda cortadura en la cara se puede juzgar de él sin temeridad de que ejecutó alguna fechoría. En otras comarcas no está ya en uso este castigo.



MI COMENTARIO



El padre Aymemi demuestra un alto conocimiento de la lengua bubi así como una experiencia enorme sobre las costumbres y ritos del pueblo bubi, aunque en sus escritos repite algunos temas y le falta esa solidez universitaria que demuestra el padre Amador Martin del Molino en su libro Los Bubis Ritos y Creencias. Así como le decía ayer por correo al padre Amador sería una lástima que se perdiera el caudal de conocimientos y anécdotas del padre Aymemi.

Fernando el Africano ( La Guinea Española 25.10.1924)

domingo, 21 de agosto de 2011

CAPÍTULO XV- COSTUMBRES Y RELIGIÓN


C A P Í T U L O XV- COSTUMBRES Y RELIGIÓN



El bubi es naturalmente muy religioso, de aquí que en cualquier lugar coloque emblemas o señales de su religión. La religión de los bubis consiste, como hemos dichos otras veces, en el culto y adoración idolátricos de las almas de sus difuntos, consiguientemente sus emblemas deben lógicamente ser despojos de la muerte. Una cosa buena tiene el bubi entre otras muchas, que nunca emplea para la representación emblemática de su religión huesos humanos ni para otros usos, como otras tribus del Continente, sino únicamente despojos de animales y plantas muertos. El bubi tiene un respeto y veneración excesivos, a los despojos mortales de sus mayores. Entre ellos jamás se ha dado el caso de profanación o violación de sepulturas, cosa tan común entre las gentes de la Costa. En tiempos muy lejanos los difuntos que en vida habían sido muy temidos y odiados por su crueldad y despotismo eran enterrados en lugares apartados de los poblados. Para que el muerto no atinara con la casa donde moró y no volviese de nuevo al poblado a ejecutar mayores tropelías, vejaciones y violencias que ejerciera en vida, no sacaban el cadáver por la puerta de la casa, sino que horadaban una de las paredes y por el boquete abierto lo extraían afuera; y luego abriendo en el espeso e intrincado bosque un pequeño sendero lo llevaban a enterrar, a todo corrrer, pasando por la senda abierta y no por el camino común. Ni creyéndose seguros de su influencia maléfica, a pesar de tantas precauciones y cautelas para despojar el alma del malvado difunto, quemaban sin dilación la casa donde vivió y el barrio del que fue vecino era trasladado todo entero, a otro lugar más seguro. De aquí que en cualquier lugar se hallen figuras y señales convencionales, y también arbitrarias, a las cuales se les atribuye virtud sobrenatural de repeler y ahuyentar los hechizos y maleficios de los espíritus perversos. A estas figuras y señales dan el nombre de roobo o roomo.

El significado estricto y primitivo de este vocablo es amuleto; mas al presente su sentido es muy amplio. Significa todo lo que directa o indirectamente dice relación con el fetichismo que era la propia religión de los bubis. Usan amuletos o roobo para todo. Los hay para todo. Los hay personales, domésticos y públicos. Los amuletos personales consisten en esqueletos y pieles de culebras ebebe o ememe y bebila o mebila. La ebebe tiene la piel de color rojizo, es inofensiva, pues carece de veneno, pero de muchísima fuerza. La bebila es muy negra y es la que causa grandes estragos en los gallineros. La ebebe representa el espíritu bueno y la bebila el malo. Estos esqueletos y tiras de piel de estas culebras suelen llevarlos alrededor del cuello, de la muñeca y de la cintura. Pendientes de los tales llevan cuernos de antílope (toèha) huesesillos (toploma) y singularmente las tabas del predicho animal (toósó). Atados con las tiras de piel cuelgan del cuello y de la cintura cuellos de calabaza vinatera (rubbé) y las colas de oveja (beriba).

A estos amuletos profesan mucha estima y veneración y creen grandemente en su eficacia. Celebraban una fiesta particular de las que llamam roobo ro botata. Hace unas tres semanas que las viejas de Rebola solemnizaron el roobo botata y una de ellas traía en la cintura una piel de bebila cuya anchura no bajaba de quince centímetros. Los tejidos de fibras de bejuco y plátano, como también de conchitas de chibo y de abalorios (topopotò) no son roobo; aunque a veces de estos tejidos (ipá) cuelgan algunos roobo amuletos. La mayor parte de los niños entre los abalorios que les rodea la cintura tienen atados unos frutos durísimos, redondos y lisos producidos por uno de tantos bejucos que se encuentran en el bosque, a los que dan el nombre de mpepele. Tanto las tabas y cuernecillos como el mpepele son verdaderops amuletos.

El rubbé, cuello de calabaza, el beriba, pelo de oveja, y los mpepele eran los amuletos propios de las mujeres en cinta. Estas cuando notaban sintomas de aborto se ataban alrededor del vientre la piel entera de una de las predichas culebras, que solía guardar para estos casos y otros tales, el bojiammó del poblado; y así se creían seguras y libres de tan fatal y sensible desgracia. Son asi mismo amuletos personales unos caracolillos coniformes llamados mpea que llevan prendidos de hilos de nipa (tutaneka) y las tierras de diversos colores con las que se pintan en las solemnidades celebradas en honra de los espíritus las diferentes partes del cuerpo; pero con particularidad se marcan la frente, las cejas, los hombros, el ombligo y el empeine del pié. Los colores más comunes son el amarillo vivo (npepa) el amarillo oscuro (siobo) y el blanco plateado (biacha). La pomada ntola, con la cual se pintan de rojo el cuerpo, no es propiamente roobo, pues la usan para suavizar el cutis, ahuyentar los mosquitos y como medicina general para las enfermedades cutàneas. Frecuentemente entre las sartas de abalorios y de chibo colocan algunos bibetèbeté o conchitas de porcerlana de diversos colores. Estas conchas tampoco son amuletos, pues se las ponen solamente como nakà o ñakà, o sea adorno. Cuando un notable del poblado ofrecía algunas cabras en sacrificio a los manes se colgaba al cuello tantas morcillas de manteca (bajaba o majama) cuantas eran las cabras sacrificadas y las debía llevar durante una semana sufriendo el olor repugnante y las moscas. A estas morcillas llaman igualmente roobo por ser un recuerdo de las reses sacrificadas en honra de los espíritus. En sus casas se hallan de igual manera distintos amuletos. A dos metros de la puerta acostumbran a hincar algunos palos de diversos tamaños en los cuales sujetan conchas de caracol terrestre, ya grandes ntochi, ya pequeños apea y un fruto parecido a un gran tomate por nombre esasaha clavando en él plumas de gallina. Cuando en la casa había una persona enferma de gravedad desde la entrada hasta la distancia de ocho metros clavaban en tierra palos de un metro de alto, unidos con una cuerda en la que ataban plumas de gallina y gavilán. Los palos distaban unos de otros como dos metros. El fin de todo esto era impedir el ingreso de los espíritus maléficos, en la casa, que son los autores de las enfermedades, muertes y demás calamidades que afligen a la humanidad.

El bubi es sobradamente superticioso. Donde quiera que vaya o fije su morada teme estar sujeto a la influencia maléfica de los espírituis malignos que le persiguen. De aquí que con un sin número de amuletos defienda su persona, sus poblados, sus barrios, sus calles y plazas, sus casas de campo y sus ríos y bosques de la maleficiencia omnipotente de los barimo.

Quien haya recorrido los antiguos poblados bubis habrán observado que a los diez minutos antes de la entrada colocan un arco, y a veces dos, designados con los nombres belakalaka o menakanaka y construidos ora con troncos de helechos arborescentes (bisihisihi) ora con palos vivientes ya de iko, ya de tuhulamoelo, ya de moeke.

En tales arcos suspenden gran copia de diversos amuletos, como conchas de grandes caracoles terrestres, hacecillos de plumas de gallina, cráneos de venado, antílope, cabra y mono (bokakala o mokokolo) un fruto procedente de una enredadera (esaza) y trozos de calabaza vinatera, en los cuales introducen gran variedad de plumas de diferentes aves. A los lados atan fajos de caña bravas (ripaho) y en el mismo sitio una veces clavan tres estacas de helecho para sostener una cazuela de barro (sipanchi) otras solamenmte una estaca sobre la que ponen un canto plano de río, en el cual engastan con resina copal (nchechele o nchuàchuà) y otras clavan un palo viviente, a su alrededor forman una circunferencia de estaquitas y su interior lo llenan de piedras (ribaddobaddo).

Como los poblados constaban de múltiples barrios, separados y cercados de fuerte estacada, a la entrada de cada uno plantan esquejes de los árboles de iko, mpilo, moeke, etc., que con el tiempo vienen a ser árboles gigantescos.

En ellos cuelgan huesos de antílopes (topola) y otros muchos elementos. En las entradas de las casas, muy particularmente si hay alguna persona enferma, suelen colocar idénticos amuletos, en su interior se ven, pendientes de las paredes, calaveras de animales, mantecas secas de víctimas sacrificadas a sus antepasados y todo género de huesos y plumas, mas lo que tal vez muchos no habrán notado es una cazuela de barro situada en uno de los ángulos de ella defendida por un cerquito de palillos hincados en tierra. Esta cazuela es un rústico altar dedicado a sus penates o a las almas de sus abuelos. De aquí que le den el nombre de sipachi sa bajula, cazuela de los espíritus.

En ella una temporada ponen vino de palma, otra agua de mar y otra finalmente agua de manantial. De igual manera lo hacen en las cazuelas que se encuentran en la entrada de los poblados, en las plazas y en las cuevas. Con esto pretenden significar la libación que deben hacer a los espíritus lares, pedirles conservación de la familia, que no venga a menos, sino que permanezca incorrupta, como el agua de mar y por fin la fecundidad de las esposas que los nacimientos sean regulares, continuos y sin intermisión, como el manantial que no cesa jamás de brotar y arrojar agua.

En las plazas plantan gran muchedumbre de árboles sagrados que, a las veces, vienen a transformarse en verdaderos bosques y grandes avenidas, como puede observarse, en las alturas de Biapa, las avenidas sombrías que existían junto a las rancherías del pacífico Moka y del vengativo Esasi.

Levantan una capilla en honor del espíritu de la plaza, al que sacrifican muchas víctimas de cabras en los buala o fiestas generales del poblado que las celebran en las plazas. Además edifican casas de reunión (bieteha) donde se juntan en tertulia los hombres graves antes de empezar la fiesta; y preparado y dispuesto ya todo dan comienzo con el baile; O mmo `ippuas`e riose, - ¡Oh espíritu levanta la plaza!-

En las encrucijadas de los caminos (erinkoano) y al principio de la bajada a un río y barranco profundo sitúan un vástago de un árbol sagrado llamado sijulamoelo en honor del espíritu que vive en el río o barranco o es custodio y guardián de los caminos. Cuando un caminante pasa por delante del sijulamoelo está en el deber de hacerle una inclinación profunda de cabeza y dar una fuerte patada junto a él (morialera). Tal ceremonia se practica para tener propicios a los espíritus a fin de que los libre de malos encuentros y caídas. Son muy celosos de conservar tales prácticas y ceremonias y tienen fe ciega en ellas, tanto que, chico ni grande, se olvidan de observarlas.

Corría el mes de febrero del año 1896 cuando volvíamos, acompañados de una gran caravana de infieles de las alturas de Batete, de un gran ripelo que tuvo un motuku de Riokoricho de Balachá llamado Mòmmó, proseguíamos nuestro camino alegres y animados y contando los lances e impresiones de la fiesta y he aquí, que, de repente quedan todos parados llegados a la orilla del río Endá o profundo barranco de Balombe, donde había un sijulamoelo. Todos fueron pasando de uno en uno por delante, cumpliendo fielmente con el rito bubi. Uno de los Padres, recién llegado a éstas tierras fijóse grandemente y reíase de tan ridícula ceremonia. Bajamos sin percance el largo y peligroso declive que existe hasta arribar al lecho del río y todo él era una roca lisa y pelada. El Pade llevaba el calzado nuevo y con tachuelas; iba muy descuidado y riéndose todavía de las superticiones de estas gentes, mas al llegar al medio del cauce, resbaló y fuese de espaldas al suelo. Los bubis corrieron a levantarlo y le preguntaron si había sufrido daño y respondióles sonriendo que no. Mucho nos alegramos sea así, le dijeron, pero tenga bien etendido que el morimó del río le ha castigado por haberse reído y burlado cuando cumplíamos la ceremonia del morialera para tenerlo propicio y nos librara de caídas graves.

Existen, de semejante manera, bosques y palmerales sagrados en los cuales colocan sus amuletos o roobo. Estos consisten en piedras grandes y puntiagudas clavadas en tierra.

Las puestas en los palmerales tienen el nombre de borekaita que es el espíritu que les enseñó la manera de extraer el vino de la palmera. En frente de tales piedras suelen situar un sipachi sa bajula, llena continuamente de vino de palma que renuevan diariamente. Ls piedras a modo de mojones colocadas en cualquier desbosque, que no sea de palmeras, reciben la denominación de bariribó. Delante de estas piedras plantan un arbusto denominado bojeddejedde y un poco más separado suelen haber un ribaddobaddo.

Los bosques en los cuales existen barekaita y bariribó son respetadísimos y no hay bubi tan despreocupado y atrevido que ose abrir finca en dichos lugares. Tocando al poblado de Balombe se encuentra un bosque sagrado. Cierto día pasando por allí dije a mi acompañante en broma " Ya que nadie quiere este bosque voy a abrir en él una finca de plátanos para alimento de los colegiales". Se enteraron de ello los bubis y se me presentaron en son de queja diciendo, que mal había recibido yo de ellos para tomar esa decisión. Los calmé diciéndoles que no tenía tal propósito y que habia sido una chanza.

Cuentan los bubis que uno de ellos muy despreocupado se atrevió a desbrozar y plantar cacao en un bosque donde había boariribó; mas luego sufrió la pena de su profanación y desacato. Su mujer, de la noche a la mañana, fue atacada de un fuerte cólico intestinal del que falleció y él murió en una cacería, sin asistencia de persona alguna.

En los bosques hay así mismo árboles sagrados, los cuales a nadie es lícito cortar, sin antes consultar a los espíritus y recibir su respuesta. Entre ellos se hallan los árboles: iko, lojela, moeke, bosukèsukè, borupérupé, sipopolo, y buma o ceiba.Los bubis de Musola narran el caso, que dicen ser auténtico. Un monrovia tenía en su finca una ceiba muy vieja, de la cual los tornados hacían desgajar grandes ramas que le destrozaban el cacao, y sin encomendarse a nadie, ni consultar a espíritu alguno, la mandó derribar. Pasados algunos meses el hombre enfermó de dolencia desconocida, la que acabó con su vida. Los bubis lo aribuyeron a castigo de sus espíritus.



MI COMENTARIO



Menos mal que muchas de estas costumbres se han perdido, especialmente esa de llevar al cuello esas morcillas de manteca que era un foco de atracción de las moscas y la temperatura del cuerpo y la casa, provocaría el chorreo de esa grasa en la vivienda, con lo que era una llamada a las hormigas, que por mi experfiencia, creo son carnívoras o mi cuerpo es muy apetecible para ellas.

La parte triste de esa pérdida de costumbres, es que se van perdiendo los nombres de muchas ceremonias, así como el propio de cada útil, aunque sorprende que cada ceremonía, cada rama, cada cosa tienen un nombre concreto en cada aplicación. Uno llega a pensar que con tanta ceremonia no disponían de mucho tiempo libre.



Fernando el Africano (Número de la Guinea Española 25.7.1924)









EXCURSIÓN A UREKA EN 1924

NOTICIAS DE LA COLONIA




En la revista La Guinea Española de fecha 10 de mayo de 1924, y firmado como el corresponsal de la zona, aparece esta excursión a Ureka que me parece interesante. .



SAN CARLOS una excursión al sur de la isla



Si la isla de Fernando Pòo, fue con mucha razón, llamada por sus descubridores Formosa, sin duda se debió a su exuberancia y lozanía siempre primaverales y a sus naturales encantos, que pródigamente ha derramado sobre ella la mano de Dios, pero a pesar de todo esto, lo que más poderosamente llama la atención del atento observador es su parte Sur, donde se halla enclavado el pueblo de Ureka, y que en bubi quiere decir Lejos.

Dos jornadas de buena andar suele costar, saliendo de San Carlos, el viaje a Ureka, que viene a ser de 10 a 11 horas.

El camino, si así se puede llamar, es de lo peor que en ese orden se conoce en la isla. Seis horas bien largas de subida, pasando por los poblados de Balachá, Ombori y Riokoritcho , hay que arribar a las cabezas de Balachá o cordillera de San Carlos, tropezando a cada paso por la multitud de troncos de helechos y raíces que interceptan el paso del caminante.

Traspasada esta cordillera por el portillo Losò, se alcanza el maximus de subida en el monte Bochibi, que significa cansancio y desde este punto comienza la bajada hasta llegar a Ureka.

A mitad de camino entre Balachá y Ureka, se encuentra la colina Biribabbò , el lugar destinado de tiempo inmemorial al mercado, llamado Selalo, en donde hacen sus cambios los indígenas de Balachá y Ureka. Desde ese lugar hasta Ureka, o sea tres horas de andar, se pasa un pedregal de cantos rodados y puntiagudos, del que sale el excursionista con calzado y pies destrozados.

El pueblo de Ureka está situado actualmente en una pendiente o falda a orillas de un río, está dividido el pueblo en cuatro rancherías a usanza del país con sus respectivos jefes.

Del pueblo se baja a la extensa playa, toda ella de arena, llamada Edada Arumabola y que se extiende desde la punta Santiago hasta la punta Owen, en cuyas puntas se encuentra la caleta de Santa Engracia,. Único desembarcadero, donde hacían descanso el personal de los barquitos pesqueros de ballena noruegos. En esta extensa playa se hallan fantásticas y caprichosas cascadas, como la de Edada Arumabola, que se despeña por el acantilado de unos 100 metros, llamado Éo, la del río Eola, la del Ole Baita Mokokobe y otras; ríos caudalosos como el Tiburones, muy fuerte y peligroso en marea llena por los tiburones y en cuya desembocadura se levanta el hermoso peñón de unos 50 metros de altura y unos 40 de circunferencia, coronado por caprichosos arbustos, que le dan el aspecto de un noble vigía, sobre todo en plena mar,; el famoso río Ole, alías Tudela, que serpenteando entre peñascales y precipicios desde su origen, o sea , desde la Gran Caldera Volcánica, desagua al sur de la isla.

A estas playas acuden en la seca a depositar los huevos multitud de quelonios o tortugas de varias especies y tamaños, depositando en una puesta, de 80 a 120 huevos, en grandes hoyos que hacen en la arena y que encubren con mucho disimulo.

Existe aquí la especie de quelonio llamado gigante de 2 metros de larga y de 400 a 500 kilogramos de peso, de mucha grasa, muy estimada en los mercados de Europa. La llamada Carey, cuyo espaldar suministra la preciosa concha de su nombre, y otras dos especies más, muy apreciadas por los indígenas quienes comen su carne con verdadero deleite. Todo esto y mucho más que se podría decir del aceite y maderas de Ureka hacen de ese extremo sur de la isla, un país de mucho provecho para la Madre Patria, y lleno de naturales encantos para el admirador de la belleza de la naturaleza.



MI COMENTARIO







Todos los que hemos estado en la actual Bioko, sabemos la belleza de Ureka, lo de sus fantásticas tortugas y de que algo ha cambiado el camino a la zona, aunque sigue siendo muy duro. Pero desconocía que en esos años de 1924 los noruegos vinieran a pescar ballenas en las cercanías y aprovecharan sus playas para aguar y abastecerse de fruta seguramente. ¡ cuantas cosas ignoramos de aquella bendita tierra!



Fernando el Africano 21.08.2011