jueves, 22 de septiembre de 2011

UREKA ÚLTIMO REDUCTO SALVAJE




CAPÍTULO XVIII - UREKA



Esta Comarca es la más meridional de la isla de Fernando Pòo, cuyo nombre se deriva de Örèkka, que en lengua bubi quiere decir lugar lejano; porque con relación a otras comarcas es la más separada y distante. Abarca todo el territorio comprendido entre los ríos Hachi por el levante y el Olé o Tudela por el occidente.

Le ciñen por el norte, los montes Bokapí, Coto, Moako, Moeka, y Riobadda que la separan de Riamba o Moka; por el noroeste el Soso, que juntamente con los montes de Batete, forma el profundísimo valle Olè y por el mediodía, Este y Oeste por el mar.

En la cima del Riobadda se halla el lago mayor de la isla o de Moka, al que los bubis dan el mismo nombre de Riobadda. Este nombre corresponde a uno de los espíritus más notables y de mayor nombradía entre los bubis del sur.

Por el noroeste tiene por límite el Hachi, este río trae su origen de las altas mesetas de Riamba, recoge todas las aguas, forma la mayor y más elevada cascada de la isla y arroja sus aguas en la playa de Molalo. Al sur de esta playa se encuentra la punta de igual nonbre Hachi o Jesusa. La última punta del suroeste es la llamada por los bubis moala moe Mebila o de Santiago como decimos nosotros.

En el interior del bosque Ribiao- Molalo está situado el pueblecillo de Arija de muy escaso vecindario. A continuación sigue una extensa playa por nombre Cadda hasta punta Dolores con la ensenada o cala de Santo Tomás. En esta playa desembocan varios arroyos y ríos, entre los cuales los más notables son el Ledde, el Loará y el Moabà o Tiburones. El Moabá tiene su nacimiento en la grande y profunda barrancada situada al pié del Riobadda, a él entrega sus aguas el Bisoko pequeño río procedente de las filtraciones del predicho lago y luego viene a morir cerquita de punta Dolores.



En frente de la desembocadura del Moabá se levanta un enorme peñón

coronado de arbustos denominado Badammò. En pleamar es cosa peligrosa y arriesgada vadear el Moabá por los tiburones que entran por sus aguas. La punta Dolores acaba en dos salientes llamadas Moruba y Momeddo.

Siguen dos largas playas Mobata y Mokoalo, que tienen por término al oeste, la punta Bokuba y a las cuales fluyen los ríos Mokokobe, Olè Baita y Cola que en playa forman bonitas cascadas. En el desagüe del Cola se halla la caleta de Santa Engracia correspondiente a la playa Mokoalo o de Mobbechuè.

Al oeste de la punta Bokuba está situada La de Bannà u Owen a cuyo resguardo se halla el único atracadero algo seguro que existe en aquellas alborotadas playas. Sobre su acantilado estuvo el antiguo poblado Oromè y en cuya playa echa sus aguas el Osà, que tiene como tributarios a los ríos Mbale, Mesuba y Petete.

En la misma dirección se encuentra inmediatamente la playa Buatá, en donde muere el río Betalalo, la pequeña punta Oka, la playa Mesoko y los ríos Lobibbo y Sochi. Más adelante la punta Bakabité formada por grandes peñascos y las playas Mailalo y Olola, en las cuales desaparecen los ríos Maila y Mutalelo. Enseguida la punta Bolábolá, la larga playa de guijarros Botébote con el riachuelo Beteché y el alto acantilado Coha.

Siguiendo por el mismo camino se topa con la punta Dapa, las playas Ahe y Mico, las puntas Biala y Matabiala, el río Toope Toomo, la punta Cachò y el río del mismo nombre con sus hermosa cascadita Doba.

Viene después el río Olè o Tudela procedente del inmenso y profundísimo valle que recibe la denominación del propio río.

El río Olé lo forman inumerables arroyos que serpentean por el mencionado valle, en su desembocadura el Olé se vadea con dificultad, para eso es preciso internarse bastante en el bosque. La playa del Olé es muy frecuentada de las tortugas, en donde depositan sus huevos de aquí que los urekanos en ciertas épocas hagan gran acopio de ellas. De igual manera los bakoko, batete, y balachá, descienden frecuentemente a las profundidades del Olé a fin de proveerse de caza por ser allí abundantísima. A la otra ribera del Olé se halla la punta Kobbe u Oscura, sigue una reducida ensenada Crimó y termina con la punta Eloho o Sagre con el río de su nombre. Toda la parte costera de Ureka en general es un contninuo acantilado y aunque haya playas extensas, en pleamar no son transitables por cubrirlas enteramente el agua. En muchos lugares debajo del acantilado brotan fuentes frescas y abundantes, de forma que al momenmto y en la misma playa se convierten en ríos de regular caudal.

El distrito de Ureka en otros tiempos fue de los más habitados y prueba clara de esta afirmación son los numerosos poblados que allí existieron. Según confesión de los propios urekanos los pueblos fueron: Arihá, Mobbechuè, Oromè, Boobe, Neddo, Mesoko, Nobicho, Meka y Miole.

Dijimos ya en un principio quiénes fueron probablemente los primeros pobladores de esta comarca; mas posteriormente se establecieron allí bubis de otras comarcas y otros no bubis escapados de la isla de Sto. Tomè. Actualmente todavía vive un viejo de Angola escapado de aquellos lugares.

El mismo me contó los años que lleva en Ureka, la causa de su venida y como llegó a Fernando Pòo. Este tal hace ya cerca de cuarenta años que vive con los bubis y está casado canónicamente con una urekana. El carácter mismo de los urekanos es algo distinto de los bubis y su lenguaje es una mezcolanza del hablado en otras comarcas.

Por lo que mira a su carácter es cosa manifiesta que los urekanos se diferencian mucho de los demás bubis. Los urekanos anhelan la instrucción y civilización, buscan el trato del blanco, gustan vestir a la europea, hacen gala de saber y hablar español, son inteligentes e industriosos, con herramientas muy primitívas levantan sus casitas de piso, ellos mismos aserraron la madera con que fabricaron la casita o iglesia que allí tiene la Misión Católica; son robustos, excelentes cazadores, atrevidos y diestros marinos; en fin son la antítesis de los otros paisanos singularmente de los bamba, bakoleto y balachá. Si Ureka reuniera mejores condiciones sus habitantes serían hoy los bubis más adelantados y civilizados.



Antiguamente dedicábanse a la fabricación de cayucos, de ikette, que son unos palos de madera durísima que usaban los bubis para labrar sus campos, de cestos y peines que vendían a buen precio; pero especialmente a la pesca. Los tales géneros los permutaban con los pueblos de Riamba, Balachá y Bokoko a cambio de calabazas, ñames, malangas, etc. Todavía en el camino de Ureka a Balachá a igual distancia de ambos lugares en la colina Biribabo situada al sur del montículo Bochibi se conserva el Selalo lugar de parada y descanso, en donde efectuaban las permutas, que es el único que subsiste en toda la isla.

Con respeto al lenguaje puede afirmarse que es un conjunto de voces procedentes de Riamba, Balachá y Bokoko; pero más particularmente de Bakake. La manera de formar la conjugación del verbo es casi idéntica a la de Bakake. La tendencia general del urekano es mudar la m del sur en la b del norte, la r en m y a veces la t en d. Además carece de la j fuerte como en Batete y Bokoko.

La primera vez que se les oye hablar apenas se les comprende, porque no se sabe si hablan el dialecto del norte o del sur.

Con algunos ejemplos se probará y comprenderá mejor lo que afirmamos.



UREKA BAKAKE NORTE SUR SUROESTE ESPAÑOL

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Laba Laba Laba Lama Lama Cosa, algo

Mbam Mpam Mpaddi Mpari Mbi Ayer

Ai Ai Ai Ari Mi Suyo, de él

Nsakè Nsakè Isakè Risakè Nsakè Machete

Oba Oba Je Je Oma Nuevo

Nta Nta Rita Rita Rita Pesar

Pera Pera Penna Peña Peña Hacer

Nná Nná Illá Rilá Nná Nombre



La comarca urekana cuanto en la antigüedad estuvo más poblada otro tanto está deshabitada actualmente. Los nueve poblados antes enumerados se han reducido a dos solamente Arihá y Mobbechuè, cuyos habitantes no llegan a 250 y de los cuales más de 150 son ya cristianos. Una de las causas de la despoblación de Ureka es la escasez de mujeres. Allí son en mucho mayor número los hombres que las mujeres y eso prueba claramente que son gente robusta y que carecen de los vicios y abusos que tanto abundan en otras comarcas.



Los urekanos pertenecieron a la ínfima categoría de la sociedad bubi

Que eran los boobe y bobeba pescadores y cazadores y fueron feudatarios de los batuku boamba o de Moka y el feudo que pagaban era el de proveerlos de pescado y caza en abundancia. Una de las familias más ricas de Ureka, cuyo jefe era un tal Ita para librarse de servidumbre tan pesada compró por una fuerte suma un terreno situado entre los ríos Loará y Moaba.

En la actualidad los urekanos, gracias al Gobierno Español gozan de idéntica libertad que los demás indígenas y por lo mismo son los más adictos y sumisos al mismo Gobierno como lo demostraron cuando el Señor Loygorri los visitó.

Por lo que toca a su religión antigua decimos que es la misma que profesaron todos los bubis. Aún se conservan muchísimos restos de lo pasado. Sobre el alto cantil de la playa Mobatá tienen todavía un bosquecillo sagrado con su glorieta y arco Menakanaka; lo mismo en la entrada del pueblo viniendo de Balachá y en muchos lugares tienen plantados varios árboles sagrados. Subiendo de la playa y casi tocando al pueblo se halla un muy notable moaririmó llamado Ebechi consistente en una larga piedra hincada en la tierra, alrededor de la cual hay una plazoleta límpia y bien cuidada, adornada con gran muchedumbre de conchas de caracoles marinos, y sombreada con árboles iko.

El día 18 de febrero del corriente año 1925, día de mi llegada a Ureka, celebróse el Rahá de una mujer principal fallecida hacía poco. Esta fiesta fúnebre solemnizase con espléndido banquete, oración fúnebre y baile de campanas que duró toda la noche. Al amanecer los campaneros hiriendo con todas sus fuerzas sus campanas bajaron precipitadamente a la inmediata playa recorriéndola toda, con el fin de espantar y ahuyentar los espíritus malignos del poblado y sus entornos.

Los primeros misioneros que pisaron tierras urekanas fueron los de la Misión de María Cristina. Por aquellos tiempos no existián aún la Misión Católica de San Carlos ni la de Musola. Nos contaban los bubis que al otro lado de las montañás de Batete, en las playas del sur moraban algunos de la propia tribu en el estado del más primitivo salvajismo, sin comercio ni trato social con otros pueblos, cuya ocupación única era la caza y la pesca. Además corría el rumor de que con ellos vivían fugados de las islas de Principe y Sto. Tomé y de que jamás europeo alguno había reconocido aquellas playas. Este fue el motivo de nuestra ida a aquellos parajes.

Partimos de María Cristina el Rdo. P. Gaspar Pérez y el que esto escribe el 7 de enero de 1896 acompañados de un bracero tímini y tres colegiales. De paso entramos en las rancherías de Riobanda, Balombe y Ruiché de Balachá y pernoctamos en Riokoricho en casa de bötùkku Mommo.

Nuestra visita a los ranchos mencionados surtió muy buenos efectos, puesto que a nuestra vuelta nos siguieron dos familias para establecerse definitivamente en el pueblo de María Cristina, procedente la una de Ruiché y de Riobanda la otra.

Por entonces se desvanecieron los recelos y desconfianzas que todavía inspiraba la presencia del misionero a la mayoría de los habitantes de Riobanda y de ahí data que los bubis enfermos y llagosos acudieran en tropel a la misión de María Cristina por medicinas y remedios de sus males y enfermedades. Al anochecer los prohombres de Riokoricho acudieron al lugar de nuestro hospedaje con el fin de saludar a los Padres, darles la bienvenida y ofrecerles sus regalitos de ñames y vino de palma.

Se mostraron muy contentos y satisfechos con la visita de los Misioneros, y preguntándonos el objeto de nuestra ida nos decían: Opera no t`ori buale. - Con tal empero, que la venida de Vds. sea pacífica y amistosa- To t`ori ancho bomma, les contestamos, y que solamente estábamos de paso, pues nuestros deseos e intención eran llegar a Ureka. Esto avivó en gran manera su curiosidad por averiguar el objeto que nos llevaba allá, pues jamás habían visto pasar allí a extranjero alguno en dirección a Ureka.

Por cuanto nadie de los extranjeros ha ido a Ureka, como dicen Vds. deseamos nosotros ser los primeros en reconocer a aquellas tierras y visitar sus habitantes. Serían ya las diez cuando los Bakoricho se retiraron a descansar. Una vez solos nos acostamos en unas tablas pésimamente labradas alrededor de la lumbre, a fin de ahuyentar los importunos mosquitos. A la mañana, después de pagar espléndidamente al bötùkku el hospedaje, le rogamos nos mostrase el camino de Ureka, pues era enteramente desconocido para nosotros. Puso de momento algunos reparos por temor a los urekanos y a los mismos bakoricho; mas al fin accedió a nuestros ruegos a condición de ocultar a los bakoricho y mayormente a las gentes de Ureka su nombre; porque los urekanos se oponían tenazmente que potó alguno o extranjero pasará el collado de Balachá y él temía los agravios y vejámenes de ambos pueblos. Le prometimos muy formalmente de que nadie vendría en conocimiento de quién nos indicase el camino que conduce a Ureka. Nos acompañó unos cinco minutos fuera del poblado y al despedirnos nos dijo: Este mismo camino llevará a Vds. a Ureka; pero miren bien de no torcer a la derecha ni a la izquierda. A diez minutos de aquí, y a la derecha hallarán un sendero muy trillado, dejénlo; porque les guiaría al lago Eri y al Olopele o cumbre de los montes que rodean la Gran Caldera del río Tudela. Más arriba y a la izquierda encontrarán otro algo más frecuentado, no vayan por él, que irían a parar al lago Riobadda o de Moka. A las nueve doblamos el collado, al este del cual están situadas las montañas de Moka y al oeste el Sosó, que forma la vertiente meridional del río Ole y a la diez estábamos en la cima del renombrado montículo Bötybìi o del cansancio. Nuestro feliz viaje se deslizaba muy divertido y felizmenmte por la solitaria e imponente selva del Sur al contemplar las numerosas bandadas de monos de diferentes tamaños que saltaban de ranma en rama y de un árbol a otro, cuando he aquí que el camino se bifurca de nuevo. Según las indicaciones del bötùkku de Riokoricho continuábamos por el camino que seguía directamente a la playa, mas a los muchachos se les antojó ir por el que torcía a la izquierda. Considerando que los muchachos eran mejor entendidos y prácticos en cuestión de caminos del país condescendimos con ellos siguiendo el camino de la izquierda.

Ambos caminos empero, conducián a Ureka aunque a diferentes pueblos, el que dejamos iba a Orome y el que tomamos nos llevó a Mobbechuè, por otro nombre Ureka Potoki.* Este nombre confirma la sospecha de que en las playas del sur, tenían refugio algunos fugados de las islas portuguesas anteriormente mencionadas. Al poco rato de tomar el camino de la izquierda tropezamos con un ancho río casi seco, cuyo lecho estaba sembrado de grandes pedruscos. Luego de pasado el río descargó sobre nosotros un fuerte aguacero que nos dejó caladitos. Por efecto de la mojadura sintióse el P. Pérez indispuesto y nos ordenó hacer un alto y cortar ramas para fabricar una choza y pasar allí la noche. En aquel momento señalaba nuestro reloj las dos de la tarde. Sin embargo no fabricamos choza alguna, descansamos a la vera del camino bajo la sombra de una Ceiba, pues el sol brillaba ya con todos sus resplandores, tomamos alimento a fin de reanimar nuestras fuerzas y transcurrida media hora sintióse el Padre bien y con nuevos brios a continuar la marcha.

Ignorábamos, no obstante, estuviera tan cercano el término de nuestro viaje, pues a las tres en punto entrábamos en el primer barrio de Mobbechué. A nuestro arribo, en el poblado no había ningún hombre, todos estaban en sus palmeras extrayendo su sabroso licor. Vimos algunos niños jugando a la entrada del pueblo, los cuales al divisarnos huyeron despavoridos a sus casas dando voces: ¡Abapoto! Abapotó be ajo! - ¡Extranjeros! ¡Los extranjeros están aquí! En oyendo estas voces, todos los del pueblo se encerraron en sus casas.

Mientras tanto descansamos de nuestro viaje sentándonos en unas piedras de la plazuela de Mobbeché esperando que por fin saldría gente de sus escondrijos.Más de una hora aguardamos a que alguien se asomara, a fin de llamar al jefe del poblado, y como viésemos que nadie comparecía, enviámos un muchacho a averiguar la causa de proceder tan extraño, a lo que respondió una mujer. En el pueblo estamos algunas mujeres y los niños pequeños, los hombres están en sus palmeras y los demás por leña y en sus aceiteras. Le rogamos que enviase por los hombres singularmente por el jefe, y, enseguida, ella misma acompañada de dos niños fue a llamarlos.

Transcurrido un buen rato, fueron llegando armados de su inseparable machete, y en silencio se sentaron formando corro alrededor de nosotros.



* Potoki = Portugués



Una vez sentados, uno a uno nos saludaron comenzando los más notables y de mayor autoridad. Nosotros correspondimos a sus saludos de igual manera. Luego nos abrumaron con innumerables preguntas reveladoras de los recelos y miedo de que estaban dominados. ¿De donde vienen Vds?- De Batete respondimos. ¿Por donde han pasado para venir aquí? Por Balachá. ¿Quien les ha indicado el camino?- Nadie; sino que siguiendo el camino que partiendo de Riokoricho sube al collado nos ha conducido aquí. ¿Cuál es el objeto de su venida a Ureka? - No es otro que reconocer las tierras y visitar a sus moradores. Además daros a conocer el Dios del cielo, Criador del mundo y de cuanto hay en él; al cual todos los hombres del Universo deben conocer, amar y servir.- Ninguna necesidad tenemos, respondieron de conocer a ese Dios, nuestros barírimó nos favorecen y ayudan en todo. Los propósitos de su venida a este país no son pacíficos, y sino, ¿Para qué esa escopeta?- Traemos la escopeta pàra cazar, no para dañar a nadie.

El sol se escondía ya por detrás del palmeral y nosotros sudorientos, en extremo cansados y sin haber probado bocado casi todo el día, nos estábamos por largos razonamientos, ansiábamos solamente casa donde cobijarnos, alimento y descanso. Grande fue nuestro desencanto, cuando después de un breve silencio, el que parecía principal entre ellos prosiguió:

Está bien, pero no podemos dar a Vds. alojamiento en el interior del poblado porque ningún extranjero le es permitido entrar en él, sin permiso del jefe, y actualmente está ausente. Por lo tanto es forzoso que pasen la noche en el sitio en que nos hallamos. No pasen Vds, cuidado, nosortros mismos les haremos compañía; encenderemos fuego, a fin de defernos del frío de la noche y secar sus vestidos, cocer sus alimentos si los tienen, y en el caso que carezcan de ellos, se los proveeremos desinteresadamente.- Y ¿ donde está el bötùkku? Preguntanmos- En la finca, contestaron.

Lo cual era una manifiesta y descarada mentira, por cuanto el bubi y menos el jefe del poblado, no acostumbra a pernoctar en sus plantaciones, y muy claramente se echaba de ver que el que estaba allí al frenter de ellos, era el mismo bötùkku, aunque él intentaba disimularlo. Con esta estratagema pretendía obligarnos a pasar la noche al sereno y a la intemperie. Mas no lo lograron. Enojados nosotros de aquella farsa burlesca y tonta de que éramos objeto les contestamos enérgicamente. Mucho hemos oído del salvajismo de las gentes de Ureka; pero vemos ahora que la fama es muy inferior a la realidad. No hay pueblo en el mundo, por muy bárbaro y salvaje que sea, que niegue hospedaje al peregrino, el único y singular entre todos es el de Mobbechué que se resiste neciamente a admitir en su recinto a unos pacíficos visitantes que vienen con las mejores intenciones. Si os obstináis en prohibirnos la entrada, os decimos que somos españoles y que como tales obligados estáis a darnos alojamiento por lo menos esta noche; de lo contrario daremos conocimiento al Gobierno de Santa Isabel, y ciertamente no os libraréis de un severo castigo.

En acabando este sencillo razonamiento levantóse un mozo, y dijo resueltamente; Pale pul`obalo.- Padre vengan Vds.- Y nos introdujo en su casa. Quién fuera ese joven, lo supimos después. Era el hijo del bötùkku, que avergonzado del tímido y receloso proceder de su padre y de su pueblo terminó en seco aquel ridículo espectáculo.

Actualmente es cristiano aquel joven, de entonces gobierna a todos en Ureka en lugar del difunto padre Rioko. A este noble arranque nadie se opuso. Ni Rioko su propio padre.

Entramos en Mobbechè ya de noche y lo pasamos muy tranquilamente; sin que nadie se atreviera a molestarnos.

Aquel joven hoy Francisco que pasa ya de los cincuenta años, estaba algo más civilizado, pues había trabajado en Boloko en la fnca de Vivour y en Bokoko en la de Francisco Romera.

Venida la mañana tuvieron un nuevo contratiempo y nos vimos resueltos en un lío, que atendido el carácter de aquella gente, podía resultar algo serio.

Enviamos a uno de nuestros muchachos a por agua al río Eola, que pasa junto a Mobbechué, por el camino tropezó en una palmera enana de la cual pendía una calabaza de vino que con la mano alcanzaba. El muchacho, que era muy atrevido, cogió la calabaza y tomó un buen trago de su contenido. No faltó quien observara y al momento, a grandes voces publicó el delito;

O mola moe Pale iba mahu ma bacho. - El muchacho de los Padres está robando vino de palma.-

En oyendo tales voces, todo el pueblo se amontonó y corrió en tropel a la casa donde estábamos pidiendo justicia contra el criminal. Ya están enterados mis lectores, que uno de los delitos con mayor severidad castigado por los bubis era el hurto.

A duras penas pudimos calmar aquel pueblo alborotado. Pagamos con exceso el importe del vino, aunque el muchacho solamente tomó un trago, prometimos castigar al muchacho severamente en llegando a Batete. De este hecho todavía guardan recuerdo los urekanos. En mi última visita a Ureka, que fué en febrero de este año 1925, aún me recordaron y preguntaron por el ladrón.



Pensábamos permanecer en Ureka unos cuantos días recorriendo el territorio del sur, desde Hachí hasta el Ole, y estudiando las costumbres de aquellas gentes, mas hubimos de desistir y dejarlo para mejores tiempos y oportunidad más favorables.

Serían las ocho poco más cuando se nos presentaron de nuevo los notables del poblado anunciando que había llegado la hora en que se acostumbran ir al trabajo de sus plantaciones, y, estando ellos ausentes, no podían permitir que los potós o extranjeros permaneciesen en el poblado, y por tanto era ya tiempo de emprender nuestro regreso a Batete, y ellos mismos nos acompañarían hasta el río más cercano que dista de allí media hora. Por razón de la extremada desconfianza y excesivo miedo de aquella gente determinamos, después de tomar un parco desayuno, abandonar en la misma hora a Mobbechue. Antes de partir les preguntanos si antes que nosotros había ido por allí algún otro blanco. Hace bastantes años, dijeron, pasó por aquí, mas como no se detuvo ni nos habló, ignoramos a que nación pertenecía. A ningún otro hemos visto hasta la venida de Vds.

Manifestamos nuestro intento de volver a Batete por otro camino. De Ureka, respondieron, parten varios caminos, para Olobe o Concepción, por Bokoko, para Riabba o Moka y para Balachá. El mejor y más corto para ir a Batete es el último. Los que van a Olobe y Bokoko son en extremo largos y peligrosos; los que suben a Riabba, así el que pasa por el lago Riobadda, como el que principia algo más allá del río Moaba, resultan difíciles y trabajosos por las escabrosidades y asperezas del terreno. Además Vds. como desconocen estos caminos y no tienen quien les guie corren riesgo de extraviarse y perderse en la selva. Así pues, les aconsejamos, continuaron, que se vuelvan por el camino que han venido. Pesadas razones nos decidimos regresar a Batete por el camino de Riokoricho de Balachá. Salímos de Mobbechuè acompañados de notable muchedumbre de personas que nos guió hasta el primer río, conforme nos habían prometido.

Aquí se despidieron de nosotros con muestras de mucho afecto y cariño deseándonos un feliz regreso a Batete, y se volvieron a sus labores. Seguimos nuestro viaje llegando a Riokoricho a las cuatro de la tarde. A nuestro arribo contamos a nuestro huesped que nos indicó el camino de Ureka, los percances del viaje, de los cuales se rió no poco; pues aseguró que ya los había antes previsto. Al siguiente día a las diez de la mañana estábamos de vuelta en María Cristina. A pesar de que nuestra expedición

A Ureka resultó infructuosa y nos cansamos en balde, los Misioneros de María Cristina no se acobardaron. En 1897 y en la misma época del año anterior los Padres Pedro Sala e Isidoro Abad pusiéronse nuevamente en camino en dirección a Ureka.

En su correría fueron más afortunados que nosotros pues en lugar de encaminarse a Mobbechué se dirigieron a Oromé, cuyo jefe los trató muy bien, dándoles alojamiento y alimentos mientras estuvieron allí. Volvieron muy contentos y satisfechos. En el año posterior 1898 y en la semana despues de la Epifanía hicimos otra vez idéntica caminata.

El P. Sala emprendió la marcha desde María Cristina y el suscrito la emprendió desde Musola, nos reunimos en Riokoritcho de Balachá y nos alojamos en casa de nuestro amigo Mommò. A la mañana tomamos la dirección de Oromé, cuyo bötùkku tan buen trato dió a los expedicionarios del año anterior. Nuestra estancia allí fue de cinco días. Los habitantes de Mobbechuè se enteraron al momento que los Padres se hallaban en Oromé y que uno de ellos estuvo dos años antes entre ellos, a quien mal trato dieron. Vinieron los principales a saludarnos y a darme mil satisfacciones, por la manera esquiva y desconfiada que usaron con nosotros. Me preguntaron por mi compañero, les dije que estaba en Corisco y me encargaron le enviase sus saludos y desagravios. Presentose también Rioko, que nos negó hospedaje, y preguntóme si conocía el bötûkku de Mobbechè. Contestéle: Tú mismo eres; y tú eres el farsante que para no darnos alojamiento, trataste de engañarnos, pretextando que el bötùkku estaba ausente, cuando tu mismo en persona hablabas; pero tu hijo, más noble que tú nos alojó en su misma casa. ¿De modo que Vds. conocieron entonces que yo era bötùkku? Te conocimos al momento, repliquele, pero disimulamos.

Partimos de Ureka a las siete y medía de la mañana y a las cinco de la tarde llegamos a Musola.

Después de la excursión de 1898 transcurrieronm algunos años sin que nadie se acordase de los urekanos. Allá por los años de 1904 y 1905 los Misioneros de Musola reanudaron las visitas a aquellas playas. Allí fueron entre otros PP. Aregall y Cirera, pero el que mayor número de viajes hizo a Ureka, por aquel entonces, fue el Hermano Francisco Porta.

El carácter de estas correrías no era principalmente religioso, por cuanto los urekanos rehuían de toda plática referente a religión, sino meramente amistoso, granjearse la benevolencia y confianza de aquellos zafios bubis y exploración de aquellos lugares todavía desconocidos. Ellas, no obstante contribuyeron grandemente a destruir las prevenciones que abrigaban contra el europeo y a ganarse el Misionero las simpatías y el cariño de los urekanos que eran el objeto y fin primariamente intentados.

Nuevamente dejóse pasar largo tiempo sin reiterarse las visitas a Ureka hasta enero de 1909 que las prosiguieron las personas de la Misión de Concepción. El primero de aquellos misioneros que emprendió viaje hacia el sur, fue el P. Pedro Galarza, partió de Concepción el 12 de enero y le acompañaban dos colegiales. El 18 del mismo mes volvía de allí muy contento y satisfecho de aquellas gentes. En marzo del mismo año hizo una nueva correría y se atrevió a hablarles de cosas pertenecientes a la religión cristiana que ellos oyeron atentos y con admiración. Dos meses más tarde los urekanos enviaron una comisión a Concepción a fin de exponer sus anhelos principales que se reducían a tres: 1º Reunirse todos los habitantes de la comarca en un solo poblado. 2º Dedicarse al cultivo del cacao como ya habían hecho otros bubis. 3º Tener con ellos habitualmente un Padre que los instruyese y civilizase.

Para más fácil consecución de sus ardientes deseos se comprometían a construir habitación cómoda para el Misionero, a fabricar una embarcación capaz y segura y llevarlo ellos mismos a Ureka y traerlo a Concepción en la misma. Se les animó a proseguir en sus buenos deseos y prometióseles que se les complacería en todo según las posibilidades.

El día 7 del siguiente mes de junio mandaron aviso que tenían terminada ya la casita para el Padre; mas la muerte inesperada del propio padre Galarza acaecida el primero del propio mes impidió pòr entonces acompañar a los avisadores urekanos hasta allá. Vino a llenar la vacante el P. Francisco Onetti misionero entusiasta y de grandes bríos. Embarcóse en el bote de la Misión el P. Onetti con rumbo a las playas de Ueka a mediados de enero de 1910 en cuya compañía fueron el R.P. José Horrit superior de la Misión de Concepción y el Hº Salvador Puig y unos catorce braceros. Estuvieron allí cuatro días y se volvieron también por mar a su residencia, menos el P. Onetti que permaneció en Ureka hasta fines de febrero enseñando y catequizando a aquellas gentes hambrientas de oir la divina palabra.

En todo ese año no se hizo otra visita a aquel poblado, hasta el 25 de enero del siguiente año 1911 en cuya fecha el padre Onetti salió de nuevo en el bote de la Misión para allá. En esta ocasión empezaron los urekanos a abrir fincas de cacao, enseñándoles el mismo Padre la manera de plantarlo, cultivarlo, cosecharlo, fermentarlo, secar y dejarlo bien dispuesto para embarque y siguiendo fielmente las indicaciones y enseñanzas del Padre.

Habían prometido los urekanos fabricar una embarcación exclusivamente para el Padre y fieles a su promesa, puisieron manos a la obra y a los dos años habían labrado un grande y seguro cayuco de once metros de largo por más de uno de ancho. Luego de fabricado se fueron con él a la playa de Concepción en busca del Padre. El 20 de marzo de 1911 se presentaron los tripulantes en la Misión diciendo que venían por el Padre y que en saquella misma bahía tenían un hermoso cayuco para llevarlo a Ureka. Con sentimiento de ambas partes, graves obstáculos impidieron al P. Onetti embarcarse con ellos. Obstáculo fue la urgente precisión de subir a Riamba y la pronta partida para el noroeste de la isla a fin de dar comienzo a la nueva reducción de Basuala y también el estado muy delicado de salud del Rdo. P. Superior de la Misión.

El padre Onetti ultimados ya los trabajos de Riamba y Basuala, partió con Santiago Ripani para las playas urekanas, volviendo a Concepción después de unir en santo matrimonio a una pareja el 17 de mayo , Santiago Ripani quedóse allá como catequista a fin de continuar la labor comenzada instruyendo y catequizando a los buenos urekanos. Ripani permaneció allí unos seis meses, dejándo entre aquellas gentes muy buenos recuerdos y con muchísimo sentimiento de las mismas víose forzado a abandonarlas, pues deberes para él mucho más graves reclamaban su presencia en Concepción. La labor de Ripani en Ureka fue muy meritoria y fructuosa, pues en la visita siguiente el P. Onetti ya pudo hacer setenta cristianos, dejando a otros muchos ansiosos de ser regenerados con las aguas bautismales para el otro tiempo no lejano por cuanto su instrucción en las verdades de la fé no era todavía completa.

En septiembre de 1911 el P. Onetti fué destinado a la Misión de Musola y luego más tarde a la de San Carlos continuando no obstante la reducción de

Ureka, de ahí que la jurisdicción de la predicha reducción pasase a Musola y después a San Carlos. En octubre de 1913 pasó el padre Onetti de San Carlos a la Misión de María Cristina y el P. Capdevila se encargó de la reducción hasta el mes de mayo de 1914. El P, Capdevila en los diferentes viajes que hizo a Ureka, trajo de alli varios niños para el colegio de San Carlos.

En dicienbre de 1913 el Illmo. P. Coll hizo la visita pastoral al poblado de Ureka fue allá en la lancha de la Misión y le acompañaba el actual Vicario Apostólico, Illmo. P. Nicolás González. Algunos días antes habían partido para allá pasando por Balachá los P.P. Onetti y Capdevila a fin de preparar a los cristianos a la visita episcopal y la digna recepción del sacramento de la Confirmación. El Illmo. P. Coll sintió indecible consuelo al hallarse entre aquellos sencillos neófitos, confirmó a los bien dispuestos y preparados, exhortólos a la perseverancia en el bien comenzado y se volvieron todos los Padres en la misma lancha muy contentos y complacidos de la ingenuidad y candor de aquellos cristianos

El P. Onetti con tal cariño y desinterés trabajó por el bien temporal y eterno de los urekanos, que captóse naturalmente la afición y simpatías de los mismos y de ello dieron muestras e indicios de una manera pública y solemne.

He aquí como los describe el Illmo. P. Coll con su estilo festivo e ingenuo en una carta dirigida a un misionero de la península en 13 de marzo de 1911. "El P. Onetti tan bien lo supo hacer en Ureksa que los bubis le graduaron de bötùkku con todas las ceremonias del ritual bubi, incluso sentarse en la piedra quie según ellos, fue primera en que descansó el primer bubi que desembarcó en la isla. Pues bien, este excelentísimo señor bötùkku a construido también, una capilla para sus batákkis vasallos."

En carta de 31 de mayo del mismo año, dice " El padre Onetti comenzó ya a bautizar en Ureka y lleva 70 cristianos. Quedan más preparados para recibir el santo bautismno, que será cuando pueda volver. Le han hecho un hermosisimo cayuco de caoba digno de un bötùkku y con él le van a buscar a la Misión cuando es factible el viaje por mar. Les indicó que para comprar una campana hiciesen aceite de palma, a los pocos días ya tenían una multitud de cubas dispuestas, muy suficientes para comprar una buena campana. Todo esto prueba muy a las claras el grande ascendiente y predominio que el mencionado Padre con su rectitud, prudencia y buen trato logró sobre aquella gente, que no era capaz de comprender, hubiera en el mundo personas que, con tanto tesón, desprendimiento y amabilidad se sacrificasen para el bienestar de sus semejantes."

En la última visita que hizo a Ureka el P. Onetti eligiese el solar para la nueva capilla, preparándose los materiales para la misma y se levantó un edicio escuela. ¡Lástima grande! Que debido a los continuos cambios de personal por causa de enfermedad fuese imposible visitar a los cristianos de Ureka por espacio de tres años de 1914 a 1917. Así el P. Capdevila, como el P. Onetti por efecto de trabajos pesados y grandes cansancios enfermaron de gravedad y los Superiores viéronse forzados a trasladarlos a la Península.

Transcurridos tres largos años sin que Misionero alguno por defecto de personal, visitara Ureka y viendo el bötùkku ausencia de los Padres tan dilatada venía a parar en gravísimo daño de sus vasallos despachó a mediados de marzo de 1917 cuatro hombres a la Misión de San Carlos con el fin de lograr que algún Padre volviera allá de nuevo. Fue enviado a Ureka el P. Pablo Pujolar, misionero celoso, incansable y de grandes energías. Partió de San Carlos el día 12 a la tarde, pernoctó en Riokoricho de Balachá arribando a aquellas playas a las tres de la tarde del siguiente día. Halló aquella Reducción en el estado más lastimoso y deplorable que imaginarse puede en todos los sentidos. En la moralidad de costumbres los cristianos no se distinguían de los infieles. Allí las uniones ilícitas, allí las superticiones más estúpidas y amuletos por todas partes, en sus cuerpos, casas, caminos y fincas.

Se habían vuelto en extremo huraños, recelosos y desconfiados y aún los pocos buenos y de corazón recto estaban abatidos y acobardados. Oíanse frecuentemente estas desoladoras reclamaciones: Los Padres nos han abandonado totalmente, ¡ya no nos quieren! Se han olvidado por completo de Ureka. El buen Padre hizo esfuerzos supremos y heróicos a fin de levantar ánimos tan extremadamente abatidos y desalentados, consiguiéndolo con muchísima pacienca, constancia y cariño. En lo material Ureka era un campo asolado, la antigua capilla derrumbada, la escuela y casita del Misionero sin nipa y las paredes enteramente roídas y comidas por el comején. Los objetos del culto casi inservibles y el modesto menaje del Padre repartido entre los indígenas que lo empleaban para sus usos pesonales y la mayor parte de ellos destrozados.

El padre se alojó y acomodó como pudo en casa de Carmelo Monla y erstudió el plan para la restauración de aquel pueblo, digno de mejor suerte. Diariamente celebraba la misa a la seis de la tarde. Después de la cual seguía una larga instrucción catequística, a las ocho escuela a todos los niños de ambos sexos, enseñándoles a leer, los rudimentos de nuestra fe, las oraciones más comunes que debe saber todo buen cristiano y cánticos religiosos sencillos, a las tres de la tarde catecismo a las mujeres adultas y finalmente a la seis y media rezaban todos en común el santo rosario que terminaba con algún cántico religioso. Con esta práctica constante logró reanimar y cambiar el estado moral de los urekanos que parecía haber pasado de muerte a vida. El espíritu de las tinieblas que notaba con envidia la transformación que la gracia obraba en aquellas gentes y el aspecto diferente que se onservaba en el poblado, empleó todas sus mañas y artificios para derrocar la obra en sus principios. Por aquel entonces los urekanos estaban construyendo un hermoso cayuco de once metros largo por uno de ancho, y como ellos solos no pudiesen arrastrarlo a la playa parta botarlo al agua, llamaron en su ayuda a los bubis de Riamba o Moka. Acudieron al llamamiento unos cuarenta baambas. Para hacer a los forasteros grata su estancia en Ureka, los urekanos celebraron grandes y solemnes fiestas a la antigua usanza de que gustan tanto los baambas. Durante aquellos días se renovaron las superticiones de sus antepasados, que estaban allí casi olvidadas; allí invocaciones a las almas de sus abnuelos, cánticos diabólicos, fuego sagrado, agua del bonohá, baíles impúdicos, imprecaciones a los espíritus malignos, aparecieron nuevamente amuletos, que aquello parecía que el infierno se había trasladado a Ureka.

Durante estas orgías y fiestas diabólicas se vió precisado el Padre a permanecer retirado en casa y rezar privadamente el rosario acompañado de algunos niños. Una vez idos los bubis de Moka el Padre llamó a los urekanos a una gran junta, a la que acudieron todos. Allí el Padre los reprendió muy seriamente y afeó con palabras gravísimas su escandaloso comportamiento, pues por agasajar a los bubis de Moka, insultaron a Dios, y a la religión cristiana, despreciando y quebrantando las promesas solemnes hechas en el bautismo, volviendo a las superticiones de sus mayores que fueron esclavos de Satanás. Reconocieron su pecado pidieron indulgencia y perdón, imploraron del Padre ayuda contra las vejaciones que sufrían de los baamba y declararon pública y solemnemente que deseaban depender directa e inmediatamente del Gobierno español a fin de librarse de la dura servidumbre de Malabo y Bioko.

Visto su arrepentimiento sincero exhortóles a la reconstrucción de la escuela y capilla. A esto contestaron con resolución y firmeza: Nosotros edificaremos nuevamente la capilla, escuela y la casita del Misionero, si Vd. Nos promete que los Padres no nos abandonarán temporadas tan largas como la última que ha sido de tres años. El Padre les dio palabra que no se repetiría y al momento pusieron manos a la obra. Desbrozaron el solar de la antigua capilla, cortaron en el vecino bosque los postes, partieron el calabó y prepararon la nipa necesaria, de modo que en breves días levantaron una casita de piso con galería de 4 X 3 metros con promesa seria de que a la segunda vez que volviera allá el Misionero hallaría todos los edificios perfectamente terminados.

Los frutos prácticos de la visita fueron 50 confesiones, 40 comuniones, 6 bautizos, un niño para el colegio y el Status animarum de Ureka.

Temeroso el Padre de que en su ausencia abandonaran las obras, convocó a todos los cristianos a una junta magna, a la cual nadie faltó. Se trato en ella 1º que era muy conveniente que Ureka se emancipase de Malabbo en lo referente a los asuntos religiosos, 2º que las mujeres naturales de Ureka, residentes en San Carlos o en otros puntos de la isla, volviesen al lugar de su naturaleza; 3º que era preciso reunir cuanto antes los materiales necesarios para la edificación de la capilla y escuela; 4º que nombraran entre ellos una comisión que se encargara de ejecutar las órdenes del Misionero en sus ausencias.

Todos oyeron con entusiasmo los puntos discutidos y nombráronse los miembros de la Comisión que fueron: Antonio Buíchi, Francisco Moatiche y Nacimiento Mojei. Terminóse la sesión con el canto de la Marcha Real y con vivas a España y a Ureka. A la mañana siguiente el misionero despidióse de los urekanos y partió para San Carlos llegando a las seis de aquella misma tarde.

Pasados tres meses el mismo misionero emprendió nuevamente la marcha a Ureka, a pesar de ser época de mayores lluvias, salió para allá a la seis de la mañana arribando a aquellas playas a las cinco de la tarde del miso día. Los urekanos quedaron sorprendidos al ver al Padre, pues no lo esperaban por estar en una temporada tan poco favorable a expediciones largas y naturalmente, halló lo que ya se temía, que no habían cumplido nada de lo prometido. El Padre sin acobardarse, ni descorazonarse emprendió con nuevo tesón la instrucción religiosa y les solicitó a proseguir las obras abandonadas. Su constancia venció a la apatía y desconfianza bubi de tal forma que el 17 de agosto día de su nueva despedida pudo apuntar en su diario: Comuniones 75; primeras comuniones 15, bautismos, 3. Terminada una espaciosa escuela de 6 x 4 metros y 2 id. de puntal, armada y cubierta la nueva capilla de 11 x 6 ms. y de 4 ms. de puntal. A poco de su vuelta a San Carlos fue el mencionado padre trasladado a la Misión de Concepción, a fin de que sin abandonar el cuidado de los urekanos, extendiera su vigorosa acción a la parte oriental de la isla.

La tercera vez que fue a Ureka siguió el camino de Moka bajando por el potrero de la Compañía al río Moabá o de los Tiburones y a su vuelta a Concepción pasó por Arihá visitando los poblados cercanos a las playas del suroeste de la isla. La cuarta expedición realizóla por mar en bote partiendo de la bahía de Concepción a la seis de la tarde del 3 de diciembre arribando a la playa de Ureka a las cuatro de la mañana siguiente, gracias al auxilio de seis forzudos urekanos que bogaron toda la noche,. En esta ocasión se terminó la bonita iglesia y se desbrozó y niveló el lugar de la futura plaza de San Antonio, patrón del poblado.

El mismo 14 llegaron a Ureka las autoridades de San Carlos, con el objeto de reconocer aquellos parajes y de nombrar el nuevo alcalde o bötùkku del poblado. Entre los que formaban la comitiva figuraban el delegado Sr. Medinilla, el curador señor Loygorri y el director de sanidad, doctor Figueras. Fueron salvando el collado de Balachá. Convocóse a todo el poblado en la plazuela situada enfrente de la casita del misionero El señor Medinilla leyó en alto voz el oficio de nombramiento y entregó al nuevo alcalde una bandera española como representante del Gobierno español en aquel poblado. El nombramiento recayó en el simpático joven Bernardo Siabí, instruido y educado por ls misioneros españoles, el cual al estrechar la bandera entre sus manos levantóla en alto y saludola con un estusiástico ¡¡ Viva España!! Luego presentola a sus paisanos, los cuales desfilaron por delante de ella besando sus pliegues.

Acto seguido el señor delegado repartió algunos regalos consistentes en camisetas, tabaco, cachimbas y cigarros puros a los hombres y a las mujeres batas, metros de tela, sortijas, collares, brazaletes y pendientes.

Los urekanos supieron corresponder muy noblemente a tan señalada y distinguida visita proveyendo abundantemente a los europeos y su numeroso séquito de todo lo necesario.

El señor Delegado y su noble comitiva el 17 abandonaron las playas del sur, despidiéndose muy afectuosamente de los buenos urekanos. Para volver a San carlos tomaron el camino de Moka pasando por Arija y bajando luego por Musola. El pueblo en masa los acompañó hasta el río Moaba y los mozos hasta las alturas de Moka.

El 31 del mismo corrió por Ureka la fausta nueva de qu el M.R. P. González entonces provincial, acompañado del P. Quiroga había embarcado en la playa de Concepción en un frágil cayuco con dirección a aquellas alborotadas playas con el fin de administrar, en la festividad de Año Nuevo, el sacramento de la confirmación a los cristianos que no lo estuviesen y tomar vistas de los pintorescos y amenos paisajes que tanto abundan en la parte meridional de la isla.

Los jóvenes urekanos decidieron pasar la última noche del año en vela por si divisaban el cayuco y encendieron fogatas a fin de orientar a los bogadores; mas resultó en vano. A las ocho de la mañana siguiente vislumbraron un grande cayuco que se dirigía a una de las peores playas urekanas y estaba tan alborotada la mar que al intentar atracar volcó la embarcación. Corrieron los urekanos en su auxilio, sacaron el cayuco a la playa y recogieron la carga. Se les preguntó por los Padres a los remeros y estos contestaron: ayer el cayuco naufragó cerquita de la playa, los Padres y la carga se mojaron, los Padres temieron continuar la travesía por mar, nos ordenaron proseguir viaje y ellos se quedaron en tierra. Actualmente ignoramos su paradero, pero creemos que están viniendo hacia aquí.

Este sencillo relato alarmó extraordinariamente a todo el poblado y el jefe al instante mandó que una docena de mozos partiera en busca de los Padres. Llegados a Arijá se enteraron de que los Padres habían pasado por allí rumbo desconocido. Los mozos tomaron el camino de la punta Santiago, desde la cual divisaron a lo lejos a los Padres, que en aquel momemto llegaban a las playas del sur. Corrieron todos a porfía a besar la mano de los Padres y darles la bienvenida. Estos los recibieron emocionados al advertir las extraordinarias muestras de contento y alegría de aquella gente por la visita a su apartado pueblo.

Serían las tres de la tarde cuando arribaron a Ureka en extremo fatigados. El pueblo en masa salió a recibirlos a fin de darles el parabién por haber llegado a Ureka con toda felicidad y enterarse de lo ocurrido.

El percance sucedió de la manera siguiente. Por aquellos días hubo una mar extremadamente movida, al aproximarse nuestros viajeros a la punta de Santiago no se atrevieron a doblarla y en consecuencia determinaron desembarcar en la playa denominada Roñua y continuar su camino por tierra; pero el desembarque verificose con tan mala suerte que al arrimarse a la ensenada dos descomunales olas dieron la vuelta a la embarcación yéndose todos al agua, malográndose todo el material fotográfico que consigo llevaba el P. Quiroga. Menos mal que no hubo desgracias personales y que todo se redujo a un desagradable baño y al subsiguiente susto. Recogieron, como mejor pudieron, el equipaje y demás carga, y repuestos ya del susto y de nuevo dispuesto convenientemente el cayuco mandaron a la tripulación reanudar el viaje marítimo con rumbo a Ureka, quedándose los Padres en tierra. Pasaron la noche junto a la desembocadura del río Ilachi y luego de mañana subieron a Arijá con el fin de pedir un guia que los condujera con seguridad a las playas de Ureka. Mas la desgracia nunca viene sola, al ver aquella gente que los Misioneros se encaminaban a su poblado abandonaron sus casas huyendo como despavoridos antílopes a esconderse en el bosque. En tal apuro resolvieron seguir el primer sendero que les llevara a la playa, en donde los hallaron los mozos que habían ido a su encuentro.

Los padres permanecieron en Ureka dos días escasos y a la mañana del tercero despidiéronse de aquella buena gente emprendiendo la marcha de regreso. Pasaron de nuevo por Arijá y desde aquí subieron a las altas planicies de Riabba. A la llegada a Arijá uno de los muchachos del acompañamiento hizo observar que siendo ya tan tarde era imposible arribar de día a Moka y que lo prudente era pasar la noche en Arijá. Desoyeron los prudentes consejos del chico achacándolos a la pereza y falta de ánimo de continuar la marcha. El chico quedose en Arijá prometiéndoles encontrarse con ellos al día siguiente en Moka. Los demás prosiguieron la penosa subida a Riabba con ánimos de llegar a las alturas al anochecer, mas por mucho que hicieron no lo consiguieron. Les alcanzó la noche, que fue tenebrosísima, forcejeando por obtener la cumbre, y careciendo de lámpara y aún de fósforos aptos para encender fuego viéronse forzados muy a pesar suyo, a hacer alto y acurrucarse en el mismo sendero pasando una mala noche como deja a entender.



A la mañana el muchacho que se quedó en Arijá, pasando por un atajo conocido solo de los indígenas de la zona, llegó mucho antes a Moka que los que durmieron al sereno en las estribaciones de las montañas del sur.

En este año de 1918 se visitó tres veces a la gente de Ureka. En la primera, que fue en abril, presentaron algunas niñas para ser bautizadas, a lo cual se habían negado siempre tenazmente; seis de ellas fueron enviadas al colegio de las religiosas de Basilé e ingresaron doce muchachos al de Concepción. En la segunda se abrió nuevamente el camino de Ureka a Moka que pasa junto al lago Riabadda durantes años abandonado y cerrado. Por este camino no se eucnetra ningún río, es relativamente corto, pero sumamente fatigoso. A las seis niñas urekanas de Basilé, a los pocos meses, se les permitió visitar a sus respectivas familias, de las cuales solo tres volvieron al colegio, siendo regeneradas en las aguas bautismales el Sábado Santo de 1920.

El 23 de febrero de cinco a seis de la tarde el bote de la Misión Católica de Concepción, hízose a la vela con rumbo a Ureka, llevando al R.P. Superior Isidoro Abad, que hacía ya más de 22 años que no había estado allí llegando a las dos de la misma noche, después de una feliz y próspera navegación. Se colocaron las puertas y ventanas y quedó la capilla dispuesta para los actos del culto. Al atardecer del día 26 bendíjose solemnemente la imagen de San Antonio de Padua, patrón del poblado, y en la misma mañana del 27 procediose a la bendición de la capilla y hubo misa solemne. Por la tarde efectuose una procesión muy lucida a la que acudió todo el pueblo paseado la imagen del Santo Patrón por las cercanías del poblado y presidida por el R.P. Abad. El primer de marzo el R.P. Superior y P. expedicionario se embarcaron para Concepción, partiendo de Ureka a las ocho de la mañana arribando a la bahía de Biapa a las tres de la tarde. En julio y pasando por el camino del lago, a pesar de las lluvias torrenciales de la estación visitó el Padre nuevamente a sus queridos urekanos. Investigó quienes habían dado palabra de matrimonio, averiguó la existencia de algún impedimento que obstase a la legítima unión y a los que halló libre los unió canónicamente.

Se preparó el material de la futura escuela que debía constar de dos espaciosos departamentos, uno para los niños y otro para las niñas. Debido a la desidia y poco interés de los indígenas un tornado derribó este edificio que tantos sudores y fatigas ocasionaron al padre misionero. Últimamente se tenía la escuela en la casita del Padre. El 9 de diciembre a las siete de la tarde zarpó nuevamente el bote de Concepción llevando los barriles de cemento necesarios para pavimentar el suelo de la capilla arribando a la playa de Ureka a las tres de la madrugada. Avisose de antemano a los urekanos la salida del bote y a pesar de esto el arribo del bote los cogió desprevenidos por creer que la travesía sería más larga; pues en este viaje no iba ningún urekano como guía práctico. De San Carlos partieron igualmente para Ureka los R.R. P.P. Segarra y Aguado acompañados de algunos albañiles para dar remate a las obras de la capilla. Se entarimó el presbiterio, se cementó el cuerpo de la misma. Se hizo la mesa del altar y se labró un sencillo pero bonito retablo. Los padres de San Carlos después de terminadas las obras volviéronse a su residencia quedándose allí el P. Pujola a fin de solemnizar y pasar las próximas Navidades con sus feligreses.

Las Navidades resultaron muy felices y animadísimas, a la mañana acercose bastante gente a a recepción de los santos sacramentos, a misa mayor asistió todo el pueblo y todos adoraron la imagen del Niño Jesús. Luego se repartió mucha carne de venado que tanto abunda por aquellos bosques.

Una prueba de lo andadores que son los urekanos. En la vigilia de Navidad y todavía carecían de la imagen del Niño Jesús para el día siguiente. Se enviaron dos jóvenes a Batete con el fin de pedir una a las reverendas Madres y a las siete de la tarde estaban de vuelta a Ureka. En doce horas y por pésimos caminos recorrieron dos veces el larguísimo trayecto que media entre Ureka y Batete sin manifestar el menor cansancio.

El 4 de enero de 1920 recibieron el santo Bautismo seis adultos los cuales el mismo día hicieron su primera comunión. En esta época de la gente menuda urekana, permanecían sin bautismo solo un niño y dos niñas. En tal periodo de tiempo había allí una casita para morada del misionero, una especie de capillita y dos escuelas para niños y niñas respectivamente, existían 130 personas bautizadas, 51 confirmadas, 2 matrimonios canónicos, 5 sepulturas eclesiásticas y asistián a las escuelas 35 niños y 26 niñas.

Por este tiempo y por orden superior la redución de Ureka dejó de pertenecer a la jurisdicción de la Misión de San Carlos. Desde que Ureka depende nuevamente de San Carlos han visitado aquella reducción diferentes misioneros.

El primero fue el andador P. Celestino Mangado, siguiole el P. Vicente Aguado, que trabajó muchísimo por el bien espiritual y temporal de los urekanos. Perfeccionó la nueva escuela y adornó con gran gusto y arte la Capilla, bautizó diez niñas y una adulta y otras obras notables que sería largo de contar.

Han continuado la administración de Ureka los PP. Ulibarrena, Montolíu, Sales y Aymemi.

Los urekanos en general se han señalado en el afecto y respeto al misionero; mas entre todos son dignos de mención: Santiago Posa, Bernando Siabú, Francisco Moatiche, Nacimiento Mojei, Richer y Antonio Buichi. A Bernanrdo Siabú se debe que el bote no quedara hecho astillas en abril de 1918. Al salir el bote de la Misión de Ureka para Concepción, dos golpes de mar llenaron el bote de agua y arrojaron los boteros arena hallándose a merced de las enbravecidas olas sin que nadie se atreviera a acercarse a él. El padre animaba a los bubis y boteros a salvar la embarcación, pero todos huían despavoridos; entonces Siabú desafiando la bravura de la mar se entra en ella y asiendo el bote por la popa con el peso del cuerpo y movimiento de los pies consiguió darle media vuelta y arrimarlo a la playa. Pero si los urekanos se han distinguido en el afecto hacia el Misionero, no puede negarse en punto a obediencia y lealtad al Gobierno de la Colonia llevan ventaja a todos los demás bubis de la isla; acuden siempre a la menor insinuación de la Autoridad y nunca faltan fiestas nacionales y a la recepción del señor Gobernador cuando visita la bahía de San Carlos.

Cuando a primeros de marzo falleció el bötùkku Francisco Kúkumo lo pusieron enseguida en conocimiento del señor delegado, el cual mandó allá al señor comandante de San Carlos a la elección del nuevo jefe que recayó en la persona de Santiago Posa.





(Finalizo el tema Ureka el la revista La Guinea Española de fecha 25.07.1926, habiendo iniciado en 1916 la búsqueda de datos, quiere decir que he ido repasando número a número desde 1916 a 1926.)



MI COMENTARIO



Ureka para los europeos que hemos vivido en la isla, siempre ha sido nuestro deseo visitar esa fantástica zona sur de la isla. Totalmente diferente al norte Santa Isabel ( Malabo), un régimen de lluvias de los más altos del mundo, ausencia de carreteras, playas con zonas acantiladas donde vierten con orgullo sus aguas los ríos y riachuelos de la región, como si fueran cascadas orgullosas de su caudal. Tortugas de carey que vienen a desovar cientos de huevos a sus playas y ocultan moviendo sus aletas inútilmente su fecundación. Sus habitantes grandes cazadores y atrevidos marinos viven del intercambio no conocen ni tiendas ni servicios, es pura naturaleza. De los nueve poblados que había en la mitad del siglo XIX se pasó a principios del XX a dos poblados Arijá y Mobbechuè, ya entrado el silo XX se redujo a uno, San Antonio de Ureka.

Sus enbravecidas aguas advertían de su peligro a los navegantes y por ello la mayoría de excursiones se hacían por tierra, bien por el camino de Riabba, por el de Balachá y el menos usado el de Concepción. El hacerlo por mar finalizaba como el del padre Quiroga en 1918, naufragio y perdida del material. En mis primeros años de Guinea, tal vez en 1943, vino una productora a filmar reportajes sobre Guinea Hermic Films y su director Manuel Hernández Sanjuán junto con el delegado de Industria de Guinea don Eduardo Cárcamo y su esposa Pilar fueron a Ureka a filmar, supongo yo, la llegada de las tortugas a sus playas. Naufragaron y según rumores de la gente, gracias a Pilar que era una magnífica nadadora se salvó más de uno. Creo que el material fotográfico se perdería.



Fernando el Africano



termino este trabajo el 22 de Septiembre de 2011