jueves, 5 de julio de 2012

FERNANDO EL AFRICANO-NOVELA-XXVI







LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL LLEGA A GUINEA


En 1943 o principios de 1944, el Gobierno de España, entendiendo que la isla podía ser ocupada por los ingleses para hacer una base de abastecimiento de los barcos que patrullaban el Atlántico, y también para evitar que en el puerto natural que era la bahía se refugiaran submarinos alemanes, o como se dio el caso, de que se llevaron los ingleses un transporte de otra nacionalidad que estaba atracado en el puerto, el Duquesa de Aosta, destinó dos compañías de tropa para proteger la isla, una de ellas eran los Tambores de Ifni, moros la mayoría, y el que en una población tan reducida como la isla llegaran mil y pico de militares, se notó. Anteriormente los únicos militares que había en la isla era la Guardia Colonial nativa, con oficiales blancos pertenecientes en la mayoría de casos al ejército español. Este cuerpo sustitución de las fuerzas de infantería de marina que desde 1869 guardaban aquellas tierras, como tal Guardia Colonial fue creado por reglamento aprobado el 12 de Diciembre de 1907; posteriormente se tomó la iniciativa de volver a la costumbre que existía en otros tiempos, de tener permanentemente un cañonero o fragata de guerra con base en el puerto, que dio lugar a casos curiosos, como por ejemplo que unos marineros de una dotación nueva llegada a esas tierras, al ver que todo el mundo pagaba con el consabido vale, se fueron al campo hausa y se acostaron con unas nativas, y a la hora de pagar les extendieron un documento que decía: Vale por un chiqui-chiqui (en castellano :coito, polvo), y éstas al día siguiente fueron al cañonero Dato anclado en el puerto, entregando el documento al oficial de guardia con la sana idea de cobrar sus servicios profesionales.

El comandante al que le contaron la historia, en su fuero interno, se estaría carcajeando, pero por fuera, adoptó una postura de seriedad, y de evitar precedentes , así que estimó que era necesario castigar ejemplarmente a los culpables, y a tal fin con gran solemnidad, hizo formar a toda la tripulación para que ellas reconocieran a los ingeniosos. Cuentan que al verlos con el uniforme blanco todos formados en cubierta, fueron pausadamente mirando uno a uno a todos aquellos blancos que así vestidos parecían gotas de agua, los encontraron a todos iguales, y tomaron la decisión de escoger a tres de ellos, que no habían intervenido en el asunto, pero que pagaron, nunca mejor dicho, justos por pecadores. Tal vez los hubieran conocido en sus partes íntimas, pero no era cosa de poner todos los marinos en pelotas, cuadrados y saludando a su comandante.

A los soldados traídos para reforzar el dispositivo de defensa y protección de la isla los alojaron en unos cuarteles establecidos en los locales en Punta Cristina, en la misma capital; pero ello presentaba muchos problemas, tanto para la población indígena que observaba comportamientos no muy correctos para la idea que tenían de los blancos, como incluso para la población blanca con pequeños enfrentamientos, altercados y mala imagen, aunque esto en menor medida.

El mayor problema era la salud, al vivir en condiciones no recomendables en un país tropical, tales como temperatura alta en las viviendas habilitadas en barracones cuyo techo era chapa de zinc, mal ventilados, que pertenecían a los almacenes de Obras Públicas, sin mosquiteros en los dormitorios, ni cristales en las ventanas, donde por las noches eran cosidos a mordiscos de los insectos, ya que en Guinea los mosquitos no pican, muerden. Murieron muchos de enfermedades tropicales y accidentes con los camiones, el Gobierno de la isla optó por levantar un campamento cuartel en Musola, donde había existido una especie de balneario del que se conservaban las estructuras, en una zona tranquila a quinientos metros de altitud sobre el nivel del mar, básicamente porque a ese nivel la vida era más saludable y además al estar aislados en esa zona, no presentaban problemas con los nativos, especialmente en el tema de mujeres. A esa zona se destinó el grueso de la tropa, y en los barracones descritos, quedó una especie de reten de guardia. Imagínense a trescientos o cuatrocientos soldados que después de arriar la bandera los sueltan en manada y se dirigen al Campo Yaundé donde viven unas setecientas u ochocientas mujeres, de las cuales la mitad como máximo están en edad de merecer. Eso era una batalla entre los soldados y los varones de ese barrio, y aunque la sangre no llegara al río, era motivos de peleas, luchas y cultivo de peores frutos. Los militares musulmanes edificaron el primer y único cementerio de su religión que hubo en la isla, junto a los barracones de la tropa en Musola, rodeado de una tapia y con almenas a los lados como si fuera un pequeño castillo.

Mi madre regentaba un restaurante para negros, y mis tías Cloti y Antonia los otros dos que había en la ciudad. Dado que las tropas empezaron a venir a comer a estos restaurantes y el gobierno no deseaba mezclar a la tropa con el restaurante para nigerianos, evitando roces, mi madre puso otro comedor separado para militares, aunque en realidad el negocio era de un tal Girons y mis padres trabajaban doce horas y cobraban como una. Me llamó mucho la atención de que los moros, si íbamos a darles pollo, mandaban a un oficial o persona muy determinada, que entraba en el gallinero, y él personalmente mataba al animal degollándolo, dejándolo sangrar por el pescuezo, aquello a mi corta edad me impresionaba mucho, ya de mayor he sabido las razones del ceremonial tan estricto. Estos comedores para nativos que por un precio módico creo que una peseta, podían adquirir comida en sus desplazamientos a la capital de la isla, donde se celebraban todos los contratos y liquidaciones laborales fueron cerrados por orden gubernativa, para dárselos a una morena de origen nigeriano, por motivos muy extraños, ya que ella lo solicitó al Gobierno con la excusa de que un blanco no debía tener ese tipo de negocio en el que el blanco era el sirviente del negro y ella lo llevaría con mejor calidad de comida y servicio, pero, en realidad, pensando que iba a ganar mucho dinero. Cuando al cabo de unos meses cerró el restaurante en vista de que era un mal negocio con mucho sacrificio personal, sus paisanos se quedaron sin comedores en la isla, de lo que se deduce que el trabajador siempre sale jodido cuando se toman medidas drásticas para beneficiarlo. Hay que meditar las cosas, y oír a las dos partes. Existían otros restaurantes indígenas pero estos estaban normalmente ubicados fuera del centro de la ciudad, en los barrios de Yaundé o San Fernando. 

Independientemente de que el Gobierno español, cada vez que tomaba una medida pensando favorecer a los negros lo hacía al contrario de la lógica, como siempre a lo largo de la historia sin analizar el tema o asesorarse con personas experimentadas. En cuanto llegaban a la isla los gobernadores, más bien virreyes y veían el poder que ostentaban y lo lejos que estaba el Gobierno central para controlarlos, se desmandaban, tal vez pensando que lo hacían bien, pero en muchos casos con los calores les entraba la diarrea mental. (Una que piensas una que…), como en todo ha habido personas que han desarrollado su labor maravillosamente e incluso han sucumbido a enfermedades mortales conscientes de su sacrificio. Dicen que la excepción confirma la regla y nunca mejor dicho en este caso.

Varias veces los oficiales de las tropas destacadas en Guinea me llevaron con sus camiones a Musola, para que conociera el campamento precioso que hicieron de barracones de hierro y madera, pintados de verde, levantados sobre el suelo con pilares, para evitar humedades y bichos, especialmente reptiles, se aprovechó algunas edificaciones que habían sido el efímero sanatorio de esa zona.  También me llevaron a ver las aguas sulfurosas que había cerca en Mioko, que salían calientes a burbujas del subsuelo, aguas que en su tiempo los misioneros montaron una fábrica de embotellado de las aguas medicinales, cuya carga trasladaban a lomos de un burro hasta la bahía de Concepción, siendo allí embarcada en un bote de la misión con destino a Santa Isabel. Esas aguas : con sus emanaciones de gases sulfurosos, la niebla propia de esa región, algunos animales muertos en sus cercanías, la fetidez de la zona me produjeron la sensación de estar en el vestíbulo del Infierno, hasta que observé que con un  vaso bebían de sus aguas y no se quemaban, me hicieron catar el líquido y no me agradó, pero decían era muy bueno para la salud. No me atreví a acercarme al borde de aquel pequeño estanque de amarilla tonalidad, pero me quedé más tranquilo cuando emprendimos el retorno a Musola.

Una parte del recorrido hasta la playa de la actual Riaba, todavía conserva el nombre, como “la Cuesta de los Burros”. Se cerró por no ser rentable su comercialización, en parte dada la escasa población blanca de aquellos tiempos, y ser  oneroso el acarreo de la mercancía. Por ser tan buena zona para tal fin, había sido utilizada la misma como balneario, con sus aguas medicinales y termales cercanas. Su clima, que obligaba a dormir con manta por la noche o por lo menos arropado, era apreciado por los colonos al llegar y tener esa sensación tan dispar a los calores de la capital. El único inconveniente era la niebla; en las primeras horas del día y a partir de las seis de la tarde, caía una intensa niebla que iba descendiendo desde el valle de Moka al de Musola, cubriendo toda la extensión con su manto húmedo y tenebroso, invitando a refugiarse en los barracones militares. Esa región es muy abundante en lluvias y en torrentes caudalosos, por ello cerca se instaló una central eléctrica que proporcionaba luz a Santa Isabel.

Existen muchas tradiciones en los pueblos de la zona, que el  espíritu de sus aguas, curaban enfermedades, tanto es así que en la viruela de 1921, los bubis de Moka estaban seguros de que la epidemia no podía pasar, ya que Bioko, les garantizó que les defendería de esa plaga.
Hay muchos manantiales de aguas minerales en la Isla, en Riaca, otras cerca de Baney, y los aborígenes  conocen su aplicación, pero la atribuyen al poder que le confieren los espíritus y el agua solo pertenece a parte del ceremonial sin apreciar su valor intrínseco.
 
Recuerdo un bolero o habanera muy conocido que cantaban los soldados que estaban destacados en Fernando Poo. Estas son estrofas de la canción:

Zarpamos con el Simancas con rumbo a Fernando Poo
Con alegría y optimismo por llegar al Ecuador
Atracamos por la tarde, se observó la capital
Cual murallas defensoras que se alzaban en la Catedral
Te lo juro y no te miento, te lo juro y no te miento
Vente para la Guineita y te volverás loco al momento

Allí entre casas de nipa tenemos que convivir
Con los mosquitos, bichos raros monos y titís

Te lo juro y no te miento, te lo juro y no te miento
Vente para la Guineita y te volverás loco al momento

Aquellas chicas de España, ya no las podré contemplar
Y a cambio de una mininga me tendré que conformar

Te lo juro…


Fernando García Gimeno     Barcelona a  5 de julio 2012

miércoles, 4 de julio de 2012

FERNANDO EL AFRICANO-NOVELA-XXV


 Excursión a Likomba( Camerún Inglés) a jugar a fútbol

                          NUEVA CASA

             En estos años, habíamos iniciado nuestra primera casa en unos barracones de chapa, luego pasamos a unas casas como si fueran chales adosados, que se encontraban detrás de la factoría del Barato, propiedad del libanés Nauffal donde al no caber todos, dormíamos solos mi hermano y yo, haciendo vida y noche mis padres en una habitación anexa a los comedores habilitados para los nativos y las tropas en un local justo frente al Barato. Pasados unos años al final volvimos a reunirnos en una casa de mayor superficie, nos mudamos a una casa de dos plantas, en cuya parte baja de cemento vivía la propietaria, nosotros habitábamos la parte alta y nos correspondía un barracón en la parte baja, además de un cuarto que daba a la avenida Beecroft, local que mi madre abrió como factoría, en el barracón independiente se instaló nuestro cocinero nigeriano Nelson que dirigía los fogones como el almirante debió controlar sus naves, lo único que había que vigilarle la despensa donde se guardaba la bebida, ya que cada vez que abría sus puertas celebraba el acontecimiento con un largo trago de Veterano, o Tres Cepas. Tal vez debido a su nombre militar, daba boato a todos los actos que celebraba, lo malo es que su ceremonial le obligaba algunos días a retirarse antes de terminar la comida, con la excusa de que le dolía la tripa. A la vivienda, mediante largas conversaciones amenizadas por el pequeño incremento del alquiler y algunos obsequios de vino y licores, se le adjudicó el derecho de usufructo de un jardín donde en  parte de él, se construyó un gallinero para nuestro uso y beneficio de algún desaprensivo vecino. En estas conversaciones como abogado defensor de la propietaria intervino el nunca bien ponderado de su hijo José. 
 La propietaria Gabriela Bueko, tenía dos hijos, Gustavo y José, este último se dedicaba a escribir cartas pidiendo ayudas económicas , o instancias al Gobierno, con un estilo único; era tanta su aceptación, que los clientes para que les escribiera cartas tenían que hacer colas. Montaba una mesa de despacho y su silla debajo de la sombra de un enorme mango, redactando con su pulida letra y su dominio del halago cartas, instancias, solicitudes, pésames y lo que le echaran. Contaba con una especie de secretario que pausadamente seleccionaba los clientes por su importancia y se encargaba de cobrar bajo la atenta mirada de José, que por si acaso no perdía ripio. En cuanto bebía unas copas de más, lanzaba discursos políticos con gestos y ademanes dignos de admirar, a la par que agitaba unas hojas de nipa con las que se abanicaba de los calores y sofocos del clima y de los efectos del don Veterano, su más fiel oidor era el frondoso mango, que lo escuchaba sin mover una rama. Debajo del mango, además de hacer la vida diaria, servía de comedor y cocina tipo barbacoa para los muchos amigos y familia que venían a visitarlos, llegando los efluvios de sus picantes y aceites a nuestras pituitarias, que detectaban los platos de sardinas (Eraldo), las sopas de verdura como el bocaho, o las rosquillas (Chin-Chin) que hacían en formas y tamaños dispares, y que Gabriela siempre muy atenta pero muy levantisca, cuando deseaba un buen regalo, nos subía una fuente de ellas con la seguridad de que mi madre, le daría un buen premio en dinero, latas de sardinas u otros alimentos que no le daba corte solicitarlos, con la seguridad de que mi madre ni lo tomaría a mal, ni se lo negaría. En justa correspondencia cuando alborotaban mucho en el patio, mi madre le llamaba al orden y Gabriela imponía su autoridad, con gritos y con un bastón que agitaba con energía de matriarca de la zona y que más de uno, había probado su consistencia y la calidad de su madera en sus espaldas.
 
El hermano de José, Gustavo Watson vino años más tarde casado con una blanca y con su título de doctor en medicina. Trabajó en la redacción de la Constitución de Guinea como nación, para defender el pueblo bubi e intentar la independencia separada de la parte continental, teniendo cargos importantes y muriendo como todo lo que olía a intelectual en manos del asesino Macías, malhechor al que permitió la ONU llegar al poder y destruir una nación, en aras de la libertad para los pueblos africanos.

En esa casa vivimos nosotros veinte años en la parte alta, que era de madera. Mi hermano y yo teníamos una habitación conjunta cuya ventana daba a un hermoso mango, cuyas ramas se empeñaban en meterse por nuestra ventana de rejillas de madera y contraventana  de tela metálica como protección para los mosquitos y bichos que permitía pasar la luz pero no los bichos, si se tenía cerrada, aunque la verdad en el transcurso de nuestra estancia en esas paredes, los únicos animales que no entraron fueron los elefantes, unas veces se encontraban arañas peludas, otras ciempiés, y en algún caso alguna serpiente viajera. En las épocas de lluvia cuando se inundaba algún termitero, o tal vez por un proceso de protección a las hormigas les crecían alas, y atraídas por la luz de una vivienda, inundaban nuestros espacios, y llegaban a colapsar la poca luz que salía de un quinqué o de una lámpara de bosque. Cuando teníamos la suerte de tener luz eléctrica, apagábamos la de la casa y visitaban las farolas callejeras, hasta que se escuchaba el chirriar de quemarse a miles al calor desprendido de la bombilla del farol. En realidad las casas en Guinea pocas tenían cristales, y repasando en mi memoria no recuerdo ninguna cristalería salvo Muñoz y Gala, que era una ferretería que vendían hasta mobiliario. En las ramas del frutal dormían algunas decenas de gallinas de las que criaba mi madre, volando como pájaros al no recortarles las alas, escapándose del gallinero tras reiterados intentos fallidos, sobrepasando las paredes de tela metálica de unos tres metros de altura como máximo, aunque la mayoría de disidentes era debido a que no se habían recogido a tiempo. El gallinero se abría por las mañanas para que las gallinas buscaran su propio alimento; luego por la tarde se les llamaba con el repicar de una campana y con algo de maíz como cebo para recogerse por la noche para cerrar con candado el corral. Algunas no hacían caso a las llamadas, tal vez por estar dentro del cuerpo fusiforme de una serpiente, que la había engullido como si se tratara de un cacahuete; otras terminaban en la olla de algún nativo, y hasta a veces mi madre compraba algunas de sus propias gallinas al listillo que las había capturado por la noche durmiendo en el árbol; pero eso entraba dentro de las reglas del juego no escritas pero sí aceptadas entre indígenas y europeos, en las que el robo se toleraba en unas escalas de baja intensidad, consideradas normales. El problema es que a veces iban incrementando ese pequeño hurto, hasta que sonaba la señal de alarma y el perjudicado se molestaba, ya que no había varemos para los topes autorizados por ninguna de las partes. ¿Dónde estaba el límite para protestar o tomar medidas contra el que se beneficiaba de tu patrimonio?. Tal vez por esa política de la apropiación indebida     algunos  líderes africanos han expoliado a sus pueblos. Es posible que los blancos”· tenemos en general la mesura del robo y conocemos hasta donde se puede robar sin escándalo, tras muchos años de experiencia en el robo, y los africanos no conocen ese control de pesas y medidas, ya que su vida nómada consistía en llegar a una zona, y acomodarse en ese territorio, pasando todo el entorno a propiedad de la tribu, y defendiendo o expoliando el territorio si fuera menester. Siempre hay excepciones tanto en uno como en otros, por eso en Europa hay ladrones en la cárcel, que no han sabido valorar los límites.

La política del criado, normalmente nigeriano, consistía en que, por ejemplo, te robaba una camisa, si no protestabas, robaba dos la próxima vez; a la tercera vez, cuatro, siempre con la idea de que estabas aceptando el hurto, o que no te dabas cuenta, hasta que un día, al ir a buscar para ponerte una de tus treinta camisas, te encontrabas que no tenías ninguna. El problema se arreglaba montándolo en el coche e ir a registrar su casa, donde uno siempre tenía la sorpresa de encontrar, además de las camisas, mil y un objetos olvidados desaparecidos del hogar, un reloj que no se usaba, un candelabro de familia, una cazuela heredada, unos prismáticos en desuso. Lógicamente, después de la bronca correspondiente, el trabajador seguía en tu casa, ya que era un trabajador eficiente, adaptado a tu sistema y de fiar en los límites africanos. Si no funcionaba, era un hombre de “mala cabeza” como decían los nativos. Habrá que considerar que esa apropiación entraría como un sobresueldo para compensar la diferencia enorme que existía entre el sueldo de un blanco que en muchos casos era un simple oficinista y el de un negro que ejercía una profesión , como lavandero, cocinero, chofer etc. Y representaba una quinta parte del sueldo de ese europeo.  

Generalmente en los poblados o en los caminos el negro actúa un poco como el gallego, que si le preguntas no sabes si va o viene, unos piensan que es ingenuidad o precaución, pero tal vez sea la sutileza africana al pensar que el blanco pregunta para expoliar, para aprovecharse.  Desconocen en muchos casos la previsión pero tienen perfeccionada la improvisación. La realidad es que en un país tan pequeño no hay secretos, por lo que mentir es distraer el tiempo, la verdad, la franqueza es necesidad, no hay puertas cerrada, en una región que no se cierran las puertas de las casas y que el aire circula como las noticias a velocidad de tornado tropical, sus remolinos arrastran las noticias que intentan agazaparse en los resquicios. El fondo de la cuestión es que para el africano en general, el dinero es un medio, para disfrutar el momento, sin preocuparse del incierto mañana, así que hay que gastar lo que se tenga para no ser nunca el muerto más rico, sino el hombre que ha gastado más. A mi me pasó que hasta que no volví a Europa, no me enteré de que existen las palabras : ahorro y previsión. Como me decía mi amigo Luis Maho, de blanco solo tengo la piel, y esta la tengo curtida por mil soles y los tatuajes de cien heridas.

martes, 3 de julio de 2012

FERNANDO EL AFRICANO-NOVELA-XXIV

                                                      EL INSTITUTO COLONIAL


                                                       «RAMIRO DE MAETZU»


En la isla lo pasábamos muy bien e íbamos creciendo. En 1943 inauguraron el Instituto Colonial, en los edificios que cedieron en parte los misioneros, en la misma Plaza de España, consiguiendo de esta forma compartir zonas comunes con los indígenas internos, tales como el patio recreativo, aseos. El instituto dependía del Ramiro Maeztu de Madrid, de donde venían los libros de notas convalidados, se podían cursar el ingreso y los siete años de Bachillerato, pero el famoso examen de Estado, se debía ir a efectuarlo a alguna Universidad española, por lo que como en los primeros tiempos no existía la vía aérea, y el barco tardaba casi un mes, era algo complicado el examinarse ese mismo año de terminar el séptimo curso, así que algunos coloniales de economía reducida, no podían enviar a su hijo un año a la Península dado su costo.

Tuvimos suerte de que viniera un gobernador que tenía muchos hijos. Por ello en parte creó el Instituto, para que no perdieran curso, o tal vez ese apremio le dio la idea de la necesidad. El primer año de su inauguración hice el ingreso y en 1944 empecé el bachillerato. Éramos 11 blancos y 10 nativos. Entre los nombres de aquella primera generación, estaban los hermanos Dougan, Teofilo, Mariana, Jorge, los Jones Gerardo y Adolfo, un mulato llamado Classen, los hermanos Sánchez Monge, los hermanos Montes, estaban Juanita Alcaide, Luis Báguena, Paquita Lopes-Monis, Rogelio Mbulito y Manuel Kombe, quien influyó mucho en mi vida. Fue una maravillosa persona, llegando a ser director del Hospital General con Macías. Asesinado por orden del mismo, era natural de la bella isla de Corisco, cuyas playas son de blanca arena, donde se ubicaron los mayores traficantes de esclavos de esa zona, bien holandeses bien portugueses, pese a ser una isla muy pequeña rodeada de islotes y con vestigios del paso de diferentes civilizaciones. Sus habitantes son de tribu benga, e igual que dicen que las mujeres de Corisco son las más bellas de África, Manuel era un joven muy agraciado, hábil y serio. Cuando yo quería competir con él en deporte, estudios o lo que fuere, siempre me vencía, salvo en Geografía e historia lo que me daba mucha rabia, pero seguía admirándolo.

Cuenta la leyenda que los bengas cansados de luchar huyeron desde la sábana africana hacia la costa, hasta llegar a un río que no se aventuraron a cruzar. Un día una mujer de la tribu que estaba embarazada persiguió a un antílope hasta que observó que cruzaba el río por una parte llena de cañas y que no cubría, lo que animó a la tribu a seguir ese paso guiados por su rey Bosendje , los caudales del Sanagá y el río Campo, donde decidieron establecerse dada la cantidad de peces y tortugas de la zona que les obligó a inventar el famoso y enorme arpón “pogo”.

El director del flamante Instituto se llamaba José Montenegro, era bajito con el pelo cepillo y además compaginaba el cargo con el de director de la Biblioteca Pública de la Isla. Le gustaba atizar con la regla en la mano, tal vez para compensar su baja estatura y cuando nos ponía en fila para ejercer su autoridad, a veces se quedaba con las ganas, ya que en su ausencia habíamos partido la regla y la pegábamos con un poco de cola, de tal manera que en el momento de entrar en contacto con la palma de la mano, se quedaba con una mitad y la otra caía al suelo para su desgracia, lo que le hacía enfurecerse, y cogía otra regla, pero volvía a pasarle lo mismo. Para no hacer más es ridículo nos castigaba de cara a la pared toda la clase, lo que aprovechábamos para intentar ligar con las “niñas”, ya que nos ponía juntos, y él se iba a secretaría. Dentro de todo no era mal profesor pero en eso se pasaba, y actuaba como el gran dictador. Con el tiempo cincuenta años más tarde me he casado con la hija de una prima suya.- la vida que sorpresas nos da- A veces con los borradores de la pizarra entablábamos una batalla entre clase y clase, con el agravante que alguna almohadilla cruzando la ventana había golpeado a algún profesor que aparecía al oír tanto alboroto. Independiente de cómo le quedaba el traje. Las quejas eran sonadas, pero al no descubrir el responsable se acumulaban los castigos en bloque.

Como todos íbamos de blanco inmaculado al colegio, y el barro era habitual en los patios de recreo. Siempre terminaba uno con el tampón marcado de una pelota llena de fango. En aquel momento salía mi vena fenicia, y por un precio módico, utilizaba una tiza para ocultar su mancha mojando su punta con mi saliva sobrepasando la mancha se iba ocultando a medida que se secaba, al desaparecer la huella del “delito”, garantizaba a no ser castigado al llegar a casa. Ello nos obligaba que al “boy” lo teníamos sobornado para meter a lavar inmediatamente la ropa al llegar a casa, sin que hubiera constancia de que en vez de estudiar nos dedicábamos a jugar al fútbol. Nuestros padres pensaban que el deporte era malo para nuestra salud en un clima tan hostil, y el profesorado que en mayoría era misionero, consideraban que en esos recreos debíamos dedicar nuestro tiempo en orar para santificar nuestra alma pecadora y evitar las tentaciones, pero nosotros pensábamos que para santificar el alma tendríamos muchos años y en cambio las “tentaciones” ¡ estaban tan ricas!, y no estábamos dispuestos a alterar la cronología del dilema. Había varios maestros sacerdotes, Roca, Mansueto, y especial cariño cogí al padre F. Manuel Pérez, un hombre excepcional que nos enseñaba religión y me llevaba de monaguillo a la catedral; cantaba y tocaba el órgano maravillosamente. Creo que había sido organista en Notre Dame de París. Escribió una Pasión del señor en verso, de los cuales todavía recuerdo parte. Su primera representación en los escenarios de Guinea, se celebró en un antiguo cine medio abandonado, cuyo local de madera frente al bar los Polos, había sido de un tal Veiga, fue la semilla para nuestra agrupación teatral, que comento en otra parte de esta historia. Bajo su batuta se formó un coro, donde en los solos destacaba como tenor mi padre y como bajo Ramón Ventosa, ello trajo que la Misa de doce del domingo estuviera la Catedral repleta y a la salida las mujeres lucieran sus mejores galas y a sus maridos; aunque los ojos de estos a veces se perdían entre los pliegues de los vestidos de las jovencitas nativas, que se cimbreaban luciendo bajo sus telas de fuertes colores, atributos generosos donde sus pechos como las torres de la catedral apuntaban al cielo (¡ sería su fervor religioso!)

En el Instituto cada año se organizaba una excursión a lugares destacados de la Isla, el segundo año nos llevaron a la finca Aleñá cerca de punta Cabras, en cuyas playas se perfilaba la isla de los Loros, en aquellas arenas donde las olas con suavidad acariciaban la costa, nos podíamos bañar sin peligro dado que el nivel del agua ascendía muy lentamente con lo que entre el miedo que nos daba y las advertencias a gritos de los profesores no había peligro de ninguna índole. Nuestro entretenimiento consistía en intentar mover los enormes troncos que estaban varados en la playa y convertirlos en embarcaciones, en recoger las ingentes cantidades de crustáceos enterrados en la arena y el ver volar muchos pájaros que iban a refugiarse a la cercana Isla de los Loros, cuyos habitantes que daban el nombre a la misma pasaban en bandadas sobre nuestras cabezas con ruido y estrépito, tal vez para advertirnos que ese territorio era suyo. En la terraza de la finca nos invitaron a comer pollo asado, yuca frita y todo tipo de fruta tropical, los mayores antes de la comida tomaban un salto, que consistía en soda ,hielo y brandy, salvo que en esta ocasión lo servían dentro de un coco, mezclando el agua dulce de un coco tierno, la efervescencia de la soda y el alcohol del brandy. Los “niños” volvimos a casa algo más tostados cada vez equiparando más nuestro color a los nativos, muy cansados pero contentos de aquella excursión en colectividad que ayudó a conocernos mejor los diferentes cursos del Bachiller desde primero al séptimo.

Fernando García Gimeno   Barcelona a 3 de julio 2012

FERNANDO EL AFRICANO- NOVELA-XXIII

                 SE INICIA LA AVENTURA Y EL CONOCIMIENTO DE LA ISLA


Conseguimos convencer a nuestros padres, de que nos compraran bicicletas, unos de los signos de prosperidad del varón negro, para las mujeres la máquina de coser. Así que como prósperos varones negros, con las bicicletas de procedencia inglesa que vendía la casa Ambas Bay, todas pintadas de negro a prueba de piedra, pero pesadísimas, eran las únicas que entonces llegaban a la Isla. Con estos velocípedos nuestro campo de acción se amplió. Habría que hacer un estudio para ver si la potencia del negro no estará cimentada sobre la base del tanque que resulta ser esa bicicleta inglesa, preparada para no desmantelarse aunque choque con un elefante.

Sebastián Llompart, hijo del delegado de trabajo, un chico rubio mucho más alto y grande que nosotros, nos descubrió el mundo maravilloso del Servicio Agronómico, que estaba a unos seis kilómetros del centro de la capital, antes de llegar al aeropuerto, pero en el lado izquierdo de la carretera, la última casa de la ciudad pertenecía a Alfredo Jones hijo del famoso Maximiliano, y que era ingeniero agrícola del Servicio Agronómico, por eso tal vez se hizo la casa en ese lugar. En nuestra marcha agotadora hasta llegar tan lejos, reponíamos fuerzas, subiendo a las palmeras y derribando cocos por el procedimiento patentado por nuestra pandilla, que consistía en buscar una palmera baja o inclinada, subir trepando, cogerse a un coco y colgarse de él, hasta que se desprendía, normalmente más de uno caía al mismo tiempo al estar agrupados en racimos, entonces con la varilla del freno de la bicicleta atravesábamos la punta del coco, en la zona llamada ojos, único lugar posible dado lo duros que son, si fallaba este sistema, el último recurso era a golpe de piedra, pero con ello se pierde mucho de la dulce agua que contiene, que dado los calores y sofocos que nos producían las bicicletas, era el agua de coco reconfortante para nuestra fatiga, por cierto, pese a estar a pleno sol, el líquido interior se conserva bien fresco, tal vez debido a la protección de la capa de varios centímetros de fibra que lo rodea. Si teníamos la suerte de encontrar un trabajador nigeriano que pasara por las inmediaciones, la cosa era más fácil, con su acostumbrada habilidad, en cuatro machetazos en los laterales y uno en la parte posterior, nos ponía el coco convertido en un vaso lleno del dulce líquido. La carne de esa fruta cuando se acaba de coger del árbol, es tierna, esponjosa y asequible a extraerla con una punta de bambú.

En el Servicio Agronómico hay una especie de piscina que sirve de embalse, a veces está llena de ranas y otros animales, entre ellos algunas serpientes, pero cuando hacia poco que la habían llenado, nos metíamos en ella para chapotear, dado que ninguno sabía nadar todavía en nuestras primeras excursiones. Dos años más tarde del descubrimiento de esta balsa, haciendo un salto resbalé y me abrí toda la ceja en el borde de la piscina. Tuve que ir desangrándome hasta la casa de Alfredo Jones, unos seis kilómetros intentando contenerme la hemorragia con mi camiseta y con la otra aguantando la bicicleta, todos mis amigos huyeron en desbandada para evitar las críticas de su familia al tenernos prohibido el acceso a esta zona, el único que se quedó fue Adolfo Jones, quien me acompañó hasta casa de su tío Alfredo, donde al llegar a la vivienda, Susana su señora me curó y gracias a ella, todavía lo puedo contar. Esa familia de Susana en 1945, estuvieron unos días con nosotros en una casa de verano que alquiló mi familia en Esparraguera, donde eran una atracción ya que no habían visto nunca una familia negra.

El Servicio Agronómico situado al lado del seminario de Banapá, cumplía una misión de protección de plantas y semillas que habían iniciado en 1884 los misioneros en Banapá. Parte de estos terrenos en 1929 se los tuvieron que permutar al Gobierno por otros en la bahía de Biappa, para que se ampliara el Servicio Agronómico, y se establecieran las instalaciones de la Compañía Torres Quevedo, responsable de la telefonía y telegrafía en la isla.

En 1884, el padre Ciríaco Ramírez, aconsejado por el vicario apostólico de las dos Guineas, un francés residente en Libreville, decidió iniciar una finca en Banapá y unos talleres de artes y oficios, para soportar los gastos que significaba una Misión, considerando que ese sistema es el básico para que tuvieran éxito las misiones. Para ello compró una finca de un español llamado Gascuña que empezaba a dar cacao, pero que por motivos económicos y de salud se tenía que ir a la Península. Al principio la trabajaban ocho braceros krumanes dirigidos por un cubano de los que en 1873 se trajeron deportados de Cuba por haber hecho armas contra España, y que obligó durante algún tiempo a declarar el estado de guerra en la isla, como medida de seguridad.

Posteriormente además de otros krumanes se instaló un poblado, San José de Banapá, exclusivo de fangs. La palabra fang significa “hombre de bosque” , las otras tribus más significativas de la parte Continental de Guinea, son los ndowes, llamados playeros combes,y bengas, cuyos hijos se educaban en las escuelas de artes y oficios. Fue tal el éxito de la formación de estos colegiales que el gobernador pidió treinta alumnos para formar un cuerpo de policía, y tal vez esto trajo cierto hábito, dado que casi siempre la mayoría de los policías han sido de esta tribu. Decimos pámues cuando se tendría que decir Ba-Ntú (Naturales del Todo Poderoso), ya que los pámues son los fang, y aunque siempre se les ha dicho pamues, hoy en día consideran ofensivo ese término, Es la etnia predominante sobre las otras que existen en la zona de Río Muni, tales como bujebas, kumbes, bapucos, vengas valengues bisios y dibues. Cada una de estas tribus ocupó una zona, pero parece ser que al ser más combativos los primeros, fueron adueñándose y extendiéndose sobre todas las zonas, tanto es así que actualmente imperan en Guinea continental e insular, en menoscabo de los bubis y otras tribus. Hay que reconocer que generalmente tienen gran presencia física, son altos, fuertes, despiertos, buenos estudiantes y ambiciosos. Los franceses les llamaban pahouins y los alemanes pangwe en la época colonial, de ahí la palabra derivó a pámue. Lo que pasa que en estos últimos tiempos esta palabra les molesta por que la consideran despectiva y entienden que se les tiene que llamar fang que es la palabra adecuada que define a esta etnia diferenciada de la ndowe que es la que agrupa a los kumbes y tribus cercanas al mar, que pudieran ser las primeras que llegaron a la zona y fueron empujadas por los fang hasta la Costa, dicen algunos debido a que conocían la forja de metales especialmente del hierro y eso les hizo triunfar con las armas, sobre los pueblos costeros que desconocían esa técnica. Uno de sus símbolos, es el hacha o bikéy, aunque esta ha sido sustituida por el machete, elemento muy afilado, de menos peso y más resistente.

Se trajeron al Servicio Agronómico semillas de café, tabaco y otras, hasta cocoteros de la isla de Annobón, para darle sombra al cacao, aunque posteriormente los tuvieron que empezar a cortar dado que las ardillas en los cocoteros proliferaban de tal manera que se comían todo el cacao. Con el tiempo se confirmó que el mejor árbol para sombra del cacao era la llamada morera (Clhorophora Excelsa), aunque también es llamada teca africana, iroko, y en el continente mandji o abang, buenos árboles de sombra son las llamadas madres del cacao las Erythrinas. En las plantaciones jóvenes, el plátano es compatible para hacer sombra, pero su cercanía permite a las ardillas esconderse con facilidad y alimentarse de los plátanos cuando no pueden hacerlo del cacao.

Para dar idea de lo apto que es el clima para la producción de ciertos productos, podemos comentar que las 196 piñas de cacao cuyos granos se plantaron, florecieron a los ocho días y a los veintidós meses ya producían, aunque en cantidades mínimas.



Cuentan, aunque parece una exageración, que el padre Juanola cogió dos manzanas tan grandes del árbol que habían plantado, que pudo merendar con mucho apetito toda la comunidad de sacerdotes. Lo que no cuenta la historia es de cuántos sacerdotes se componía la comunidad, aunque la verdad, siendo dos solamente, también debía ser grande la manzana para quedarse satisfechos.



De la posesión española más alejada de Fernando Poo, la isla de Annobón se trajeron 15 cerdos, cambiándolos por ropa, y al precio salieron aproximadamente a una peseta. Se compraron instrumentos musicales para una banda de música, que costaron 707 pesetas el total. Eso son precios de rebajas, y no lo que nos ofrecen actualmente.

Se fundó una fábrica de chocolate, otra de puros, lo que denota la influencia cubana en esa agricultura, así como las escuelas de oficios de sastrería, zapatería, construcción y carpintería, donde se puso de maestro carpintero un kruman enseñado en la Península llamado Maximiliano Jones, quien llegaría a ser el personaje más rico e importante de la isla. En 1908 se instaló una imprenta que editaba la revista Guinea Española y otras publicaciones de índole diversa.



Resumiendo, que Banapá fue la imagen donde copiaban las misiones africanas, donde los indígenas aprendían las técnicas de los oficios y a trabajar la tierra, luego cuando regresaban a sus poblados iniciaban pequeñas fincas con las semillas que les daban los claretianos, pero no sólo en la isla, Río Muni, también en Calabar (Nigeria) o Camerún. Por otra parte ha sido un seminario con gran arraigo en la población nativa, y una forma de sostener la economía de la Misión, de sus proyectos y de su patrimonio, que llegó a ser importante y se supone que con la Independencia lo perdió.

Fernando García Gimeno   Barcelona a 3 de julio 2012









lunes, 2 de julio de 2012

FERNANDO EL AFRICANO- NOVELA- XXII

El barrio hausa, por el que paseamos un rato, son casas de chapa de zinc, onduladas las paredes y el techo de nipa (hoja de palmera), montadas una encima de otra, trenzadas con cuerda de melongo; de esta forma evitan que el calor del sol caliente el techo de las viviendas; algunas de las paredes están montadas sobre troncos, para darles consistencia, otras son de calabó, madera típica de esa zona. Para evitar que el aire se lleve los frágiles tejados, están reforzados con piedras, latas llenas de tierra u otros elementos, casi todas tienen una rústica banqueta en la puerta para sentarse y ver pasar a los vecinos, fumar una pipa o un cigarrillo y charlar, una de las maravillosas costumbres de estos pueblos.


La casa consta de una planta y normalmente una sola habitación, donde el dormitorio está separado por una cortina; en la mayoría de los casos alfombrillas en el suelo para dormir, o una base de madera sobre la que descansa una colchoneta, este último sistema existe en los barrios que hay ratas en abundancia. Los servicios están separados, así como la cocina, todo ello es una segunda dependencia que comunica con la vivienda por una puerta trasera, por lo que no están unidos, estimo yo, como medida de seguridad e higiene.

También es cierto que existen habitáculos sin servicios, en cuyo caso lo habitual es que lo haya comunes o estén al limite de la zona, utilizando el bosque como solución, aunque dado el poco control de los espacios, con el tiempo se construyen su propio aseo, en el terreno colindante, haciendo un pozo profundo como evacuador, al no contar con alcantarillado en algunos casos. En otros, la cocina es un hornillo en medio de la habitación como sucede en algunos poblados, con lo que el humo favorece las enfermedades oculares, entre ellas las cataratas. La única ventaja es que los mosquitos huyen del humo, y el mayor problema es un fuerte olor del que queda impregnada la estancia, in secula seculorum.

El barrio está trazado a estilo tropical, calles rectas, paralelas, lo que ha sido posible en parte por el terreno inclinado suavemente de la montaña hacia el mar, pero sin grandes desniveles en toda la ciudad. Cosa curiosa en esta ciudad la parte alta es la que está habitada por la gente humilde, lo contrario de la mayoría de ciudades de Europa, donde la parte alta o el Norte de la ciudad es la residencia de los adinerados.

En las puertas de muchas viviendas se improvisaban mercados, unos vendían comida que guisan a la vista del transeúnte, otros ofrecían jabón, ropa usada, ferretería o cualquier artículo que su imaginación le sugería, muchos de ellos con una pátina de polvo o de uso, que le daba carácter al intercambio. Esta actividad casi siempre estaba en manos de las mujeres, que con sus charlas, risas y pequeñas burlas provocadoras a los hombres, le daban un colorido alegre al ambiente.

Para lavar la ropa las indígenas la transportaban con grandes palanganas, llegando al cercano río Cónsul, la frotaban con jabón fabricado con aceite de palma, cenizas y sosa cáustica, en la fábrica que tenía Matarredona y que dirigía mi amigo Barros, una vez aclarada la extendían sobre las negras piedras del cauce. Entonces esperaban que se secara que la ropa invirtiendo el tiempo bañándose, jugando en sus aguas y contando historias.

La gente hausa es orgullosa, honesta y amable, el barrio también se conocía como barrio Yaoundé, que es la capital del Camerún, ya que los primeros que se asentaron en esta zona eran cameruneses, procedentes del exilio masivo que tuvo lugar durante la Primera Guerra Mundial, al perder Alemania su colonia el Camerún alemán, y ser perseguidos muchos de ellos por los franceses e ingleses, se refugiaron varios miles en la isla de Fernando Poo, y la parte continental española Río Muni. En la Isla se calcula que como mínimo veinte mil negros y unos mil alemanes aunque estos fueron trasladados en poco tiempo a su patria de origen, las tribus fullah expulsadas de Camerún por ayudar a los alemanes, se establecieron en Bokoko, donde incluso levantaron un hospital y campamentos cercanos al río Timbabé, para conservar la disciplina siguieron en régimen militar, desfilando y haciendo instrucción durante algún tiempo, aunque sin armas como salvaguardia para las autoridades españolas, eso si seguían teniendo su banda de música, y establecieron escuelas de oficios para preparar a los soldados para la vida civil.

Al lado estaba el campo de fútbol, donde muchos años después ayudé a construir las pistas de atletismo, para las que usamos la ceniza de las calderas de un barco de guerra( Canovas del Castillo ), mezcladas con tierra y arena de la playa, resultando de tal mezcla unas pistas excelentes. La pista de baloncesto está hecha de cemento y pintada a brocha gorda por todos los equipos de baloncesto que formé. El terreno estaba cerrado por una valla de unos dos metros de alta, y tejada solamente la parte de la tribuna, su alero protegía del sol, siendo su parte baja los vestuarios. En un extremo junto a la pista de baloncesto se situaba el bar y una pequeña oficina que nos servía a todos como despacho.


                                                JUEGOS Y  JUGUETES

En los años cuarenta, en España las fábricas estaban iniciando su nueva aventura productiva, y todavía no existía casi de nada y por otra parte no se conocía la vida del consumismo, así que los niños dedicábamos mucho tiempo a “inventar” el juguete o la forma de distraernos. Los nativos tenían la habilidad de fabricar coches de bambú, y sus ruedas las revestían de pedazos de neumático viejo. El eje de las ruedas delanteras iba unido a una caña larga de bambú que en su final se construía un volante de tal forma que al girar ese mando el eje de las ruedas giraba en el sentido deseado. Dada mi incapacidad de construir nada, logré que mis padres me compraran uno a un vecino bubi que gozaba de la habilidad de construirlos, y durante varios días estuve circulando con pomposidad por el barrio, haciendo sonar la bocina que consistía en hinchar los carrillos y expirar aire ruidosamente, hasta que el coche expiró en un accidente de tráfico, menos mal que salvé la bocina. De la carpintería de Galiano que estaba enfrente de mi casa, conseguía trozos de madera que recordando mis tiempos de Barcelona, me servían para fabricar espadas y otros utensilios de
guerra, como puñales y ballestas.

Los nativos igualmente de los barriles de vino o de petróleo deteriorados, aprovechaban las riendas de su fabricación para construir aros y con un hierro retorcido hacían el mando, aquello era una forma muy agradable de correr gobernando el aro, compitiendo en kinkamas de habilidad con otros niños del entorno, trazando una pista con un trozo de madera por la que se ascendía a una caja puesta al revés y se bajaba por otra tabla controlando el aro, y así uno detrás del otro íbamos dando vueltas al reducido circuito, de tal forma que el que cayera antes, había perdido.

Algunos jugábamos con las ramas del papayo que están huecas y su embudo permite colocar una bola seca y dura de la semilla de las dalias, convirtiéndolas en unas cerbatanas muy eficientes con la que, escondidos tras un árbol o desde la ventana de casa, impactábamos el cuerpo de los sufridos viandantes, cuando alguno nos descubría éramos capturados, advertidos a la par que nuestras armas bélicas eran destrozadas.

En las galerías de la Casa Mallo y Mora, con los hermanos Peiret jugábamos a los botones, que es una especie de fútbol en el que un botón pequeño ( el balón ) es impulsado por otros más grandes ( los jugadores),Los suelos de mármol o terrazo de esa vivienda de muchos metros de longitud, nos permitía unos partidos magníficos. A cada botón le pegábamos la cabeza recortada de un jugador famoso cuyo cromo conseguíamos a veces, ya que en aquellas tierras, salvo el verde tropical todo era difícil de adquirir.

A medida que conseguíamos permiso de nuestros padres para traspasar el umbral de la ciudad e internándonos en la naturaleza circundante a la ciudad, el juego apetecido, se convirtió en la maravilla de la creación, en la caza de mariposas, animales raros, plantas que se cerraban al tacto, frutos que endulzaban nuestros labios, serpientes que nos hacían salir corriendo, y playas donde todavía no habíamos saludado al tiburón, en las que algún pescador annobonés nos permitía ir conociendo la técnica de remar en un cayuco, eso sí, sin alejarnos hacía donde cubriera el agua, de tal forma que cuando perdíamos el equilibrio, el agua nos llegaba a la cintura y nuestro amigo velaba por nuestra seguridad, a la par que se reía de nuestra torpeza, el bosque y la playa estaba a cien metros de nuestras viviendas, en cinco minutos andando uno se sumergía en el misterio y el encanto de la naturaleza virgen, en un medio todavía desconocido, donde todo parecía posible. No existía el dilema de Shakespeare en decidir playa o bosque, todo estaba tan cerca, tan a nuestro alcance, que ese paraíso estaba abierto a nuestro gozo, y el tiempo en aquella edad no contaba. No teníamos obligaciones caseras, todo nos lo daban hecho todo era posible. Para esa nueva etapa de la vida el tirachinas ocupó el lugar preferente de nuestros juguetes y juegos, ya que hasta para mi era fácil utilizar la rama dura de un brote donde se bifurca, hacerle unas muescas donde fijar la goma de una cámara de neumático viejo y convertir aquello en un arma capaz de derribar al gorrión que confiado trinaba citando a la hembra, o al cangrejo que levantaba sus antenas al salir del hoyo observando el territorio. Para esto había que buscar maderas duras similares al boj ya que la fuerza que se ejercía sobre el triángulo abierto del tirador era muy fuerte y las piedras munición en estos casos, a veinte o treinta metros eran mortales para ardillas, aves o animales pequeños.

Fernando García Gimeno  - Barcelona a 2 de julio 2012







domingo, 1 de julio de 2012

FERNANDO EL AFRICANO-NOVELA-XXI

Una tarde, cerca de la plaza de España vi a varios negros corriendo descalzos como galgos detrás de lo que creí era una liebre y como la liebre esquivando y haciendo zigzag huía del malicioso acoso, al acercarme la liebre resultó ser de un tamaño enorme. Me extrañó el interés en acorralarla, por lo que indagué el tema. Me comentaron que era lo que llaman gronbif (ground-beef) o rata de bosque, nombre que se ha traído por la población nigeriana de la Isla, ya que el decirle su nombre técnico sería muy complicado “ Cricetomys dissimilis “ muy estimada por su carne por los morenos, animal que se alimenta de vegetales, teniendo predilección por las piñas tropicales y los frutos que crecen al nivel de suelo, donde a ellas les es fácil acceder, su tamaño llega a los 40 centímetros de cuerpo y otros tanto de su parda cola. La pobre tuvo un final importante, pues una vez muerta, se pelearon, discutieron y subastaron su cuerpo, lo que le hizo ser más importante muerta que viva, aunque a ella presumo le hubiera gustado no ser tan protagonista y pasar desapercibida por el mundo urbano, volviendo al bosque viva, donde perjudica a los tallos de nuevas siembras, ya que es animal capacitado para escarbar o trepar. Gracias a Díos al gustarle a los braceros nigerianos, cuando chapean la hierba los acorralan si detectan su presencia y contribuyen con ello a eliminar la prolífica reproducción de estos roedores.


Por la tarde mi tía Antonia nos llevó a Newton, al Campo Hausa, en realidad Newton y el Campo Hausa habiéndose establecido en diferente época el primero sobre 1940 y el otro sobre 1916, estaban unidos al irse expansionando sus casas hasta juntarse. En esa zona pegado al Estadio de Santa Isabel se encontraba el mercado indígena cuyos puestos en recinto cerrado se habían ampliado desbordando sus instalaciones municipales y expandiéndose por la ancha calle donde se ubicó ; allí pudimos apreciar toda la variedad de ahumados ensartados en enormes palos puntiagudos que atravesaban ground beef (ratas de bosque), monos de todos tamaños y especies, pescados de un abanico de tipos; cosa extraña que adquirieran pescado ahumado, dado que las costas de la isla tenían una abundante pesca y los pescadores, casi todos annoboneses (naturales de la isla de Annobon), pasaban por la puerta de las casas ofreciendo su pesca en enormes palanganas blancas. Parece ser que los bubis pueblo de origen playero ya que llegaron en cayuco a la Isla, abandonaron su hábito de pueblo pescador al llegar las primeras oleadas de mano de obra extranjera, krumanes, nigerianos, cameruneses, y empezar a tener enfrentamientos con ellos, para evitar esto, fueron retrocediendo hacía la zona montañosa donde podían protegerse mejor y evitar las redadas para capturar mujeres bubis que hacían estos nuevos habitantes de la Isla, que al venir en su mayoría hombres precisaban mujeres y las bubis eran sus únicas presas.

Todos los ahumados que se mostraban en el mercado, estaban rodeados de su corte de moscas, que parecían conocerse unas a otras ya que cuando llegaba una nueva al ahumado, se apretujaban y se reunían como para saludarse y hacerse las presentaciones, la gente era muy educada y no las molestaba en sus reuniones, para mantenerlas en activo de vez en cuando la vendedora ( casi siempre mujeres) agitaba un plumero de fibras vegetales que permitía a las moscas hacer turismo, visitando otros productos descuidados en su acción, lo que fomentaba el turismo de las moscas y su cata de nuevos alimentos. Las mujeres negras habitualmente “mamis” o sea hembras cercanas a los treinta años en su mejor esplendor de carnes, de anchas espaldas y pechos generosos, engalanadas con sus clotes y blusas de vivos colores, mostraban en palanganas diferentes guisos picantes, verduras frescas desconocidas eran presentadas en manteles de periódicos o en pencas de un verde muy oscuro, la hoja del banano o el periódico eran los envoltorios para facilitar a los clientes su transporte, las hojas del plátano igualmente se utilizaban como mantel de exposición de las variedades alimenticias. Supongo que los olores serían variados y para todos los gustos, pero ni recuerdo el tema, ni creo me molestara mucho, tal vez mi desviación del tabique nasal por causa de una pelea, me ha servido para no sufrir los acosos de los efluvios malsanos. Yo siempre digo que pertenezco a la especie del camaleón, que me adapto a todo y adquiero el color o los hábitos de donde vivo. Será que mis antepasados zoológicos vienen de esa especie, y por eso igualmente me encuentro muy a gusto, estático al sol, dorando mi lomo o mi abdomen.

Mientras estábamos en la plaza, el ruido de unas campanas y algunos toques de un instrumento de viento nos anunció lo que nuestra vista percibió después. Apareció una llamativa comitiva, formada por varios negros vestidos con blancos y característicos trajes árabes, sus cabezas cubiertas lucían turbantes rojos y azules, en su cintura iban armados de relucientes alfanjes, como si fuera una tropa armada (lujúa en bubi) escoltando a un personaje montado en un caballo y bajo enorme sombrilla de color azul celeste de la que colgaba una mosquitera o red de tela en forma de malla fina, para protección del caballo. Era el rey Hausa, Wavu Waya, rey de la extensa y rica colonia hausa de Fernando Poo.

Los hausas son junto con los yorubas las tribus mayoritarias de Nigeria, pero que se enfrentan con frecuencia, en parte debido a que los primeros son islámicos y los segundos cristianos, y en el fondo porque los dos desean el poder como raza o tribu sobre el resto.

Los hausas son originarios de la franja que une la selva africana con el desierto, los de la isla provienen principalmente de Nigeria y Camerún. Se calcula que hay unos 40 millones de hausas, unidos por su lengua y el Islam. Controlan el comercio de la artesanía de ébano, marfil y materias preciosas, sus mejores clientes son los turistas y las clases medias y altas. El signo de procedencia de esta etnia es el caballo. Por ello, pese a los problemas que les representa, entre todos aportan el dinero para que su rey tenga el símbolo “El caballo”.

La leyenda atribuye a Abayejidou hijo del rey de Bagdad la fundación de las tribus hausas. Este príncipe en su visita a Daura lo recibió Daurama sobrino de la reina, quien se negó a facilitarle agua para calmar la sed de su séquito. La fuente estaba protegida por una serpiente llamada Ki- Serki.El valiente guerrero Abayejidou dio muerte a la serpiente dando de beber a sus hombres, conquistando a la reina posteriormente con quién se casó, no se aclara si esa conquista fue pacífica o de otra índole. Este hecho dio origen a la dinastía de May-Kai- Serki ( el hombre que mató a Serki) Serki significa rey en la lengua hausa. Lo que no cuenta la leyenda a cuantos decapitó para llegar al poder, entonces y ahora es la forma convencional en las tierras africanas, tal vez con el ejemplo de África del Sur, se inicie un cambio algo más democrático, ya que eso de eliminar al adversario por las malas no parece adecuado.

Como se sabe la mosca tse-tse ataca a los caballos y otros animales y no pueden vivir mucho tiempo en esa zona tropical, el rey se proveía de los caballos que se criaban en estado semisalvaje en el valle de Moka, a más de mil metros de altura, donde la mosca no resiste ni se aclimata por el frío de la noche. Este potrero lo mismo que la ganadería salvaje era propiedad de la Compañía Colonial de África, heredera de las múltiples propiedades que tuvo la Cia. Comercial Trasatlántica.

Dicen que los animales salvajes han subsistido en África gracias a esta mosca, ya que ellos están inmunizados, y al no estarlo los animales domésticos (vacuno, caballar y lanar), el hombre no los ha podido implantar en esa zona del mundo. Para ello hubiera tenido que eliminar a las moscas para posteriormente erradicar a los animales salvajes con el fin de que no atacaran al ganado doméstico. Una forma de luchar con la tse-tse es plantar una gramínea llamada Meliminis Minutiflora, que según parece exuda una sustancia pegajosa que atrae a la mosca, y se queda pegada en ella, pereciendo de este modo. Ataca mucho más al negro que al blanco, debido a que le atraen los colores oscuros. De todas formas esta mosca, de forma alargada y grande como un tábano, con un punto rojo en su lomo, lo que la hace identificable, sólo transmiten la infección un cuatro por ciento aproximadamente, las otras se ve que no son portadoras de la enfermedad, gracias a Dios, sino hubiera sido imposible la vida en algunas regiones africanas, como por ejemplo la zona de río Benito, donde esta especie, parece que tuviera su cuartel general. La mejor forma no obstante de combatirlas es eliminar las aguas pantanosas y la fumigación en algunas zonas.

Un jeque árabe persiguiendo a una tribu enemiga vadeó el río Niger y se internó en la región forestal con sus jinetes con la intención de exterminarlos, pero el jeque con cierto espanto iba observando que a medida que se introducía en el bosque, iban muriendo sus caballos, y pensando que era una maldición dejó de perseguirlos. La maldición era la mosca tsé-tsé que inoculaba el bacilo de tripanosoma a sus cabalgaduras. Durante muchos años los sudaneses les daban terror pensar en internarse en aquella zona maldita, pensando que la hechicería y sortilegios de las tribus del sur los castigarían, lástima que perdieron ese miedo y ahora hacen sus incursiones para capturar esclavos, niños y mujeres básicamente, en pleno siglo XXI, sin que las naciones occidentales se escandalicen y hasta los africanos que tanto han criticado la esclavitud, hacen oídos sordos al problema, pero están apoyados por el dinero del petróleo de los jeques árabes, y donde manda dinero no manda marinero.

Hay que hacer una salvedad, ya que en la isla parece que hubo bueyes que traídos del cercano Camerún estaban inmunizados a la mosca tsé- tsé, así como posteriormente unos toros enanos que trajo hacia 1958, la firma Potau y los cebús más conocidos en toda el África negra, de una forma u otra ninguna de esas especies prosperó en nuestros territorios, pero aumentado la ganadería del valle de Moka y zonas limítrofes, podían haber suministrado carne no solo a Guinea sino a parte de las colonias cercanas como Camerún y Nigeria.

Mi tía saludó al rey hausa a quien conocía, fui presentado al mismo con gran satisfacción y emoción por mi parte. En el transcurso de los años, tuve la oportunidad de conocer a varios reyes hausas, pero los últimos ya no tenían caballo, dada la mala experiencia y el gasto que significaba su corta vida por causa de la mosca tse-tse. Se podría significar que una mosca ha impuesto su ley a un rey, o que el rey ha claudicado ante una mosca.

En el mercado, los niños a gritos proclamaban su mercancía, enseñando su tierna sonrisa, sentados en el suelo en cuclillas, mostraban una palangana entre sus rodillas y debajo de esta un montón de uniformes trozos de periódico, se dedicaban a vender cacahuetes tostados, tomando como unidad de medida un vaso de porcelana; una vez medido se envolvía con papel del periódico local Ébano, único diario de la isla, en la parte de Río Muni se editaba el Poto-poto (significa barro), las mujeres con vestidos multicolores, moviendo sus desarrolladas nalgas, entre risas y discusiones intentaban vender sus verduras, su palangana llena de las semillas de la bitacola, o sus condimentos cuyos olores de la unión de picante y aceite de palma atraían al transeúnte que había llegado a la ciudad para renovar su contrato y aquel frito servido en una hoja de malanga como plato, le proporcionaba energías para todo el día. Los makará o buñuelos de plátano, las ndole plato de espinacas típico del Camerún, el kinnini una especie de guiso de arroz con carne y tomate, los platos de hojas de yuca ( mendja) estaban preparados para pagar y comer. Mi tía nos invitó a cacahuetes, que yo no había probado nunca, y me encantaron, la verdad es que en Europa no tienen ese sabor especial que les da el tostado casero, o tal vez sea que son cacahuetes recién cogidos y cambia el sabor; aunque podría ser el gusto al periódico lo que le da el toque de gracia, por otra parte, cuando se presiona con la yema de los dedos sobre la corteza tostada, ésta se desprende con facilidad, de una vez, lo que no experimenté es si el periódico Ebano daba mejor sabor que el diario Poto-Poto.

Una vez leí una anécdota africana sobre el poto-poto. Un explorador con su camioneta tenía que adentrarse en una zona algo pantanosa. Los guías negros le advirtieron que había mucho poto-poto. El explorador entendió que aquello era un animal, así que se puso contento de añadir a sus trofeos una especie tan rara, por lo que pese a la insistencia de los nativos en que no siguiera por aquella ruta dada su peligrosidad, él les exigió que le ayudaran a adentrarse por aquellos territorios, alimentando la idea de ser el primero en cazar tal fiera. Cambió de criterio cuando su coche empezó a hundirse visiblemente en el barro. En ese momento los negros le dijeron: “Masa”. ¡Esto es poto-poto! Tuvieron que acudir de un poblado cercano para poder, entre todos, sacar el vehículo de las” garras “del famoso animal salvaje “poto-poto”.

Fernando el Africano- Barcelona a 1 de julio de 2012