miércoles, 25 de julio de 2012

FERNANDO EL AFRICANO- NOVELA- XXXII




Punta Fernanda era el paseo de los enamorados, las parejitas se iban a hacer sus primeros escarceos de amor, a ocultarse de los ojos mundanos, bajo los árboles del perfumado ilang-ilang. Cuando una señorita blanca ya había ido muchas veces a esos paseos acompañada por un joven, era tachada en las listas de posibles nuevas novias formales, ya que su reputación había quedado manchada, no ya por los paseos, sino en muchos casos por las malas lenguas que contaban lo que en realidad no acaecía en los grises de las tardes preferidas por las parejas, donde en sus penumbras, las mozas que se aventuraban a ir acompañadas empezaban a ser fuente de murmuraciones y exhalar olores a azufre de los infiernos satánicos. Pero con azufre o sin azufre había voluntarios de ambos sexos.


Aunque habría que decir que cada cierto número de años se hundía una parte de la punta, unos opinaban que la erosión de las olas del mar hacían posible esa pérdida de tan magnífico y romántico paseo, otros podrían opinar que Satanás castigaba los pecados, hundiendo en el mar el sofá de nuestros primeros besos, de nuestros torpes abrazos, en fin lo que la imaginación libre del lector crea conveniente. Desde sus bancos de azulejos con motivos africanos de oficios, hábitos, peinados, se divisaba el Pico de Santa Isabel( pico Basilé), rodeado de su corona de nubes como recordándonos que en esas tierras había gobernado un rey de tribu, la punta opuesta a Punta Fernanda y que cerraba el semicírculo de la bahía era Punta Cristina. Entre las dos se situaban dos playas, así como los dos muelles del puerto, el antiguo y el moderno. El monolito al primer gobernador que nombró España, que dado la ausencia de compatriotas, tuvo que nombrar a un inglés llamado Beecroft, era el límite de la Punta, donde terminaba el paseo, ello era prueba de que había sido mucho más larga, como se observa en varías fotos antiguas.

Cómodos sentados en ese bello paraje en mayo alegraban el horizonte las ballenas con sus surtidores de agua, como fuentes colocadas en el paseo para su mayor gozo, que se dirigían en su migración anual a los mares del Sur, así que sentados en los bancos de azulejos con motivos africanos del Paseo, se observaba el juegos de surtidores y aletazos que en aquellos años no le dábamos la importancia de su valor ecológico y de preservación de la naturaleza. No existían en aquellos tiempos las grandes flotas de coreanos y japonés esquilmando el Atlántico. Cada uno se imaginaba la ruta que seguiría el cetáceo, bordeando las frondosas costas de Gabón, Congo o bordeando las desiertas playas de Namibia, o luchando en las corriente del Cabo de Buena Esperanza para llegar a las aguas del Índico, tal vez sumergiéndose para ver los corales de las islas cercanas, sin tener necesidad de pasaporte para viajar o buscar techo donde pernoctar.

Los domingos, a la salida de misa, el paseo de Punta Fernanda era también recorrido típico de matrimonios, niños y población en general, para que después de haber gozado de un anticipo al Paraíso pululando por esa zona, bajar hacia el Chiringuito, donde Arturo les preparaba un atractivo aperitivo. En ese paseo obligado a todas las parejas fernandinas se han cimentado matrimonios, hombres, mujeres y amores, y en su ladera derecha se construyó la primera playa particular: la playa de los Catalanes, cala minúscula por la que se descendía desde una puerta con candado a la que sólo se accedía por recomendación, o ser una niña bonita. De la escuadrilla aérea que hubo años más tarde en Fernando Poo, se estrelló un caza militar, dicen algunos por hacer demostraciones ante las bañistas que sabía estaban tomando el sol en sus arenas, gracias a Díos salió ileso dada la escasa profundidad, pero espero aprendiera la lección. En todas esas poblaciones pequeñas los uniformes militares de los marinos y de los aviadores, con sus guerreras blancas, sus entorchados dorados, y sus gorras laureadas nos hacían una competencia desleal y nos arrebataban las mejores ninfas del mercado. Ellas no se daban cuenta que rechazaban a personas como yo, manantial de amor inexplotado en aquellos tiempos.

De los cuarteles de Punta Fernanda bajaba todas las mañanas a las ocho, una escuadra de la vistosa Guardia Colonial, para hacer el relevo de la guardia del Gobernador, y tras su música iba un desfile de curiosos, como si fuera el Palacio de Buckingham, para ver no solo el cambio de la guardia, sino el izado de bandera al son del himno nacional, ceremonia que se repetía en la bajada de bandera todas las tardes al ponerse el sol, como siempre nos pillaba por la plaza, yo creo que me he cuadrado más veces que un militar de carrera. Siempre me llamó la atención los mensajes que se trasmitían los dos cabos del escuadrón al hacer el cambio, hablándose en voz baja y misteriosa, y pensaba que sería una contraseña o secreto que era la clave para asegurar el Palacio del Gobierno contra enemigos imaginarios, no podía soñar que años más tarde yo haría ese cambio de Guardia y velaría una noche ese Palacio junto a mis compañeros del servicio militar, sustituyendo por un día a esos gallardos soldados.

El 5 de marzo de 1948, estando haciendo un inventario del almacén de mercancías de la tienda en que trabajaba mi padre, presentimos una catástrofe al pasar de una especie de silencio total a un principio de temblar el edificio donde estábamos como si se iniciara un terremoto y en su punto álgido el techo entero, de unos cuarenta metros cuadrados, se elevó por la fuerza del viento, desprendiéndose las chapas de zinc y sus vigas de madera de las paredes de cemento que lo soportaban, desplazándose unos diez metros por el aire como una alfombra mágica, hasta caer con gran estruendo en el jardín cercano donde teníamos el gallinero y las cocinas, durante unos segundos que nos parecieron horas nadie se atrevió ni a pronunciar palabra hasta que al disminuir la intensidad del viento nos atrevimos a asomar la cabeza por la puerta. Pese a mis quince años me pareció aquello como una historia de las Mil y una noches, huérfanos de televisión, prensa y radio ( casi) nuestra cultura no captaba las fuerzas de la naturaleza, capaces en unos minutos de destruir una ciudad, una plantación, o hundir un barco. En esos tiempos descubrí la Biblioteca Pública y sus tesoros, donde en papel impreso, el lector podía viajar tan lejos como la imaginación del que lo había escrito.

Aquel tornado fue tan devastador para las plantaciones de banana, en general para la economía de la isla, que el Consejo de Ministros procuró ayudas especiales, emitiéndose un sello de la efigie de Franco, habilitado para la ayuda a los territorios españoles del Golfo de Guinea. Recuerdo que entreabriendo la puerta del local, veíamos volar las chapas de zinc por las calles como si fueran papeles. El único muerto fue debido a que una de estas chapas le cortó el cuello a un viandante, delante de la factoría de la familia portuguesa Pinto. Suerte que el viento duró pocos minutos, enseguida se inició la lluvia, y sabíamos por experiencia que cuando empieza a llover, disminuye la fuerza del viento, dejando de ser peligroso; no obstante, las consecuencias fueron desastrosas para muchos poblados indígenas cuyas casas quedaron totalmente destruidas. Quedó perjudicada la agricultura de la región, especialmente las plantaciones de plátanos, pues esta planta no resiste el viento como los árboles de cacao, palmeras u otras especies, aunque es cierto que al quedar la raíz, en un par de años se ha recuperado, dado el fértil suelo de la isla.

EL TORNADO



Nubes negras, compactas renebrosas,
van llegando en rebaño presurosas
el viento empieza a mandar mensajes,
vuelan chapas, nipas y ramajes.

El sol asustado se oculta tras las nubes,
el viento expulsa sus repletas ubres,
cimbrean como juncos las palmeras,
sus hojas se dejan acariciar cual cabelleras.

Huyen buscando refugio los animales,
el trueno brama, el agua cae a raudales,
alguna puerta se cierra con fuerte impacto,
Eolo, amaina, termina el acto.

La calle queda llena de ramas y despojos,
el agua cubre las aceras, como arroyos,
algún cristal queda roto, se ve un techo suelto,
el sol vuelve a salir tímido, todo ha pasado.


Fernando el Africano

martes, 24 de julio de 2012

NAVIDADES EN GUINEA

                                                    

                                                    NAVIDADES EN GUINEA 

En estas fechas que tendrían que ser de amor,

en las que no hubiera hambre, miseria y dolor,
deseo que seamos daltónicos de pensamiento
y no haya negros o blancos en el miramiento.

Fuera los falsos profetas, fariseos y dictadores,
ayudemos al necesitado y repartamos amores,
que la envidia desaparezca sin fumigación
y olvidemos los rencores y la humillación.

Que Guinea vuelva a ser paraíso deseado
y no un país en la distancia añorado
que agravios y ofensas queden en el trastero,
que luchemos para un buen futuro, quiero.

Comer eraldo, bocaho, makará y ndole nyama
en una playa tranquilos sería un buen panorama,
sin jen-jen, niguas, tsé-tsé y bichos con fusil,
sin permisos para circular, sería mejor perfil.

Así que os deseo Paz, Felicidad y brindar con cava
y encomiendo este rezo al sacerdote de Moka, Abba
que haga sortilegios, yuýus y lo que sea necesario,
y para ello, todos juntos lo nombramos comisario.



Fernando El Africano 24 diciembre 2010





LA NIGUA , Un bicho de los que no anda a dos patas


                                                  L A            N I G U A



Extraigo de la revista La Guinea Española de fecha 25.11.1922, un artículo escrito por el padre Lapioche en la publicación Les Missions d`Afrique.

Este insecto, al que los entomólogos han bautizado con el sabio nombre de puiex penetrans, de la especie Tunga penetrans, y al que los viajeros llaman, con el más prosaico nombre de," la nigua ", es de la misma familia que la pulga común europea, pero yo creo que con más "mala leche".

Los waswahali la llaman fauza y los ribereños de la costa oeste del Nyanza m´unzai .

Está provista la pulga penetrante, lo mismo que su hermana mayor, de un aparato bocal a propósito para picar y chupar, y tiene los tres pares de patas posteriores configuradas para dar saltos.

Con su cuerpo sutil, que apenas tiene un milímetro de largo, se abre paso la nigua, con facilidad por entre los puntos de las medias, si se trata de un negro, la labor es más fácil todavía; un ligero salto, y el animalejo se traslada desde el polvo del camino al pie de un hombre. Tratándose sobre todo de los negros, la nigua se aloja, de ordinario, entre los dedos del pié.

Una vez instalada se introduce nuestra pulga entre la dermis y la epidermis y allí permanece escondida; pero delata su presencia una comezón que se siente sobre todo por la noche, si la menuda huéspeda no se ve molestada, va desarrollándose y engordando, hasta adquirir el tamaño algo más que un cañamón. En su nueva casa comienza a poner huevos, lo que determina una inflamación que puede convertirse en una úlcera y entonces hay que recurrir a veces a un tratamiento bastante largo, porque si no se hace caso se viene encima la cangrena.

El indígena se da cuenta de su presencia, tan luego como comienza a introducirse en la dermis de la piel; un europeo recién llegado siente un ligero cosquilleo, del que apenas hace caso, pero después que lleva algún tiempo en el país se apercibe de que la pulguita se ha colado bajo su piel, sin que le sea dable muchas veces precisar exactamente el sitio en que ha puesto su domicilio. A mi me ha ocurrido señalar un dedo del pie, y el animalejo estaba escondido en el otro. Al cabo de cuatro o cinco días la nigua no hace ya sufrir, pero no por eso dejar de proseguir su tarea de ulceración, El europeo se da por lo común poca maña para extraer la nigua, y las más de las veces es preferible echar mano de la destreza de un indígena. Podéis poner sin cuidado el pie en sus manos; nuestro hombre explora el terreno, cuando ha dado con el paraje en que se alberga el enemigo, se arma de sus herramientas; antes consistían en una espina o en una púa de puercoespín, ahora suele ser un imperdible que nunca falta en la indumentaria de nuestros negros. ¡Cuantas veces los niños, y hasta los grandes, piden un alfiler aduciendo como razón perentoria para verse atendidos, el que los mbunzai se los "están comiendo vivos".

Armase nuestro indígena de su alfiler; y con mucho cuidado, bien despacito, va ensanchando el orificio del tumor, atendiendo sobre todo a no tocar al animalillo; despréndelo con precaución de la epidermis, y cuando ha dado feliz remate a la operación, muestra sonriente a la pulguita clavada en la punta del alfiler. Está enterita, y no ha quedado en la llaga ni un solo huevecillo.

La nigua no es autóctona, es decir original del centro africano, sino que procede de la importación extranjera. Parece ser que sus orígenes los tiene en la América del Sur, y que hubo ser traída en la arena que servía de lastre en un barco, que vino a hacer cargamento en la embocadura del Congo. Siguiendo el valle que atraviesa ese gran río llegó hacía 1891 al lago Tanganica. Algún tiempo después se pudo señalar su presencia en Tabova. Allí fue donde nos la trajo Rusgagara uno de los jefes más importantes de la población, y el comerciante más rico del país.

Los negros nos suelen preguntar muchas veces si la nigua se encuentra en Europa; y al contestarles que no, << que felices son los blancos- exclaman con envidia- entre ellos no se conoce el mbunzai>>, Mas con todo no hay que cantar victoria porque, como acabáis de ver, la nigua pertenece a la familia de los seres que - buscan camino- y se abren paso.

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Esta descripción me recuerda en 1942 cuando llegué a Guinea con nueve años y conocí a mi abuela una mujer que imponía por su estatura y su seriedad, y que llevaba ya muchos años en Santa Isabel. . Observé al día siguiente que por las mañanas atendía a una fila de personas del país, y según lo que le contaban les facilitaba ungüentos, hierbas, plantas o les curaba y vendaba alguna herida. Más cuando se quejaban de picores en los dedos, llamaba a un boy( criado) Calabar que tenía en casa , llamado Okon Akpan, y este con una astilla de bambú hurgaba en los dedos e iba como cercenando alrededor de la bolsa de huevos que había depositado la nigua, y la extraía entera, a continuación lavaba la herida con alcohol y con ese mismo líquido lo esparcía sobre la bolsa de huevos en el suelo y la machacaba con una piedra. Mi abuela me explicó que si se rompía la bolsa de los huevos esas pulgas se podían extender por todos los dedos del pie y si no se destruían los huevos era un peligro futuro para el que pisara ese terreno. Ella por su edad no tenía el dominio ocular para poder efectuar ese trabajo meticuloso que efectuaba Okon, por eso, era su colaborador y especialista en niguas.



Fernando el Africano . Barcelona 15 de Julio 2011



GUINEA MI CORAZÓN DE AÑORANZAS

                                 

                                     GUINEA MI CORAZÓN DE AÑORANZAS



Yo tenía una casa en África, que no tenía puertas,
entraban siempre amigos, no tenía enemigos,
rodeada de palmeras, mangos y huertas,
se oían los cantos de los hombres, de las aves los trinos.

Desconocía la envidia, el odio, el valor del dinero,
tenía lo deseable, amaba a todos, no gastaba casi nada,
no me costaba, expresar mi pensamiento sincero,
iba donde quería, toda parte me parecía tierra amada.


Con un anzuelo y un nylon, pescaba lo que quería,
la caza caía con una simple escopeta de perdigones,
cogía una palometa, un colorado, con alegría,
en mi zurrón ardillas y hermosos gorriones.

Para jugar a fútbol, servía la playa o la calle,
de balón hasta una bola de fuerte trapo,
de portería, unas piedras o cualquier detalle,
el momento, a cualquier hora, en cualquier rato.

Mis amigos, negros, blancos, de todos colores,
para jugar allá no había clases ni racismo,
todo era músculo, carreras, regates y sudores,
unos descalzos, otros con zapatos, daba lo mismo.

Hacíamos radio, teatro, baile, música, deporte,
unos sabían de esto los otros de aquello,
para cualquier idea existía el amigo, el aporte
se buscaba el dinero, el tiempo para ello.

Un día percibí que afloraban odios en el ambiente,
que se buscaban argumentos para la venganza,
que la mirada agresiva se cambiaba por la sonriente
que la violencia injustificada brotaría sin tardanza.

Con pena, lágrimas, dolor y tristeza dejé esa tierra,
donde están enterrados mis familiares, hasta mi abuela,
y aunque morir sin verla otra vez no quisiera,
el verla, con tantas añoranzas me duela.





Fernando el Africano



Barcelona a 1 de agosto 2010

AÑORANZAS DE GUINEA

                                                   

                                                      AÑORANZAS DE MI GUINEA
El frío y viento anuncian el duro invierno,
mi cabello blanco anuncia mi infierno,
reuma, artrosis, gripe y sus hermanas,
me anuncian su incremento por las mañanas.

¿Como puede combatir uno, todas estas virtudes,
que cual nieve acumulada arrastra como aludes?
pues pensando en los mejores años de la vida,
cuando disfrutaba del calor en mi isla querida.

Allí en lo que es ahora Guinea Ecuatorial,
donde se vivía, con poco dinero, fenomenal,
rodeado de arañas, mosquitos y ratas,
que compartían conmigo mis largas patas.

Dicen que hacia calor y mucha humedad,
yo no me enteré, esa es la verdad,
comentan que existían odios entre colores,
yo siempre tuve de los dos colores, amores.

Los nativos arrendaban sus fincas a los blancos,
en sus huertas trabajaban otros tantos,
algunos en oficios y oficinas, tenían trabajo,
en las fincas los nigerianos al destajo.

En los colegios e Instituto Colonial,
la mezcla de raza era normal,
en el cine nos separaba una pequeña barrera,
y el precio más barato para ellos era.

En mi niñez hasta los treinta y tres años,
he jugado a futbol y baloncesto con ellos,
nunca he tenido el menor roce ni pelea,
todo ha sido paz y espero que se me crea.

Todo lo que cuentan algunos personajes,
son los que en video han visto esos parajes,
la mentira es muy contagiosa,
y se lo digo en verso, no en prosa.


Por cierto se me olvidaba el detalle,
nunca he visto en plaza o calle,
a nadie limosna pidiendo,
los frutos en remolino de viento,
caían maduros y sabrosos,
y ahí quedaban perezosos,
sin que nadie los recogiera
era una país feliz, otra era.



Fernando el Africano





Barcelona a 20 de Noviembre 2010





COLOQUIO ENTRE BICHOS





                                                         COLOQUIO ENTRE BICHOS



Estaban conversando una nigua y un je-jén

de lo que había cambiado todo, para bien,

en esta tierra africana de Guinea Ecuatorial,

en época de los blancos, todo iba mal.

Secaban los charcos pantanos y nuestros nidos,

nos tenían acobardados en desesperación sumidos,

rociaban los terrenos con los horribles insecticidas,

terminaban con todo y con nuestras vidas.

Ahora, volvemos a tener comida en las basuras,

que en plena calle muestran virtudes y hermosuras,

en todas partes se amontonan con esmero,

y eso que dure con alegría, espero.

Todos los bichos estamos contentos con el Gobierno,

antes con los autonomía era un verdadero infierno,

ahora respetan nuestro putrefacto alimento,

moscas y mosquitos estamos en incremento.

Arañas peludas, moscas anopheles y tsé-tsé,

y otros paisanos nuestros, cuyo nombre no sé

alternan en calles, charcos y plazas,

y te saludan con desparpajo, cuando pasas.

Eso que llaman los occidentales civilización,

para todos nosotros es la perdición,

así que cuando uno de ellos aparezca,

hy que picarle, morderle hasta que perezca.

Después de siglos de lucha encarnizada,

tenemos a esta gente acojonada,

al final no aparecerá ninguno en estos lares,

la independencia ha vencido a los avatares.



Fernando el Africano





22 de Noviembre de 2010

EPÍLOGO A MI NOVELA EL PARAISO VERDE PERDIDO

MIKOMESENG

Esta es la historia de un niño español del treinta y dos,
que sufrió bombardeos, metralla y una vida atroz.
En la posguerra sufrió hambre miseria y racionamiento,
siendo para su corta edad, un duro y cruel tormento
Sus padres, con ilusión, para ponerle feliz y contento
embarcaron rumbo a Africa, con viento a barlovento.
Encontrándose con monos, serpientes, elefantes,
malarias, paludismos moscas, y mosquitos gigantes.

En veintidós años de Africa, se comió a los mosquitos.
Los obstáculos y enfermedades fueron sólo meros hitos,
pues Guinea es el exótico Paraíso Verde Perdido.
En mundo paradisiaco en el golfo de Biafra escondido.

Y esa vida, esa tierra, con sus hombres y entornos,
cuento en este libro, con anécdotas y adornos,
esperando explicarlo con amor, cariño y chispa,
aunque parezca imposible que ese mundo exista



Verso presentación del mi libro      Guinea el Paraíso Verde Perdido



Autor Fernando García Gimeno

GUINEA CUANDO SUEÑO CONTIGO

A veces cuando estoy dormido,


sueño en ese paraíso perdido,

sus baleles, sus blancas sonrisas,

su forma de andar sin prisas..

Ese verde exuberante de esplendor,

calles tranquilas de andar sin temor,

ni coches, ni atracos, solo calor.

Muchos mosquitos cabreados y atrevidos,

el jején visitando mi curtida piel,

la alegría de ver a todos mis amigos,

la llegada del pleno sol amigo fiel.

Esa playa del kilómetro cuarenta y dos,

las almejas escondidas en sus arenas,

la subida a Baney por Botonós,

atravesando sus espléndidas palmeras.

Moka con sus valles y grandes helechos,

luciendo ganaderías y hermosos caballos,

entre la niebla por caminos estrechos,

con lluvias torrenciales y furiosos rayos.

Dar vueltas a esa hermosa plaza España,

viendo el "nuevo material" femenino,

contándoles historias y falsas hazañas,

hablando de todo sin pausa ni tino.

Un baño y un wisky en la piscina del Casino,

el partido de tenis desafiando al astro sol,

una vuelta en la moto, Banapá como camino

mucha marcha, como establecía el rol.

Una reunión de todos los del teatro,

hay que preparar una nueva representación,

hacer los decorados entre todos, es el trato,

hay que colaborar por pura vocación.

Un partido de competición en baloncesto,

unas risueñas admiradoras en el público,

nosotros presumiendo con figura y gesto,

ellas mirando con disimulo púdico.

De noche, en Anita Wuau, a mover el esqueleto,

a bailar la Maringa con frenético movimiento,

a veces separados, otras bien prieto,

en la juventud hay que aprovechar el momento.

El despertar me lleva a la triste realidad,

Los sueños eran ficción todo era fantasía,

mi cuerpo ya no tiene esa capacidad,

la vida es una desvariada utopía.





Fernando el Africano



Barcelona a 15 de Agosto 2010

domingo, 22 de julio de 2012

FERNANDO EL AFRICANO-NOVELA-XXXI

                                                   





                                                        LA PLAZA DE ESPAÑA



La Plaza de España era el centro de reunión de la juventud, allí nos concentrábamos casi todas las tardes, a dar vueltas y más vueltas con las chicas; cuando nos cansábamos, que era enseguida, nos poníamos a jugar a la piola; las farolas servían de sustento, el primero se agarraba a ellas y los demás se iban colocando en caballete sujetando fuerte la cintura del otro y en posición doblada para resistir al salto y empuje de los fuertes, el resto saltábamos sobre los que se ponían en posición de potro: uno agarrado al otro en cadena, de tal forma que a veces había necesidad de saltar sobre cuatro o cinco en fondo; éstos tenían que soportar uno tras otro a los saltadores hasta que ante el peso de muchos se hundía el sistema. Se podía descansar igualmente en unos bancos de cerámica, con motivos africanos y del Quijote, que era una obra de arte de un ceramista valenciano.

A veces apostábamos a ver quién daba más vueltas en calzoncillos por la plaza, sin que se dieran cuenta las personas mayores; el que apostaba, entraba en el bar Chiringuito, en los aseos se quitaba los pantalones y con ellos envueltos en la mano, se dedicaba a batir el récord. La ventaja que tenía es que como los pantalones eran también cortos y blancos como los calzoncillos, a media luz era difícil distinguirlo; en otras ocasiones para hacer la apuesta más divertida, entre dos o tres lo sujetábamos, quitándole los calzoncillos; luego con energía los tirábamos hacia arriba hasta que quedaban prendidos de algún cable de la luz o de la estatua del general Barrera, situada en el centro de la plaza. Por cierto, esa estatua en la que aparece el general firmando el tratado o convenio con Liberia, resolviendo la cuestión de los braceros monrovianos o krumanes contratados para Fernando Poo, es lo que la gente dice en broma, que es el inventor del “vale”, ya que en Guinea nadie llevaba dinero encima, todo el mundo adulto compraba por el sistema de “Apunte usted” o “Firma un vale”, nota que al final de mes pasaban a cobrarte a casa o al trabajo.

La ventaja que tenía el procedimiento era que en Guinea además de no llevar nadie documentación encima, tampoco era necesario llevar dinero, lo único que se llevaba encima era camisa, pantalón corto, calzoncillos, zapatos y calcetines, casi todo de color blanco o caqui, que eran los colores africanos por excelencia. A los colores blancos se le añadía en el lavado almidón y azulete para lograr su blanca textura. Una vez planchada la ropa quedaba tan perfecta que no tiene comparación con la actual vestimenta planchada que llevan las personas. El servicio doméstico africano, en la mayoría procedente de Nigeria, era inmejorable.

Esa estatua del gobernador Chacón, gracias al cual se inició la riqueza agrícola de la Isla, solucionando el problema de la falta de mano de obra, es lo primero que derribaron las huestes de Macias, el mismo día de la Independencia, pero hace poco, me contaba el último alcalde de la ciudad Ramón Blesa, que esa noche paseando por la plaza viendo derribada la estatua, se encontró con Manuel Fraga Iribarne que había asistido a la Independencia como representante de España, y este político aquella noche dio orden a los marineros de la fragata Descubierta, que la cargaran en el barco, y meses después fue adorno de unos jardines en San Fernando-Cadiz. La segunda medida del demócrata populista Macias, fue encargar veinte Mercedes Benz a la casa alemana, por eso decían que la patrona de la Independencia es la Virgen de Los Mercedes. Nunca he encontrado justificación para que las esculturas, pinturas, edificios, jardines aunque hayan sido promovidos por un dictador, al caer este, se destruyan, ya que la historia está sustentada en acontecimientos y personajes reales, que han formado parte del mundo, y aún destruyendo sus esculturas, siguen formando parte de la historia. Es como si destruyéramos Versalles, sus jardines, esculturas u otra parte de nuestro patrimonio cultural no por ello evitaríamos los crímenes cometidos por los gobiernos injustos, y lo único que lograríamos es que lo poco bueno que hicieron, es decir el arte, la cultura, se borrara suprimiendo alo artista y su fruto.

Con la evolución del tiempo, las nuevas generaciones de personas llegadas de la Península, obligaron a cambiar lo del vale, dado que algunos no pagaban a final de mes, o discutían la firma y precio de las compras. Especialmente en los bares dejaron de admitir este tipo de crédito a nuevos clientes.

En el Instituto, cada año que pasaba iban abandonando los morenos, así como los blancos de alto nivel adquisitivo de su familia, porque desistían o se iban a estudiar los últimos años del bachillerato a la Península. En la isla, el bachiller era el máximo nivel de estudios posible, así que la familia que deseaba para su hijo una carrera universitaria en Guinea, tenían que enviarlo a España dos o tres años antes, para irse acomodando a la forma de impartir enseñanza y recibirla en Europa donde las aulas eran mucho más numerosas, no con cinco o seis alumnos como en África, trabajando con apuntes en muchos casos, algo ignorado en esa zona de Guinea; con profesores muy capacitados pero también más exigentes. Hablando del concepto de enseñanza que tenían esos profesores, el director Montenegro nos puso como ejercicio de final de curso un trabajo sobre la amistad. Con el fin de que fuera algo diferente de los demás hice un buen documento entre la amistad de un perro y un hombre, en el que al final del relato el perro daba su vida por su dueño. Bien por este artículo me hicieron un expediente, me suspendieron y quisieron expulsarme del Instituto, dado que consideraban les quería tomar el pelo, ya que ellos no concebían esa amistad o relación entre un animal y una persona, gracias al padre Pérez que era el secretario no me expulsaron. Lo curioso es que por aquellos años a Juan Ramón Jiménez le dieron el premio Novel en parte por su relato de la amistad de un asno y su dueño en Platero y Yo. Ese trauma cercenó mis deseos de escribir durante cincuenta años, lo que libró a la Humanidad de tener que soportar mi inagotable capacidad de escribir.

En nuestro Instituto, a pesar de pertenecer al “Ramiro Maeztu” de Madrid, el 80 por ciento de los profesores no eran universitarios, por lo menos en la rama que impartían, pero era lo único disponible, hubo no obstante profesores excepcionales como el doctor Faubel en química (1946/48), este hombre era uno de los fundadores de unos prestigiosos laboratorios, radicados en Valencia, Laboratorios Natra. En cuarto curso de bachillerato sólo quedaban como nativos Manuel Kombe y Rogelio Mbulito; como blancos, siete u ocho: Paquita Monís, Luis Sánchez Monge, etc. El último año de bachiller, el séptimo de los que constaba esa enseñanza entonces, sólo quedábamos dos alumnos nada más para mi curso, contra catorce profesores: Manuel Kombe y yo; así que todos los días nos tocaba dar la lección, aunque los profesores fallaban más que una escopeta de plomos. Muchos días ni aparecían, dado que tenían lo que se dice ahora pluriempleo. En la mayoría de casos eran sacerdotes o funcionarios con otra actividad, como he explicado antes. Por ejemplo el de dibujo y matemáticas era el delegado de Iberia, don Alfonso de las Casas, y cuando venía el avión que entonces tenía vuelo semanal con la Península, no aparecía por clase, quiere esto decir que como mínimo una vez por semana.

Con el profesor de filosofía, padre Roca, abusábamos de su bondad. Cuando no habíamos estudiado la lección, o queríamos ir a dar una vuelta, me encargaban que lo organizara. Tenía dos formas fáciles de hacerlo, una diciendo que no veía muy claro lo de creer en Dios, entonces me remitía el profesor a un texto de Balmes, especialmente su silogismo: “De la nada no sale nada, es así que existe algo, luego ha existido siempre algo; si a ese algo lo llamamos Dios, luego Dios existe”. De esa forma nos enfrascábamos en unas discusiones bizantinas.

La otra forma era decirle que no habíamos comprendido la lección, que nos la explicara. Su método habitual de explicarnos la lección, consistía en remitirnos al texto del libro, a que lo repasáramos para que al final de la clase nos lo preguntara. Mientras estudiábamos, él se dormía, sudando como mala cosa, dados sus muchos kilos sobrantes, la sotana y la nula ventilación de la clase. Cuando se dormía, abandonábamos el aula silenciosamente, nos íbamos a pasear un rato y a fumarnos nuestros primeros pitillos a escondidas, y a la hora en punto volvíamos, nos sentábamos, empezando ruidosamente todos a toser, o hablar en tono encendido hasta que se despertaba. Carraspeaba para disimular, se secaba el sudor con una media de lana, y preguntaba: –¿Ya os sabéis la lección? –Sí, padre– respondía yo. –Pues dímela tú mismo. –Lo siento, padre, no puedo porque tengo que irme a la clase siguiente respondía. Así terminamos el curso en la lección quinta de un curso que estaba basado en cuarenta y tres lecciones o capítulos. Yo me cobraba la comisión por mis servicios de las chicas, con castos besos en la mejilla, que a mí me sabían a gloria, subiendo mi cotización en el mercado varonil, que ya empezábamos a fijarnos en aquellos bultos que emergían en las blusas y camisetas de las féminas, que a nosotros no nos salían y nuestros deseos se centraban en tentar las diferencias, que orgullosamente las chicas intentaban destacar con movimientos de su torso hacía delante, o con roces al pasar cerca de algún muchacho preferido, en esos juegos de la atracción que tan bien practican las mujeres, que como el pescador va dando sedal y cebo al incauto pez, y suelta cuerda o recoge según le convenga. Nosotros como boquerón tonto solo abrimos la boca para intentar comer el bocado, pero siempre que lo decida el “pescador”, que es quien elige la presa. Por desgracia en aquel tiempo yo no era bocado selecto, en parte porque me había roto un diente jugando al fútbol sobre el cemento, y justo en medio de mi boca, me colocaron una pieza de oro, que tendría mucho brillo mi sonrisa pero era un defecto que destacaba negativamente, así que el sonrisa de oro no se comía una rosca, por otro lado mi estructura física consistía en unos huesos mal colocados con un aspecto de niño imberbe que siempre pareció que tenía muchos menos años de mi edad real y en aquel entonces las adolescentes los deseaban maduros, más desarrollados.

A veces jugábamos al fútbol en el recreo, Manuel Kombe lo hacía muy bien, siendo la figura del equipo. Algunos partidos eran contra los internos indígenas que había en la Misión anexa al Instituto. No hacíamos mal papel, pese a que ellos tenían más cantera y estaban mucho mejor entrenados, pues era su única distracción; por otra parte, los pámues, procedentes de la zona de Rio Muni, eran muy numerosos entre los internos. Esta tribu demuestra una habilidad especial para cualquier deporte y su estructura física es habitualmente más fuerte que la del bubi, en esos partidos procuraban demostrar algunos la superioridad física sobre el blanco de turno, y nosotros poníamos nuestro mejor esfuerzo para contrarrestar esa prepotencia. En esos años ya Manuel empezaba a demostrar su afecto con la dulce Irene Ñalo, una combe con la que se casó años más tarde.

En las escapadas que hacíamos de clase a clase, íbamos a Punta Fernanda, donde tenía los cuarteles y hacía la instrucción la Guardia Colonial. En ese paseo existían las lagartijas más hermosas y grandes de la Isla,, con una mezcla de colores verdes, rojos y algo de amarillo creo, a las que acribillábamos a pedradas: nos entusiasmaba ver sus rabos separados del cuerpo moverse, reptando como si estuvieran unidos a la cabeza. La juventud está compuesta de monstruos en período de desarrollo, unos logran que fructifique ese desarrollo y salen en las páginas de los periódicos, otros frustran esa esperanza, pasando como ciudadanos de vida gris, normal y vegetativa. Esa zona es la única parte de la isla donde existían unas hojas parecidas al trébol, que cuando pasabas la mano por encima de ellas se cerraban rápidamente, no se volvían a abrir hasta transcurridas dos o tres horas, eran plantas carnívoras, lo triste es que como estaban al final del Paseo, y se iba hundiendo con el tiempo, se habrán perdido.