sábado, 22 de septiembre de 2012

FERNANDO EL AFRICANO-NOVELA CAPÍTULO XXXIX

        




                                               Bosque de papayos, foto fantástica a cuyo
                                               autor pido perdón por exponerla sin su permiso

                                                 COCODRILOS EN LA ISLA

Una mañana en que me sentía explorador, llegué andando por la playa hasta el límite con la finca de Acuña Lisboa, cerca del río; descubrí unas huellas extrañas en una zona algo pantanosa, donde el barro las dejó perfectamente marcadas como molde de sus pasos, que me parecieron de cocodrilo, como los que tenía Policarpo en la estación de guaguas, en un pequeño estanque. Lo comenté con el señor Sancho y se estuvo riendo de mí, delante de mis padres, que habían venido ese domingo a la finca, ya que iba a bajar con ellos unos días a Santa Isabel.

El transporte de viajeros estaba monopolizado y controlado por dos empresas; en la parte Oeste de la isla, lo efectuaba Florentino Vivancos; en el Este estaba a cargo de Policarpo. Este transporte era básicamente para trabajadores autónomos nigerianos y nativos, todas las empresas agrícolas tenían un camión en las fincas que se encargaba del transporte de los trabajadores y de la bajada de la cosecha a los puertos de embarque de Santa Isabel( Malabo) y San Carlos( Luba), únicos puertos en que llegaba el transporte marítimo peninsular, aunque a San Carlos en pocas ocasiones llegaba, teniendo que traerse todos los productos al muelle de Santa Isabel. En la época que se empezó a embarcar mucha banana con destino a los países nórdicos, los barcos escandinavos acudían a embarcarlo a esa zona, pues las mejores plantaciones estaban cerca de San Carlos( Luba).

Me puse muy contento y alegre, dado que esa tarde la conversación en la plaza de España era que habían matado dos cocodrilos en la finca de Acuña Lisboa. Detectados tomando el sol placidamente en las cercanías de la plantación, el encargado avisó a las autoridades, y según recuerdo el señor Rojas de la policía y alguien de la Guardia Colonial los abatieron a tiros. Se supone que los pobres animales habían venido encima de un tronco, desde Río Benito o Río Muni, donde cortaban troncos en las explotaciones forestales, y el agua los arrastraba hasta la desembocadura; allí eran cargados en barcos, pero muchos troncos se perdían en el mar, donde las corrientes los arrastraban a la isla, embarrancando en sus playas con polizontes en este caso.

Dicen que la venganza es el placer de los dioses, así que pensaba vengarme de las sátiras de mi amigo el señor Sancho, en cuanto volviera a la finca.

Para volver a la plantación, me vino a buscar a casa Okon el cazador, comentó que íbamos a ir andando bordeando por la costa.

Salimos a las siete de la mañana, andamos a buen paso hasta la playa de Carboneras, al llegar vimos un río muy ancho, me hizo quitarme los zapatos y los pantalones, colocado todo en la cabeza como un hatillo, fuimos vadeando el río, que gracias a que había bajado la marea sólo me llegaba el agua al pecho. El agua que aportaba el río al mar la encontré muy fría a esa hora tan temprana, me dio algo de miedo pensando que en sus aguas podían llegar los escualos o alguna serpiente que viviera en los espesos bambúes de sus orillas, pero Okon, con un palo que llevaba largo, me hizo que me agarrara de un extremo, llevando él la otra punta, y eso me inspiró confianza.

Atravesamos tres ríos por el mismo procedimiento, y a las doce de la mañana divisamos las casas de los braceros de la finca Mercedes; el viaje fue tan bonito, que no me enteré de que llevaba cinco horas andando.

Okon, como buen calabar, era extrovertido, nos entendíamos perfectamente en pichinglis, dialecto que se habla en toda la costa africana desde Sierra Leona hasta Camerún. Incluso en ese país de habla francesa, todos los graffis que son los pobladores de la zona costera, saben el pichinglis. Dada la amistad y nuestra relación, Okon me inició en el arte de disparar con una escopeta de cartuchos del calibre doce, aunque seguí sus consejos de sujetarla muy fuerte, la primera vez el percutor me pegó una sacudida en la cara y el hombro que me dolió toda la mañana, eso sí, la ardilla voladora todavía se está riendo.

Me encantaba la rapidez que tenían los braceros para abrir de un golpe de machete la piña de cacao, que desgranaban en un cubo, con una mano sujetaban la piña y con la otra el machete, daban un golpe en medio de la misma lo suficiente profundo para partirlo en dos, y lo exacto para no partirse la mano. Los granos estaban rodeados de una sustancia gelatinosa de color blanco-rosado, muy dulce de sabor pero fuerte. Una vez separados los granos se tienen de 48 a 72 horas en unas cajas de madera para su fermentación, luego los llevaban a los secaderos de pizarra, de unos veinte metros de largo por siete de ancho, cubiertos por el techo para evitar la lluvia, pero sin paredes laterales. En un extremo había que bajar unos escalones para situarse a la altura de la entrada del horno que estaba preparado para calentar toda la pizarra por debajo. En su boca permitía la entrada de grandes troncos de leña, aunque para secar el cacao no eran necesarias temperaturas elevadas, sino constantes, incluso era peligroso la temperatura muy elevada, al ser esa sustancia como una manteca que ardía con facilidad o freía los granos en vez de secarlos. A base de mucho rastrillo iban logrando que esa gelatina se desprendiera del grano, que éste se secara, quedando como si fuera una almendra tostada de sabor fuerte.

Los primeros secaderos en que los rastrillos se movían mecánicamente mediante un motor, lo comercializaron unos vascos en Guinea; posteriormente se extendió el sistema por toda la costa africana, por lo que exportaban su técnica y puesta a punto, aunque la maquinaria venía desde la Península. Primitivamente se secaba al sol el cacao, el segundo paso en la modernización fue un secadero techado con plataforma de pizarra, pero tanto en este paso como el anterior los rastrillos se movían a mano, pero como sus mangos eran muy largos, cercanos a los dos metros, resultaba fatigoso, con el inconveniente de que si por las noches se dormía el responsable de rastrillar, el cacao se quemaba. Al pasar a secadero automático, mejoró la calidad del cacao y su uniformidad.

Fernando Poo era un país productor de cacao, cuya calidad, cinco superior, no se lograba en ningún otro país. El cacao del continente era de peor calidad entre calidad 4 y 5, tal vez el clima algo distinto y la humedad influyeran en el tema, pero básicamente es que al recogerse en fincas de pequeña extensión se utilizaban métodos rudimentarios y no se atendía tanto a los procesos de abono, fumigación y chapeo. En cambio, el café del continente era mejor.

Como el trabajo en toda la isla generalmente se hacía a destajo, algunos días actuaba de capataz, vigilando que no se dejaran piñas en los árboles, procuraban dejarse las más difíciles para no perder tiempo. Abatían las piñas con un palo largo a cuyo extremo había una cuchilla en forma de hoz. En la isla, al principio, el trabajo era a jornada partida y en otros casos a jornada intensiva, pero nadie estaba contento, hasta que se inició el trabajo a destajo; fue un consenso total entre trabajadores y patronos, tanto es así, que un buen trabajador con una capacidad física importante como tenían los nigerianos, a las once y media de la mañana ya estaban en su casa, teniendo todo el día libre para ellos, aunque la mayoría terminaba entre la una y las dos de la tarde.

Otro trabajo que se efectuaba en la isla era el corte de la hierba o bicoro, que crecía a los pies de los cacaos, manteniéndolo como un jardín para evitar enfermedades y bichos. Por lo menos se sulfataba dos veces al año con sulfato de cobre (sulfato de Chile) que servía de abono y fungicida. Se hacia el llamado caldo bordolés, que consiste en sulfato de cobre de 1 a 3 kgs. , cal viva de 0,5 a 1,5 Kgs. Y 100 litros de agua.

Cuando llegaba el barco de Nigeria, donde venían los braceros asignados por cupo y a prorrateo, bajo unas condiciones de salario mínimo establecido entre los gobiernos de Nigeria y España, era aleccionador ver desembarcar aquellos hombres a veces casi niños, con un taparrabos como patrimonio, unos huesos pronunciados, pero con sonrisas en sus rostros y curiosidad en su mirada. Los comparaba mentalmente con los que regresaban a Nigeria al cabo de tres años y medio de estancia en la isla, que volvían con una musculatura pronunciada, con muchos kilos más de peso, con un fardo de enseres encima de la cabeza que los hacía tambalear. Uno se sentía orgulloso de haber contribuido a ello, y ellos con más motivo orgullosos de que al volver a sus poblados fueran con un dinero ahorrado. Su primer contrato era de dos años viniendo el salario fijado por el Convenio. En su segundo contrato, el salario era libre entre las dos partes, pero siempre recibiendo la mitad de salario. El otro cincuenta por ciento quedaba como divisas en depósito garantizado por el Gobierno de España, que recibía el trabajador al llegar a su país. España estableció un barco que hacía la ruta con la Guinea Continental y ese mismo barco cada mes, hacía un viaje a Nigeria, para llevar y traer los trabajadores acogidos al Convenio laboral. Muchos años ese transporte se encomendó al pequeño Río Francolí hasta que su artrosis le impidió mover la hélice y se llevó al desguace. El Gobierno inglés y el nigeriano posteriormente obligaban a los tres años y medio a volver el trabajador, de esa forma tenían garantizado un ingreso de divisas. Había una fórmula en que podían quedarse, pero dependía de la voluntad del Cónsul nigeriano.

Los granos rojos de café, tienen por dentro, como el cacao, una sustancia blanquecina dulce y agradable; como los árboles son bajos, se pueden coger con facilidad, a veces vareando como la aceituna si las ramas son altas, habitualmente a mano por racimos como la uva. Las variedades de cafeto que se plantan en Guinea son: Liberia de semilla grande ovalada, irregular, color algo amarillo, y el Robusta semilla regular, pequeña, muy rico en cafeína y más amargo, ambos se adaptan muy bien al clima lluvioso del África tropical, igual que el cacao precisa de sombra por necesidad, el café resiste más el sol y le conviene una media sombra, de tal forma que en unas horas del día le de el sol directamente, sus plantas son de una altura cercana a los seis metros la más alta.

Algo que me llama la atención y no puedo menos que mencionar, es que el cacao producto original de América, su mayor producción proviene de África, El café originario de África la mayor producción se recoge en suelo americano. El mundo da vueltas.

Parece ser que en los primeros años de la colonización en Santa Isabel, se moría el ochenta por ciento de los expedicionarios, tanto misioneros como autoridades civiles, hasta que se dieron cuenta de que en zonas algo más altas, los mosquitos y otras circunstancias que producían muchas enfermedades, como la malaria, enfermedad del sueño, etc., se evitaban, por lo que trasladaron las sedes de la iglesia y el Gobierno a Basilé, que estaba camino del pico de Santa Isabel ( pico Basilé), a unos quinientos metros de altura. Con el tiempo se sanearon todas las lagunas, se limpió de vegetación la capital, volviendo a bajar las sedes ejecutivas a la capital.

 Barcelona a  22 septiembre de 2012



viernes, 21 de septiembre de 2012

FERNANDO EL AFRICANO. NOVELA CAPÍTULO XXXVIII


                                               Con mi moto BMW en la bajada al puerto nuevo

Okon comentaba que se sentía como natural de la isla, muy apreciado entre todos los agricultores de la región, así como sus paisanos, por sus conocimientos del bosque y su habilidad como cazador. Era muy importante que si le daban todos los días de doce a quince cartuchos a un cazador, trajera doce o quince ardillas, que después de mostrarlas al encargado como prueba de su trabajo, vendía a los braceros, sacándose un dinero, que era para él. A veces Akpan tenía la habilidad y la paciencia de esperar a que estuvieran dos ardillas juntas, para que con los cartuchos de calibre doce, perdigón de los números 4 o 5, matar dos ardillas de un solo tiro, con lo que el cartucho que se ahorraba lo destinaba a cazar un antílope o un mono, de esta forma tenía carne para varios días. No les daban más cartuchos a los agricultores, al limitar la Policía los mismos, fijando una cantidad muy inferior a las necesidades, ignorando si era por motivos de seguridad u otros. Daban un cupo por escopeta, lo que hacía que muchos agricultores tuvieran más escopetas que cazadores, con lo que se establece lo de siempre: hecha la ley, hecha la trampa, con el perjuicio económico de tener cinco escopetas para un cazador. Lo raro de todas formas hubiera sido tener cinco cazadores para una escopeta.


Por el bosque se olvida el bullicio de la ciudad, y el silencio es la mejor arma para cazar, en la quietud de bosque se oye el roer los granos de cacao a las ardillas, se percibe el crujir de las hojas al ser presionadas por el desliz de la boa, y esa enciclopedia de ruidos extraños que uno va concretando con la experiencia y la sapiencia de un cazador como Okón, pero que en principio uno imagina que pueden provenir de un animal peligroso y el animal peligroso huye del bípedo con salacot que aterroriza a su especie y que con un objeto largo metálico mata a sus congéneres a la vez que produce un ruido infernal, porque ni para esto respetamos la sinfonía de la música ambiental.

Las fincas precisaban tener como mínimo un cazador destinado a no permitir el incremento de las ardillas, que se comían o destrozaban gran cantidad de piñas de cacao, con un apetito insaciable. Por eso cuando el presidente Macías prohibió las armas de fuego a la población civil, la producción de cacao, principal riqueza de la isla, casi desapareció, independientemente de otros factores, como el sulfatado, aunque el principal motivo fue la expulsión de los trabajadores nigerianos.


Para dar una idea de la evolución de la producción de cacao en Guinea se puede facilitar estos datos :


1890.............. 1.000 Kgs.

1930.............. 72.000 “

1940.............2.656.000 “

1967............40.000.000 “

2001............ 4.000.000 “



Resumiendo que plantaciones todas renovadas y con semilleros suficientes de 40 millones se ha pasado a 4 millones. No merece otro comentario el asunto.

El señor Sancho le pidió al cazador que buscase la posibilidad de que yo saliera al bosque con él; el cazador estaba remiso, pues quería saber si podía estar silencioso y deslizarme sin hacer ruido por la plantación. Superada la prueba, logré su aceptación. A los pocos días ya distinguía el ruido de las ardillas, así como otros animales en el bosque, conociendo en qué troncos excava sus túneles, madrigueras donde pernocta y guarda sus alimentos, donde se posaban para con las patas en forma de manos, comer las piñas casi con refinada educación, las horas adecuadas para cazarlas, cuando cantaban o qué ruidos hacían al comer, pero cuando te descubrían se quedaban quietas. Si las descubrías tú antes, debías hacer lo mismo que ellas: quedarte quieto y buscarlas con los ojos. Al final perdían ellas la paciencia, consideraban que eras parte del paisaje y se movían, momento en que debías aprovechar para seguirlas con la mirada hasta que las tuvieras a tiro.

Había días que con la escopeta de aire comprimido, cazaba tres o cuatro, pero algunas las tenía que rematar con las manos, golpeándolas contra un árbol, dado que son muy duras y esas armas de aire comprimido no tenían potencia para provocar la muerte instantánea de las ardillas.

Las ardillas de Fernando Poo son bastante desarrolladas, casi el doble que las europeas, de un color marrón rojizo, casi como el color del cacao que devoran, con una enorme cola que les sirve de alerón en sus magníficos saltos de rama en rama. Aunque en menos cantidad había ardillas voladoras, e igual que las otras se alimentaban del cacao; a las voladoras les gustaba más el fruto de la palmera, el bangá, que produce una piña enorme, de la que se extrae el aceite de palma, esta especie de ardillas se parecen más a un murciélago que a la armonía de formas de la ardilla terrestre.

jueves, 20 de septiembre de 2012

FERNANDO EL AFRICANO- NOVELA CAPÍTULO XXXVII

                                                               Amorós yo y Luis Jiménez en el Casino

    
Al señor Sancho le entraron unos espasmos raros y se puso a llamar a las gallinas y a hacer cosas raras; el boy a quien le pregunté, me dijo que era habitual en él, meses después averigüé que padecía epilepsia. Desconocía entonces lo que era eso de epiléptico, aunque después he visto casos totalmente diferentes, pero no me importó, me pareció un hombre muy simpático este señor, con quien llegó a unirnos con el tiempo una amistad profunda casi de familia, me cuidaba muy bien, creo que me tenía para que le distrajera con mis historias y preguntas al principio, pero luego llegamos a ser grandes compañeros. Uno de los epilépticos famosos era el hermano del boxeador Pablo Oliveras, Antonio se nombre, se paseaba por toda la ciudad haciendo estriquín o algo parecido enseñando sus atributos a las mujeres desprendiéndose de su lapá ( tela ceñida la cintura)a quién además de sus pequeñas demencias le daban en plena calle ataques de epilepsia. Aparte de ello era un hombre simpático y casi una institución en el folklore

Al día siguiente, amanecí tiritando con mucha fiebre, me visitaba el paludismo, llamado así por ser una enfermedad que se genera en las zonas de lagos palustres, en realidad es tal vez la afección que ha matado más personas en el mundo, y tiene muchos nombres y variantes, tercianas, cuartanas, intermitentes y malaria, la produce el mosquito anopheles, que vive en aguas estacadas. Se conoce hace siglos y aparte de combatirse con la corteza del Perú ( quinina), ya Galeno y el árabe Avicena la habían combatido con ácido arsenioso. En el siglo XVIII, Pearson curaba con este producto al duque de York de unas intermitentes que se habían resistido a la quina. Aunque anteriormente en el siglo XVII Talbot sanó a Luis XIV, de su malaria con la quina después de haber probado otros preparados. Curiosamente pese a la fiebre uno tiene sensación de frío y desea taparse. Provocando mucha sudoración tapándose con una manta y la correspondiente dosis de quinina o sus derivados sintéticos terminan con el ataque, pero la dosificación diaria de estos productos, disminuye los glóbulos rojos y las defensas, esa es la razón que los coloniales, tuvieran cada dos años, seis meses de vacaciones, para ir a la Península, donde seis meses sin tomar quinina, y la buena vida regeneraban las defensas. Hace poco tiempo a mi madre política con 89 años, le han encontrado un punto negro en la retina, y lo primero que le preguntó el oftalmólogo es si había consumido Resochin. Efectivamente ella en Guinea tomó durante algún tiempo ese medicamento como antipalúdico.

La caza del cangrejo era algo divertido y alimenticio, seguramente el marisco más sabroso que he probado en los cuatro continentes que he visitado en mi vida. Construyen como grandes arquitectos un entramado de túneles en el barro de una ribera cercana a la desembocadura al mar, de tal forma que puede ocultarse por un agujero y salir a diez metros por otro cercano, se pasan el día limpiando la puerta de su guarida, con mucho esmero para asegurarse la viabilidad de su huida. Lo hacen con sus numerosas patas como si fueran escobas, esperándose tal como porteras encargadas de la limpieza de su portales que como catas de terreno se observan a simple vista. Su aspecto muy parecidos a los centollos, con una pinza del tamaño de mi mano, cuerpo redondo, ojos salidos, colores entre rojos y marrones. Había dos formas de cazarlos, los indígenas lo hacían de la siguiente forma: por la noche iban con una linterna y cuando veían la luz los cangrejos, creyendo que era de día, salían a la superficie, al estar deslumbrados se dejaban coger por las pinzas, entonces se les ataban las mismas, y se tiraban dentro de un saco. Mi sistema era mucho más divertido, pero menos práctico: me ponía inmóvil entre medio de sus moradas, cuando salía uno, esperaba que se separara del agujero, lo volteaba con un largo palo, mientras intentaba darse la vuelta lo agarraba por las pinzas y lo tiraba sin atar dentro de un saco; también utilizaba el sistema de dispararle con la escopeta de aire comprimido y a veces perdían una pata o pinza, pero seguían corriendo hasta ocultarse en su hábitat. El problema de mi método es que cuando había que sacarlos del saco, te podían pegar un corte con sus pinzas. Según un estudio hay nueve mil especies de cangrejos, existiendo algunos como el japonés, que llegan a medir más de un metro de envergadura, o algunos que pueden ser venenosos. Los braceros de la finca por las noches cogían con una lámpara que los deslumbraba muchos cangrejos y los ataban con tiras vegetales para por las tardes acercarse a la carretera de Santa Isabel- San Carlos( Malabo-Luba)vendían a los conductores que circulaban con sus coches en ese trayecto, igualmente ofrecían caracoles de mar de gran tamaño que recogían en las playas de la finca.

Salí con Okon Akpan, un calabar venido de Nigeria hacía muchos años, que después de comprar una mujer, se había quedado a residir en Guinea. Esta costumbre era habitual en la mayoría de las tribus africanas, en las que pagando un precio en especie y dinero, se podía comprar una mujer, o varias mujeres, dependiendo de la tribu e influencia en la religión cristiana en la zona, lo malo como decía un amigo mío es que si tenias veinte mujeres precisabas soportar a veinte suegras. En algunos casos cuando era una niña, sus padres ya habían cobrado su precio, anticipo o paga y señal, como diríamos nosotros. Es como los fichajes de futbolistas, que son esclavos de su club, al que hay que pagar para llevárselo a otro equipo. El caso es que por el precio de un jugador de éstos, se podía comprar una tribu entera de mujeres. Otra cosa era antes de casarse probar la mujer, muchos después de haber tenido varios hijos y vivir diez o doce años con la misma, se le preguntaba cuando se iban a casar, y respondía muy serio: –“Masa”, estoy probando todavía.

En la lucha contra la poligamia en una colonia africana y para obligar a que los jefes indígenas dieran ejemplo, se estableció un canon de cinco francos al año por mujer que tuvieran, y para justificar el pago, se tuvo que recurrir a la acuñación de un recibo, dado que el papel se lo comían las termitas. Esta especie de moneda se la colgaban del cuello los jefes como un signo de ostentación, y empezaron a competir a ver quien tenía más, así que la medida fue contraproducente, dado que aumentó el numero de compra de esposas y tuvieron que suprimir el impuesto, para evitar el orgullo desmedido de algunos en inundar su cuello de estas condecoraciones de su harén

Se cuenta en relación a la presión de los misioneros por extender el cristianismo, que un nativo se dirigió al misionero de su aldea, manifestando: Padre ya llevo más de cinco años de cristiano, así que yo creo me tendría que autorizar un descanso.

Otra anécdota es que un jefe viendo que todo el mundo se bautizaba, fue al misionero y le comentó su intención de bautizarse. El sacerdote le comentó que el tener tres mujeres como tenía aquel jefe no lo permitía la religión cristiana. El nativo se fue preocupado, pero volvió a los dos días manifestando – Padre ya me puede bautizar solo tengo una mujer, las otras dos las he matado.- Lo que no está claro es si se las comió.

Todas estas historias parecen ser reales, pero adaptadas a su tiempo, que es al principio de siglo, donde la vida en estos parajes no tenía ningún valor, y era la solución habitual a cualquier problema, tanto de intereses como personal. Tanto es así que Mary Kingsley que estuvo en nuestras tierras en 1894,, cuenta en la nueva versión de su novela Viajes por el África Occidental, que remontando el río Ogoué en el Gabón, uno de sus porteadores que no podía pagar sus deudas, se lo comieron como pago de las mismas, así que en esos tiempos ser moroso era peligroso, que ilusión le haría hoy en día algún comerciante poder amenazar a sus deudores con esa solución.


Barcelona a  20 febrero 2012

miércoles, 19 de septiembre de 2012

FERNANDO EL AFRICANO- NOVELA XXXVI


                                                      Alumnos de Curso en el Instituto Colonial
                                                de Enseñanza Media Ramiro Maeztu 1944/1945              

Un domingo, único día que no se trabajaba nuestros padres organizaron una excursión a la casa de un conocido, aprovechando que era la época de sequía, que no quiere decir que no llueva nunca, sino que llueve menos, fuimos por la carretera de San Carlos (Luba) hasta cerca de Sampaka y allí a la derecha por caminos pertenecientes a otras plantaciones llegamos hasta la finca Mercedes (también llamada Montero), situada en la amplia bahía de Venus. Era una plantación administrada por la firma Sumco propiedad de Enrique Roselló, empresa en la que trabajaban mi hermano Salvador y mi tío Arturo Paz. Su encargado era un señor mayor muy simpático, llamado Santiago Sancho. Como hasta octubre no tenía que volver al Instituto, me invitó a quedarme unos días con él. Era un hombre muy extrovertido y en esas plantaciones se pasaban a veces semanas sin ver a ningún europeo para charlar, siendo el personal casi todo nigeriano; el buen señor Sancho no dominaba el pichinglis, un mistificación del inglés, con otras lenguas, único dialecto con el que se podía entender con ellos, aunque lo hablaba para entenderse en lo esencial. Decidí quedarme animado al haberme traído la escopeta de aire comprimido, comentándome el señor Sancho que había mucha caza en la finca. La casa era la clásica que se construía para estos fines, de una sola planta rodeada de amplia terraza de unos cinco metros de anchura bordeando la misma, lo que permitía entrar el aire a raudales y tener ventiladas las estancias, y que a las mismas no les llegara el calor del sol, cuatro habitaciones, salón, un solo servicio y cocina. En el salón lucía un piano cuyas teclas no habían sido pulsadas hacía tiempo. Toda la edificación estaba levantada sobre el suelo con pilares de hormigón, lo que la aislaba del mismo, para evitar la humedad, los bichos y posibles inundaciones, y era necesario ascender a ella por una amplia escalera de doce escalones, en esa terraza se curaba a los enfermos o se les daba medicamentos tipo ambulatorio, se pagaba las nóminas y el señor Sancho los atendía en sus pequeñas reclamaciones o conflictos personales en que el actuaba de juez de ambas partes, y salvo excepciones acogían su dictamen como final.


Por la mañana bajé a la playa desde la que se divisaba la finca Mongola de la compañía portuguesa Cunha Lisboa, cercana a Punta Europa, kilómetros de arena solitarios, con miles de palmeras rindiendo tributo inclinadas hacia el mar, como si de un Dios pagano se tratara, a quien era obligación el culto de la sumisión. Ello en parte era debido a que la acción de agua iba socavando el firme que rodeaba la raíz de las palmeras, obligando a los troncos a inclinarse ante el derrumbe de la parte de tierra que estaba cercana al mar. Como señores de la playa graznaban bandadas de cuervos, cuyas alas negras destacaban en las arenas claras pero no blancas de la costa. Si vas armado con una escopeta estos pájaros, en cuanto te ven salen huyendo, en cambio cuando llevas un palo simulando una escopeta te dejan acercarte, casi tocarlos, y con impertinencia van dando una especie de saltos de canguro delante de ti a medida que te acercas, pero renunciando a volar, huir u otra claudicación a tu provocación, es algo que en principio te irrita su tomadura de pelo, pero después lo encuentras gracioso e interesante, de que sepan distinguir entre un palo o una escopeta, o tal vez tu forma de comportarte, por otra parte en esas playas tan solitarias, en que te pasas horas sin otear a nadie, es un compañero con el que pasear, comentar los asuntos, y con el que no discutes nunca. Un montón de cocos verdes en su cobertura flotaba como pequeñas embarcaciones en el azul del agua, como si algunos bañistas por descuido, se hubieran dejado su salvavidas. Enormes troncos estaban varados en la arena como pateras llegadas de un desconocido país que depositó en tierra un desembarco de piratas, una tropa armada o lujúa–, como dicen los bubis. Me detuve un momento en que como en un escenario pasaron todas esas escenas casi reales por mi pensamiento. Me quité las botas, con ellas en la mano fui caminando sintiendo el frescor del Atlántico que las suaves olas lanzaban sobre mis pies. Hacia la derecha desembocaba el río Sampaka, en su orilla izquierda; encarando la playa, descubrí las blancas casas o barracones individuales, como les llamamos en esa zona, del personal de la finca; unos doscientos braceros nigerianos, principalmente calabares, igbos ogonis y algún yoruba, estaban junto al río, frente a los mismos en un embarcadero perfectamente construido; se encontraban amarrados cayucos de diferentes esloras, algunos capaces de transportar treinta personas. Mucha compra de la que necesita la gente de la plantación, la traían por mar, tales como ropa, bebidas, etc., desde el puerto de Santa Isabel, o la playa de Carboneras. Un enorme mango daba sombra a parte de las viviendas; en sus ramas, miles de gorriones en una sinfónica apoteósica mostraban a saltos y vuelos sus gordos cuerpos de un amarillo rabioso, donde los machos lo mezclaban con un negro carbón en su cabeza como un sombrero y las hembras más comedidas, un amarillo suave y de un solo tono. Cuando me autorizaron a utilizar la escopeta de cartuchos, recuerdo que sin apuntar disparaba con perdigón del ocho, a las ramas de este mango, y caían tres o cuatro gorriones muertos, lo que ponía muy contentos a los trabajadores de la finca, que se los comían fritos o los incorporaban a sus guisos. Para el africano salvo sus tabúes tradicionales, come lo que le echen, desde insectos, roedores, incluso en algunos aspectos es necrófago, prueba de ello es que aún hoy en día se da el caso de que conserva ciertos órganos de un muerto y se los comen. La antropofagia se ha perdido salvo en ritos muy limitados, y ya se ha olvidado aquello que cuentan que una autoridad francesa al llegar a un poblado, quiso informarse si se había terminado esa costumbre, y le contestaron : Si mi capitán ayer nos comimos el último antropófago.

No hay que olvidar que en tiempos muy cercanos a la Independencia de Guinea, Idi Amin Dada en Uganda y el “emperador” de la República Centro Africana Jean Bédel Bokassa atendían a sus invitados con caviar mezclado con carne humana, especialmente los genitales de jovencitos que no faltaban nunca en sus frigoríficos. Aclarando que estas demenciales actitudes de los dirigentes no tienen ningún punto común con el pueblo al que en muchos casos le falta el agua y el mijo( garí) su pan.

Subí entusiasmado de mi correría, y el señor Sancho, sonriente cogió su garrota que necesitaba para andar dada su artrosis y me propuso bajar nuevamente a la cercana zona de viviendas. Al llegar me mostró un cayuco pequeño, muy liviano, fácil de transportar arrastrándolo, especialmente diseñado para un solo ocupante, ofreciéndomelo para mi uso exclusivo, lo que me hizo sentirme importante como jamás me había sentido, al poder tener una embarcación totalmente a mi servicio, así que en aquel momento mi imaginación se colapsó con aventuras en el río y en el mar, con aquella embarcación, que para mí casi era una fragata o un barco de gran tonelaje capaz de surcar los mares tormentosos y bravíos de todo el mundo. Llamó a un capataz del que dependía la responsabilidad de las embarcaciones, comunicándole la autorización para que ese cayuco quedara a mi disposición.

Con la ilusión de una nueva aventura por el cauce del río que a mí me parecía totalmente salvaje, a la mañana siguiente busqué en el almacén donde se guardaban los remos, uno adecuado a mi fuerza, ya que había algunos que se usaban como timón, que de tan pesados, me era imposible de levantar, por fin encontré uno pequeño y de un peso adecuado para bogar, así inicié mi exploración remontando el curso, teniendo a veces que arrastrar la embarcación por desniveles y piedras que impedían su navegación normal; por otra parte, la vegetación dificultaba, a veces, ver a distancias muy cortas extendiendo su fronda por encima de mi cabeza, de tal forma que no veía el cielo.

Grandes peces que habían entrado con la subida de la marea saltaban, mostrando sus cuerpos plateados, rojizos algunos, que aquí les llaman colorados, deslizándose a mi vista, en las sombras proyectadas por los árboles que nos envolvían; los movimientos de esos peces se tornaban tiburones en mi imaginación, que querían volcar mi cayuco para devorarme. A medida que remontaba el río, el agua se tornaba dulce por la menor penetración del agua del mar, y las piedras del río iban creando diques y defensas. Mi temor se iba diluyendo en cuanto a tiburones, pero aumentaba en cuanto a serpientes y otros animales, ya que el cauce se estrechaba y la vegetación se tornaba más espesa, como si fuera construyendo una cárcel de barrotes verdes. Todo eran hojas, lianas, hasta los troncos de los grandes árboles estaban forrados de verde como si los fueran a vender en unos grandes almacenes. La coral sinfónica del lugar : trinar de pájaros, crujir de ramas, silbidos de ardillas, chapoteo de objetos al caer en el agua, escarabajos, grillos, gorgojos, iguanas, todo ello me advertía de la ausencia de todo ser humano en las inmediaciones, lo que significaba que si tenía un percance, el salir de él, era de mi entera responsabilidad e iniciativa.

Cayó una víctima, que al ser con una escopeta de aire comprimido, el mérito era mayor; fue una garza, ave no muy normal en la isla. Estaba descuidada en una rama, estirando su largo cuello, pero no lo estiró lo suficiente para observar a su enemigo, que llegando a pocos metros de la rama, disparé con alevosía sobre el noble pájaro, que como una piedra se precipitó en las cristalinas aguas, donde lo capturé con cierta pena, pero con la emoción de tener un nuevo trofeo del que dar cuenta a mis compañeros de colegio cuando volviera a Santa Isabel. Por la noche el cocinero nos hizo sopa con ella, la carne no me atreví a comerla, la sopa era aceptable, aunque como sopa africana tenía más gusto a picante que a otra cosa, pero sirvió para descargar mi conciencia, de que mi presa hubiera servido para un fin culinario.

    Fernando García Gimeno - Barcelona a 9 septiembre 2012

martes, 18 de septiembre de 2012

FERNANDO EL AFRICANO-NOVELA-XXXV

                                               Piñas de cacao dispuestas para ser abiertas y
                                                desgranar para luego secar                          

                         CARBONERAS O LA PREHISTORIA DE FERNANDO POO




La playa de Carboneras situada en la profunda bahía de Venus en las cercanías del aeropuerto, recibieron este nombre por ser depósito de carbón en tiempos de la ciudad de Clarence para barcos americanos, franceses ,ingleses que surcaban el Golfo de Guinea en situada en los primeros tiempos del barco a vapor que había sustituido a la vela, y en las aguas fernandinas tenían el mejor sitio para abastecerse del mineral que a la par de agua, frutas y otros elementos comestibles.

Pese a lo que se supone se destruyó por la construcción de los depósitos y los movimientos de tierra, en sus arenas se descubrió uno poblado neolítico, que dieron prueba de la existencia de un pueblo de agricultores y pescadores que dejaron vestigios importantes de cerámica , instrumentos líticos, abalorios, vasijas, hachas de filo perfecto. Por el carbono 14 se ha datado los hallazgos como material del siglo VII después de Cristo. Otro poblado cercano se estableció al otro lado del río Timbabé, seguramente para no solo abastecerse de agua sino para refugio de sus embarcaciones.

En la zona de se han encontrado menhires de 1 metro de altura y 40 cms. De base. Incluso restos humanos y zoológicos.

Se ha podido constatar que existió la costumbre de enterrar los deshechos o basuras en pozos elípticos de unos dos metros de profundidad, según figura en documentos consultados del Museo Arqueológico de Barcelona.

El padre Amador Martín, Panyella, el doctor Armando Ligero, así como otros antropólogos han publicado diversos estudios sobre las zonas de Carboneras, Boloapi, Concepción y Balombe.

                                                             LAS FINCAS


Antes de adentrarme por los senderos de las llamadas fincas o plantaciones, me permito extractar la historia e importancia del cacao, principal producto de la agricultura de la Isla en aquel momento y casi única fuente de ingresos notable.

Dicen que se puede medir el nivel de vida de los pueblos por el consumo de cacao. Para dar una idea Suiza tiene una demanda de 10 kg. Por año y habitante , España 3 kg. Y Francia 4.

El naturalista sueco Carl Lineus en el siglo XVIII clasificó el cacao con el nombre de Theobroma cacao, que en palabras griegas tiene una significación parecida a la maya , alimento de los dioses, Teso = Dios y Broma = alimento. Parece ser que está basado en una leyenda en la que Quazacoult, jardinero del Edén donde vivían los Hijos del Sol, trajo la semilla para que los hombres pudieran probar lo que comían los dioses, o tal vez como Eva intentando semejarse a Díos.

Los mayas llevaron el árbol del cacao desde la cuenca del Amazonas al sur de México y lo extendieron por todo el Caribe. Los conquistadores portugueses y españoles lo extendieron por Filipinas en el siglo XVII y posteriormente a Siri Lanka, Indonesia y África.

Se tiene constancia desde hace unos 2.000 años de su existencia, los aztecas le llamaban cacahutl y preparaban una bebida el xocoatl que viene de la lengua indígena xoco= amargo y atl = agua. Esta bebida la preparaban con pimienta, chile y la espesaban con harina. Cuentan que Montezuma antes de visitar a las concubinas se tomaba una taza fría y como un capuchino con mucha espuma. Se servía en los ritos de la pubertad ofreciéndose a los dioses entre pétalos de flores. Debido al alcaloide de la Theobromina es un estimulante muy eficaz. Se dice que el emperador se tomaba hasta 50 vasos diarios.¿ llegaría a 50 visitas también.?

En Venezuela antes de descubrir el petróleo el café era su mayor exportación y los indígenas para tener fuerza y estímulos en el trabajo, tomaban chacota que era un derivado del chocolate. Desarrollaron su cultivo en los Andes y la hoya del Maracaibo, al comienzo de 1700 según Humboldt se exportaban 30.000 fanegas españolas que son 1.500.000 kilos de cacao.

Las habas o granos fueron utilizados como moneda por los aztecas, y en sus escritos consta que 1 conejo costaba 10 habas y un esclavo 100. Fue el primer euro o divisa utilizada por los conquistadores.

Los aztecas en 1519 le ofrecieron en vaso de oro con mucha pompa la bebida xocoalt a Hernán Cortés, aunque el gusto picante le pareció repugnante, le escribió a Carlos V sobre sus excelencias al verificar que una taza era suficiente para sostener la marcha de un soldado durante todo el día.

El cacao llegó a España en 1520 una año posterior a la conquista de México por Hernán Cortés. Fray Aguilar monje cister envió una cantidad junto a una receta de chocolate al abad del Monasterio de Piedra de Aragón, de ahí viene la tradición de los mojes en los chocolates, los famosos Trapa. Los monjes endulzaron e hicieron asequible al paladar europeo esta bebida, añadiendo vainilla, canela, leche, frutos secaos y harina para espesarla, suprimiendo la pimienta y el picante. Por eso viene la famosa frase de “ las cosas claras y el chocolate espeso.

Su consumo en Europa al principio muy bajo, dado que la preparación del chocolate era artesanal, su precio prohibitivo y solo se consumía entre la nobleza, en las chocolateras, recipientes de metal o loza cuyo centro era un molinillo, posteriormente se ennobleció su protocolo sirviéndose en tazas de porcelana. Escenas que dignificaron pintores como Goya en la Feria de Madrid o Zurbarán en la Merienda con chocolate. María Teresa de Austria, lo introdujo en la Corte y las chocolaterías de Viena y Budapest se hicieron famosas, se adicionaron pastas o elementos pata tomar con el chocolate, como los famosos churros. En el momento que se industrializó su producción, la demanda de cacao aumentó espectacularmente. Los derechos de traficar con el producto estaban restringidos, hasta que en 1.728 el rey Felipe V, vendió el derecho a traficar con él, a una compañía extranjera que hizo posible su expansión a toda Europa.

Consta que en 1777, en Barcelona un tal Fernández inició la fabricación de chocolates con las marcas Madama Delfina y Los señores de la Corte. Para su publicidad en todas las pastillas se inició el regalo de cromos con diferentes motivos, normalmente colecciones de castillos, fauna, flora etc.. Este uso que se hizo normal en 1900 ha llegado hasta los años sesenta. Son famosas las Monas de chocolate que regalan los padrinos a sus ahijados en Cataluña por Pascua y los huevos de chocolate en muchos países entre ellos los árabes. En las fábricas de chocolate los granos de cacao son tostados a temperaturas bajas durante media hora, para que este último tostado les de el sabor adecuado. Entonces se parten los granos y se separan las cáscaras y posible restos, se muelen hasta convertirlo en una masa espesa, que se trata añadiendo leche u otros elementos, al enfriarse se convierte en el delicioso chocolate.

En realidad habría que analizar porqué el cultivo de cacao en Guinea. Hasta el reinado de Isabel II en España, no se tomó en serio la explotación agrícola de esa zona, s partir de ese momento es cuando se llevan semillas de tabaco, caucho africano, algodón, azúcar, cacao, café, canela y otras especies. En las pruebas que se hacen en semilleros de las Misiones y estatales se comprueba que por 100 hectáreas de cacaotero se utilizan 45 hombres y por dar dos ejemplos de comparación; en tabaco se emplean 210 y en algodón 215, el otro más bajo el café con 70 hombres. Dada la falta de mano de obra se inclina la política en cultivar el cacao y el café. Al inclinarse por el bicultivo tenía la ventaja de que sus fechas de recogida que es cuando se emplea mayor mano de obra eran compatibles. La cosecha de cacao va de Julio a Diciembre con su momento álgido en Septiembre/Octubre; la de café de realiza de Noviembre a Febrero, por lo menos en los dos tipos standard que son el Robusta y el Liberia, aunque además de esos cultivos se ha comercializado con éxito la banana o plátano, la madera, la yuca que durante los años 40 al 50 al no haber suficiente cosecha de patatas en España, se exportaba en grandes cantidades, especialmente desde la parte Continental de Guinea, el palmiste o piña del aceite de palma, en fin una serie de productos para evitar lo que dice nuestro amigo Fernando Abaga, la enfermedad holandesa, que es depender la economía de un país de un solo producto, con lo que si un día falla este, el mercado, o una plaga lo diezma, la nación va a la ruina.

En la Isla el rendimiento por hectárea estaba entre 800 y 1500 Kg. De cacao, aunque hay zonas que se llegó hasta los 2.000 Kg. Frente a las parcelas indígenas del Continente que dan sobre los 500/800 kgs. Por falta de sombra, falta de chapeo lo que origina en el tronco exceso de humedad y con ellos hongos y la larva del coleóptero Camenta obesa, falta de poda o no eliminación de chupones, así como ausencia de sulfatado. En la zona de la carretera de Niefang a Ebebeyin, al ser un clima más seco se llega a rendimientos más altos, pese a que abundan los chinches Sahlbergella que busca los frutos del angokong.

Podríamos hablar mucho sobre el cacao, un producto originario de América y cuya máxima producción está localizada en África, especialmente en Costa de Marfil, pero vamos a llegar a mis correrías por la plantación.

      Fernando García Gimeno   (página 148 del libro)



lunes, 17 de septiembre de 2012

LOS IBOS- SEGUNDA Y ÚLTIMA PARTE

                                         El cacao la riqueza que cultivaron muchos ibos en Guinea

                                     LOS IBOS- SEGUNDA Y ÚLTIMA PARTE


Por desgracia la tierra no es muy fértil. Solo la proximidad del gran río Niger o la buena repartición de lluvias en contraste con la sequedad del norte, pueden explicar una aglomeración tan importante. La tierra es de tal acidez que no permite las plantaciones de cacao. Correspondiendo a solo una hectárea por habitante, el suelo explotado al máximo, se ve degradado con ciclos continuos de cosechas sin ninguna temporada de descanso. En general, del territorio de los ibos, puede decirse que es un extenso bosque de palmeras de aceite. Cada familia ibo posee un huerto con plantaciones para la cuotidiana comida y participa en la explotación del aceite del bosque común del poblado.

La primera riqueza básica del ibo es el ñame. Gran parte de la vida social y religiosa de los ibos como entre nosotros los bubis, gira alrededor de esta planta medio sagrada.

Si el ñame, juntamente con la yuca y la malanga, proporciona el alimento, con el aceite de palma y el pasmaste el ibo obtiene el dinero necesario para sus compras de orden doméstico o para sus fiestas de orden social. El aceite de palma pasa actualmente por una crisis, pues siendo de explotación casera el producto es francamente de mala calidad y no podrá sufrir la competencia con los nuevos beneficios que se implantan en África. Como solución a este problema han comenzado a funcionar varias cooperativas de mucho éxito.

Con la venta del aceite y del palmiste los ibos alcanzan una renta anual de unos tres mil millones de pesetas.

Los ibos no son cazadores y la pesca está confinada a las riberas del Niger. En algunos pueblos se prohíbe la pesca porque se cree que cada pescado contiene el alma reencarnada de un antepasado.

Aunque los ibos han trabajado el hierro no han sido tan famosos como sus vecinos de Benin. Cuentan sin embargo con una tribu de herreros famosos, los Awka, de gran influencia religiosa y social sobre las demás tribus.

Los ibos por el contrario, son buenos carpinteros. Son admirables en la escultura de la madera en la realización de sillas, asientos o imágenes representativas de sus muertos. Pero lo más típico entre ellos es la mujer comerciante. No deben ser muchos los beneficios que la mujer ibo saque de su mercadillo. Satisface, más bien una necesidad social en la mujer, que es enterarse de las noticias del barrio. Los mercados africanos son los mejores centros de información de África, Muchos no van a comprar sino a enterarse. El ejercicio del comercio entre los hombres depende de tribus. A los hombres de la tribu Isu se les puede ver caminando a pie o en bicicleta con su carga, por las carreteras desde Owerri a Port- Harcourt.

                                                       ALGO DE HISTORIA

Fueron el siglo XVI, unida ya la corona de Portugal a la de España, cuando Owerri en particular adquirió cierto renombre. Los portugueses lo conocían con el nombre de Oere y los eclesiásticos con el nombre de San Agustín. Allí había frailes agustinos uno de ellos de fama de santidad, llamado Fr. Francisco de la Madre de Dios. Este buen fraile se atrevió a cortar delante de todos un árbol sagrado, que según los vaticinios tal hecho le había de causar la muerte. Como no pasó nada, adquirió gran prestigio y entre sus convertidos se halló el príncipe heredero del rey Oere, que se bautizó con el nombre de Sebastián. Desde el principio demostraron los ibos su religiosidad y su entrañable amor al catolicismo, en contraste, por ejemplo, con el reino de Benin, donde el rey pedía incesantemente sacerdotes, pero no para su conversión, sino pata tenerlos cautivos y conseguir para su rescate muchas armas de los portugueses. El príncipe llevó siempre una vida ejemplar y cuando llegó a ser rey consiguió que la mayoría de sus súbditos se hicieran católicos. Tuvo interés en que un hijo suyo Don Domingo, se instruyese para el sacerdocio. Protegido muy especialmente por el rey de España, el príncipe Don Domingo estudió en Coimbra y en Lisboa, con un gasto anual de 200.000 reis, pues vivía en una casa particular, habiendo puesto a su cuidado un clérigo y dos criados. Al final fue internado en los Jesuitas, pero aquí se cansó pronto y para salir presentó la excusa de que su padre le llamaba. Ante esto decidieron que se embarcara, mas él, una vez fuera del colegio, se casó con una portuguesa, nieta de unos condes y aplazó la marcha hasta que le obligaron a regresar a su patria. Antes de marchar hizo un velatorio de curiosas peticiones al rey de España. Se le concedió el hábito de la Orden de Cristo para él, para su padre y para un hermano, una servidumbre de 20 criados y un juego completo de armas y espadas. El reino cristiano de Oere fue progresando hasta que en 1620 fue bloqueado por los piratas holandeses, que como se sabe, movidos solo por intereses económicos, destruyeron la incipiente cristianización de África.

Desde el siglo XVII el Golfo de Guinea quedó en manos de holandeses, ingleses y franceses y el territorio de los ibos fue un campo más de ambición mercantil de estas naciones. A principios del siglo pasado se estimaba que 16.000 ibos esclavos salían anualmente para las antillas inglesas y demás puertos de América.

Hoy en que los acontecimientos han otorgado la independencia a los ibos, todos esperamos que este simpático pueblo, escriba en su historia páginas brillantes de laboriosidad, progreso y vida católica ejemplar.

                                                    MI COMENTARIO

En el documento, el firmante A.M. destaca que los ibos cultivan ñames como ellos los bubis en la Isla de Fernando Poo, así que por lo menos hemos averiguado que es bubi.

Dice al final que les han otorgado la Independencia y se mostrará de lo es capaz este pueblo. Por desgracia esa independencia de Biafra fue aplastada con millones de muertos, ya que su suelo tiene los mejores yacimientos de petróleo de Nigeria y los dirigentes del Norte no podían permitir eso, así que apoyados por los ingleses machacaron a los pobres ibos.

Hoy en día es país es un desastre, contaminado con los residuos del petróleo, se sigue explotando los yacimientos con la protección de bandas armadas, y acabando con la pesca de la región, la fauna y la flora. Vaya mi afecto a ese pueblo.


Fernando García Gimeno Barcelona a 17 de septiembre de 2012