viernes, 2 de noviembre de 2012

FERNANDO EL AFRICANO CAPÍTULO 62






                                            A DUALA A JUGAR A FÚTBOL





Creo que fue sobre Julio de 1964, que el Gobierno del Camerún, invitó a la selección de la Isla, a ir a jugar con una selección de Duala, para celebrar el Aniversario de la Independencia.

Se formó un equipo de Fernando Poo, entre los que destacaba Saturnino Ibongo, y a mi se me envió como delegado de la Expedición. Como ya había ido varias veces a competiciones deportivas acepté sin pensar que los tiempos habían cambiado.

Cuando llegamos al aeropuerto a las ocho de la mañana, no nos esperaba nadie, después de dos horas de esperar, con mi peculio particular ya que la mayoría de los seleccionados eran alumnos de la Escuela Superior de Indígenas, cogimos tres taxis y amontonados nos dirigimos a la ciudad, previa discusión de precios con los taxistas y especialmente de ocupantes en cada taxi, ahí fuimos expertos en discutir, y se nos notó a todos que, o aceptaban nuestras condiciones o no había negocio. Paramos en una cafetería para desayunar y después de consultas, llamadas y recados, apareció un tío con una pistola al cinto presentándose como delegado de deportes. Se negó a pagarnos taxis, desayuno ni nada y nos llevó a todos a la Misión Católica o a un colegio religioso, donde en una sala enorme como si fuera un Hospital, deseaba alojarnos Como no tenía mucho más dinero para independizarnos previo conciliábulo con toda la gente. Se quedaron los jugadores y por mi cuenta y riesgo me trasladé al Hotel Cocotier, lugar que ya conocía de veces anteriores y me ofrecía las garantías necesarias de poder dormir tranquilo.

Por la mañana aparecí en el Colegio, donde me esperaba la gente desesperada, ya que nadie pensaba en darle de comer. Armé la marimorena con todo el que tropecé, y al final conseguí que les dieran un pequeño contrichop en el lugar. Mi gente me comentó que pasaron una noche horrible, y tuvieron que dormir envueltos en las sábanas para no ser devorados por los mosquitos, parecía que estaban sobornados por los cameruneses para impedir que nuestros jugadores descansaran. A la hora de comer sobre la una, nueva polémica, así que como todavía me quedaba algo de dinero, nos fuimos a una especie de mercado cercano, donde comimos algunas bolas de garí, y algo de pescado. Por la tarde nos vinieron a recoger para jugar el partido y cuando se inició la segunda parte en que íbamos uno a uno, lanzaron un balón y muy fuera del aérea le dió a un jugador nuestro en la espalda, el arbitro todo serio señaló penalti, que con toda desfachatez tiraron y marcaron el gol del desempate. Yo en el palco con el tío de la pistola y otras autoridades me volví para protestar, y me echaron tal mirada, que me dio por reír, y terminó el partido dos a uno y yo seguía riendo. Resumiendo de aquellos recibimientos con aperitivos, vinos espumosos y hoteles magníficos, se habían trocado en aquel sastre.

                                                      Estadio Santa Isabel 1961

jueves, 1 de noviembre de 2012

FERNANDO EL AFRICANO CAPÍTULO 61


                                                                                                                                      
                                                   
                                     LS CUEVAS -CALDERA DE BALACHÁ (continuación)

Una vez en la loma, estudiado el terreno con los prismáticos, nos pareció confirmar que del valle nacía un río que iba encañonado entre dos paredes de la montaña, por lo que habría que buscar ese río que debía ser el nacimiento del Tudela y por el mismo llegar al valle o caldera. Intentando programar la nueva expedición hablamos con todo el equipo, solo aceptaron venir con nosotros dos porteadores nigerianos y un cazador, pero teníamos que estudiar el asunto mejor, para no volver a fracasar.


Tras quince días de indagar y de los informes que nos dieron los aviadores de la escuadrilla militar que había en la isla, volvimos a emprender la expedición buscando la orilla del río Tudela, cuando la encontramos fuimos bordeando su ribera izquierda hacia el valle, teniendo que ascender unos mil metros en pocos kilómetros. Como no podíamos ir por el mismo cauce del río, pues su caudal y sus hermosos saltos de agua, fruto de los desniveles tapados por la vegetación nos lo impedía, la marcha se tornó muy dificultosa. Por fin a las dos de la tarde encontramos como un arco triunfal por donde el río se había convertido en manantial, en un promontorio de rocas, se observaba la amplitud de la caldera. Decidimos tomar un descanso antes de explorar su interior.

Monos, antílopes, cabras, faisanes, era todo un festival de fauna y vegetación que la niebla nos dejaba vislumbrar a medias, pero sólo el trinar de las aves, el agitar de las ramas de los árboles, nos asociaba el lugar al paraíso terrenal. Los animales, que parecía no habían visto nunca un ser humano, no huían, al contrario se acercaban rodeándonos con curiosidad. Tomamos fotos sentados en las rocas que nos permitían ver parte del paisaje. Decidimos no seguir, pues la vegetación era muy espesa, haciendo el camino agotador; además, habíamos visto muchas serpientes negras. Sobre las cuatro emprendimos el regreso. Jiménez y yo dimos voces para agruparnos, todos acudieron al instante, pues teníamos las rocas como referencia, pero Udó, el cazador más joven, no aparecía. Nos pusimos algo nerviosos a dar gritos. Organizamos una búsqueda, abriéndonos en abanico, a una distancia que nos pudiéramos ver; llamando a Udó, avanzábamos hacia el interior de la caldera. Mariano se quedó en las rocas como punto de encuentro. Después de una hora buscando, las sombras de la noche avanzaban siniestramente, y no llevábamos equipaje para resistir la temperatura fría de la noche en ese lugar, ni protegernos de tanta alimaña, así que decidimos volver. Después de recoger a Mariano, nos encaminamos a la salida, rezando para que Udó, extraviado, hubiera buscado el cauce del manantial para ir bajando hacia Balachá.

Llegamos a Balachá de noche, preocupados, cansados, y al no llegar nuestro compañero, un rumor se extendió por el poblado; al final el jefe del poblado, Borikó, nos comentó que el “brujo” había predicho que la caldera donde vivían sus espíritus, se cobraría una vida por haber profanado el lugar. Nos conjuramos a no volver a la caldera y no indicar a nadie el camino, para que no se irritaran los espíritus. Así se lo hemos hecho saber a Juan Boho, el brujo, para que no nos llegara el yuyú a nosotros, por lo que en una pequeña ceremonia en que tras untarnos con pintura roja y violeta nuestras frentes, lanzó sus polvos mágicos al aire, murmurando sortilegios y efectuando una breve danza, que nos garantizó la protección de los espíritus.

El sábado decidimos ir a la orilla del río Tiburones en San Carlos (hoy Luba) a coger cangrejos, pues era la mejor zona, donde eran más grandes y abundantes. Así que nos hicimos los cuarenta kilómetros, y una vez aparcados los coches en los arcenes de la carretera emprendimos la marcha a la caza y captura de aquel sabroso manjar.

Cuando llegamos a sus madrigueras que se notaba por estar el suelo plagado de agujeros rodeadas sus aberturas de pequeños montículos de barro fruto del trabajo de limpiar su salida los cangrejos, formamos tres grupos de cinco personas, dos personas mantenían el saco abierto, otro la lámpara, el cuarto cuando salía el cangrejo deslumbrado por la luz lo cogía por las pinzas y, por último, el quinto le ataba las pinzas con una liana para que no pudiera actuar posteriormente. Lo estábamos pasando muy bien, cuando de repente Mariano empezó a gritar. Al acudir en su ayuda, observamos que se había metido en terreno pantanoso y se estaba hundiendo; nos entró tanta risa de ver su desesperación, que se nos iban las fuerzas para ayudarle. Cuanto más gritaba y se hundía, más fuerzas se nos iban. Al final cuando pudimos sacarle, se le quedaron los zapatos y pantalones metidos dentro del pantano, así que tuvo que volver a Santa Isabel en calzoncillos. Como iba en el coche de Paco, y éste era un poco cabrón, lo dejó a cincuenta metros de su casa. Al bajar Mariano de su coche, Paco se puso a chillar: “¡A ese, que estaba en la cama con mi mujer!”. Los indígenas dirían: “Qué raros son los blancos”. Desde luego no dicen nada raro, es la verdad.





miércoles, 31 de octubre de 2012

FERNANDO EL AFRICANO CAPÍTULO 60


                                                   Soy el de la izquierda que está "torcido"             

                                           LAS CUEVAS SAGRADAS


Jiménez organizó una expedición a una cueva en Concepción, donde según los bubis, residían algunos espíritus de sus antepasados. Hubo que entrar reptando durante unos treinta metros, dado lo bajo que era la entrada; después se ensanchaba, convirtiéndose en una serie de salas o estancias espaciosas. En su tiempo tuvo que ser utilizada para vivir, ya que está repleta de utensilios de barro y signos de la mano del hombre. Cuando profundizamos un kilómetro aproximadamente, decidimos finalizar la exploración. El tiempo, la cantidad enorme de murciélagos que volaban a nuestro alrededor produciendo una especie de gemidos y la sensación de aislamiento empezó a debilitar nuestro entusiasmo, y con el pensamiento de que el estudio de esta cueva podía ser un tema apasionante para organizarlo con más detalle, regresamos a la salida.

Por la noche en el poblado de Concepción hablamos con el butuku (jefe), nos comentó que las leyendas bubis dicen que la caverna se comunicaba con el volcán del pico de Santa Isabel, por lo menos en esa dirección iba la cueva; por otra parte, algunos brujos la han utilizado como lugar sagrado. Otro anciano nos contó que en tiempos de la esclavitud la utilizaban para esconderse en ella, cuando los veleros de esclavos atracaban en la playa con la intención de capturarlos, o recoger comida y agua.

En los tiempos de la esclavitud, cada tribu le efectuaba a los niños unos cortes en la cara en ambas mejillas de tal forma que se podía reconocer a qué tribu y familia correspondía esa persona en caso de captura o rapto. En los primeros años de mi estancia en esas tierras, todavía existían muchos adultos que llevaban esas marcas, que era como el actual código de barras. Cada corte, color de tatuaje o dibujo del mismo, identifica exactamente la familia, el poblado, la tribu, y en algunos casos hasta una fecha aproximada de nacimiento. Se calcula que hace setenta años desapareció esta costumbre, y hace poco se publicó por la Coordinación General de Cooperación Española un libro con fotografías de los supervivientes de esta tradición. El más joven figura Santiago Öóraaka de 80 años y la mayor Remedios Bioko de 115 años.

Otras cuevas famosas están cercanas a Basuala, Kubo y Ebió, esta última tiene unos 28 metros de longitud y se puede andar en grupo y de piel, está dentro de la tradición bubi de ofrendas y ritos. El subsuelo de la Isla está horadado por multitud de cuevas de origen volcánico algunas de fácil recorrido en tramos de 400-500 metros.

Sobre algunas cuevas famosas, hay anécdotas contadas por los viejos del lugar, tanto de Balachá como por ejemplo en Bariobé cuentan que una señora extranjera deseaba conocer si la dolencia de su hija que estaba muy grave, tenía cura, así que ya dentro de la cueva, los hechiceros o adivinos, le pidieron el nombre de un familiar que hubiera ya fallecido, invocaron a su espíritu para que acudiera a la cita, con el fin de que les informara de la evolución de la enfermedad de la niña. Entonces en la cueva se oyó el ruido de un avión, a los que siguió el de un coche y su frenado, como si el difunto solicitado para dar su diagnóstico hubiera venido desde Europa, primero en avión y posteriormente en coche hasta la cueva. Una voz de ultratumba con mucho eco, que se presume era la voz del fallecido, respondió a las preguntas, confirmando que la dolencia era incurable.

En las cuevas se hacían ofrecimientos, mediante bebidas o comidas, sartas de nchibo. Hay que permanecer en silencio hasta que el espíritu se da por enterado de nuestra presencia y nos saluda con palabras de afecto, si no fuera así es que no nos quiere recibir y hay que abandonar el lugar.

Algo curioso en casi todo África, es que hasta en el poblado más humilde existe la “Casa de la Palabra”, lugar donde se reúnen los hombres para discutir o comentar los asuntos y, donde el jefe del poblado, el butuku, impartía la justicia. Normalmente salvo excepciones no se les permitía la entrada a las mujeres o niños. Las asambleas eran de hombres. En las casas de la palabra había una tum-ba o tambor para convocar reuniones, y en ese mismo lugar se recibían las visitas oficiales. En ese sentido, el africano es hombre de paciencia y las discusiones o juicios podían durar horas y hasta días. Con calma iba fumando sus pipas y tomando sus aguardientes (topè, extraido de la palmera, los bubis a esa bebida le llaman maú), escuchando a todas las partes y primando los consejos de los ancianos.

Independiente de la Casa de la Palabra, en muchos poblados se ha trazado una plaza amplia, cercana a la casa, para poder celebrar los bailes y los actos religiosos multitudinarios, como la fiesta del ñame, del cayuco y otras, este lugar tiene el nombre de Riosa. En una esquina de la misma se pone una casa y un árbol dedicado al morimó, donde se depositarán las ofrendas en los actos. Por ejemplo en el ágape o comida ceremonial, lo primero se ofrece el condimento al espíritu, esta comida recibe el nombre de bosio.

Los amuletos (robo) son objeto de preferencia por nativos, y cada uno tiene su eficacia y aplicación, que los sacerdotes explican y bendicen mediante comunicación con los espíritus.

Nos gustó tanto la excursión a la cueva, que estábamos preparando otra más compleja a la caldera de Balachá, una especie de valle situado a mil metros de altura, donde la tradición bubi decía moraban algunos espíritus de sus antepasados; por lo tanto, ninguna persona había entrado en el valle hasta la fecha. Tampoco estaba claro por dónde se podía entrar, tenía el aspecto de un cráter de un volcán cortado a pico, de muy difícil acceso, dada su humedad y vegetación, lleno de serpientes, bichos peligrosos, como arañas y monos. Suerte que la isla no era como la zona de Río Muni, donde estaba toda la variedad de la fauna africana, desde el elefante hasta el leopardo. Uno de los más peligrosos en la isla era el mandril de cara negra, las otras especies como satanás, colobos, driles (macacos), nariz blanca y mucho menos el pequeño tití no presentaban ningún peligro.

Llegamos el día 12 de Agosto de 1962, al poblado de Balachá en Land Rover, atravesamos los arcos del poblado, adornados como la mayoría con calabazas, cabezas de animales, ropa vieja y del palo transversal campanas de madera, estos arcos llamados melakalaka (trampas) como su nombre indica son signos para protección y amenaza al que no viene con buenas intenciones, los objetos suspendidos cada uno tiene un significado de advertencia o consejo, así que los cruzamos con respeto silenciosamente, y desde ahí andando empezamos a subir la montaña por caminos de cabras, nunca mejor dicho, ya que es la única parte de la isla que existían cabras en abundancia. Pasamos cerca de una piedra menhir sagrado rodeada de piedras pequeñas dispuestas a su alrededor, que confirman el lugar de culto o su función de protección de la aldea. Cuentan que cuando murió el jefe Molebá de Ureka tuvieron que trasladar una columna basáltica cercana a los dos metros desde la playa al lugar donde recomendó el sacerdote, distancia superior a los dos kilómetros para cuyo traslado tuvo que intervenir todo el poblado.

Íbamos con cuatro porteadores y dos cazadores guía; después de ascender hasta cerca del borde de la caldera y de haber cazado varios faisanes, dieron muerte a dos monos negros, fieros pero confiados, dado que muy pocas personas se aventuraban por estos caminos.

Por la noche encendimos fuego para calentarnos, la temperatura estaría por debajo de los diez grados, la humedad ayudaba a tener sensación de frío. Los indígenas abrieron con un afilado machete los monos por la mitad, sacándoles las tripas, y sin quitarles la piel, los pusieron a asar atravesados por un palo en el fuego; a medida que teníamos hambre, nos acercábamos al fuego e íbamos cortando trozos con nuestros afilados cuchillos, evitando la piel. La verdad es que la carne era fuerte pero muy sabrosa, con gusto a bosque. Nos explicaron que los monos sólo comían frutos tropicales. Los nativos también cocinaron los faisanes, pero éstos no me gustaron. Pienso que al cocinar con piel los monos, la piel dura ayuda a que se ase bien la carne sin quemarse.

Arrimé tanto las botas al fuego, que se me quemaron algo los tacones. Si no llega a ser por el olor a goma que me advirtió del peligro, creo que hubieran ardido, dado que en la único que estaba atento era en combatir el frío que tenía en todo el cuerpo.

Por la mañana con los gritos de los animales y el frío nos levantamos muy pronto, aunque hasta la siete no se veía casi nada; primero porque amanecía muy tarde, luego por la espesa niebla existente.

Después de tomarnos un café con galletas que llevábamos, emprendimos la marcha todos muy juntos, con el fin de no extraviarnos dada la mala visibilidad y los enormes barrancos de esta zona. Sobre las nueve de la mañana, al ganar una loma divisamos la caldera a nuestros pies. Tenía un diámetro de unos cuatro o cinco mil metros; aunque era muy difícil de determinar, era de una vegetación lujuriosa, y hacia el noroeste parecía verse el inicio de un río. Pese a los prismáticos es muy difícil distinguir el suelo, la copa de los árboles cubre todo el valle, y la humedad ambiente levanta niebla en sus paredes. Atando una cuerda a un árbol, iniciamos el descenso que calculamos debía de tener unos trescientos metros cortados totalmente en vertical. Los nativos se quedaron arriba ya que tenían miedo a los espíritus o morimós. Nada más iniciar la bajada a Mariano, que iba delante, le salió una cobra negra, que tienen fama de ser mortales; se soltó de la cuerda del susto, suerte que había muchos matorrales y árboles, pudiéndose agarrar a uno de ellos. La vegetación tan espesa hacía muy difícil descender, la tierra estaba tan húmeda que se hundían los pies en ella, por ello como medida de seguridad sólo se podía confiar en atar las cuerdas de descenso a los árboles; después de una hora, con los cuerpos empapados del roce con la vegetación, nos dio la impresión de que el fondo del valle estaba más lejano. En vista de ello y del respeto que daba el lugar, decidimos retornar, ya que el problema acumulado que tenía esa zona, es que a las cuatro de la tarde se cubría de una niebla muy densa, seguida de la noche, que en esas tierras es a las siete de la tarde.



martes, 30 de octubre de 2012

FERNANDO EL AFRICANO CAPÍTULO 59







                                                               
                                                          Aquí en escena con Carmiña Izquierdo





                                                       EL TEATRO


Como no tenía bastante lío con el baloncesto y otros inventos, dadas nuestras inquietudes intelectuales, empezamos a hacer funciones teatrales, en principio bajo la tutela del padre Pérez, que había escrito la Pasión del Señor en verso. La presentábamos en el campo de fútbol, con escenarios múltiples al aire libre que cambiando los focos de iluminación se iban mutando; por cierto, en la primera representación, trabajó mi padre, mis dos hermanos, mi prima Magda y yo. Resumiendo, que en el programa de mano, nuestra familia se notaba. Dado el auge que tuvo el asunto, la asistencia masiva de público, y lo bien que lo pasábamos, decidimos darle carácter permanente, fundando la llamada ATAG (Agrupación Teatral de Guinea). No sólo hacíamos teatro, sino también festivales benéficos, entre ellos uno para los damnificados por el pantano de Ribadelago. También hacíamos lecturas de libros y obras prohibidas, en las que las invitaciones se analizaban con lupa, aunque alguna vez que apareció algún sospechoso, lo sustituimos por versos de Bequer, o Machado que para estos casos lo teníamos preparado. La ventaja es que en esas tierras nos conocíamos tanto, que hasta podíamos decir de que color eran los calzoncillos de los asistentes y el que no los llevaba, que se daba ese caso igualmente.

Un amigo chapista Berrueco nos construyó un escenario portátil, que se montaba con tubos, y nos dejaban un local, habitualmente el cine Jardín. Lo teníamos que levantar en una noche, y después de la función desmontarlo, lo que se lograba gracias a quedarse hasta altas horas de la madrugada trabajando; era una paliza y encima nos costaba dinero al principio. En aquel entonces en España los decorados eran de cartón pintado, con lo que se notaba las arrugas que se producían al secarse la pintura por la contracción y dilatación, nuestros decorados pintados sobre bastidores de tela eran una maravilla; el amigo Roura era tan bueno, que luego fue uno de los más cotizados en España cuando volvió, especialmente en los stands de la Feria de Barcelona; ahora actúa como arquitecto decorador en Venezuela.

Tuvo tanto auge el arte de Talía, que el alcalde de Santa Isabel, un fernandino de color, don Wilwardo Jones, nos cedió un local de su propiedad gratuitamente, donde montamos un teatro permanente. No sólo actuábamos nosotros, sino que trajimos figuras importantes de la poesía y teatro de España, como Enrique Guitart, Federico Muelas, etc. De nuestro cuadro de actores, muchos cuando se vinieron de aquellas tierras, se incorporaron al ”teatro aficionado” en España con notable éxito.

Aparte de la calidad de teatro representado, también se convirtieron los ensayos en una agencia matrimonial. La salsa del ganado femenino y el material masculino era lo mejor del mercado, y el roce engendra cariño; creo que de tantos matrimonios que fructificaron en nuestras bambalinas, me tenían que haber dado comisión a mí como secretario de la Agrupación. No reclamé nunca ese derecho por si alguno salía mal, no fuera a ser que me reclamaran daños y perjuicios.







lunes, 29 de octubre de 2012

FERNANDO EL AFRICANO CAPÍTULO 58

                                                              

                                                                   
                                                              
                                                   OSTRAS EN CACARIACA



Aquel sábado mi hermano Salvador, tenía que ir a pagar la nómina de la finca que administraba la casa Sumco en Cacariaca, así que muy temprano por la carretera en dirección a San Carlos. En la cabina del camión íbamos el conductor Cristóbal Akpan, mi hermano y yo, en la carrocería entre los bultos se sentaba el moto-boy, cuidando de que en los vaivenes del camino el suministro para el encargado de la finca y el aceite de palma, el arroz y diez fardos de corvina salada para racionar al personal no se desataran. En el cruce de Musola dejamos la carretera de San Carlos y enfilamos la cuesta hacia Musola, como siempre nos encontramos a las siete de la mañana una niebla que obligaba a llevar los faros encendidos del camión Chevrolet. Pasado Musola empezamos a bajar hacía Concepción en cuyas inmediaciones desviamos hacia la carretera sin asfaltar que nos llevaba hacía nuestro destino. Pasada la finca de Casanova llegamos por fin a Cacariaca. En su patio nos recibió Joaquín Fernández el encargado gallego de la finca, que hacía diez años no había disfrutado de vacaciones, pero como él decía, con ese dinero se pudo comprar veinte vacas, que cuidaba su hermano en un pueblo de la provincia de Lugo, así cuando se jubilara y volviera a su tierra, tenía el porvenir asegurado, por lo menos no le faltaría leche y algún bistec de la carne blanca gallega.

Pagar la nómina a los cien braceros de la finca y repartir las raciones semanales que hicieron los tres capataces de la finca, les llevó un par de horas, así que a las doce estábamos listos.

Con el land Rover de la finca, nos encaminamos a una zona de playa cercana al islote de Leven, pasado el río Echué. Esa costa es algo acantilada y en ella hay numerosas rocas, islotes pequeños, que permiten la cría de ostras en estado salvaje, tanto es así que su caparazón es capaz de albergar una pastilla de jabón Lagarto, de lo grandes que son. Así que nos pusimos el bañador y con unas escarpas que nos facilitó el encargado de la finca, iniciamos la captura de ese delicioso marisco, con la dificultad de que la mayoría de él, estaba sumergido a unos dos o tres metros de profundidad, según nos explicaba un capataz de la finca que vino a la excursión, nadie viene a esa zona a coger ostras, tal vez por desconocimiento o por estar lejos de las ciudades de San Carlos y Santa Isabel, donde si sería apreciado este fruto del mar. Pudimos llenar un saco de los que se usaban para envasar el cacao, sin mayores percances, pese a que es una zona habitual de tiburones observamos una aleta muy lejos entre las rocas, pero no se acercó a las rocas donde desarrollamos la extracción. Con parte de las ostras y un fritambo ( antílope enano Cephalophus) que nos invitó Joaquín, regado con vino Azpilicueta, comimos como reyes, aunque no pudimos hacer la clásica charla durante el café, ya que teníamos de regresar a Santa Isabel, y la ruta convenía hacerla de día, antes de que en la zona de Musola bajara el manto de niebla de todos los días. Visto lo que nos gustaban las ostras a mi hermano y a mí, el encargado nos prometió que cada mes cuando viniera el camión a traerle o llevarse productos, nos enviaría un saco de ostras, y así lo hizo durante los dos años que todavía siguió de encargado.



domingo, 28 de octubre de 2012

FERNANDO EL AFRICANO CAPÍTULO 57

                                            Soy el que está de rodillas camiseta blanca
                                             primero izquierda.                          
                            

                             COSAS DE PAÍS Y EL BALONCESTO EN GUINEA



Aquel Diciembre de 1953, estaba siendo muy caluroso y bajando por Punta Fernanda desde la Delegación de Trabajo, paré mi moto MBW, entré en el Chiringuito, donde encontré a Currubí un bohemio de la vida, con quién había mantenido muchas charlas sobre sus aficiones cinegéticas que desarrolló por el cercano Gabón. Su última aventura si se puede llamar así, y esta no era una anécdota de caza, transcurrió en Calabar ( Nigeria), a donde se había trasladado al recibir noticias de que su padre se encontraba muy enfermo en esa población. A los dos días de su llegada falleció en su vivienda. Efectuada las gestiones para trasladar el cadáver de su padre a Santa Isabel y poderlo enterrar, encontró tales dificultades y dado su carácter que no se arredraba por nada ni nadie, tomó la decisión de trasladarlo de motu propio hasta Guinea. Así que ayudado de un boy afecto a la familia, lo llevaron hasta el barco que hacía la travesía Calabar/ Santa Isabel, lo sentaron en cubierta entre los dos, y se hicieron el viaje, pagando los tres billetes como si se tratara de un pasajero más, en el viaje algunos pasajeros se interesaron por el enfermo que entre los dos sostenían ( y nunca mejor dicho), y hasta el primer oficial del barco vino a ofrecer sus servicios y un camarote si fuera preciso, pero ellos rechazaron tal ayuda por innecesaria ( y otra vez nunca mejor dicho). Al llegar a nuestro puerto el buen hijo, informó a las autoridades de que el óbito de su padre tuvo lugar durante el viaje, así que todo transcurrió con la normalidad de esos países en que la buena voluntad primaba sobre la burocracia. A Currubí por esas casualidades de la vida, lo encontré en 1970, regentando un hotel en Port de la Selva ( Gerona) donde me había alojado con mi familia. Me contó que estuvo unos años viviendo en Vietnam de donde se juntó con su compañera sentimental una vietnamita a quien nos presentó.

Siempre el deporte me había cautivado, desde pequeño que no podía hacerlo por mis pasadas enfermedades, recuerdo que empecé a ir al Estadio, a ver veladas de boxeo donde el héroe y mejor púgil de todos los tiempos el annobones Pablo Oliveras derrotaba a todos los contrincantes, pese a gustarle empinar el codo, se hizo un personaje popular como su hermano Antonio que estaba algo loco y cuando paseaba por la calle al ver pasar a una mujer, se quitaba su “lapá” enseñando sus atributos, tanto si eran blancas como negras. Los misioneros estaban preocupados, ya que consideraban un escándalo público y tal vez pensaran que eso podía entrar en los hábitos de la población, pero contaba con la simpatía de la población especialmente por ser hermano de Pablo. Aparte de que la Isla no tenía psiquiátrico ni psiquiatra, añadido a eso que en la cultura bubi, a los locos los consideran hombres bendecidos por Díos, se les dejaban entera libertad para deambular por la ciudad, y presumo que si había alguno peligroso, lo controlaría su familia en su poblado. Antonio se limitaba a lucir sus atributos, a pedirte tabaco y a intentar que le invitaras a una copa en tu casa.

Sobre el año 1954, fui al cine Jardín, donde proyectaban una película llamada Campeones de Ébano, de los Globe Trotters, nunca había visto jugar a baloncesto, pero lo que hacían aquellos jugadores especialmente su pivot Tatum, me entusiasmó tanto, que decidí practicar aquel deporte. Para conseguirlo inicié gestiones hasta conseguir escribir a la Federación Española, para que me enviara documentación amplia sobre el tema. Tenía la ventaja que algunos amigos como Fernando Sanz y Blasco habían practicado aquel deporte y me podían ayudar a implantarlo en la Colonia.

Después de recibir de la Federación Española los reglamentos y diversos libros de baloncesto, que gentilmente me envió Ernesto Pons, que era el presidente o persona influyente en la Federación, inicié mi deseo de organizar ese deporte.

Con los europeos que ya habían jugado en España más los alumnos indígenas de la Escuela Superior formé seis equipos de baloncesto masculino; logré que el Gobierno se interesara por el asunto, e hicimos tres campos de baloncesto en los colegios femeninos de Basilé, Santa Teresita y Orfanato, además de un campo en el estadio de Santa Isabel.

Después de tenerlo organizado, en mis vacaciones en la Península, logré que la Federación me diera una carta de presentación para el entrenador del C-F. Barcelona, donde durante quince días asistí a los entrenamientos, para ver como se realizaban, y preguntar sobre las dudas que me asaltaban, con un mejor conocimiento volví a Guinea.

Dedicaba tres tardes a la semana a entrenar a las chicas y todos los días a los equipos masculinos. La cosa funcionaba bastante bien.

Entre los jugadores con el tiempo se incorporaron Maho, Balboa, Saturnino Ibongo y Gerardo Jones, algunos de los alumnos de la Escuela Superior Indígena serían tenientes en la Academia Militar de Zaragoza. Resumiendo, la flor y nata de los futuros políticos dirigentes del país. Aunque Saturnino, Martín Ndje y otros se pasaron al atletismo en cuya federación enredé a mi hermano como Delegado.

Jugamos nuestro primer partido internacional contra los marineros de una flotilla de destructores americana que había fondeado en el puerto, en su camiseta llevaban el nombre de Jonas Ingran. Perdimos, pero les dimos mucho trabajo; por cierto, me regalaron el primer balón sin cámara que habíamos visto en la vida.

Nuestra segunda experiencia internacional se desarrolló en la costa cercana. Llegamos a Douala, maravillosa ciudad situada en el Camerún francés, situada a caballo del Atlántico, del río Wurí y del majestuoso pico del Camerún, de unos cuatro mil metros de altitud. Fuimos a jugar contra un club de baloncesto galo, el Paralelle 4. Para que lo aceptaran a la fuerza, cedí mi capitanía a Gerardo Jones, un nativo criado en Barcelona, que creo que había jugado en la selección juvenil de Barcelona. Un joven bien plantado con quien siempre he tenido una relación muy buena, persona honesta a carta cabal, y del que ya había comentado algo anteriormente. Jugando de alero les metí tres canastas seguidas, hasta que un jugador suyo, un griego de dos metros, me “paró” incrustándome la rodilla en la pierna derecha, me dejó lesionado de tal forma que me tuvieron que retirar del campo, ya que me quedé cojo del todo. Después en la fiesta, me comentó el griego que era cinturón negro de kárate, no me extrañó, por la pinta que tenía. En el guateque que nos dieron con baile y hermosas calentonas francesas, me tuve que quedar en una silla, sacando mi mejor sonrisa, pero por dentro me acordaba de toda la familia del griego y hasta del Partenón.

El río Wouri se divide en su desembocadura en varios brazos, con numerosas isletas de frondosa vegetación, donde con fueraborda o embarcaciones de vela, podían trasladarse y hacer un picnic en la más absoluta intimidad. Me llevaron por los meandros que desembocan en el estuario del río, donde está situado el puerto, con un fueraborda de dos motores de 60 HP. Fue fantástico, lástima que no podía andar.

El club francés era privado, no era habitual la entrada de nativos, la cuota era muy alta y se encontraban desplazados. Las instalaciones estaban muy cuidadas y atendidas por indígenas, cosa paradójica.

Llegamos a un acuerdo con ellos para que cada tres meses celebráramos un encuentro de baloncesto entre las dos selecciones, alternando el campo, corriendo los gastos de estancia a cuenta del receptor.

Cuántas políticas mal encauzadas por los países colonialistas, contra el propio criterio de las dos partes, blancos y negros, pero se imponían desde la superioridad, y todo se encontraba lógico. Se organizaron esos países, se les dotó de carreteras, estructuras y servicios, tanto es así que en algunas colonias, tenían mejor sanidad que en la metrópoli, los servicios sociales llegaban a todo el mundo, cosa que no sucedía en la “ tierra de los blancos” , pero se falló en ir incorporando a la población nativa a los puestos de responsabilidad y decisión y fracasó en preparar suficiente números de universitarios para ir haciendo un cambio fluido. Ello no es óbice para manifestar que esos ochenta años de colonialismo se hizo más y mucho mejor que en los cuarenta y cinco años de Independencia que llevan ahora las países africanos, que han destruido casi todo lo edificado, y han llevado la masacre a sus pueblos. Y no vale eso de decir que quien les proporciona, armas, quien los soborna son extranjeros, ya que a eso hay que aclarar que quien compra las armas, quien se deja sobornar son ellos. Siempre he dicho que entre las cosas que no se les ha enseñado, es a robar con mesura, a saber hasta donde se puede hurtar sin demasiado escándalo, hasta donde se puede abusar del poder sin masacrar. Como conclusión podríamos concretar, que el que abusa no es el color de la piel, ni la religión, ni las creencias, es el capital, el interés, la avaricia, la lujuria y los pecados capitales, que no tienen color, religión ni concreción geográfica, están en todas partes como las hormigas, siempre trabajando bajo tierra para emerger en el momento adecuado. Pongo por ejemplo Santa Isabel en los años cincuenta con una población de tal vez cinco mil habitantes, tenía Hospital, luz, agua, teléfonos, todas las calles asfaltadas etc. Seguro que muchísimos pueblos de España con esa población carecían de esos adelantos.