jueves, 16 de junio de 2011

La Historia del Pueblo Bubi Séptimo Capítulo

S É P T I M O C A P Í T U L O



ANÍMALES DOMÉSTICOS



Muy reducido es el número de animales domésticos que posee el bubi, de las aves únicamente la gallina conocen con el nombre de kohe y de los cuadrúpedos tienen tres especies la oveja, touru, N.S. nsoru, Baney, toholu , Boloko y nehelu,S.O., la cabra (mpori, N. mobori S.) y el perro( mpua, N. mbúa, S.)

Todos estos animales son inferiores en sus cualidades a los peninsulares de su respectiva especie. Sus proporciones son muy pequeñas: una gallina española de las medianas hace dos de las de los bubis y sus huevos con un poco más que el doble de de paloma. La carne tanto de la gallina, como la de la oveja y cabra es floja y menos alimenticia. Las ovejas no tienen lana sino pelo como la cabra, carecen de cuernos y solamente gozan de ellos los machos, cuyos cuernos son relativamente pequeños. Las cabras, así machos como hembras, están armadas de puntiagudos y fuertes cuernos, pero de más reducido tamaño, las tetas de insignificante apariencia y apenas ¡dan leche para el alimento de las crías.

De aquí, que sean entre ellos completamente desconocido el ordeñar tanto a la oveja, como a la cabra. El bubi salvaje se maravillaba antes en gran manera al contarle que el blanco se alimenta de leche de la vaca, de la burra, oveja y cabra, y subía de grado de admiración, cuando oía decir que no tanto hacía uso de este último alimento por necesidad cuando la mayoría de las veces por gusto y regalo. El perro bubi de pura raza y sin mezcla no ladra jamás sino que aúlla como el lobo; es de despreciable apariencia, flaco, en general mal alimentado y es muy poco cazador. El gallo aunque mucho más pequeño que el europeo, es muy ligero y valiente y entrando en pendencia o riña uno y otro, de ordinario sale siempre vencedor y victorioso el bubi. Al gallo denominan botehoe, N. motehoe, S. y a la gallina distinguen con la palabra karihoe. El bubi luego que vino en conocimiento de las gallinas y perros europeos trató de mejorar sus propias razas o comprándolas o permutándolas dando dos gallos o gallinas por una europea y ha trabajado lo indecible por hacerse con perros de razas mejores extranjeras.

De ahí que ahora se encuentren entre los bubis individuos de la especie gallinácea de regulares dimensiones y huevos de tamaño más que mediano; y en sus poblados se oiga el ladrido del perro, sea este mejor alimentado y se sirva del mismo para la caza.

Es muy reprobable el grande descuido que ha tenido el bubi en mejorar sus razas ovejuna y cabruna mediante la adquisición de otras de raza extranjera. Los animales domésticos de los bubis durante el día, andan sueltos, libres y por donde se les antoja, sin ser vigilados de nadie y sin tener el bubi siquiera idea del oficio de pastor. Al atardecer vuelven todos a pasar la noche en las cercanías de la casa de su dueño, montándose las gallinas en los árboles más próximos y las cabras y ovejas en las noches despejadas de luna, acostándose en las afueras del pueblo y en las lluviosas se refugian en el boetcha o boencha o casa de reunión del poblado y de sus galerías, si el boetcha duerme gente extraña. Suelen ir muy lejos a pacer, mas en general apenas se extravía o pierde una res en el bosque.

Todas las reses están muy bien marcadas o señaladas y llevan diferente señal o marca según que pertenezcan a diversos dueños; unas llevan por marca una oreja cortada, otras las dos, aquellas tienen una cortada perpendicular en una de sus orejas, estas en ambas, las de acá las llevan agujereadas, las de allá tienen otra señal, etc. De la propia manera señalan las gallinas cortándoles un dedo o dos de la pata o de ambas patas Así cada uno conoce fácilmente los animales propios, y todos viven sin cuidado respecto a hacer el recuento diario de los mismo, pues la propiedad ajena es tan escrupulosamente respetada que entre ellos en tiempos ya pasados era completamente desconocido el robo, y así únicamente vigilan para averiguar si hay alguna res enferma o sarnosa para curarla.

De esta costumbre tiene su origen la ley general que ordena rodear los diversos barrios de que consta un poblado de una alta y fuerte valla y que todas las plantaciones estén defendidas en idéntica forma, de lo contrario el propietario de las reses que causen desperfectos o daños así en el interior de las casas de los vecinos o en las plantaciones ajenas es irresponsable de ellos.

Si en un camino vecinal pasa por medio de una plantación tanto a la entrada como a la salida hay una puerta sujeta por una cuerda y los transeúntes están en el deber de dejar ambas puertas cerradas y si no, se hacen responsables de todos los perjuicios provenientes de su incuria. En el caso de no poner una puerta a ambos extremos de la finca o plantación tienen obligación de colocar dos escaleras dobles. Las reses que acostumbran a saltar las vallas ya del poblado o de las plantaciones se las ata fuera de la valla por la primera vez y se pasa aviso al propietario de las mismas. Por la segunda se las arroja fuera de la valle se les corta al rape ambas orejas y avisase a sus dueños que las pasen a recoger; y por la tercera vez se llaman a los propietarios de las reses y dos peritos, para que averigüen y calculen el valor de los daños causados por las reses ¡en la plantación y los propietarios de las reses deben resarcir el valor tasado por los peritos. Las reses que tiene n ese mal hábito o las venden o las matan.

Para que las reses no olviden la casa de sus dueños suelen darles agua salada o facilitarle un tronco encontrado en la playa y muy empapado de sal marina, para que se entretengan en lamerlo. A las gallinas reparten trocitos de ñames, plátanos, etc. Les preparan sus ponederos que llaman bileko con cama muy mullida por nombre raalo, la cual cambian muy a menudo por razón de los piojos y cuando los polluelos todavía no pueden subirse a los árboles, dichos biopo para dormir en ellos, cada tarde recogen con la clueca y los colocan con mucho esmero en el eleko para que estén calentitos encima del raalo y debajo de las alas de la madre.

Le pepita eijo u hombe de la gallina la curan haciéndola tragar agua de guindillas o tokolo; la viruela lomba(Batete) para curarla la lavan con agua de guindillas y luego la ungen con aceite de palma.

La sarna korokoro en los perros y en las reses para quitarla, lavan muy bien el animal con agua caliente y luego de lavado le untan las partes afectadas con las heces de aceite de palma. Loos tumores de las pezuñas los lavan primeramente muy bien y luego les ponen aceite de palma casi hirviendo. La tos pertinaz y la morriña o comalia de las reses las combaten administrándoles agua salada hervida con la hierba comestible conocida por ellos con el nombre de bileppa, o bokari.

La diarrea en las reses proviene, aseguran ellos de haber comido en abundancia hojas de palmera losala o una hiedra que suelen cubrir los cacaos en las fincas abandonadas denominada lokokó. Cuando la res padece esta enfermedad la retienen en casa atada y no le dan otro alimento que hierba seca

La castración de los cachorros, corderos y cabritos también es practicada entre ellos por hombres muy entendidos en el oficio, los cuales son muy bien retribuidos. Entre los bubis es más apreciada o estimada la cabra que la oveja. No todos poseen ovejas, pero si tienen cabras.
Los espíritus de sus antepasados nunca piden que les sacrifiquen corderos u ovejas, sino que siempre reclaman cabras o cabritos.

Los hombres llamados boaena o boho y las mujeres que tienen el título de koobe que son la gente más importante y de mayor dignidad en su sociedad, de tal manera que nadie puede comer en su compañía que no sea de igual dignidad, no comen corderos ni ovejas, sino cabras y cabritos.

Los que crían ovejas suelen habitar en las alturas, como los de Balachá, los de Oloita, de Moer y los de Biappa y Moka. Estos suelen tener más ovejas y cabras y lo contrario acontece con los habitantes de otras comarcas.

Antiguamente el bubi tampoco probaba la carne de gallina ni los huevos, sino que estos los destinaba a la producción de otras gallinas y la carne de estas la dedicaba y ofrecía a los espíritus superiores. Hoy día los tiempos son otros y ya comen de todo.


E L C O M E R C I O

Siendo en un principio las necesidades de los bubis tan limitadas no existía entre ellos otro tráfico o comercio que el trueque o permuta de unas cosas por otras, según de las que tenían de más o les hacían falta. Si se añade que los medios del tráfico o transporte de los géneros de unos lugares a otros era el más primitivo y rudimentario por no poseer animales de carga y de otros medios naturales para llevar o traer las cosas para la permuta o cambio, sino que todo esto se debía hacer por medio de cargadores, se comprenderá que el comercio entre estos indígenas había de ser naturalmente muy poco activo y circunscrito.

Los únicos cargadores bubis eran las mujeres y los niños de ambos sexos, pues los varones ordinariamente no llevaban cargas, y si alguna, muy rara vez, cargaban algún peso, no se lo podían poner en la cabeza, sino en los hombros.

Los viajes de comercio no se extendían más allá de ocho horas, y para mayor comodidad de todos, había ciertos parajes que llamaban bitobam, N S. selano o bochimba, S O. cuyo significado es lugar de encuentro o de parada, que consistían en unas plazas generalmente sombreadas situadas en los mismos caminos vecinales y en el punto medio o de igual distancia entre pueblos algo lejanos, y al que nosotros apellidamos mercado o sitio público destinado para las compras, ventas o permutas, porque en estos lugares se reunían gentes de diversos pueblos y hacían sus transacciones mercantiles. De estas paradas de encuentro yo mismo he visto en la parte meridional de la Isla, el uno estaba en el camino que va de Ratcha de Balachá a los pueblos de las alturas de Batete, y el otro en la vertiente sur de la cordillera de Fernando Póo y en el término medio del camino vecinal que une Riokoritcho de Balachá con los poblados de Ureka. En el noroeste y junto al extinguido pueblo de Iringó, que es el primero de los bakoletos occidentales, existía también otro mercado e igualmente en la parte oriental entre los poblados de Bau de Basuala y de Rebola de Basakato del Este; aunque otros afirman que el de la parte oriental estaba algo más hacía el Sur, esto es, entre Barepara y Basupú de Bariobe. Estos bitobam o selano eran de los más importantes de la Isla por reunirse en ellos gentes de los pueblos norteños y de los meridionales de la misma.

Es de todos sabido que los biapa y balachá abastecían de ñames a todos los demás lugares de la Isla; ellos poseían en mayor número que nadie grandes rebaños de ovejas y cabras. Las calabazas así grandes como pequeñas procedían todas de Riabba y en ningún otro sitio era lícito plantar calabaceras; en cambio los habitantes de aquellas alturas carecían de aceite y vino de palma, cuyos artículos abundaban mucho en otras comarcas.

Más tarde no se contentaron con trueques o permutas de unos géneros por otros, sino que ya realizaron verdaderos compra- ventas mediante el llamado dinero bubi. Este consiste en trocitos irregulares de un centímetro de diámetro de un color blanco muy vivo, procedentes de porcelanas cauris del género cypraea y que agujereados por el centro los conservan el ristras generalmente de doce a quince centímetros. Cada ristra se valúa por veinticinco céntimos de peseta y ellos solían contar por rionchila es decir, veinte ristras o cinco pesetas, y así una cabra u oveja acostumbran a pagar cinco rionchila o sea veinticinco pesetas. A esos trocitos de porcelana natural, los bubis apellidan tchibo, N.S. nsibo, Bau, y lôôkô, Batete.

Los indígenas del Norte, como más próximos a Santa Isabel, que fue el primer lugar de la isla en donde los europeos se establecieron fijamente, fueron los primeros en ver y comprar mercancías importadas por estos últimos y así al momento se proveyeron de ollas de hierro, cuchillos, machetes, hachas, abalorios, tabaco, sal aguardiente y hasta de escopetas de pedernal y pólvora. Todos estos géneros los transportaban a los bitobam o selano colindantes con los distritos meridionales y allí los revendían a muy buen precio.

Es de notar que los diferentes pueblos que solían acudir a estos mercados, se avisaban mutuamente y señalaban el día del encuentro o mercado y aquel día todos acudían. Más acontecía algunas veces que por causas imprevistas ora los del Norte ora los del Sur, no se presentaban a la cita; todos los ignorante de las costumbres bubis creerán naturalmente que esto era un contratiempo para los que habían acudido por verse precisados a volver con las mercancías a sus poblados y haberse cansado en balde; pues, no señores, no había tal cosa. Dejaban todas las mercancías en el mismo bitoban o selano y al anochecer se volvían todos a sus respectivos besés, sin quedarse nadie para vigilarlas, estando bien seguros de que no había ninguno de los naturales tan atrevido que sustrajeses nada de allí. Acaecía igualmente, que los que no habían acudido el día designado se presentaban al siguiente inmediato o a los dos días y como es natural hallaban todas las mercancías intactas dejadas allí por los otros y entonces se verificaba una cosa rarísima entre los hombres y que prueba en gran manera la rectitud y fidelidad de los bubis.

Si uno quería una escopeta y esta valía cinco cabras, ataba las cinco cabras puntualmente en el mismo sitio en donde halló la escopeta, se cogía esta y se volvía tranquilo a su casa. Pasados tres o cuatro días los primeros acudían de nuevo al mercado y ya no encontraban las mercancías por ellos dejadas, pero en su lugar hallaban fiel y exactamente su valor.

De idéntica manera sucedía si uno llevaba aceite y con él deseaba adquirir sal. Registraba entre los bultos allí depositados por si encontraba alguna vasija de sal de igual capacidad, llena de sal, y en caso afirmativo, dejaba el aceite en el mismo lugar y se llevaba la sal. Si no encontraba una vasija llena de sal de igual capacidad que la suya, sino otra mayor, en este caso también dejaba el aceite y se llevaba la sal, pero como la sal valía más que el aceite, solía igualar el precio o valor con algunas rionchilas de tchibo dejándolos pendientes de un palo hincado en el suelo junto a la vasija en la que había la sal para que el dueño de la vasija al ir a recogerla viese lo que faltaba de aceite se suplía con las rionchilas, ñames u otro equivalente. Alguien tal vez, pondrá en duda lo que acabo de decir, por parecerle imposible un salvaje tan grande y religioso respeto a la propiedad ajena y tanta fidelidad a los contratos. Sin embargo yo mismo lo vi y presencié en el mercado que existía en el camino de Balachá a Ureka allá en el mes de enero de 1896 que fue la primera vez que visité las playas y tierras urekanas.


Actualmente todos los mercados de la isla han desaparecido por haber dejado ya de existir el fin y la causa de los mismos, pues ya en casi todas las playas y aún en sus mismos poblados encuentran los géneros necesarios que los potós blancos y de color les importan. Cuenta los bubis más viejos que el primer potó de color que comenzó a recorrer la isla, estableciendo comercio directo con ellos fue el difunto Guillermo Vivaur,( en otros sitios escriben Vivour) este moreno singular puso agentes en las playas de casi todos los distritos para recoger el aceite de palma de los bubis en cambio de sal y otras mercancías europeas, y periódicamente pasaba su bote para transportarlo a Santa Isabel.

Después de la capital en donde particularmente solía vivir eran las bahías de Concepción y San Carlos trataba a los bubis con rectitud y lealtad les ganó la confianza y así todos sin distinción acudían a él sin temor y respetaban y veneraban. De aquí que hiciera fortuna tan colosal que al morir era el hombre más rico y popular de la isla.

El primer comerciante europeo que fijó su morada en la bahía de San Carlos, me decían los bubis viejos de Batete que fue un tal Juan, español de nación a quienes los krumanes bautizaron con el nombre de John Paña, que quiere decir Juan el Español; y como levantó su casa en la punta en donde está edificada actualmente la casa propiedad de Don Sebastián Torres, llamada La Barcelonesa todavía la predicha punta conserva el nombre de John Paña. Los bubis a este español le daban el nombre de Vico y era muy apreciado, estimado y respetado de todos, a los menos de Batete me hablaron siempre muy bien él.

En tiempos posteriores vinieron con alguna regularidad por los meses de octubre y noviembre, esto es terminada la cosecha general de ñames, de Calabar y Victoria, algunos balandros tripulados por indígenas de aquellos lugares, a la bahía de San Carlos en el rincón de Westbay, para abastecerse de ñames de Balachá. Al arribar a aquella playa, los tripulantes tiraban dos o tres grandes salvas de fusilería, las que oídas por los de balachá bajaban enseguida numerosas caravanas de mujeres y niños de ambos sexos cargados de grandes metete repletos de ñames, los que trocaban por géneros traídos en los balandros. Estas caravanas bajaban dirigidas y custodiadas por algunos bimpó o criados principales de los batukus, los cuales eran responsables de los desmanes cometidos por algún potó con las mujeres.


                                                       LA   G U E R R A



Todos los bubis confiesan unánimemente que antes de la venida de los europeos, las guerras entre ellos eran casi continuas y en extremo bárbaras y crueles. Aún más tarde, mientras permanecieron independientes gobernándose por los usos y costumbres de sus antepasados, sin molestarles en nada el Gobierno Español ni entrometerse en sus asuntos, continuaron en sus luchas intestinas casi en igual forma, singularmente en las comarcas meridionales, cuyos habitantes eran más belicosos, insolentes y vengativos, y como estaban más apartados y lejanos de Santa Isabel sentían menos la influencia española , pues esta en aquellos tiempos, casi únicamente se circunscribía a la Capital y sus alrededores.

La seguridad, paz y bienestar que se disfruta hoy día en las rancherías, data del año 1890; pues en esta época fue cuando las regiones del Sur diéronse cuenta de la dominación española y fue reconocida su soberanía en toda la Isla, mediante la influencia y trato frecuente de los Misioneros españoles establecidos, poco había, en las dos importantes bahías del mediodía Concepción y San Carlos, los cuales en tan breve tiempo, habían ya recorrido casi todos aquellos pueblos diferentes veces.

En tiempos anteriores los ataques a la vida ajena, las venganzas privadas estaban a la orden del día, de aquí que fuera peligrosísimo para cualquier bubi particular atravesar una comarca o distrito extraño por correr riesgo de un mal encuentro y de perder la vida en la travesía.

Sabido es de todos, conforme se dijo, que nadie podía ambicionar el título honorífico de la nobleza bubi, cual es el de ebohoana, N. ebohoabí, S. sino quien había matado a traición a un enemigo personal, del país o forastero cualquiera. El que pretendía hacer méritos para subir a la cúspide de la nobleza, íbase a un país extraño y algo lejano del suyo, poníase en acecho junto a la vía pública esperando que pasase un caminante solo y desarmado y en viéndolo salía del escondite, asaltábale y matábalo. Luego le cortaba el brazo derecho, lo metía en su zurrón y con el garbo y gallardía de un héroe se presentaba al botuku principal y mostrábase el brazo yerto de su víctima.

Este lo recibía con señales de complacencia y satisfacción, dándole el parabién por su heroicidad y valentía; y el otro se volvía a su morada con el ánimo henchido de placer, gozo y alegría.

Llegado a su casa, ponía el predicho brazo, para conservarlo mejor, al humo y calor del hogar, o lo metía en una gran vasija de aceite de palma, mientras preparaba las cosas necesarias para la celebración de una grande y solemne fiesta siobe o siome y un espléndido y suntuoso banquete ripelo rote a fin de conmemorar un hecho tan singular y hazaña tan notable y heroica. La mencionada fiesta duraba de cinco a seis días, acudiendo innumerable muchedumbre de los distritos comarcanos y amigos, que festejaban alegres, felicitando entusiasmados y aclamando calurosamente al héroe.

El valiente que había quitado traidoramente la vida a su prójimo, hacía gala de grandeza y ostentaba orgulloso y rebosante de satisfacción a las muchedumbres que le ovacionaban, como testimonio y trofeo de su alevosa hazaña, el brazo descarnado de su víctima. Desde ese momento, si el tal alevoso tenía cinco esposas eoto o legítimas y reuníanse en su persona las demás condiciones exigidas por la ley bubi, poseía el título de Ebohoana o Ebohubi equivalente a Grande entre los bubis, Héroe o Varón Ilustre, este título era muy ambicionado entre la nobleza bubi, más poquísimos lograban poseerlo.


Hoy ya no se cometen entre los bubis tales alevosías y crueldades. Alguien tal vez rehusará dar crédito a lo que acabo de contar por ver al bubi salvaje tan receloso y tímido. Esto es muy cierto, mas bien es verdad que el bubi trata siempre con el extranjero con miedo y recelo, pero también lo es que entre sus iguales y paisanos muéstrase muy altivo y provocativo y con instintos crueles y sanguinarios, que por un quítame allá esas pajas, armaban la de San Quintín. Se convencerá fácil y seguramente quienquiera que sepa que en tiempos pasados la Isla era un conjunto o aglomeración de diminutos estados casi independientes, cuyos jefes o botukus, muy frecuentemente insolentes y ambiciosos, tenían gusto e interés particular en hostigar y hostilizar a sus vecinos, y aunque todos en general así los baita como los babala se reputaban vasallos de un jefe común que tenía su rijata o Corte en las elevadas mesetas de Riabba, cuyo rumbosos título era Mochuku m`Oritcho Rey del Universo, más esta soberanía antes bien

Era nominal y honoraria más que efectiva, porque este rey universal de los bubis no miraba las cosas para él de tan poca monta como eran los asuntos y negocios de los particulares. Contentábase el soberano de todos los baoritcho con que cada botuku de distrito se presentase en su Rijata de Riabba a darle conocimiento de su elección, prestarle pleito homenaje o juramento de fidelidad, sumisión y respeto a su persona y le pagase con religiosidad y anualmente los tributos por él exigidos y en lo demás dejaba que cada botuku obrase como mejor le pareciere, salvas las leyes y costumbres generales bubis.

Así se gobernaban los bubis hasta que a mediados del siglo pasado vino a ocupar el trono bubi el Gran Moka, de estatura gigantesca y arrogante, de fuerzas hercúleas, hombre muy prudente, de grandes energías y de excepcionales dotes de gobierno. Este hombre superior a todos los de su raza considerando que de seguir de aquella tan bárbara manera las costumbres regionales y generales, toda la nación bubi corría a pasos de gigante a la entera destrucción y desaparición, reunió allá por los años 1855 y 1856 cortes generales de todo el reino bubi o sea una magna asamblea de todos los botukus regionales en su Rijata Riabba, en la cual trataron asuntos muy importantes relativos a la paz y bienestar general de la nación y les hizo saber que él era o Mochuku ma Bachuku, el Rey Soberano Universal de todos los jefes, que ningún jefe regional se atreviese en adelante a declarar , ni hacer la guerra a otro sin su consentimiento y autorización, que desde aquel momento fundaba la lojúa o cuerpo de gente armada para su propia defensa, vigilancia del orden público y castigo de quien atentase contra la vida ajena y osase contravenir sus órdenes y mandamientos. Mientras Moka fue joven se conservó fielmente el orden y seguridad públicas, más tan luego como notaron en él que por la vejez sus energías iban decayendo y su vigor y fuerzas debilitándose, volvieron los bubis a sus antiguas y no olvidadas costumbres y a sus intestinas rencillas y cuestiones. Esto aconteció según ellos mismos cuentan, por los años 1883 a 1884, poco después de la llegada de los nuevos Misioneros españoles,. Por entonces los bubis del Norte comenzaron a prescindir de las órdenes y decretos emanados o venidos de Rijata re Riabba , y aunque los del Sur continuaron sumisos al Mochuku m´Oritcho , sin embargo fuéronse relajando muchísimo y poco a poco perdieron la sumisión y respeto a tan gran Mochuku debidos. Moka fue el primer jefe de todos los bubis que reconoció la soberanía española en la Isla y guardó perfecta fidelidad a la misma, hasta su muerte que ocurrió en el mes de marzo del año 1899, a los 90 años.


Hicimos anteriormente mención de las guerras que en tiempos pasados hubo entre los antiguos y modernos moradores de Batete y de San Carlos; como los últimos expulsaron a los primeros de aquel país y cómo éstos viniéronse forzados a emigrar de las tierras meridionales a las septentrionales. Vimos las guerras que sostuvieron batete con los bokoko, principalmente en tiempos del famoso mochuku mo Motéhe Mai; como, al principio fueron vencidos los batete, pereciendo en la contienda el predicho Mai y cómo, después se desquitaron, arrojando a los bokoko más allá del río Ndaha.



El río Oko servía de línea divisoria entre los batete y los bokoko. Omokoko significa país que está junto o más allá del río Oko; y bokoko moradores del propio país.

El Oko desemboca en la pequeña ensenada que, en la actualidad, denominan Bokoko pequeño y el Ndaha pasa más al Oeste del Campamento y de los internados. Todo este terreno arrebataron los bokoko los batoha de Batete y esta es la razón por la cual los batete llaman a esta comarca Ratcha r`Omotèhe o Ruitche r`O motèhe.

Narramos también las emboscadas y acechanzas que los propios batete ponían a los baloketos occidentales y las terribles y sangrientas matanzas que en ellos ejecutaban, cómo los mencionados baloketo, singularmente los basule y los baerí, subyugaron y casi esclavizaron a los basakato de la parte occidental y el tributo vergonzoso que les exigieron.

Igualmente contamos la gran contienda y pelea que tuvieron los basakato entre sí, motivadas por el mal repartimiento de las palmeras de aquel distrito, que causó la desmembración y separación, entre ellos, abandonando los vencidos el Oeste de la isla y emigrando al Este, estableciendo su morada en el país situado entre Basuala y Bariobe, de forma que los basakato orientales son los vencidos, expatriados y desterrados; y los occidentales son los vencedores y poseedores de las tierras legadas por sus antepasados. Hoy añadimos que los batete del Norte, cuales son los batoikoppo, baloeri, basupú, basilé, banapá, basapo, y barebola, en su emigración de las tierras del Mediodía a las norteñas, al intentar o pretender acampar en una de las estribaciones del poniente del pico de Santa Isabel, hallaron ya aquel país ocupado y habitado por otros bubis que, según cuentan, eran los baney y basuala,. Los baney y basuala son los primeros pobladores de las comarcas situadas entre los ríos Ope en Batoikoppo y el Epetu en Riela de Rebola, es decir que ocupaban todos los lugares pertenecientes al Septentrión de la isla.

Los baney y basuala eran gentes en aquel entonces, muy pacíficas y enemigas de contiendas, altercados y guerras, mas viéndose molestados y hostilizados por los recién llegados, que formaban un compacto y numerosísimo ejercito, trataron naturalmente, de defender sus bienes y familias; y como los nuevos huéspedes comprendiesen los intentos y conatos de defensa de los pacíficos indígenas, inesperadamente y sin previo aviso, se arrojaron y atacaron con tal ímpetu y violencia sus ranchos, que los destruyeron completamente; y enseñándose con aquellas pobres e indefensas gentes, degollaron inhumanamente y

sin piedad a chicos y grandes, a niños y ancianos, a hombres y mujeres, desahogando toda la saña y rabia, que en sus corazones traían por las derrotas sufridas en su propio país, del cual se veían vergonzosamente expulsados. Los que lograron escapar de la mortandad, pasaron el Eputu y fijaron su nueva morada en las mesetas, que forman las estribaciones orientales del Basa o pico de Santa Isabel, en aquella época todavía inhabitadas. El lugar donde verificose en degüello de los baney y basuala, todavía conserva entre ellos el nombre de Riorippuá ra Baneba, Matanza de los baneba.

Los baloketo hacían también frecuentes correrías por los territorios de los batoikoppo y basupú. Aún está en la memoria de los viejos basupuanos una de ellas, la cual tuvo por fin el vengarse de uno de los principales batuku de Basupú, de quien habían recibido muchísimos agravios en sus personas y bienes. Éste, según cuentan, era un verdadero gigante y tan diestro y valiente luchador que, de un soplo golpe, derribaba a cinco de sus contrarios y él solo hacía frente a cincuenta. Vinieron pues, los baloketo sigilosamente a Basupú, se emboscaron el as cercanías del rancho del gigante, lo asaltaron por sorpresa y tomaron sin resistencia por hallarse, en aquellos momentos, el que buscaban ausente y encontrarse allí únicamente algunas mujeres y niños. Saquearon el poblado y lo incendiaron; a las mujeres ancianas cortaron ambas muñecas y como despojos, se llevaron a las doncellas y niños. Retirados los salteadores y vueltos a su país, las pobres mujeres mutiladas llenaron la comarca de gritos de dolor, llantos y alaridos lastimeros. En estas llegó el dueño del rancho el cual enterado de lo sucedido y de quienes eran los bandidos, montó en cólera y rugió de dolor y rabia, como león herido, y reuniendo todos sus súbditos, hábiles para tomar las armas, corrió precipitadamente en persecución de los malhechores y facinerosos. Alcanzándolos entre los ríos Ope y Bioko, y precipitándose sobre ellos, como tigre sobre su presa, los desbarató, dispersó, puso en precipitada fuga y arrebató todo el botín que llevaban.

Los Batete del Norte, igualmente se han hostilizado y perseguido mutuamente y con frecuencia. La causa de ello es porque aun cuando todos pertenecen a la una subtribu, sin embargo, esta subtribu forma dos ramas denominadas raho y barioatá . A la primera pertenecen los barbola, basapó, basilé, y banapá, y a la segunda los basupú, boloeri, y batoikoppo. Entre los baho y barioatá apenas jamás hubo paz y tranquilidad, sino siempre disensiones y hostilidades.

El jefe basupuano, a su vez, realizaba, unas veces solo y otras con su gente, frecuentes piraterías por Basilé y Rebola, llegando alguna vez hasta los poblados de Baney. En estas correrías obraba de igual e idéntica forma que los baloketo en el poblado de él, esto es, incendiando pueblos que ningún mal le habían hecho y acuchillando a personas inocentes. Del propio modo hacían los barebola sus correrías por Bariaobe y Bakake y los habitantes de estos últimos países las verificaban por las tierras de los bikos y baloketos del Este. De donde se colige que, durante largos años, todo el reino bubi fue un Campo de Agramante. Los únicos que disfrutaron de paz siempre, fueron los moradores de Riabba, porque al Mochuku m`Oritcho nadie osaba molestarle.

Cuál fuera el sistema primitivo de guerrear entre los bubis, no consta ciertamente y es cosa muy controvertida entre ellos. Unos aseguran que consistía en arrojarse mutuamente piedras y guijarros por medio de hondas. A éstas dan los nombres de bapula, (N) mabola, (Ureka) y mesisi, (S). Otros sostienen que el primer modo de pelear era darse bonitamente unos a otros tremendos bastonazos o garrotazos, toahá o choahá. El golpe dado en la cabeza del enemigo con el saha o bastón bubi, produce una herida tan ancha y profunda que, a las veces es difícil distinguir si se hizo o no, con machete u otra arma parecida. Esto lo afirmo con toda verdad; pues durante varios años, en tiempos anteriores al establecimiento de la Jefatura de Sanidad en la bahía de San Carlos, curé innumerables veces semejantes heridas causadas por los toahá o choahá. En una ocasión se me presentó un bubi del monte, que traía en su cabeza siete horribles heridas recibidas en una riña, ròa o molòa, habida entre varios vecinos de un mismo poblado; y con ser tan horrorosas, no le causaron la muerte, pues actualmente vive sano y robusto, pero le tuvieron durante un mes postrado en la cama. La habilidad o arte en esas luchas está en dar fuertemente en la cabeza del contrario o en herirle en los brazos para desarmarle y dejarle fuera de combate.

Esta manera de pelar se estila todavía mucho en las comarcas meridionales de la isla, aunque poco a poco irá desapareciendo. En las septentrionales se abandonó el uso del bastón en las peleas, así públicas como privadas, y en su lugar han adoptado o introducido la moda del boxeo o pugilato, bakotto o kotto. Lo verosímil y probable es, que es bubi acostumbró siempre en sus luchas, emplear como armas ofensivas los toahá o choaha.

En tiempos posteriores usaron como armas de guerra los venablos o dardos arrojadizos, bechika o mechika, los cuales en épocas primitivas, destinaban solamente a la caza. Cuentan los bubis de San Carlos que el primero que arrojó a su semejante una bochika o mochika fue un tal Etataké natural de Bualatokolo, Ratcha o Ruitche ro Motehe. En un principio fabricaron las bechika de ramas de palmera,, a las que en el Sur daban el nombre de muiaña, mas luego se valieron para su fabricación de maderas muy fuertes y duras que endurecían en el fuego.

El dardo bubi, era una vara delgada de metro y medio a dos metros de larga terminada, por el lado más grueso, en una dura y muy aguda punta con muchos arponcillos en el extremo para que no se desprendiese después de haber agarrado, y la arrojaban con las manos. Cuando peleaban con bechika o mechita acostumbraban a llevar unos grandes escudos con los cuales encubrían y defendían todo el cuerpo, como se puede ver todavía cuando celebran sus buala. Llevaban una coraza con su peto y espaldar, que les llegaba por delante hasta la parte inferir del hipogastrio, y les protegía pecho, espalda y vientre. La materia así del escudo como de la coraza, era de cuero de búfalo perfectamente descarnado y curtido. En clavándosele a uno en el cuerpo un dardo, se lo sacaban mediante una gran sajadura o incisión practicada con navaja muy afilada, de lo contrario no era posible, sino desgarrando horrible y dolorosamente los tejidos.

Refieren los bubis de Batete, que una molanchàlanchàrí o mujer de Balachá se dirigía a Bokoko y pasando por un pueblo de Batete los vecinos la saludaron muy atenta y afectuosamente y al pretender cumplimentarla con un tierno abrazo conforme a la costumbre bubi, correspondió ella con gestos desdeñosos y con insultos y maldiciones gráficas y provocativas como estas: sooohiñao soo imbua ñao!! Cuya traducción literal es: perros a comer mi…. Los vecinos enojados por tamaños y provocativos insultos, la cogieron, le cortaron la mano derecha y la dejaron ir. De este hecho data, según los batete, el uso de machetes y otras armas blancas en la guerra; aunque no fue admitido y adoptado generalmente en toda la isla. En época más moderna los bapotó, o extranjeros se establecieron en las playas e importaron las primeras escopetas y aunque las vendían a muy subidos precios, los bubis procuraron a toda costa hacerse con ellas.


El primer uso que hizo el bubi de las escopetas, fue herir y matar con ellas a los mismos bapotó, como aconteció en San Carlos; que la gente de Rutoloeri de Boloko bajó a la playa y mató a los bapotó que en ellas residían.

Actualmente los indígenas emplean las escopetas no sólo para la caza, sino también para la defensa de sus bienes y personas, como se pudo comprobar en julio de 1910, y por cierto que son muy hábiles en el manejo de dichas armas y diestros tiradores. Los casus belli más comunes eran; el homicidio de uno de los prohombres por los habitantes de un pueblo o distrito extraño y la fuga de una mujer eoto o legítima.

En el primer caso, luego que se venía en conocimiento del homicidio de uno de los principales del país por los habitantes o moradores del de otro extraño, el país ofendido enviaba al ofensor una embajada para exigir razones de la muerte de su paisano, y si las razones eran justas, y por tanto la muerte no resultaba injusta, allí no pasaba nada, mas si la muerte u homicidio venía a ser originalmente injusto, se exigían fuertes reparaciones e indemnizaciones.

Si los ofensores se allanaba a todas las exigencias de los injustamente ofendidos, no se rompían las relaciones pacíficas y amistosas entre ambos países; en el caso contrario, de negarse los ofensores a todo arreglo o compromiso de satisfacer o indemnizar, venía la declaración de guerra de parte de los injuriados.



En el hecho de la fuga de la mujer eoto legítima, en sabiéndose su paradero, el marido de ella presentábase a su jefe manifestándole la fuga de su esposa, el lugar de refugio o escondite y le rogaba practicase las diligencias necesarias para traerla de nuevo al hogar. El jefe enterado de lo ocurrido, mandaba un mensaje al jefe del lugar donde actualmente se hallaba la fugitiva. Si la mujer era esposa de un notable del país y su refugio era la casa de un sibala o vulgar, la fugitiva era entregada inmediatamente a los mensajeros. Si el huésped en el tiempo del hospedaje violó a la mujer, entonces el jefe del lugar mandaba saquear su casa y embargar todos sus bienes, de modo que en un momento quedaba reducido a las más extrema pobreza y miseria e infamado y deshonrado entre los vecinos del lugar.

La mujer fugada por el mero hecho de haber abandonado el domicilio conyugal, era reputada como infame, era la irrisión, escarnio y burla del vecindario y el descrédito y deshonra de su familia; y en el supuesto de haber sido violada por su huésped era castigada como adúltera.

A veces acontecía que el lugar de refugio era el mismo rijatta o palacio del jefe de un pueblo extraño al de su marido y el mismo jefe tenía interés en retenerla para sí u otro su allegado; en tal caso el jefe recibía a los mensajeros con desdén y frialdad y solía despedirlos a cajas destempladas. Volvíase los mensajeros a dar cuenta a su jefe del mal resultado de sus gestiones. Este en vista de la negativa y afrenta recibida de su contrario, le enviaba al instante un ultimátum.

La declaración de guerra se hacía con términos figurados, según puede verse en estos dos modelos de los bubis de San Carlos- Mbí ebari toa rahá nchobo nde( Batete) = Mañana comeremos juntos en una casa- .- Olobari to a jetasahá lojecha lulé (Balachá)= Mañana vestiremos los dos unos mismos vestidos. -.

Llegadas las cosas a tales términos, ambos pueblos enemigos hacen todos los preparativos necesarios; levantan barreras en la entrada del pueblo, a las que designan con los nombres de babeku, mabeku, y meku; rodeándolo de una grande y robusta valla de gruesos troncos y previenen y disponen emboscadas para sorprender al enemigo. Dispuestos ya los preparativos y tomadas las providencias necesarias, suena la gran trompeta mpotòtutu o mopotóchuchu convocando a todos los varones hábiles para tomar las armas y en escuadrón compacto y ordenado salían a campaña, llamada por ellos lobôndo, lobôddo y lobôtto. Formaban escuadrones más bien amontonados que distribuyendo la gente y dejaban algunas tropas emboscadas y de retén para engañar a los contrarios y socorrer a los que peligraban.

En cada uno de los ejércitos combatientes había un hombre, denominado ndorindori, ñebbi o neppi, que en el acto de la refriega, arengaba a voz en cuello a los soldados para enardecer sus ánimos. Ensalzaba y ponderaba el esfuerzo, arrojo y valentía de sus antepasados y exhortábales a ser émulos de sus hazañas y a no desfallecer ni cejar en su demanda. De vez en cuando levantaba más la voz diciendo: Olib`o bosorio, mboteloho momma (Batete)= ¡ Adelante cara a cara y cogedme uno de sus jefes!.

En el supuesto que los combatientes fuesen los moradores de Batete contra le gente de Boloko y uno de Batete apresaba a un muchuku de Boloko, éste exclamaba a voces: Elo baloketo nchiari, ¡ Eh gente de Boloko, me quedo, auxilio, estoy preso. El de Batete a su vez gritaba con todos sus pulmones: Eno Batete, mpasi, Eh guerreros de Batete, que he cogido a uno gordo. En esta ocasión era de ver el desorden, confusión y gritería indescriptible que se armaba. Los baloketo corrían a auxiliar y a defender a su jefe y los batete acudían a ayudar a su paisano y retener y guardar la presa. Allá no se oía sino garrotazos, maldiciones, ayes y gritos desesperados.

En los sitios más peligrosos solían colocar también centinelas, a los que apellidaban con el nombre de bahoto(Batete). Cuando uno de los bandos, viéndose muy atropellado, debilitado y que va de vencida, desea cejar o desistir repentinamente del combate, da unos veinte pasos atrás y el jefe que dirige la acción levanta al aire su bastón de mando. Esta es la señal que dan para indicar que ansían parlamentar o capitular.

El bastón de mando de un jefe es el mismo clásico bastón bubi que llevaban todos comúnmente, con la única diferencia de traer atados unos cordoncitos de chibo o moneda bubi y cerca de la empuñadura una calavera de cabra o venado. Así era el bastón de mando del célebre motuku Luba, que usaba en una gran fiesta de Riokoritcho de Balachá en febrero de 1890, a la cual asistí.

Dada la señal , deponen todos las armas y comienzan los baldones o burlas de los vencedores a los vencidos; en esta forma en el Sur: Guiii… o lo toi, to lo batchi, tolo bar o boelebbua, Guiii.. = ¡ Ah cobardes, os hemos vencido, os hemos completamente derrotado, os hemos reducido a la nada, baldón a los cobardes!.

Con frecuencia sucedía que los vencidos, sentidos y picados por los oprobios y befas de los vencedores, se encendían de nuevo y cobrando mayores brios se tomaban el desquite; y trocándose las suertes, los vencidos pasaban a ser los vencedores y los vencedores a ocupar el lugar de los vencidos.

Los vencedores imponían a los vencidos las condiciones de paz y en un lugar de antemano determinado por los vencedores, reuníanse una grande asamblea o parlamento de notables de ambos pueblos beligerantes, y allí se averiguaba cuál de los pueblos era el causante de la guerra, tratábase de las indemnizaciones que se debían imponer y exigir a los vencidos y se estudiaban y proponían medios para que la paz y relaciones amistosas entre ambos países resultaran estables y duraderas.

Cuando los mensajeros o embajadores entraban y atravesaban un país enemigo, llevaban como distintivo o bandera, un bastón de mando botuku del país de su procedencia y con la insignia o señal nadie lo podía molestar y eran tenidos como inviolables y respetados por todos.

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