sábado, 14 de julio de 2012

FERNANDO EL AFRICANO-NOVELA-XXIX






                        EL PASO DE LA NIÑEZ A LA ADOLESCENCIA




Quien pudiera ser siempre niño- Karen Blisen en su famosa novela llevada al cine con el titulo de Memorias de África, dice que las personas que sueñan son felices porque sus sueños son libres y sientan un plácido éxtasis que da ligereza al corazón y sabe como miel, pero yo opino que los sueños son dictados de la vida, así que a veces en mis noches muevo brazos y piernas luchando contra enemigos que en mi vida real no puedo vencer, golpear, rebatir o insultar y en cambio me veo sometido a su presión de poder a esa injusticia en que se ve sometido el débil, por ello en mis sueños como Quijote lucha contra las aspas de los molinos, yo así me defiendo, con la triste realidad que por la mañana hasta amanezco magullado de dar contra los muebles con los nudillos, y pese a ello no he logrado derribar al Monstruo del la Injusticia. En algunos pueblos de África, existe la creencia, de que el alma cuando una sueña se traslada a los lugares por donde transcurre el sueño, así podemos estar durmiendo en Fernando Poo y nuestra alma se encuentra en los hielos de la Antártica, si despertáramos al durmiente, su alma tal vez no encontrara el camino de vuelta, así que se quedaría helada en el cono sur, por lo que no se debe despertar al durmiente de sus sueños. Tal vez esa creencia la instauró el inventor de la siesta para que no le interrumpieran sus sueños.

En los sueños única libertad real que nos queda de este Mundo encadenado por las Leyes y las presiones de la Injusticia, he soñado con la llegada a este Planeta de otros seres superiores que me nombraban su delegado en la Tierra, donde me convertía en el hombre con poderes absolutos sobre todo y sobre todos. Al principio establecía normas para erradicar la desigualdad y el abuso, pero durante mi sueño iba gratificando a las personas de mi entorno y mis atribuciones me facilitaban mis caprichos más nimios. Conclusión : Aún en sueños cuando uno llega al poder, usa y abusa en beneficio propio justificando a su subconsciente de que lo hace en aras de la salvación del Mundo. ¡ Protegeros de los salvadores! Que ellos os sumergirán en el barro de la Injusticia.

En 1946, empezaron mis primeros años de fumador. Como allí venía el tabaco de Estados Unidos e Inglaterra exento de tasas de Aduanas, era barato y el Gobierno colonial descubrió el negocio de vendérselo a los nigerianos, que venían con grandes cayucos, lo compraban pagándolo religiosamente, y lo introducían de noche clandestinamente en las playas de Nigeria. Recuerdo más de una vez en las factorías de los hermanos Carretero, ver a un calabar sacar de entre los pliegues de su lapá (clote) un fajo enorme de billetes y después de ajustar el precio; haciéndolo efectivo con reiteradas solicitudes de- give me dass- ( dame regalo), entre varios le cargaban sobre su cabeza siete u ocho voluminosas cajas, con las que se dirigía a la lejana playa como si llevara una leve y frágil carga sobre si, a mi me daba la impresión de que si me hubieran puesto ese peso encima, me hubiera hundido en el asfalto desapareciendo en las entrañas de la tierra.

Nosotros descubrimos el negocio para sacar unas pesetas para nuestros extras, subíamos a los barcos extranjeros que venían, les cambiábamos tabaco por brandy Tres Cepas, Domecq o Soberano, después el tabaco obtenido por el cambio, lo vendíamos a nuestros padres o personas mayores, con lo que practicábamos nuestra faceta de fenicios.

El profesor de gimnasia, capitán de aviación Lucas, un día nos llevó al Casino a darnos clases de natación. El Casino era el único club con instalaciones deportivas en la isla: pista de tenis, rotonda de baile en forma de glorieta en el exterior, mesas de ping-pong, billar y piscina, la mayoría de las instalaciones estaban en el nivel bajo, en la parte alta solo existía una terraza y un despacho pequeño. Estaba levantado en Punta Cristina, a unos treinta metros sobre el nivel del mar, desde sus terrazas se dominaba la bahía de Santa Isabel en la parte del muelle nuevo. Al llegar al Casino nos hizo ponernos el traje de baño, y muy serio nos preguntó: ¿Quiénes sabéis nadar? Entre los ingenuos que con nuestro flamante bañador le contestaron que NO, estaba yo. –Los que no sabéis, colocaros a este lado junto al borde de la piscina. Entonces muy tranquilo con sus cien kilos de peso, nos empujó a la piscina, la mayoría aplicamos el estilo de nadar de los perros, agitando los brazos delante de la cara, y moviendo los pies como si intentáramos apoyarnos en el agua, alcanzamos los bordes de la piscina que estaban a medio metro y contaban con una tubería en todo su perímetro que estaba dispuesta para agarrase a ella los novatos. Aquel día aprendí a nadar y beber agua en cantidades apreciables. No obstante, toda la vida he agradecido al capitán Lucas su enseñanza, ya que en el mar he disfrutado a raudales. Ese día perdí el miedo al agua, pero aprendí a respetarla. (Como diría un amigo, por eso ahora sólo bebo wisky.)Cuando aprendimos a nadar, nos zambullíamos a la piscina desde la terraza superior y para evitar que el impulso nos llevara a las rocas de la playa que en aquel entonces constituía el emplazamiento del actual puerto, en el aire describíamos con nuestro cuerpos una curva de noventa grados. En los años cincuenta se levantó una nueva piscina mejor situada y de dimensiones aceptables, con lo que se evitaron aquellos saltos tan peligrosos.

Íbamos todos los domingos a alguna playa, especialmente a Black Beach, junto a la prisión, por cierto estos días he tenido una discusión sobre el nombre de la playa, y unos dicen que su nombre es blay beach, dándole a blay la traducción de bolsa o cesta, ya que en tiempos remotos, los familiares de los presos, les llevaban la comida en bolsas o cestas a los presos. La versión tal vez acertada es que los ingleses en 1827 cuando se establecieron en la Isla, construyeron los primeros almacenes y mercado para el intercambio con los nativos en esa zona,. Los ingleses les proporcionaban herramientas o hierros para construirlas, así como alguna ropa y los aborígenes facilitaban especialmente comida, fruta, ñames, y aceite de palma. Para su transporte utilizaban cestas tejidas con nipa, y otros productos vegetales que era el armazón del envase el cual lo revestían con barro que calentaban al sol para endurecerse y convertirlo en vasijas capaces de llenarlas con líquidos espesos como el aceite de palma. De ahí el nombre de blay, y no esa fantasía de las cestas que se llevaban a los pobres presos. En esos años no había cárcel y de haberlas estaba en otra zona, Presumo que de encarcelar a alguien lo efectuaban en los barcos de guerra anclados en la zona, aunque existe un vestigio de mazmorra o algo parecido en la cuesta de las Fiebres, a mitad de la cuesta, tiene muy poco fondo y lo máximo podrían haberse encerrado dos o tres personas en ese habitáculo, presumo como prisión de transito. Esa costumbre de llevar comida a los presos no la observé en mis muchos años de pulular por las cercanías de los barracones de la cárcel. Existe mucho la costumbre de que personas que no han vivido en esa época y que ni tan siquiera han leído literatura de esos tiempos o tenido contacto con los ancianos de la época, inventan fábulas anticoloniales; ya que eso es lo que vende en toda época convirtiendo al sujeto en un “progre. Los niños pronunciábamos bla.bis. Esa cala tenía el aliciente de ser muy larga, estar situada en la misma ciudad, y que en sus cercanías estaba llena de barcos hundidos, medio sumergidos en sus aguas, a algunos se llegaba nadando, a otros, algo alejados por haber chocado antes con las rocas o corales del fondo, con cayucos que alquilábamos a los pescadores y moradores cercanos a la zona. Esta playa tenía la ventaja que no era visitada por nuestros mayores, así que era territorio “apache” donde podíamos hacer lo que quisiéramos a nuestras anchas, y por supuesto nosotros decíamos que íbamos a misa, lo que no decíamos donde íbamos después de misa. Por ello nuestro bañador era nuestro calzoncillo, que luego mientras nos fumábamos un cigarrillo sustraído a nuestros padre, se secaba sobre una roca o en el tronco de una palmera. En el fumar para demostrar que éramos unos hombres, se hacían competiciones a ver quien estaba más tiempo con el humo en los pulmones, o hablaba sin que le saliera el mismo. En aquel entonces se desconocía a nivel del pueblo, los efectos nocivos de esta adicción.

Parece ser que muchas compañías navieras, cuando deseaban que la aseguradora les pagara un hundimiento, acercaban el barco a las aguas de la isla y lo embarrancaban. En la mayoría de los casos, la aseguradora ni se molestaba en venir a verificarlo, dada la distancia y sus inconvenientes, pues en aquel entonces desde España, sólo se podía venir en barco, que hacía un viaje al mes en los mejores tiempos; en otras épocas anteriores se demoraban los viajes hasta un año, la travesía como mínimo tardaba un mes, lo que la ida y la vuelta eran dos meses de viaje.

La mayoría de naves embarrancadas databan de treinta años como mínimo, de lo que se deduce, que en aquellos tiempos el trasladarse a aquellos parajes para una certificación de la compañía de seguros podía tardar años, a la par que ser peligrosa para la salud, de tal forma que el inspector perecería en la encomiendan y además dada la fama de dañina para la salud, es posible que no encontraran muchos voluntarios para ir a esas tierras, con la exigencia de vacunas, autorizaciones gubernamentales y desconocimiento del territorio. Hay que reconocer que las cartas marinas tampoco señalizaban convenientemente los peñotes que sobresalían del mar cerca de la costa, y que en algunos casos fueron los causantes del percance del encallar y venir a dormir su último sueño en la costa. En una carta marina del año 1979,que tengo del Instituto Hidrográfico de la Marina sobre las costas de la Isla, aparece los 15 metros de profundidad como media en esa zona, lo que das da una idea del poco calado para barcos de ese tonelaje.

Conocíamos todos los vericuetos de los barcos, en alguno sus bodegas eran piscinas tranquilas, a las que se bajaba por escaleras oxidadas a punto de derrumbarse. Bodegas donde se habría llevado contrabando, tal vez armas para una rebelión de un pueblo africano, cubiertas que tenían las huellas de pies delicados que intentaban huir del acoso, camarotes donde el sudor de dos cuerpos entrelazados habría humedecido su tarima, y tantas otras historias que si la ciencia nos permitiera reconstruir los hechos, se podrían dar coincidencias insólitas, como que en ese navío se hubiera cometido un crimen y algún descendiente del criminal hubiera pagado con su sangre el atropello de su antepasado. La imaginación es el medio más barato y sublime de viajar, con la ventaja de que no está sujeta a huelgas ajenas, impuestos, limitaciones, explicaciones o niveles sociales, donde el sexo no se puede contagiar del sida, enfermedad venérea y tampoco tiene límites a su capacidad y energía. Uno puede salir con la mujer más bella, la elegante, la culta y cuando le dice que cambie de tema no se enfada ¡ que fácil ¡, y puede hacer el amor hasta saciarse, sin sudar, cambiando de lugares, mujeres, en fin sin límites, aunque a veces algo aburrido por falta de compañía física. Si nos limitáramos a conseguir nuestros triunfos y ambiciones con la imaginación, se terminarían las guerras, los crímenes, las decepciones y tanta maldad.

No hay comentarios: