MOKA, EL VALLE DE LOS BUBIS
La Isla en 1911 estaba dividida en 67 pueblos en cada uno gobernaba un butuko o botuku (jefe-alcalde) sobre todos ellos el rey de la Isla (muchuku) de Moka con su lujua o tropa para imponer su autoridad en caso necesario.
El primer rey de Moka que se conoce con certeza era Löriite aunque dice la tradición que antes gobernó Mölambo, a Löriite le sucedió Löopoa y con este terminó una dinastía, luego vendrían otros desconocidos o menos famosos hasta que llegó el rey Moka (Möókáta) de la dinastía Bahítáari, unos dicen gobernó 50 años. Otro nombre de rey anterior pudiera haber sido Bulambu. El rey de Moka vivía en el besé de Dividí, nombre que se perdió o cambió por el de Moka, situado en el valle de Riabba, que está compuesto de dos palabras Ri que significa pueblo y Abba que quiere decir Sumo Sacerdote.
El Instituto organizó una excursión a las cataratas de Moka y al lago Loreto, situados cerca del Valle de Moka, zona de una altitud de mil trescientos cincuenta metros. Su paisaje está cubierto de helechos arbóreos gigantes de entre tres a cuatro metros de altura, que casi parecen árboles en vez de plantas, praderas de un verde insultante, mucha humedad, niebla por las mañanas y atardeceres. Contrastando el cambio climático que se opera al llegar al valle, parece de ciencia ficción, se terminan no solo los calores, la mosca tsé-tsé, sino que todo cambia la vegetación, la fauna, la flora, si no supiera que uno está en África, pensaría que está en una Galicia más verde, y más montañosa.
Esa zona misteriosa de la Isla, la naturaleza la protege descargando lluvia constante y velos de bailarina en forma de nubes y nieblas que van insinuando su atractivo pero incitando a lo desconocido al ir descubriendo unas partes pero ocultando otras como unas gasas de bailarina exótica con las que quiere embelesar al espectador, embrujándolo con sus encantos prometiendo mil maravillas pero sin culminar sus insinuaciones. En la mayoría de troncos leñosos son visibles las manchas blanco verdosas de la forma primitiva de vida que son los líquenes.
Emprendimos la marcha apretujados en las carrocerías de dos camiones Ford Tames, como si fuéramos sacos de cacao para cubrir los cincuenta y dos kilómetros de marcha hasta Moka. La carretera va paralela al mar, pero no se divisa el mismo hasta llegar a la desembocadura del río Tiburones, donde unos dos mil metros antes se encuentra la desviación hacia Musola-Moka. A partir de ese cruce es cuando se deja de ir a nivel del mar por terreno llano, y se inicia una escalada constante y cada vez más pronunciada que los camiones como si protestaran hacían ruidos parecidos a gruñidos, que quedaban sofocados por nuestros gritos y canciones que los profesores abanderaban dado nuestros desconocimiento en muchos casos.
Tras pasar el poblado de Musola, nuestra primera parada se situó en el lago Loreto, que es el cráter de un volcán apagado que las lluvias y las bajadas de aguas lo han convertido en un lago inmenso, pero que no se podía bañar uno, ya que a simple vista se veía el reptar de numerosas serpientes en sus aguas. El acercarse a su orilla fue ya una odisea, dado el plano de inclinación de sus paredes y lo espeso de la vegetación circundante. Tuvimos que bajar andando ayudándonos de cuerdas y bastones, pero compensó llegar al fondo de un embudo cuyas paredes eran totalmente verdes y casi no permitían llegar los rayos del sol a besar sus orillas, por la abundancia y volumen de sus árboles circundantes. Estos senderos más o menos dibujados en la naturaleza, al ser tan poco transitados, la vegetación los va cerrando como si fuera una puerta de seguridad que evitara la profanación de estas joyas que prueban la existencia de un Díos.
Del lago partimos enseguida, ya que había que aprovechar la ocasión, y ver lo máximo posible, así que vuelta al camión y por la estrecha carretera llegamos a un nivel mayor, donde tras desmontar del camión, nos dirigimos al siguiente destino, las cascadas de Illadyi transcurrió durante la primera hora con una niebla densa, que nos producía una sensación de frío, en nuestras ropas notábamos la humedad del ambiente, de tal suerte que los que no habíamos llevado un jersey para protegernos estábamos casi tiritando, pero la marcha a buen ritmo, la pronunciada cuesta que nos llevaba al desfiladero, produjo la reacción de nuestro organismo para que se nos pasara esa sensación de frío. Cuando nos dimos cuenta la niebla se disipó en parte y nos encontramos en medio de una manada de toros, que levantaban su cornamenta y husmeaban el viento, detectando algo extraño a su olfato, suerte que ellos tampoco nos divisaban muy bien, por lo que pudimos llegar a una alambrada que nos protegió de los primeros bramidos sospechosos. Allí una zarzamoras que daban unas moras de color rojo muy apetitosas llamaron nuestra atención, pero los profesores no nos permitieron comer muchas ya que su digestión podía producir efectos no deseados en nuestra evacuación.
En Moka existían toros y caballos en estado semisalvaje, que durante muchos años la compañía propietaria se despreocupó de comercializar sus posibilidades por lo tanto se multiplicaron y reprodujeron en cantidad apreciable, sin necesidad de cuidados ni dispendios, en la década de los cincuenta se tomó la costumbre de sacrificar un par de reses semanales que se vendían en las dos carnicerías existentes en la capital.
Antes de llegar a los famosos saltos de agua, visitamos el lago de Moka o Biao, una de las excursiones más significativas de la zona. En su día fue medida su profundidad, dando treinta y dos metros en su zona central, con lo que siendo su diámetro cercano a los ochocientos metros, es un pantano natural capaz de abastecer a toda la isla de agua, si bien es cierto que la isla aún sin tener pantanos específicos para su consumo, nunca tuvo necesidad de ello, y con unos simples depósitos alimentados por el caudal de por un río, permitía dotar de agua a sus habitantes.
El lago de Moka, situado a cierta altura sobre el valle (dicen algunos que su altitud está cercana a los dos mil metros, con lo que debe ser unos de los lagos más altos de África), su entorno está rodeado de árboles cuyas ramas están cubiertas de una mezcla de líquenes, musgo y hiedras peludas que parece como un adorno de la naturaleza o una protección a su mobiliario, como las casas que cuando las deja uno por un tiempo, cubrimos los muebles de lienzos para evitar el polvo o el deterioro, así ese bosque cubre sus arbustos, y sus árboles como resguardándolos de nuestra visita, pero todo ello con cierto halo fúnebre a lo que contribuye su densa niebla. Emprendimos la marcha con destino a las cascadas, transcurridas dos horas, con sumo cuidado pudimos asomar la cabeza a un barranco alargado de unos mil metros visibles de largo y unos doscientos metros de fondo, donde manaba el agua con estruendo ensordecedor de unas treinta cascadas de desiguales caudales, aunque la mayor, de unos doscientos metros de salto, es la que da igualmente nombre al río IIladyi; el enorme potencial de agua acumulado en esa zona, formaba una niebla que ascendía del fondo que iba tornando de colores, según filtraban los rayos de sol. Era algo maravilloso pero que sólo se podía ver estirados sobre unas rocas resbaladizas por el musgo y la humedad, donde sólo podíamos admirarlo de dos en dos, casi nadie quería abandonar su observatorio, por lo que teníamos que tirarles de los pies que les sujetábamos como medida de seguridad, para hacerles desistir de tan increíble visión. Bajo la presión de nuestros profesores para que reanudáramos la marcha, dirigimos nuestros pasos y saltos al poblado (besé en la lengua bubi) donde se ubicaba la Misión católica, allí estaba previsto la parada para descanso y comida.
Después de haber dado cuenta de nuestros apetitosos, hermosos y grandiosos bocadillos envueltos en su correspondiente papel de periódico, tomamos un vaso de leche ofrecido por la Misión, con la leche de las vacas de la zona, una vez reparada nuestra avería energética, nuestro agotamiento se esfumó, así que para quemar calorías organizamos un festival taurino. Entre el callejón que formaba la residencia de los misioneros con la iglesia, de un ancho aproximado de dos metros, nos toreamos una cabra que tenían en la Misión (la pobre como no podía escapar, enfilaba el callejón de este a oeste hasta que tropezaba con un muro de personas que le achuchaban para cambiar de dirección). Lucimos todas nuestras habilidades toreras con el rumiante, dado que los toros eran demasiado grandes y salvajes para nosotros. Como manifestaba un amigo, tampoco se dejaban traer con sumisión y agrado, no estaban dispuestos a colaborar.
Años más tarde en Santa Isabel, se construyó con troncos de madera una plaza de toros, dada la afición impulsada por los seguidores, especialmente de Andalucía, que habían ido llegando a nuestras tierras, y la facilidad que existía de los astados salvajes que pastaban en la cercana Moka. Lo curioso del caso es que de esas maderas utilizadas para levantar la plaza, empezaron con el tiempo a salir vegetación, convirtiéndose las tablas que estaban clavadas en el suelo en frondosos árboles, transformando la plaza casi en un bosque, que hubo que desmontar al estar situado en las cercanías de unos edificios destinados a oficinas por la empresa . Fortuny consignatario de los buques de la Transmediterránea, a la par que sus estructura se iba destrozando a medida que se desarrollaban las prometedores árboles.
En ese valle de Moka, tenía una iglesia la Misión católica, con tres o cuatro habitaciones, para cuando subían esporádicamente a celebrar misa los claretianos. El padre Pérez nos llevó varias veces a Ferrer y a mí como monaguillos vocacionales, aunque nosotros subíamos por lo que nos enseñaba tan ilustre personaje y por lo bien que se estaba en esa zona, donde en esos dos o tres días, éramos los reyes de Moka, con el permiso del bojiamó y del butuku, jefe del poblado.
Una de las veces que tuve la oportunidad de subir, intenté montar en un caballo medio salvaje que utilizaba un trabajador que cuidaba la Misión, el caballo se dejó ensillar por el vaquero, pero estaría rumiando “cuando se monte este tipo, se va a enterar de quien soy yo”,me llevó a su aire por todo el valle, sin hacer caso de las riendas, me asomó a un par de precipicios para hacerme notar al peligro en que me había metido, por montarlo sin su consentimiento, y para demostrar quien mandaba, me tiró en un prado, dejándome allá como un fardo, suerte que no había nadie cerca para observarme, lo único que me dolió fue mi apoyo posterior sin salir perjudicado el amor propio y el sentido de la ridiculez al no haber espectadores que pudieran contemplar mi hazaña, desde entonces he renunciado a hacer películas del Oeste americano, ya que mis habilidades como jinete eran nefastas para mi fuero interno.
El rey Moka, según una eminencia en el tema el padre Molino en su libro Los Bubis Mitos y Creencias, estima que su reinado se concretó de 1875 a 1899, su sucesor natural era su hijo Malabo, pero a su muerte ocurrida el día 2 de Marzo de 1898, se hizo con el poder apoyado por los ancianos de la tribu, el lugarteniente y jefe de la tropa o lujua, Sas Ebuera. Este nombró a Bioko( según parece también hijo del rey Moka) como lugarteniente y a Dasy como jefe de la Lojua, haciéndose proclamar jefe en Octubre de 1899.
Los enfrentamientos con la autoridad española, llevaron a que el teniente de la Guardía Civil, sr. De la Torre, y el valiente senegalés Scila, bien armados al frente de sus tropas, lo arrestaran y lo bajaran a Santa Isabel, pero su estado de salud ( dicen que de una paliza que le dieron ) obligó a ingresarlo en el Hospital donde murió, aunque antes los misioneros lo bautizaron con el nombre de Pablo, muriendo el día 10 de Julio de 1904. Para los bubis esos fueron los primeros mártires de su independencia, pero lo cierto es que en esa independencia les mataron muchos más, sus “libertadores”.
Antes de esto A. De Unzueta en su libro Geografía Histórica, cuenta que el Gobierno envió 15 hombres a detenerlo, pero dado el miedo que inspiraba este personaje, volvieron con el rabo entre las piernas, y pocos días después bajó una Comisión de los poblados de Balachá, Codda y Bepepe para intentar un arreglo con el Gobierno español, pero no se pudo conseguir este acuerdo dada la reincidencia y la voluntad de Sas Ebuera, de no reconocer a la autoridad española. A la muerte de este pasó al final el poder a Malabo. Que gobernó hasta 1915, a su fallecimiento se perdió el sentido de muchuku o rey entre los bubis, en parte por la presión de la nación colonizadora, como atestiguan muchos historiadores, entre ellos Bravo Carbonell en el libro Fernando Poo y el Muni de 1917
Moka es territorio sagrado para los bubis, donde residía el rey y el gran jefe religioso o brujo –bojiamó–. Junto con la misteriosa cueva de Riasaka, son la Jerusalén de los bubis. Está situado al pie de la segunda altitud de la isla, el Pico de Moka o Biao, de 2.009 metros de altura, que domina la parte sudeste de Fernando Poo. Supongo que antes de cabalgar por aquí los actuales caballos y pacer las vacas traídas por los españoles, en tiempos no tan lejanos tal vez cien años, trotarían los salvajes búfalos, que se presume vivían en estos valles, prueba de ello es que los grandes jefes llevan colgando de su cuello, cuernos de búfalo y la sociedad de Bao, celebran todavía sus hazañas como cazadores de búfalo,. Recordando la valentía de sus antepasados ante animales tan peligrosos. En el pasado una de las Fiestas tradicionales era la de < Ei pa Copo > que significa << La pisada del búfalo>> lo que indica que, o han importado la Fiesta de sus orígenes o en la Isla existió en el pasado, el problema que salvo las praderas de Moka, pocos sitios había donde pudiera subsistir dado lo montañoso del territorio, y en esas praderas era fácil cazarlo. En el libro de la Ciudad de Clarence de A. Martín Molino, especifica en su contenido pasajes de los libros escritos por Owen y los numerosos científicos que pasaron por la Isla durante la estancia de los ingleses en la misma a mediados del siglo XIX, en diferentes ocasiones se da como segura la existencia de los búfalos en la Isla durante aquel periodo, pero en vías de extinción desde que llegaron las armas de fuego a manos de algunos nativos lo que les ha facilitado cazarlos en las praderas de los altos valles.
El hechicero cuya obligación era impresionar a su auditorio y de esa forma, acceder al dominio de sus voluntades, siempre se presentaba a la vista de la gente, pintado de colorado en base de aceite de palma, ndola y ceniza, con collares hechos con dientes de mono u otros animales, tiras de piel de serpiente, gorro de piel de lagarto, en su bastón alguna calavera de cabra o de mono, portaba pulseras llamadas lokó o locu, construidas de pequeños moluscos( caurí) ensartados, motivo de que ese elemento fuera signo de poder es que, esos moluscos redondeados y taladrados por su centro eran considerados en tiempos anteriores la moneda oficial de los bubis, teniendo como moneda el nombre de chibo. Así mismo su gorro tenía pasadores de la moneda, plumas de faisán y, en algunos casos, cuernos de cabra salvaje, lo sujetaban a la cabeza con broquetas o trozos de caña como punzones al cabello, su brazalete estaba formado por vértebras de serpiente engarzadas, las piernas estaban adornadas por huesos de pata de gallo y gallina. Era un personaje digno de respetar pero que imponía, además de respeto, temor, su mirada profunda, trazaba una barrera entre nuestro mundo y el suyo. Como si fuera un jugador de dados, acostumbraba a llevar un pequeña calabaza donde diversos huesos, piedras y elementos específicos de su cargo, eran seleccionados introducidos en el cubilete, donde agitados y exorcistados los elementos mágicos son lanzados sobre una esterilla, donde su posición en el suelo, sentenciaban los futuros acontecimientos, o daba la solución al problema planteado. Las empresas tendrían que contratar un hechicero de estos, antes de presentar suspensión de pagos, o hacer regulación de empleo, así se evitaría tomar decisiones a posteriori.
ALGETE A 4 DE AGOSTO DE 2012
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