MISCELANEAS DE OTROS
TIEMPOS-24
Continuación
Impresiones de Viaje (De nuestro Director)
25.05. 1910
Voy a aprovechar unos momentos que me quedan para relatar lo
más culminante de mi expedición al interior del Muni. El día 23 de marzo, a las
11,30 de la mañana salí de Elobey con dirección al río Otoche, en la ballenera
<> de la Misión. Casi desde el principio del viaje,
viento y marea se declararon en nuestro favor, de modo que apenas
experimentamos en la travesía otras molestias que la producida por el sol que
achicharraba. A la 1,30 ya doblábamos punta Ndemba, a las 2,10 la punta Botica,
sitio de la misión francesa, a las 2,30 el puesto de Kogo, y a las 2,50 dejamos
atrás la isla Ngande, no sin haber contemplado muy de cerca el puesto militar y
demás dependencias allí establecidas. A medida que andábamos, íbamos dejando a
los dos lados grandes y caudalosos ríos, como el Kongüe, a la izquierda y el
Utamboni a la derecha y una vez en el Utongo en donde entramos a las 3,40,
dejamos también a la derecha el famoso río Bañe. Con el Utongo se nos despidió
la brisa de modo que al entrar en el Otoche, hubimos de bajar la vela y
continuar a remo mientras una ligera llovizna nos iba refrescando suavemente. A
las 5 pudimos ya saltar a tierra en unos de los pueblos de la orilla del
Otoche, en donde los padres misioneros de Elobey tienen una residencia
provisional mientras levantan una espaciosa reducción en un montecillo próximo.
Al anochecer el reverendo padre Feliciano Pérez, que hacía
mas de un mes que moraba allí con el fin de activar y dirigir la nueva
reducción, colocándose en medio de un numeroso pueblo dirigió en pamue el santo
rosario y cantó avemarías y varias coplillas en dicho idioma. Reforzados como
pudimos nuestros cuerpos y cumplidos los deberes religiosos, nos acostamos
sobre las duras camas. Claro que hubimos de despertarnos muchas veces no por
falta d sueño sino por la dureza de la cama y por la importuna visita de
molestas hormigas.
Por la mañanita, después de celebrar la santa misa, me
dirigí al montecito en que se construye la reducción y que dista del río unos
10 minutos. Tiene el sitio una preciosa vista, pues se contemplan desde él
mutitud de montecitos y ríos y hasta la isla Gande. En varios de los montecitos
se veía fuego producido por los pamues con el fin de desmontarlos y prepararlos
para plantaciones de yuca, que es a los que se dedican desde Navidad hasta
mayo, época por consiguiente poco oportuna para reclutar braceros para Fernando
Poo. Aproveché aquel día para mirar algunos pueblos pamues. Todos ellos son
poco o menos iguales y en todos se nota una gran desproporción entre hombres y
mujeres. El mayor número de éstas es lo que da preponderancia y autoridad al
pamue cuyo único afán consiste en adquirir cuantas más mejor. Por eso los jefes
o principales son los que disponen de más esclavas
o bestias de carga, permítanme las palabras ya que expresan bien el oficio
de la mujer entre los pamues. Para cada una de ellas tiene el hombre diferente
casita, lo cual conviene tener presente parta la reflexión que después
apuntaré. Por la tarde quise subir río arriba para ver los rápidos del Otoche.
Así, pues, me procuré un cayuco y haciendo en él ejercicios de equilibrio, me
llevaron allá dos muchachos. Tres cuartos de hora me costó la subida, y por el
ruido de las aguas, conocí que estaba ya llegando a los rápidos que consisten
en grandes pedruscos esparcidos por todo el cauce del río, en los que el agua
da con furia en todas direcciones produciendo un ruido ensordecedor y
blanquísima espuma e impidiendo el paso de los cayucos.
Son como diminutas cascaditas, que por ser muchas semejan el
ruido de una regular cascada. Llama la atención por el cambio brusco que se
nota en el río al llegar allí Con cayucos. Satisfecho de ver con mis ojos lo
que tanto había oído decir en lo que pasamos la noche lo mismo que la anterior.
Un poco sobresaltados estuvieron nuestros marineros aquella noche por los
rumores que habían oído de guerra. Realmente nuestro pueblo tenía una gran palabra con otro, por cuestión de
mujeres, como siempre, y estaban preparados a cualquier asalto de sus
contrarios y aun se decía que cada hombre tenía encargo de matar uno del pueblo
o familia contrarios y que para ello estaban en el bosque a fin de atisbar bien
y cumplir su cometido. De modo que con ser un pueblo por donde en estado de paz
pasaba muchísima gente para las factorías, hacía muchos días que nadie pasaba
por él.
En nada turbó toda nuestra tranquilidad por la persuasión
que tenemos que el pamue respeta a los enviados de Dios.
Amaneció el día 25, fiesta memorable y despues de celebrar la
santa misa que oyeron los cristianos, y despedirnos de las pamues del pueblo, a
eso de las seis entramos en el bote para deshacer lo andado y regresar a
Elobey. Como no quería soplar la brisa, los marineros se hubieron de resignar a
remar y nosotros a tener paciencia para tirar todo el día en la ballenera con
las incomodidades consiguientes. Cerca ya de Gande, izamos las velas para
aprovechar el viento aunque contrario. Con este viento adelantamos mucho, ya
que la marea nos era favorable. Gracias a ello, nos aproximamos tanto a Elobey,
que parecía seguro que en media hora íbamos a llegar, o sea antes de las tres
de la tarde, pero cual no fue nuestro sentimiento cuando de repente cambió la
marea y nuestra ballenera comenzó a ser arrastrada hacía atrás a pesar de los
esfuerzos de los remadores que hacían lo imposible por adelantar. No hubo más
remedio que fondear en las próximas playas del territorio francés y esperar
unas seis horas a que cambiara la marea. Estábamos tranquilos en nuestra
embarcación y no bien acabamos de rezar el rosario, cuando oímos que alguien
nos llamaba a gritos desde la playa en la que no se divisaba sino un farol. Era
un polizonte francés ¡que en lengua gabonesa nos daba orden de acercarnos a él.
Algo expuesto era tocar tierra en una playa tan alborotada y en la oscuridad de
la noche y así le gritamos en francés y en inglés que se tomase él la molestia
de venir a nosotros con algún cayuco y registrarnos cuanto quisiese. De nada
nos valió el decir que era el bote de la Misión de Elobey, que iban en él dos
Padres, que estábamos esperando la marea, nada de eso convencía a aquel pedazo
de…. Al fin, ante las amenazas de que nos iba a pegar un par de tiros, nos
acercamos a contemplar la cara de aquel valiente que sin saludarnos siquiera
miró y remiró cuanto quiso en nuestro bote que por cierto iba vacío. Al ver la
arrogante figura de nuestro hombre y que no llevaba más armas que el farol,
nada nos hubiera costado darle un empujón, meterle e nuestra ballenera,
amarrarle a una bancada y hacerle pagar cara su petulancia y osadía, pero nos
compadecimos del pobre franchute, y le dejamos en paz. Por toda despedida nos
dijo el gabacho, voy inmediatamente al cuartel en busca del fusil para matar a
todos Vds. Muchas gracias le dijimos, vuelve pronto no sea que no nos
encuentres aquí. El apretó el paso y nosotros alzamos la vela y nos pusimos en
rápida marcha, de modo que no tardamos en alcanzar las aguas españolas y
ponernos a salvo de los tiros que por ventura le ocurriera echar a aquel
nuestro amigo. Serían las 10 de la
noche cuando saltamos a tierra en Elobey, y a los pocos minutos descargó un
gran aguacero acompañado de fuerte viento. ¡ Quién sabe si la prisa con que nos
despedimos de la jurisdicción francesa contribuyó a que no nos cogiera en el
mar este chubasco! No hay mal que por bien no venga.
Continuará....
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