Avicultura y Casa de oficiales abajo
Para retener a los soldados
en sus campamentos, se crearon despachos para la venta de mercancías, al precio
de costo, muchos soldados se dedicaban igualmente a la avicultura y en menor
escala a la cría de cerdos.
El médico jefe del hospital
estaba asistido por auxiliares blancos y 20 enfermeros de color y personal
sanitario. Allí fueron reconocidos y tratados diariamente todos los que solicitaban
el servicio. Los enfermos graves así como los que precisaban ser operados
fueron trasladados al hospital de los indígenas, el cual formaba un extenso
pueblo a la salida del campamento. Su
edificio estaba construido bajo la dirección de un carpintero alemán y cubierto
por hoja de lata. Contenía una sala para enfermedades internas y otra para las
externas y una sala de operaciones, cuyo suelo era de cemento. Los enfermos
recibían la nutrición correspondiente a su enfermedad, según prescripción facultativa,
como carne fresca, pescado, leche, azúcar y legumbres frescas.
Se vigilaba constantemente la
limpieza de moradas, las instalaciones de aguas potables y retretes, se hacia
lo posible para aminorar la plaga de mosquitos, así como inspeccionar los víveres
y la preparación de comidas. Una vez terminados los duros trabajos para montar
los campamentos y en consideración a los jóvenes que habían recibido poca
instrucción militar, se procedió a esa instrucción sin armas de conformidad con
el Gobierno Español. Se instruía a algunos en la ejecución de tambores y
pífanos y con algunos antiguos músicos se compuso una banda que bajo la
dirección de un sargento de color tuvo notables resultados.
El gobernador español don
Ángel Barrera y los oficiales españoles encargados de la vigilancia de esos
campamentos, han expresado su admiración por esos trabajos ejemplares.
A los cabecillas del Camerún
y sus allegados, después de trasladados a Fernando Poo, se les señaló una
antigua hacienda de cacao, situada en la costa Oeste de la isla y a una
distancia aproximada de dos horas del puerto de San Carlos, a la que se dio el
nombre de Pequeño- Bokoko.
El gobernador general señor
Barrera previsor como siempre, instaló en el Pequeño Bokoko, un puesto militar,
al que se confió la vigilancia de los fugitivos del Camerún. Pero estos como no
sabían español, la comunicación entre el jefe del puesto español y los
cabecillas encontraba dificultades. A la disposición de ellos había solamente
dos alemanes blancos. Que desde luego se esforzaron en prestar su ayuda en la
vigilancia de los forasteros.
A la llegada de los
cabecillas no había en dicho lugar más que una choza de hoja de lata, que
pudiera recordar la presencia del hombre.
Se construyó un campamento
que corría a lo largo de la costa y a unos 500 metros del mar,
constituía esta obra hecha en tres meses con un celo extraordinario la primera
prueba del espíritu trabajador. Actualmente el camino tiene una anchura de
cinco metros transitable en todo tiempo a pie, en caballería, en bicicleta o en
carros ligeros. El terreno con una extensión de 200 hectáreas ,
aumentó paulatinamente hasta alcanzar unas 500 hectáreas .
Todo aquel que a fines de
1917 transitara por la carretera de Pequeño Bokoko habrá visto a ambos lados y
durante horas enteras haciendas florecientes que se extendían hasta el mar y en
todas surgían en los verdes alrededores, cientos de cobertizos limpios. Los
hombres se instalaron también aquí, en varios pueblos, separados por tribus. El
que conozca el paisaje del Oeste africano, no podrá por menos de sentir una
agradable satisfacción al ver el aspecto que actualmente presenta la comarca.
Según la costumbre de la tribu, se diferencian los alojamientos de los Bane, de los Bambelles, pero
todos ellos dan prueba de un trabajo bien hecho, El pueblo del cabecilla de los
Esum, llamado Evini Ngoa, desaparecía casi dentro de los exuberantes campos de
Makako y también los verdosos campamentos
de los yaundes, ofrecían un agradable aspecto con sus dispersas
chozas.
Esta colonia presentaba su
mejor perspectiva, cuando pasaba en la canoa del jefe de tribu, llamado
Atangana, a lo largo de la costa en un viaje de unas tres horas. En todas
partes se bifurcaban de la carretera principal buenos senderos en tosas
direcciones. En cada pueblo, un letrero indicaba visiblemente el nombre y tribu
de su jefe.
La parte tercera de la
colonia la ocupan los grandes mahometanos de las estepas: los Fulbes, Hausas,
kamuris, y Lakas del norte. Estos habían elegido para el tiempo de su destierro
a un jefe común en la persona de Adjia Lifida Ngaundere. De todos los soldados
del Camerún fueron ellos los últimos en encontrar descanso. Meses enteros
tuvieron que soportar una pobre existencia cerca de Gran Bokoko, separados de
otros indígenas y construyendo primeramente la carretera hasta Pequeño Bokoko.
Las viviendas de los notables distaban entre si unos cien metros, rodeadas de
un hermoso campo de maíz. Al extremo de la Colonia, en la costa, se encontraba
la finca de Adjia, con su esbelta casa de madera, con viviendas separadas para
las mujeres y la servidumbre.
Causaría alegría y
satisfacción ver como estos hombres, que tanto han sufrido. No perdieron nunca
el valor y vencieron sin vacilar todos los obstáculos, hasta que al fin
pudieron cosechar lo que habían sembrado, resurgiendo sus alegres canciones,
bailes y juegos
La comunicación con San
Carlos, era por vía marítima, de donde se traía lo necesario imposible de
obtener en la colonia misma. Para ello construyeron canoas, algunas de las cuales
podían cargar hasta 16 toneladas, construyendo en una pequeña bahía como un
puerto para las mismas. Pronto se originó con las barcas la pesca en pequeña
escala, que amortizó en poco tiempo todos esos gastos y aún sobró dinero para
la comunidad.
Cerca de ese puerto se
encontraba la finca principal con las casas de dos alemanes que administraban
el campamento, así como la administración, talleres, establos y otras
construcciones necesarias. La casa del ayudante se encontraba algo alejada, la
del veterinario formaba el centro y contenía el despacho y habitaciones para
invitados.
Los cabecillas recibían
gratificaciones y subvenciones mensuales para ellos y sus allegados y a los
auxiliares de color también se les pagaba allí sus sueldos y retribuciones.
Las atenciones sanitarias
exigían considerables gastos, así como la manutención de los animales de silla allí existentes y
por último el transporte de los considerables víveres, sobre todo los primeros
meses.
Al mismo tiempo se llevaba la
contabilidad y caja, se despachaba la correspondencia con las autoridades
españolas y con los comerciantes de San Carlos y Santa Isabel.
Desde una torre que existía
en la finca principal se convocó por medio de redobles de tambor a los
cabecillas para recibir sus atribuciones o órdenes de las autoridades
españolas.
Las fuentes estaban
construidas con cemento en su mismo manantial, por lo que era imposible su
suciedad. Los retretes disponían de instalaciones para la producción artificial
de humos desinfectante o de agua corriente de mar y con una escrupulosa
limpieza.
El que más ayuda ha prestado
siempre, es el jefe de los yaundes Karl Atangana, sabía proceder como juez y
jefe de sus paisanos directos o indirectos. Atangana fue educado en la religión
católica, saber leer y escribir correctamente y habla varios idiomas. Su
posición se destaca por la construcción de su vivienda que se levanta en medio
de la colonia de su tribu, así su hacienda y de sus allegados forman el centro
de la colonia, donde se han construido iglesia y escuela. Misioneros vecinos
ejercen el culto religioso y la instrucción escolar bajo la dirección de un
maestro de color, ejerciendo el método que se empleaba en las escuelas del
Gobierno alemán en el Camerún.
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