LA RECOMENDACIÓN
Salí del pueblo con mi carta de
recomendación
para un alto cargo, casi ministro de la
administración,.
que según todos los pueblerinos rumores
al de mi pueblo, le debía muchos favores.
Ufano y con mi nueva corbata y traje
convertido a príncipe de mi habitual de
paje.
Llegado a Madrid y presto a gozar de mi
futuro
me engalané y con cara de hombre maduro,
encaminé mis pasos hacia el despacho
del personaje con lúcido penacho.
El conserje con ínfulas de almirante
calmó mis prisas al instante,
me hizo esperar un par de horas
sin excusarse por las demoras,
con voz recubierta de cierta ironía
me recomendó volviera al mediodía.
Al fin, el ilustre personaje con frialdad mucha
me dio con sus palabras una congelada ducha,
de momento no había ninguna plaza vacante
y hasta el año siguiente o más adelante,
que volviera el año siguiente
para que me tuviera presente.
Con todos los respetos me acordé de su
padre
así como de su parentela y su madre,
y aproveché la carta de recomendación
para solucionar de barriga un apretón.
Fernando García Gimeno 24 de agosto de 2014
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