Desde mi
jubilación me he dedicado a leer todo lo que podía de Guinea y algunas cosas
del resto de África. He visitado casi tosas las tiendas de España, dedicadas a
la compra-venta de libros, y tengo una biblioteca cercana a los 600 ejemplares,
doscientos de los cuales han sido
restaurados, encuadernados en cartón-piel y con letras doradas en su lomo y
cubiertas. Algunos incluso son del siglo XIX.
Ahora dada
mi edad, mi salud y mi pesadez intelectual, deseo que esos libros vayan a una
biblioteca, museo o universidad, para que en sus páginas puedan consultar datos,
los universitarios, los historiadores y
los interesados por conocer la evolución de la historia.
Cada día hay
actos hablando de África, de Guinea, promocionados por universidades,
institutos, organizaciones, en que se invitan a conferenciantes, conllevando
ello, unos gastos de viajes, hoteles, folletos, atractivas azafatas, etc.
Bien por los
35.000 euros que pido por mi biblioteca que a mí me ha costado más, no se
interesa nadie, si en cambio por esas vistosas conferencias.
La razón,
para un mal pensado como yo, es: En las conferencias aplauden a los promotores,
hacen buenos viajes y mejores comidas, aunque cuando terminan, a la semana, los
asistentes ya no se acuerdan ni del tema de las charlas. En cambio la
biblioteca queda para siempre y para miles de personas, pero nadie recibe
aplausos, felicitaciones y mucho menos, buenos menús. Tampoco pueden lucir su
nuevo traje ni hablar de lo importante que es en las reuniones de amigos.
¡ Qué triste
es el interés humano!
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