domingo, 21 de agosto de 2011

CAPÍTULO XV- COSTUMBRES Y RELIGIÓN


C A P Í T U L O XV- COSTUMBRES Y RELIGIÓN



El bubi es naturalmente muy religioso, de aquí que en cualquier lugar coloque emblemas o señales de su religión. La religión de los bubis consiste, como hemos dichos otras veces, en el culto y adoración idolátricos de las almas de sus difuntos, consiguientemente sus emblemas deben lógicamente ser despojos de la muerte. Una cosa buena tiene el bubi entre otras muchas, que nunca emplea para la representación emblemática de su religión huesos humanos ni para otros usos, como otras tribus del Continente, sino únicamente despojos de animales y plantas muertos. El bubi tiene un respeto y veneración excesivos, a los despojos mortales de sus mayores. Entre ellos jamás se ha dado el caso de profanación o violación de sepulturas, cosa tan común entre las gentes de la Costa. En tiempos muy lejanos los difuntos que en vida habían sido muy temidos y odiados por su crueldad y despotismo eran enterrados en lugares apartados de los poblados. Para que el muerto no atinara con la casa donde moró y no volviese de nuevo al poblado a ejecutar mayores tropelías, vejaciones y violencias que ejerciera en vida, no sacaban el cadáver por la puerta de la casa, sino que horadaban una de las paredes y por el boquete abierto lo extraían afuera; y luego abriendo en el espeso e intrincado bosque un pequeño sendero lo llevaban a enterrar, a todo corrrer, pasando por la senda abierta y no por el camino común. Ni creyéndose seguros de su influencia maléfica, a pesar de tantas precauciones y cautelas para despojar el alma del malvado difunto, quemaban sin dilación la casa donde vivió y el barrio del que fue vecino era trasladado todo entero, a otro lugar más seguro. De aquí que en cualquier lugar se hallen figuras y señales convencionales, y también arbitrarias, a las cuales se les atribuye virtud sobrenatural de repeler y ahuyentar los hechizos y maleficios de los espíritus perversos. A estas figuras y señales dan el nombre de roobo o roomo.

El significado estricto y primitivo de este vocablo es amuleto; mas al presente su sentido es muy amplio. Significa todo lo que directa o indirectamente dice relación con el fetichismo que era la propia religión de los bubis. Usan amuletos o roobo para todo. Los hay para todo. Los hay personales, domésticos y públicos. Los amuletos personales consisten en esqueletos y pieles de culebras ebebe o ememe y bebila o mebila. La ebebe tiene la piel de color rojizo, es inofensiva, pues carece de veneno, pero de muchísima fuerza. La bebila es muy negra y es la que causa grandes estragos en los gallineros. La ebebe representa el espíritu bueno y la bebila el malo. Estos esqueletos y tiras de piel de estas culebras suelen llevarlos alrededor del cuello, de la muñeca y de la cintura. Pendientes de los tales llevan cuernos de antílope (toèha) huesesillos (toploma) y singularmente las tabas del predicho animal (toósó). Atados con las tiras de piel cuelgan del cuello y de la cintura cuellos de calabaza vinatera (rubbé) y las colas de oveja (beriba).

A estos amuletos profesan mucha estima y veneración y creen grandemente en su eficacia. Celebraban una fiesta particular de las que llamam roobo ro botata. Hace unas tres semanas que las viejas de Rebola solemnizaron el roobo botata y una de ellas traía en la cintura una piel de bebila cuya anchura no bajaba de quince centímetros. Los tejidos de fibras de bejuco y plátano, como también de conchitas de chibo y de abalorios (topopotò) no son roobo; aunque a veces de estos tejidos (ipá) cuelgan algunos roobo amuletos. La mayor parte de los niños entre los abalorios que les rodea la cintura tienen atados unos frutos durísimos, redondos y lisos producidos por uno de tantos bejucos que se encuentran en el bosque, a los que dan el nombre de mpepele. Tanto las tabas y cuernecillos como el mpepele son verdaderops amuletos.

El rubbé, cuello de calabaza, el beriba, pelo de oveja, y los mpepele eran los amuletos propios de las mujeres en cinta. Estas cuando notaban sintomas de aborto se ataban alrededor del vientre la piel entera de una de las predichas culebras, que solía guardar para estos casos y otros tales, el bojiammó del poblado; y así se creían seguras y libres de tan fatal y sensible desgracia. Son asi mismo amuletos personales unos caracolillos coniformes llamados mpea que llevan prendidos de hilos de nipa (tutaneka) y las tierras de diversos colores con las que se pintan en las solemnidades celebradas en honra de los espíritus las diferentes partes del cuerpo; pero con particularidad se marcan la frente, las cejas, los hombros, el ombligo y el empeine del pié. Los colores más comunes son el amarillo vivo (npepa) el amarillo oscuro (siobo) y el blanco plateado (biacha). La pomada ntola, con la cual se pintan de rojo el cuerpo, no es propiamente roobo, pues la usan para suavizar el cutis, ahuyentar los mosquitos y como medicina general para las enfermedades cutàneas. Frecuentemente entre las sartas de abalorios y de chibo colocan algunos bibetèbeté o conchitas de porcerlana de diversos colores. Estas conchas tampoco son amuletos, pues se las ponen solamente como nakà o ñakà, o sea adorno. Cuando un notable del poblado ofrecía algunas cabras en sacrificio a los manes se colgaba al cuello tantas morcillas de manteca (bajaba o majama) cuantas eran las cabras sacrificadas y las debía llevar durante una semana sufriendo el olor repugnante y las moscas. A estas morcillas llaman igualmente roobo por ser un recuerdo de las reses sacrificadas en honra de los espíritus. En sus casas se hallan de igual manera distintos amuletos. A dos metros de la puerta acostumbran a hincar algunos palos de diversos tamaños en los cuales sujetan conchas de caracol terrestre, ya grandes ntochi, ya pequeños apea y un fruto parecido a un gran tomate por nombre esasaha clavando en él plumas de gallina. Cuando en la casa había una persona enferma de gravedad desde la entrada hasta la distancia de ocho metros clavaban en tierra palos de un metro de alto, unidos con una cuerda en la que ataban plumas de gallina y gavilán. Los palos distaban unos de otros como dos metros. El fin de todo esto era impedir el ingreso de los espíritus maléficos, en la casa, que son los autores de las enfermedades, muertes y demás calamidades que afligen a la humanidad.

El bubi es sobradamente superticioso. Donde quiera que vaya o fije su morada teme estar sujeto a la influencia maléfica de los espírituis malignos que le persiguen. De aquí que con un sin número de amuletos defienda su persona, sus poblados, sus barrios, sus calles y plazas, sus casas de campo y sus ríos y bosques de la maleficiencia omnipotente de los barimo.

Quien haya recorrido los antiguos poblados bubis habrán observado que a los diez minutos antes de la entrada colocan un arco, y a veces dos, designados con los nombres belakalaka o menakanaka y construidos ora con troncos de helechos arborescentes (bisihisihi) ora con palos vivientes ya de iko, ya de tuhulamoelo, ya de moeke.

En tales arcos suspenden gran copia de diversos amuletos, como conchas de grandes caracoles terrestres, hacecillos de plumas de gallina, cráneos de venado, antílope, cabra y mono (bokakala o mokokolo) un fruto procedente de una enredadera (esaza) y trozos de calabaza vinatera, en los cuales introducen gran variedad de plumas de diferentes aves. A los lados atan fajos de caña bravas (ripaho) y en el mismo sitio una veces clavan tres estacas de helecho para sostener una cazuela de barro (sipanchi) otras solamenmte una estaca sobre la que ponen un canto plano de río, en el cual engastan con resina copal (nchechele o nchuàchuà) y otras clavan un palo viviente, a su alrededor forman una circunferencia de estaquitas y su interior lo llenan de piedras (ribaddobaddo).

Como los poblados constaban de múltiples barrios, separados y cercados de fuerte estacada, a la entrada de cada uno plantan esquejes de los árboles de iko, mpilo, moeke, etc., que con el tiempo vienen a ser árboles gigantescos.

En ellos cuelgan huesos de antílopes (topola) y otros muchos elementos. En las entradas de las casas, muy particularmente si hay alguna persona enferma, suelen colocar idénticos amuletos, en su interior se ven, pendientes de las paredes, calaveras de animales, mantecas secas de víctimas sacrificadas a sus antepasados y todo género de huesos y plumas, mas lo que tal vez muchos no habrán notado es una cazuela de barro situada en uno de los ángulos de ella defendida por un cerquito de palillos hincados en tierra. Esta cazuela es un rústico altar dedicado a sus penates o a las almas de sus abuelos. De aquí que le den el nombre de sipachi sa bajula, cazuela de los espíritus.

En ella una temporada ponen vino de palma, otra agua de mar y otra finalmente agua de manantial. De igual manera lo hacen en las cazuelas que se encuentran en la entrada de los poblados, en las plazas y en las cuevas. Con esto pretenden significar la libación que deben hacer a los espíritus lares, pedirles conservación de la familia, que no venga a menos, sino que permanezca incorrupta, como el agua de mar y por fin la fecundidad de las esposas que los nacimientos sean regulares, continuos y sin intermisión, como el manantial que no cesa jamás de brotar y arrojar agua.

En las plazas plantan gran muchedumbre de árboles sagrados que, a las veces, vienen a transformarse en verdaderos bosques y grandes avenidas, como puede observarse, en las alturas de Biapa, las avenidas sombrías que existían junto a las rancherías del pacífico Moka y del vengativo Esasi.

Levantan una capilla en honor del espíritu de la plaza, al que sacrifican muchas víctimas de cabras en los buala o fiestas generales del poblado que las celebran en las plazas. Además edifican casas de reunión (bieteha) donde se juntan en tertulia los hombres graves antes de empezar la fiesta; y preparado y dispuesto ya todo dan comienzo con el baile; O mmo `ippuas`e riose, - ¡Oh espíritu levanta la plaza!-

En las encrucijadas de los caminos (erinkoano) y al principio de la bajada a un río y barranco profundo sitúan un vástago de un árbol sagrado llamado sijulamoelo en honor del espíritu que vive en el río o barranco o es custodio y guardián de los caminos. Cuando un caminante pasa por delante del sijulamoelo está en el deber de hacerle una inclinación profunda de cabeza y dar una fuerte patada junto a él (morialera). Tal ceremonia se practica para tener propicios a los espíritus a fin de que los libre de malos encuentros y caídas. Son muy celosos de conservar tales prácticas y ceremonias y tienen fe ciega en ellas, tanto que, chico ni grande, se olvidan de observarlas.

Corría el mes de febrero del año 1896 cuando volvíamos, acompañados de una gran caravana de infieles de las alturas de Batete, de un gran ripelo que tuvo un motuku de Riokoricho de Balachá llamado Mòmmó, proseguíamos nuestro camino alegres y animados y contando los lances e impresiones de la fiesta y he aquí, que, de repente quedan todos parados llegados a la orilla del río Endá o profundo barranco de Balombe, donde había un sijulamoelo. Todos fueron pasando de uno en uno por delante, cumpliendo fielmente con el rito bubi. Uno de los Padres, recién llegado a éstas tierras fijóse grandemente y reíase de tan ridícula ceremonia. Bajamos sin percance el largo y peligroso declive que existe hasta arribar al lecho del río y todo él era una roca lisa y pelada. El Pade llevaba el calzado nuevo y con tachuelas; iba muy descuidado y riéndose todavía de las superticiones de estas gentes, mas al llegar al medio del cauce, resbaló y fuese de espaldas al suelo. Los bubis corrieron a levantarlo y le preguntaron si había sufrido daño y respondióles sonriendo que no. Mucho nos alegramos sea así, le dijeron, pero tenga bien etendido que el morimó del río le ha castigado por haberse reído y burlado cuando cumplíamos la ceremonia del morialera para tenerlo propicio y nos librara de caídas graves.

Existen, de semejante manera, bosques y palmerales sagrados en los cuales colocan sus amuletos o roobo. Estos consisten en piedras grandes y puntiagudas clavadas en tierra.

Las puestas en los palmerales tienen el nombre de borekaita que es el espíritu que les enseñó la manera de extraer el vino de la palmera. En frente de tales piedras suelen situar un sipachi sa bajula, llena continuamente de vino de palma que renuevan diariamente. Ls piedras a modo de mojones colocadas en cualquier desbosque, que no sea de palmeras, reciben la denominación de bariribó. Delante de estas piedras plantan un arbusto denominado bojeddejedde y un poco más separado suelen haber un ribaddobaddo.

Los bosques en los cuales existen barekaita y bariribó son respetadísimos y no hay bubi tan despreocupado y atrevido que ose abrir finca en dichos lugares. Tocando al poblado de Balombe se encuentra un bosque sagrado. Cierto día pasando por allí dije a mi acompañante en broma " Ya que nadie quiere este bosque voy a abrir en él una finca de plátanos para alimento de los colegiales". Se enteraron de ello los bubis y se me presentaron en son de queja diciendo, que mal había recibido yo de ellos para tomar esa decisión. Los calmé diciéndoles que no tenía tal propósito y que habia sido una chanza.

Cuentan los bubis que uno de ellos muy despreocupado se atrevió a desbrozar y plantar cacao en un bosque donde había boariribó; mas luego sufrió la pena de su profanación y desacato. Su mujer, de la noche a la mañana, fue atacada de un fuerte cólico intestinal del que falleció y él murió en una cacería, sin asistencia de persona alguna.

En los bosques hay así mismo árboles sagrados, los cuales a nadie es lícito cortar, sin antes consultar a los espíritus y recibir su respuesta. Entre ellos se hallan los árboles: iko, lojela, moeke, bosukèsukè, borupérupé, sipopolo, y buma o ceiba.Los bubis de Musola narran el caso, que dicen ser auténtico. Un monrovia tenía en su finca una ceiba muy vieja, de la cual los tornados hacían desgajar grandes ramas que le destrozaban el cacao, y sin encomendarse a nadie, ni consultar a espíritu alguno, la mandó derribar. Pasados algunos meses el hombre enfermó de dolencia desconocida, la que acabó con su vida. Los bubis lo aribuyeron a castigo de sus espíritus.



MI COMENTARIO



Menos mal que muchas de estas costumbres se han perdido, especialmente esa de llevar al cuello esas morcillas de manteca que era un foco de atracción de las moscas y la temperatura del cuerpo y la casa, provocaría el chorreo de esa grasa en la vivienda, con lo que era una llamada a las hormigas, que por mi experfiencia, creo son carnívoras o mi cuerpo es muy apetecible para ellas.

La parte triste de esa pérdida de costumbres, es que se van perdiendo los nombres de muchas ceremonias, así como el propio de cada útil, aunque sorprende que cada ceremonía, cada rama, cada cosa tienen un nombre concreto en cada aplicación. Uno llega a pensar que con tanta ceremonia no disponían de mucho tiempo libre.



Fernando el Africano (Número de la Guinea Española 25.7.1924)









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