ANÉCDOTAS E HISTORIAS DEL
PUEBLO FANG-III
Impresiones De un viaje: Bata-Mbonda-Río
Campo- Ayamakén
(25.01.1920 La Guinea Española )
En las primeras horas de un
día de Junio, risueño y despejado, con dos muchachos y un trabajador con mi
poco equipaje, emprendimos con el caballo de San Fernando el viaje. Se esfumaba
en la lejanía Bata al llegar al Utonde. Desde ese punto hasta Mbonda la
monotonía es larga, opresora y aplastante: arenas, cangrejos incontables
ocupados desde primeras horas en sus faenas peculiares, olas junto a la playa y
bosque.
Al incauto que para atajar se precipita por veredas
desconocidas, suele acontecer la vez primera, lo que me sucedió a mi cerca del
río indicado.
El flujo extraordinario de
marzo, forzó a caminar descalzos a la comitiva dejando, para evitarnos la
molestia de ir con ellos en la mano, nuestros zapatos en un hatillo que algo adelantado
llevan unos muchachos. Durante nuestra marcha, por la playa se nos hizo nuestro
caminar muy apacible, no fue así como nos encontramos por el atajo de
referencia. La ardiente y soleada arena quemaba nuestras plantas
desesperadamente, creyendo que el trecho era corto seguíamos incautos por él,
no acertando al cabo de un minuto a despegarnos el fuego que se adhería a
nuestras plantas.
El señor Obispo salió airoso
del apuro, no así el resto del personal, pues en vez de posar sus plantas sobre
hojas frescas que atenuaran la calentura, lo hicieron sobre unos pinchos
verdaderos erizos, como los que llaman los naturales “itekateka, yo merced a la
ligereza que me daban los años y al acicate de aquel incendio de mis pies, con
cuatro brincos me presenté en la playa, rico oasis y baño templado entre
aquellos ardores.
Para llegar a Mbonda, hay que
pasar tres ríos, el primero el Utonde de
curso no muy largo pero de mucho caudal, de mal pasar, a causa del pésimo
cayuco encargado de navegarlo el astuto y rígido Caronte encargado de ello.
Astuto como él solo, pinta
con muy vivos colores a cuantos se toman la molestia de escucharle los
sufrimientos que tuvo que soportar, durante la internación de los Kamerones,
mostrando en comprobación de su aserto el “adeko” o pértiga pesada con que los
pasó a fin de sonsacar con sus gimoteos, del europeo que por fin allí atraviesa
las pesetillas que entonces no consiguió. Justo es que algo se le tribute, no
obstante con la paga que saca a los morenos, un real por individuo, parece no
estará mal retribuido, considerando el enorme trasiego de pamues y demás que
por allí se dirigen a Bata.
No muy distante de la
desembocadura, allá donde el cauce empieza algo a estrecharse, es voz,
tendieron los alemanes un pasadizo, algunos de cuyos postes aún hoy subsisten;
frágil y malo fue él, pero algo indica el sólo esfuerzo de tenderlo y digno de
encomio y de imitación.
La población del distrito de
Utonde es escasa, casi nula, debido a lo pantanosos que algo arriba se mueve el
terreno, unos cuantos bapukus en su desembocadura, algunos bujebas, un poco más
al interior , con otras tribus y para de contar.
Sobre este río cuenta la
leyenda que cierto hombre “upuku” o “bapuku” como nosotros llamamos, se hallaba
ocupado un día en la caza en uno de los bosques próximos al río. Aburrido debía
hallarse el buen “bapuku” de tanto esperar , pues nada se rebullía en las
cercanías, cuando de pronto advirtió movimientos en las cercanías, era un cerdo
hermoso y gallardo que tranquilamente
hozaba no muy distante del observador.
Ibendu que así se llamaba el
bapuku tomó sereno su escopeta, apuntó con sangre fría y tras breves momentos
una descarga resonó por el Utonde, el animal herido mortalmente y chorreando
sangre huyó en descomunal carrera precipitándose ciego y rabioso por
precipicios y barrancas, tras él fue también Ibendu, llegaron en estas al
Utonde y el cerdo guiado por su maravilloso instinto, se precipitó en sus
ondas. Sumergiéndose en ellas con extraordinaria soberanía, allá le siguió
también el bapuku resuelto a no abandonar su presa.
Desapareció la presa, como
por arte de encantamiento, viendo el cazador una hermosa ciudad en medio del
río, sus calles estaban rigurosamente alineadas, trazadas a escuadra sus
habitaciones y palacios, la gente pululaba por doquier en animada charla. El
río corría por otro cauce, o bien se había secado momentáneamente. A la vista
de tantas maravillas parose Ibendu sobrecogido de espanto sin atreverse a
preguntar que era aquello que contemplaba en medio del río.
Oyó quejidos lastimeros y
movido a compasión dirigió sus pasos allá donde
salían, preguntando por la
causa que los motivaba.
2 ¿Como te atreves a indagar,
contestaron los del río, cuando tu mismo con tu alevosía has sido quien los ha
producido? , porque el que heriste en el bosque, no fue cerdo ni animal, que se
le parezca, mira en ese que se lamenta al hermano de aquel que asesinaste.
Quedose paralizado Ibendu sin
entender apenas lo que se le explicaba con palabras llanas. Curioseó tanta
maravilla de esta portentosa ciudad encantada, le dijeron que por la fuerza de
los hados, estaba destinado a ser morador de aquella ciudad, por lo cual
solicitó licencia para ir a relatar lo que había visto y despedirse de sus
antiguos paisanos. Volviose a su tribu pregonando a voz en grito las grandezas y portentos que había visto,
reunió en su pueblo asamblea de notables, convocó s todo el pueblo y les
explicó lo vivido. Sus amigos y compañeros creyéndole loco, demente, o
visionario, pero él seguía firme en su resolución de vivir para siempre en
aquella fantástica ciudad, a cuyo fin citó a todos los moradores de aquellos
contornos, para que a la luz del medio día contemplasen su vuelta a la ciudad
encantada.
Reuniose una multitud para
contemplar el portento. A una señal del bapuku, empezaron sus amigos a tirar al
río, sus enseres, cacharros, unos se sumergieron y otros contra las leyes de la
gravedad y debido a las corrientes, jugueteaban en la superficie y no se
hundían.
Llegó el turno de Ibendu,
quien de un salto se precipitó en el Utonde, bajando a su seno en medio de la
estupefacción y griterío de la multitud.
Es fama que desde aquel día
no se vio más entre los vivos al Ibendu de la leyenda.
Creen aún la gente menuda,
que de tiempo en tiempo sale Ibendu del Utonde con su bote, ni faltan quienes
afirman haberse llegado, invisiblemente y mezclado entre la multitud, estos
días de concurso en nuestra Iglesia de Bata, volviéndose a su río, acabadas las
funciones.
Alguna vez, en mis ratos de
ocio, he pretendido llegarme en cayuco hasta el lugar donde dicen ocurrió en
suceso, pero nadie ha querido acompañarme, ya que creen que el jugueteo que se
observa en las olas, es debido a los moradores de la ciudad de Ibendu.
Vive en el Utonde un viejo,
cuyo nombre prefiero callar, que conoce perfectamente el lugar o la “Etima”, en
donde se sumergió Ibendu.
NOTICIAS (25.10.1919)
Gracias a las gestiones de
don Fernando de Carranza, subgobernador de Elobey y bajo la dirección de don
Julián López, jefe de Obras Públicas del distrito, se está arreglando el aljibe
del Gobierno confiando en que quedará arreglado para abastecer de agua en
tiempo de seca, a los habitantes de esta Isla, que carece de ríos o lagunas.
En Bonche el jefe Nguema Ekó
mató hace pocos días un elefante y los policías de Calatrava hirieron a tres en
punta Yeke, por desgracia se escaparon al bosque con vida.
En este viaje a Santa Isabel, se lleva el Antonico 141 trabajadores,
sin contar los pasajes particulares.
Hemos oído que los habitantes
de Corisco se van a agrupar en dos centros de población y los pocos bengas que
habitan Elobey Grande, desean hacer lo propio, formando un solo pueblo.
De Santa Isabel llegan las
noticias de la repatriación de las tropas alemanas que quedan en la isla, que
se hará únicamente por barcos españoles. En virtud de que se halla en el puerto
el vapor Ciudad de Cádiz, recibió orden de embarcar las compañías séptima y
octava, del campamento número 2, un total de mil quinientas personas. Ha sido
un espectáculo la plaza de España, al paso de estas compañías, y los hombres y
mujeres todos cargados cuanto podían, por los objetos adquiridos en su
estancia, hacían sonar sus rústicos instrumentos constituyendo una verdadera
orquestas. Los que vimos llegar desarrapados, tristes, macilentos seguidos de
enjambre de insectos que cebaban su miseria, comprendemos deban estar
agradecidos al Gobierno español, al irse en unas condiciones tan distintas.
MI COMENTARIO
Hay historias mezcladas de
bengas, fang e incluso de la zona bubi, pero procuro poner las más
interesantes, como la leyenda del río Utonde.
Fernando el Africano Algete
24 de diciembre de 2011
FELICES FIESTAS
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