lunes, 4 de junio de 2012

FERNANDO EL AFRICANO- NOVELA- XIII





A medida que el barco se iba aproximando lentamente a la costa, cualquier movimiento del aire me parecía un elefante moviendo las ramas de los árboles. La hermosa bahía en forma de herradura (dicen que es un antiguo cráter de volcán) cuyas dos puntas extremas, Punta Fernanda y Punta Cristina, casi cerraban en círculo, cobijaban bajo la sombra de sus árboles el exiguo espigón donde pensaba atracar nuestro trasatlántico que nos había llevado hasta allí. Punta Fernanda la más cercana mostraba en su paseo el rojo de las flores del Ibiscus como si fuera una bandera puesta para darnos la bienvenida. El sol como astro rey gobernaba el paisaje, su fuerza hacía brillar la arena de las playas cercanas, y mezclaba con su paleta el verde rabioso de cien tonalidades que nos rodeaba, destacaba el marrón oscuro del majestuoso Pico de Santa Isabel, que con sus más de tres mil metros de altura, parecía pegado al puerto, semejando un manto protector de la ciudad. Cuenta una leyenda que el pico de Santa Isabel y el de las montañas del Camerún- en bubi llamado Mango Ma Lobá- de casi 4.000 metros de altura, estaban unidos por un istmo, por el que la isla se veía constantemente invadida por migraciones de gente procedentes del Continente, ello hacía que los espíritus de los volcanes, discutieran enviando lavas, humos y haciendo temblar el suelo, que iba hundiendo la tierra hasta convertir el istmo en un conjunto de pequeños islotes, que permitía con embarcaciones livianas ir de uno en uno hasta llegar a Fernando Poo. Cansado de este trasiego de gente, el espíritu Obasa, que era el del pico de Fernando Poo, protestó con tan fuertes temblores que hundió los islotes y todo signo de unión con su opositor el pico del Camerún. Lo que si es visible que los dos volcanes pertenecen a la misma estructura geológica, aunque ignoro el parentesco familiar, deseando no vuelvan a discutir para mayor seguridad de los habitantes de la Isla.


La impaciencia por desembarcar y absorber tantas maravillas que se ofrecían a nuestros sentidos, era indescriptible. Nuestros ojos eran cegados por tanta luminosidad y color al haberse despejado las nubes con la lluvia torrencial de la noche, nuestros oídos escuchaban sonidos inéditos, lenguajes desconocidos, todo ello amenizado por la música que la banda de Guardia Colonial ofrecía en honor de la llegada del barco. Sus pasodobles nos hacían pensar en España, y bajo la batuta de su director, un oficial del ejercito español, llamado Antonio Casaurrán, no desentonaban de las partituras que habían colocado en un atril delante de cada músico. Tocaban de vez en cuando la “Maringa”, partitura típica del ritmo isleño, y los negros arrastraban sus pies moviendo las caderas al son de los animados compases, creo que hasta el Himno Nacional lo bailaban como ritmo africano. La llegada de los correos de la Península era un acontecimiento digno de celebrar, por las personas que venían, por las cartas esperadas ( entonces no había comunicación aérea) , por los alimentos :leche, tomates, bebidas y otros comestibles agotados en plaza, recepción de periódicos y revistas que se leían con avidez pese a tener fecha de un mes atrasados, ropa esperada. Recuerdo que la factoría el Barato ( de Ramón Cerdá y Pilar su mujer) vendía ropa blanca para sábanas y la policía tenía que montar las colas para que tanto blancos como negros guardaran su turno para comprar las telas, que no llegaban en muchos casos para todos, pese a poner un cupo máximo de metros de tejidos,¡ que tiempos aquellos en que se vendía todo lo que se fabricaba!, incluso lo defectuoso aunque fuera a menor precio. En aquel tiempo hasta me hubieran vendido mis padres a un buen precio, se les pasó la oportunidad que no supieron aprovechar.

Los primeros pantalones cortos de ropa blanca que tuve en Guinea, los confeccionó mi madre, con tejido sacado de unos sacos de harina que nos proporcionó el panadero Alcántara que era murciano como mi madre. En la parte trasera del pantalón aparecían algunas letras de la inscripción,“ Harina de Argentina “, menos mal que entonces no se usaba eso de “ Made in Argentina “ porque aseguro que mi culo no pertenecía a esa nación. Mi madre me consolaba diciendo que la tela era muy fresca y que podía jugar al fútbol o a lo que quisiera que era muy fuerte, eso sí, presumo que mis amigos dirían ahí viene el argentino, así que fui famoso antes que Maradona ¡y yo sin saberlo!. De todas formas en aquellos tiempos, alguna camisa heredada de mi hermano lucia algún trozo cedido por otra prenda de parecido color, no estaban los tiempos para desaprovechar un trozo de tela.

La brisa que se había levantado nos traía de la playa olores a: pescado fresco, a enormes racimos de plátanos que amontonaban en un lado del puerto, todo eran ansias de preguntar, de saber que eran tantas novedades para nuestra sed de conocimiento, las fragancias de comidas, flores, mar se sucedían como un menú olfativo preparado por un experto gourmet . Creo que tuve tal desgaste de vista que por eso ahora cercano a los setenta años preciso gafas para ver de cerca, que de lejos todavía debo distinguir cuando viene un elefante, aunque no estoy seguro, ya que hace tiempo no que veo ninguno, no sé si por defecto óptico o porque no hay en mi entorno.

Las transparentes aguas de la bahía de Venus parecían un cristal liso de suaves azules y si no hubiera sido por la pequeña espuma que se levantaba en la playa al acariciar las olas sus arenas, podríamos pensar que era una inmensa piscina donde nos había llevado la motonave. Enormes bancos de sardinas desfilaban ante nuestros ojos sinuosamente, como si bailaran al ritmo de la música ,nada más se dispersaban ante el ataque de algunos peces de mayor tamaño, que parecía jugaban con ellos, más que engullirlos. Saltando sobre las olas parecían disputar alguna competición los peces voladores, muy abundantes en la bahía. Recuerdo que un compañero de clase, apellidado Muñoz, al preguntarle sobre los peces voladores el profesor, manifestó que iban por la noche a dormir a la montaña. El error se debía a que en el libro de texto, una anotación en letra pequeña, comentaba que los antiguos pueblos persas, creían en esa costumbre.

Después de mucho trabajo, de habilidad y paciencia, quedó fijado el barco al espigón, y por la popa colocaron una escalera, de tal forma que el pasaje bajaba por la misma y la carga era bajada por las grúas del barco, a unas gabarras colocadas lateralmente a sus costados, ya que no se podía bajar al puerto directamente.

Antes de autorizar la bajada de pasajeros, subieron a bordo un médico y un funcionario de policía, para verificar el primero las vacunas y el segundo para supervisar el pasaporte necesario para llegar a Guinea, pues aún siendo colonia española, se precisaba visado y pasaporte para autorizar la salida desde otra zona de España, cuya concesión dependía de tener un contrato de trabajo el cabeza de familia; con ello se presupone que no se admitían turistas como tales, salvo que hubieran concretado y justificado este punto con las autoridades del puerto español de embarque. En los primeros años, las empresas sólo contrataban en España a personal soltero, considerando que el casado les salía oneroso al tenerle que facilitar vivienda gratuita y servicio doméstico. Ello traía que los solteros llevaran en muchos casos una vida de crápula y no rindieran en el trabajo, hasta que se dieron cuenta las empresas, de que un europeo casado era más estable emocionalmente y más productivo en muchos casos. Por otra parte

las generaciones de hijos nacidos en la isla y de matrimonios jóvenes llegados con descendencia, hicieron que con el tiempo se generara en Guinea una masa laboral posible y adaptada a esa zona, como era mi caso. Este cambio de actitud de las empresas hizo posible un avance importante en la modernidad de la colonia, al establecerse colegios, cines, lugares de esparcimiento, servicios para los blancos, pero que por mimetismo obligaba a efectuarlos igualmente para los negros.



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