jueves, 14 de junio de 2012

FERNANDO EL AFRICANO-NOVELA-XVII

En los años del cuarenta al cincuenta, dada la carestía de alimentos en España, en Guinea los europeos comíamos productos autóctonos como la yuca, ñame o malanga, como sustituto de nuestra básica patata, exportándose desde la zona continental grandes cantidades a la Península, siendo en aquellos años uno de los negocios más productivos, el comprar yuca en los poblados del interior y llevarlo a venderlo a las factorías de Bata. Cuando iba a llegar un camión al poblado, éste ya estaba avisado con muchas horas de antelación, gracias al tam-tam de la comunicación; de tal forma lo hacían, que hasta sabían el nombre del europeo que venía a comprarles sus productos. De esa forma cuando llegaba el camión a los poblados, desperdigados en algunos casos por chozas separadas, les había dado tiempo de cerrar sus sacos o llevar los nkues( cesta de nipa o mimbre que con una tira apoyada en los hombros o en la frente, se lleva en la espalda como mochila ) al centro del poblado, donde el camión, provisto de una báscula, pesaba la mercancía y se le pagaba al contado. En esta zona de África en que no han existido los bueyes, los caballos, mulos o burros, como animales de carga, debido a la mosca Tsé-Tsé, y que los pocos que ha habido de estos animales, han sido testimonios efímeros, la mujer ha suplantado al animal, cargando con el nkue el trabajo de transporte manual, cosa que no ha efectuado el hombre en general. Tanto es así que hace muy poco vi un reportaje reciente de la Guinea Independiente, y se observaba en un camino vecinal, ir el hombre con su camisa blanca y su paraguas en la mano, y a su lado, dos mujeres con el cesto de mimbre apoyado en la espalda y sujeto con una cinta a la cabeza, arrastrando los pies dado el volumen y el peso de su carga, me recuerda un poco la vida salvaje del león, en esta especie la que caza y cuida la familia es la hembra, y el león solo sirve para la reproducción y para proteger a la familia o manada en un ataque de otra especie, el resto del día se lo pasan recostados durmiendo la siesta. Esto me va a traer la recriminación de mis amigos guineanos pero cuento con la aprobación de ellas.


Condimento importante es el plátano frito o asado, que no es lo mismo que banana. Lo que en Europa consideramos plátano, nosotros le denominamos banana, ya que el plátano es de mayor tamaño, de cuerpo más duro y por eso se cocina o se come frito. El banano o musa, se descubrió que su tronco tenía propiedades para luchar contra la tuberculosis, y su aliento es tan importante que Linneo, el padre de la botánica bautizó a dos de sus especies como Sapientum y Paradisíaca. Como se sabe hay muchas especies y gustos, entre ellas una de tamaño muy pequeño que se conoce como banana manzana, por tener esa mezcla de gustos.

El restaurante de mi abuela con sus cuatro o cinco mesas de madera y largos bancos como asientos, era en la ciudad el único restaurante habilitado para el trabajador indígena, salvo que se fuera a los límites de la ciudad, los barrios indígenas algo alejados del centro. Los blancos y emancipados podían gozar de otros restaurantes fondas, como Montilla, Los Polos, Bar Andaluz, bar Flores, Restaurante Luis, y otros.

Mis primos y nosotros, dormíamos en los mismos barracones anexos al restaurante, situados enfrente de la vivienda, pues en la casa no cabíamos todos, aquello era una sauna durante el día al darle el sol a las chapas del tejado, dado que además no podíamos dejar la puerta ni el ventanuco abierto, ya que esa zona estaba cercana al río Cónsul que estaba plagado de serpientes y mosquitos. Así que entramos para dejar nuestro pijama y la muda para el día siguiente. Al entrar en los dormitorios, me llamó la atención que del techo colgaban unas telas con malla que me comentaron que eran los mosquiteros, para evitar que por la noche nos picaran los mosquitos y protegernos de otros bichos como las arañas peludas. Esta protección, con el tiempo y dada la labor de limpieza de las zonas cercanas a la ciudad, ya no fue necesario utilizarla.

Se notaba la diferencia de la ciudad con el campo, en el momento que se internaba uno en el bosque lo atacaban nubes enteras de mosquitos de todas las familias, convirtiendo aquello en la exposición universal o un museo entomológico. La anofeles con su pequeña trompa que inocula el paludismo reunía verdaderos ejércitos dispuestos a disuadirnos de nuestra entrada en la vegetación, o a veces el zumbido ensordecedor de colonias de abejas nos avisaban de su llegada, por lo que había que buscar un río donde sumergirse hasta su alejamiento. Por otra parte la entrada al bosque era posible por un sendero que el paso continuo de los hombres, hacía posible, de otra forma se tenía que ir abriendo camino con el machete. En ese sendero, a veces las fuerzas vivas de la naturaleza, nos hacían reflexionar que allí éramos simples visitantes, y que los espíritus del bosque iban a ponernos trabas, para que reconociéramos quien mandaba en aquel lugar. Como prueba de ello, de un día para otro, quiere decirse en el intervalo de una noche, el paso franco el día anterior era impedido por una barrera formada por una tela de araña en cuyo centro, se distinguía una araña de color amarillo- negro, que era de tal tamaño que infundía respeto, y el espesor de su red, convertía aquella malla en una trampa, donde a veces hasta pájaros aparecían capturados, su genial trenzado era dificultoso y lento para destruir, normalmente lo tejían de árbol a árbol, por lo que se buscaba un camino alternativo, que con el tiempo se formalizaba, al ser constantemente utilizado, y el trabajo de la araña cada día más tupido, así que la araña y su familia se hacía con el poder de un camino, y los hombres encontraban otro por donde fuera posible avanzar.

Por la noche cansados de tantas aventuras, y mientras me ponía mi pijama que tal vez consistiera en un calzoncillo amplio y una camiseta deteriorada, observé con terror, en el suelo del barracón como se deslizaba una familia de gusanos tan gordos con mi dedo pulgar de unos ocho centímetros de largo y todos negros, parecidos a un ciempiés aunque más bien parecía que estaban dotados de doscientos pies, por eso en algunos libros les apodan milpiés, con desprecio hacia mi persona y como demostrando sus derechos adquiridos a su habitual paseo por aquella zona, avanzaban hacía mis zapatos con intenciones aviesas. Ante mis gritos, acudieron mi primos los cazadores, de su rostro se desprendió una sonrisa de desprecio hacía mi valor, y como si fueran cirujanos de la selva, se armaron de unas pequeñas ramas del patio, los cogieron con dos palos en forma de pinza y los tiraron al jardín sin darle importancia a la captura, lo que me confirmó que aquellos enormes ciempiés, su habitat natural era pasearse por los barracones, donde cada noche encontraba a alguno haciendo footing por la habitación, menos mal que no tenían que usar zapatillas, sino su madre se habría arruinado, de tal forma aquello fue habitual en el cada día de la estancia en los barracones que al final casi nos saludábamos como viejos amigos en mutua tolerancia. Con el tiempo aprendí que en los edificios de planta baja son muy normales aunque su roce y su rastro produce urticaria, pero aquello me impactó sicológicamente y mi única neura extrajo la conclusión de que mis familiares igual hubieran hecho con un león, aunque dado lo pequeños que toda la vida fueron mis primos, no sé como lo hubieran levantado, pero estoy seguro de que si lo hubieran conseguido.

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