sábado, 22 de septiembre de 2012

FERNANDO EL AFRICANO-NOVELA CAPÍTULO XXXIX

        




                                               Bosque de papayos, foto fantástica a cuyo
                                               autor pido perdón por exponerla sin su permiso

                                                 COCODRILOS EN LA ISLA

Una mañana en que me sentía explorador, llegué andando por la playa hasta el límite con la finca de Acuña Lisboa, cerca del río; descubrí unas huellas extrañas en una zona algo pantanosa, donde el barro las dejó perfectamente marcadas como molde de sus pasos, que me parecieron de cocodrilo, como los que tenía Policarpo en la estación de guaguas, en un pequeño estanque. Lo comenté con el señor Sancho y se estuvo riendo de mí, delante de mis padres, que habían venido ese domingo a la finca, ya que iba a bajar con ellos unos días a Santa Isabel.

El transporte de viajeros estaba monopolizado y controlado por dos empresas; en la parte Oeste de la isla, lo efectuaba Florentino Vivancos; en el Este estaba a cargo de Policarpo. Este transporte era básicamente para trabajadores autónomos nigerianos y nativos, todas las empresas agrícolas tenían un camión en las fincas que se encargaba del transporte de los trabajadores y de la bajada de la cosecha a los puertos de embarque de Santa Isabel( Malabo) y San Carlos( Luba), únicos puertos en que llegaba el transporte marítimo peninsular, aunque a San Carlos en pocas ocasiones llegaba, teniendo que traerse todos los productos al muelle de Santa Isabel. En la época que se empezó a embarcar mucha banana con destino a los países nórdicos, los barcos escandinavos acudían a embarcarlo a esa zona, pues las mejores plantaciones estaban cerca de San Carlos( Luba).

Me puse muy contento y alegre, dado que esa tarde la conversación en la plaza de España era que habían matado dos cocodrilos en la finca de Acuña Lisboa. Detectados tomando el sol placidamente en las cercanías de la plantación, el encargado avisó a las autoridades, y según recuerdo el señor Rojas de la policía y alguien de la Guardia Colonial los abatieron a tiros. Se supone que los pobres animales habían venido encima de un tronco, desde Río Benito o Río Muni, donde cortaban troncos en las explotaciones forestales, y el agua los arrastraba hasta la desembocadura; allí eran cargados en barcos, pero muchos troncos se perdían en el mar, donde las corrientes los arrastraban a la isla, embarrancando en sus playas con polizontes en este caso.

Dicen que la venganza es el placer de los dioses, así que pensaba vengarme de las sátiras de mi amigo el señor Sancho, en cuanto volviera a la finca.

Para volver a la plantación, me vino a buscar a casa Okon el cazador, comentó que íbamos a ir andando bordeando por la costa.

Salimos a las siete de la mañana, andamos a buen paso hasta la playa de Carboneras, al llegar vimos un río muy ancho, me hizo quitarme los zapatos y los pantalones, colocado todo en la cabeza como un hatillo, fuimos vadeando el río, que gracias a que había bajado la marea sólo me llegaba el agua al pecho. El agua que aportaba el río al mar la encontré muy fría a esa hora tan temprana, me dio algo de miedo pensando que en sus aguas podían llegar los escualos o alguna serpiente que viviera en los espesos bambúes de sus orillas, pero Okon, con un palo que llevaba largo, me hizo que me agarrara de un extremo, llevando él la otra punta, y eso me inspiró confianza.

Atravesamos tres ríos por el mismo procedimiento, y a las doce de la mañana divisamos las casas de los braceros de la finca Mercedes; el viaje fue tan bonito, que no me enteré de que llevaba cinco horas andando.

Okon, como buen calabar, era extrovertido, nos entendíamos perfectamente en pichinglis, dialecto que se habla en toda la costa africana desde Sierra Leona hasta Camerún. Incluso en ese país de habla francesa, todos los graffis que son los pobladores de la zona costera, saben el pichinglis. Dada la amistad y nuestra relación, Okon me inició en el arte de disparar con una escopeta de cartuchos del calibre doce, aunque seguí sus consejos de sujetarla muy fuerte, la primera vez el percutor me pegó una sacudida en la cara y el hombro que me dolió toda la mañana, eso sí, la ardilla voladora todavía se está riendo.

Me encantaba la rapidez que tenían los braceros para abrir de un golpe de machete la piña de cacao, que desgranaban en un cubo, con una mano sujetaban la piña y con la otra el machete, daban un golpe en medio de la misma lo suficiente profundo para partirlo en dos, y lo exacto para no partirse la mano. Los granos estaban rodeados de una sustancia gelatinosa de color blanco-rosado, muy dulce de sabor pero fuerte. Una vez separados los granos se tienen de 48 a 72 horas en unas cajas de madera para su fermentación, luego los llevaban a los secaderos de pizarra, de unos veinte metros de largo por siete de ancho, cubiertos por el techo para evitar la lluvia, pero sin paredes laterales. En un extremo había que bajar unos escalones para situarse a la altura de la entrada del horno que estaba preparado para calentar toda la pizarra por debajo. En su boca permitía la entrada de grandes troncos de leña, aunque para secar el cacao no eran necesarias temperaturas elevadas, sino constantes, incluso era peligroso la temperatura muy elevada, al ser esa sustancia como una manteca que ardía con facilidad o freía los granos en vez de secarlos. A base de mucho rastrillo iban logrando que esa gelatina se desprendiera del grano, que éste se secara, quedando como si fuera una almendra tostada de sabor fuerte.

Los primeros secaderos en que los rastrillos se movían mecánicamente mediante un motor, lo comercializaron unos vascos en Guinea; posteriormente se extendió el sistema por toda la costa africana, por lo que exportaban su técnica y puesta a punto, aunque la maquinaria venía desde la Península. Primitivamente se secaba al sol el cacao, el segundo paso en la modernización fue un secadero techado con plataforma de pizarra, pero tanto en este paso como el anterior los rastrillos se movían a mano, pero como sus mangos eran muy largos, cercanos a los dos metros, resultaba fatigoso, con el inconveniente de que si por las noches se dormía el responsable de rastrillar, el cacao se quemaba. Al pasar a secadero automático, mejoró la calidad del cacao y su uniformidad.

Fernando Poo era un país productor de cacao, cuya calidad, cinco superior, no se lograba en ningún otro país. El cacao del continente era de peor calidad entre calidad 4 y 5, tal vez el clima algo distinto y la humedad influyeran en el tema, pero básicamente es que al recogerse en fincas de pequeña extensión se utilizaban métodos rudimentarios y no se atendía tanto a los procesos de abono, fumigación y chapeo. En cambio, el café del continente era mejor.

Como el trabajo en toda la isla generalmente se hacía a destajo, algunos días actuaba de capataz, vigilando que no se dejaran piñas en los árboles, procuraban dejarse las más difíciles para no perder tiempo. Abatían las piñas con un palo largo a cuyo extremo había una cuchilla en forma de hoz. En la isla, al principio, el trabajo era a jornada partida y en otros casos a jornada intensiva, pero nadie estaba contento, hasta que se inició el trabajo a destajo; fue un consenso total entre trabajadores y patronos, tanto es así, que un buen trabajador con una capacidad física importante como tenían los nigerianos, a las once y media de la mañana ya estaban en su casa, teniendo todo el día libre para ellos, aunque la mayoría terminaba entre la una y las dos de la tarde.

Otro trabajo que se efectuaba en la isla era el corte de la hierba o bicoro, que crecía a los pies de los cacaos, manteniéndolo como un jardín para evitar enfermedades y bichos. Por lo menos se sulfataba dos veces al año con sulfato de cobre (sulfato de Chile) que servía de abono y fungicida. Se hacia el llamado caldo bordolés, que consiste en sulfato de cobre de 1 a 3 kgs. , cal viva de 0,5 a 1,5 Kgs. Y 100 litros de agua.

Cuando llegaba el barco de Nigeria, donde venían los braceros asignados por cupo y a prorrateo, bajo unas condiciones de salario mínimo establecido entre los gobiernos de Nigeria y España, era aleccionador ver desembarcar aquellos hombres a veces casi niños, con un taparrabos como patrimonio, unos huesos pronunciados, pero con sonrisas en sus rostros y curiosidad en su mirada. Los comparaba mentalmente con los que regresaban a Nigeria al cabo de tres años y medio de estancia en la isla, que volvían con una musculatura pronunciada, con muchos kilos más de peso, con un fardo de enseres encima de la cabeza que los hacía tambalear. Uno se sentía orgulloso de haber contribuido a ello, y ellos con más motivo orgullosos de que al volver a sus poblados fueran con un dinero ahorrado. Su primer contrato era de dos años viniendo el salario fijado por el Convenio. En su segundo contrato, el salario era libre entre las dos partes, pero siempre recibiendo la mitad de salario. El otro cincuenta por ciento quedaba como divisas en depósito garantizado por el Gobierno de España, que recibía el trabajador al llegar a su país. España estableció un barco que hacía la ruta con la Guinea Continental y ese mismo barco cada mes, hacía un viaje a Nigeria, para llevar y traer los trabajadores acogidos al Convenio laboral. Muchos años ese transporte se encomendó al pequeño Río Francolí hasta que su artrosis le impidió mover la hélice y se llevó al desguace. El Gobierno inglés y el nigeriano posteriormente obligaban a los tres años y medio a volver el trabajador, de esa forma tenían garantizado un ingreso de divisas. Había una fórmula en que podían quedarse, pero dependía de la voluntad del Cónsul nigeriano.

Los granos rojos de café, tienen por dentro, como el cacao, una sustancia blanquecina dulce y agradable; como los árboles son bajos, se pueden coger con facilidad, a veces vareando como la aceituna si las ramas son altas, habitualmente a mano por racimos como la uva. Las variedades de cafeto que se plantan en Guinea son: Liberia de semilla grande ovalada, irregular, color algo amarillo, y el Robusta semilla regular, pequeña, muy rico en cafeína y más amargo, ambos se adaptan muy bien al clima lluvioso del África tropical, igual que el cacao precisa de sombra por necesidad, el café resiste más el sol y le conviene una media sombra, de tal forma que en unas horas del día le de el sol directamente, sus plantas son de una altura cercana a los seis metros la más alta.

Algo que me llama la atención y no puedo menos que mencionar, es que el cacao producto original de América, su mayor producción proviene de África, El café originario de África la mayor producción se recoge en suelo americano. El mundo da vueltas.

Parece ser que en los primeros años de la colonización en Santa Isabel, se moría el ochenta por ciento de los expedicionarios, tanto misioneros como autoridades civiles, hasta que se dieron cuenta de que en zonas algo más altas, los mosquitos y otras circunstancias que producían muchas enfermedades, como la malaria, enfermedad del sueño, etc., se evitaban, por lo que trasladaron las sedes de la iglesia y el Gobierno a Basilé, que estaba camino del pico de Santa Isabel ( pico Basilé), a unos quinientos metros de altura. Con el tiempo se sanearon todas las lagunas, se limpió de vegetación la capital, volviendo a bajar las sedes ejecutivas a la capital.

 Barcelona a  22 septiembre de 2012



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