viernes, 21 de septiembre de 2012

FERNANDO EL AFRICANO. NOVELA CAPÍTULO XXXVIII


                                               Con mi moto BMW en la bajada al puerto nuevo

Okon comentaba que se sentía como natural de la isla, muy apreciado entre todos los agricultores de la región, así como sus paisanos, por sus conocimientos del bosque y su habilidad como cazador. Era muy importante que si le daban todos los días de doce a quince cartuchos a un cazador, trajera doce o quince ardillas, que después de mostrarlas al encargado como prueba de su trabajo, vendía a los braceros, sacándose un dinero, que era para él. A veces Akpan tenía la habilidad y la paciencia de esperar a que estuvieran dos ardillas juntas, para que con los cartuchos de calibre doce, perdigón de los números 4 o 5, matar dos ardillas de un solo tiro, con lo que el cartucho que se ahorraba lo destinaba a cazar un antílope o un mono, de esta forma tenía carne para varios días. No les daban más cartuchos a los agricultores, al limitar la Policía los mismos, fijando una cantidad muy inferior a las necesidades, ignorando si era por motivos de seguridad u otros. Daban un cupo por escopeta, lo que hacía que muchos agricultores tuvieran más escopetas que cazadores, con lo que se establece lo de siempre: hecha la ley, hecha la trampa, con el perjuicio económico de tener cinco escopetas para un cazador. Lo raro de todas formas hubiera sido tener cinco cazadores para una escopeta.


Por el bosque se olvida el bullicio de la ciudad, y el silencio es la mejor arma para cazar, en la quietud de bosque se oye el roer los granos de cacao a las ardillas, se percibe el crujir de las hojas al ser presionadas por el desliz de la boa, y esa enciclopedia de ruidos extraños que uno va concretando con la experiencia y la sapiencia de un cazador como Okón, pero que en principio uno imagina que pueden provenir de un animal peligroso y el animal peligroso huye del bípedo con salacot que aterroriza a su especie y que con un objeto largo metálico mata a sus congéneres a la vez que produce un ruido infernal, porque ni para esto respetamos la sinfonía de la música ambiental.

Las fincas precisaban tener como mínimo un cazador destinado a no permitir el incremento de las ardillas, que se comían o destrozaban gran cantidad de piñas de cacao, con un apetito insaciable. Por eso cuando el presidente Macías prohibió las armas de fuego a la población civil, la producción de cacao, principal riqueza de la isla, casi desapareció, independientemente de otros factores, como el sulfatado, aunque el principal motivo fue la expulsión de los trabajadores nigerianos.


Para dar una idea de la evolución de la producción de cacao en Guinea se puede facilitar estos datos :


1890.............. 1.000 Kgs.

1930.............. 72.000 “

1940.............2.656.000 “

1967............40.000.000 “

2001............ 4.000.000 “



Resumiendo que plantaciones todas renovadas y con semilleros suficientes de 40 millones se ha pasado a 4 millones. No merece otro comentario el asunto.

El señor Sancho le pidió al cazador que buscase la posibilidad de que yo saliera al bosque con él; el cazador estaba remiso, pues quería saber si podía estar silencioso y deslizarme sin hacer ruido por la plantación. Superada la prueba, logré su aceptación. A los pocos días ya distinguía el ruido de las ardillas, así como otros animales en el bosque, conociendo en qué troncos excava sus túneles, madrigueras donde pernocta y guarda sus alimentos, donde se posaban para con las patas en forma de manos, comer las piñas casi con refinada educación, las horas adecuadas para cazarlas, cuando cantaban o qué ruidos hacían al comer, pero cuando te descubrían se quedaban quietas. Si las descubrías tú antes, debías hacer lo mismo que ellas: quedarte quieto y buscarlas con los ojos. Al final perdían ellas la paciencia, consideraban que eras parte del paisaje y se movían, momento en que debías aprovechar para seguirlas con la mirada hasta que las tuvieras a tiro.

Había días que con la escopeta de aire comprimido, cazaba tres o cuatro, pero algunas las tenía que rematar con las manos, golpeándolas contra un árbol, dado que son muy duras y esas armas de aire comprimido no tenían potencia para provocar la muerte instantánea de las ardillas.

Las ardillas de Fernando Poo son bastante desarrolladas, casi el doble que las europeas, de un color marrón rojizo, casi como el color del cacao que devoran, con una enorme cola que les sirve de alerón en sus magníficos saltos de rama en rama. Aunque en menos cantidad había ardillas voladoras, e igual que las otras se alimentaban del cacao; a las voladoras les gustaba más el fruto de la palmera, el bangá, que produce una piña enorme, de la que se extrae el aceite de palma, esta especie de ardillas se parecen más a un murciélago que a la armonía de formas de la ardilla terrestre.

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