jueves, 20 de septiembre de 2012

FERNANDO EL AFRICANO- NOVELA CAPÍTULO XXXVII

                                                               Amorós yo y Luis Jiménez en el Casino

    
Al señor Sancho le entraron unos espasmos raros y se puso a llamar a las gallinas y a hacer cosas raras; el boy a quien le pregunté, me dijo que era habitual en él, meses después averigüé que padecía epilepsia. Desconocía entonces lo que era eso de epiléptico, aunque después he visto casos totalmente diferentes, pero no me importó, me pareció un hombre muy simpático este señor, con quien llegó a unirnos con el tiempo una amistad profunda casi de familia, me cuidaba muy bien, creo que me tenía para que le distrajera con mis historias y preguntas al principio, pero luego llegamos a ser grandes compañeros. Uno de los epilépticos famosos era el hermano del boxeador Pablo Oliveras, Antonio se nombre, se paseaba por toda la ciudad haciendo estriquín o algo parecido enseñando sus atributos a las mujeres desprendiéndose de su lapá ( tela ceñida la cintura)a quién además de sus pequeñas demencias le daban en plena calle ataques de epilepsia. Aparte de ello era un hombre simpático y casi una institución en el folklore

Al día siguiente, amanecí tiritando con mucha fiebre, me visitaba el paludismo, llamado así por ser una enfermedad que se genera en las zonas de lagos palustres, en realidad es tal vez la afección que ha matado más personas en el mundo, y tiene muchos nombres y variantes, tercianas, cuartanas, intermitentes y malaria, la produce el mosquito anopheles, que vive en aguas estacadas. Se conoce hace siglos y aparte de combatirse con la corteza del Perú ( quinina), ya Galeno y el árabe Avicena la habían combatido con ácido arsenioso. En el siglo XVIII, Pearson curaba con este producto al duque de York de unas intermitentes que se habían resistido a la quina. Aunque anteriormente en el siglo XVII Talbot sanó a Luis XIV, de su malaria con la quina después de haber probado otros preparados. Curiosamente pese a la fiebre uno tiene sensación de frío y desea taparse. Provocando mucha sudoración tapándose con una manta y la correspondiente dosis de quinina o sus derivados sintéticos terminan con el ataque, pero la dosificación diaria de estos productos, disminuye los glóbulos rojos y las defensas, esa es la razón que los coloniales, tuvieran cada dos años, seis meses de vacaciones, para ir a la Península, donde seis meses sin tomar quinina, y la buena vida regeneraban las defensas. Hace poco tiempo a mi madre política con 89 años, le han encontrado un punto negro en la retina, y lo primero que le preguntó el oftalmólogo es si había consumido Resochin. Efectivamente ella en Guinea tomó durante algún tiempo ese medicamento como antipalúdico.

La caza del cangrejo era algo divertido y alimenticio, seguramente el marisco más sabroso que he probado en los cuatro continentes que he visitado en mi vida. Construyen como grandes arquitectos un entramado de túneles en el barro de una ribera cercana a la desembocadura al mar, de tal forma que puede ocultarse por un agujero y salir a diez metros por otro cercano, se pasan el día limpiando la puerta de su guarida, con mucho esmero para asegurarse la viabilidad de su huida. Lo hacen con sus numerosas patas como si fueran escobas, esperándose tal como porteras encargadas de la limpieza de su portales que como catas de terreno se observan a simple vista. Su aspecto muy parecidos a los centollos, con una pinza del tamaño de mi mano, cuerpo redondo, ojos salidos, colores entre rojos y marrones. Había dos formas de cazarlos, los indígenas lo hacían de la siguiente forma: por la noche iban con una linterna y cuando veían la luz los cangrejos, creyendo que era de día, salían a la superficie, al estar deslumbrados se dejaban coger por las pinzas, entonces se les ataban las mismas, y se tiraban dentro de un saco. Mi sistema era mucho más divertido, pero menos práctico: me ponía inmóvil entre medio de sus moradas, cuando salía uno, esperaba que se separara del agujero, lo volteaba con un largo palo, mientras intentaba darse la vuelta lo agarraba por las pinzas y lo tiraba sin atar dentro de un saco; también utilizaba el sistema de dispararle con la escopeta de aire comprimido y a veces perdían una pata o pinza, pero seguían corriendo hasta ocultarse en su hábitat. El problema de mi método es que cuando había que sacarlos del saco, te podían pegar un corte con sus pinzas. Según un estudio hay nueve mil especies de cangrejos, existiendo algunos como el japonés, que llegan a medir más de un metro de envergadura, o algunos que pueden ser venenosos. Los braceros de la finca por las noches cogían con una lámpara que los deslumbraba muchos cangrejos y los ataban con tiras vegetales para por las tardes acercarse a la carretera de Santa Isabel- San Carlos( Malabo-Luba)vendían a los conductores que circulaban con sus coches en ese trayecto, igualmente ofrecían caracoles de mar de gran tamaño que recogían en las playas de la finca.

Salí con Okon Akpan, un calabar venido de Nigeria hacía muchos años, que después de comprar una mujer, se había quedado a residir en Guinea. Esta costumbre era habitual en la mayoría de las tribus africanas, en las que pagando un precio en especie y dinero, se podía comprar una mujer, o varias mujeres, dependiendo de la tribu e influencia en la religión cristiana en la zona, lo malo como decía un amigo mío es que si tenias veinte mujeres precisabas soportar a veinte suegras. En algunos casos cuando era una niña, sus padres ya habían cobrado su precio, anticipo o paga y señal, como diríamos nosotros. Es como los fichajes de futbolistas, que son esclavos de su club, al que hay que pagar para llevárselo a otro equipo. El caso es que por el precio de un jugador de éstos, se podía comprar una tribu entera de mujeres. Otra cosa era antes de casarse probar la mujer, muchos después de haber tenido varios hijos y vivir diez o doce años con la misma, se le preguntaba cuando se iban a casar, y respondía muy serio: –“Masa”, estoy probando todavía.

En la lucha contra la poligamia en una colonia africana y para obligar a que los jefes indígenas dieran ejemplo, se estableció un canon de cinco francos al año por mujer que tuvieran, y para justificar el pago, se tuvo que recurrir a la acuñación de un recibo, dado que el papel se lo comían las termitas. Esta especie de moneda se la colgaban del cuello los jefes como un signo de ostentación, y empezaron a competir a ver quien tenía más, así que la medida fue contraproducente, dado que aumentó el numero de compra de esposas y tuvieron que suprimir el impuesto, para evitar el orgullo desmedido de algunos en inundar su cuello de estas condecoraciones de su harén

Se cuenta en relación a la presión de los misioneros por extender el cristianismo, que un nativo se dirigió al misionero de su aldea, manifestando: Padre ya llevo más de cinco años de cristiano, así que yo creo me tendría que autorizar un descanso.

Otra anécdota es que un jefe viendo que todo el mundo se bautizaba, fue al misionero y le comentó su intención de bautizarse. El sacerdote le comentó que el tener tres mujeres como tenía aquel jefe no lo permitía la religión cristiana. El nativo se fue preocupado, pero volvió a los dos días manifestando – Padre ya me puede bautizar solo tengo una mujer, las otras dos las he matado.- Lo que no está claro es si se las comió.

Todas estas historias parecen ser reales, pero adaptadas a su tiempo, que es al principio de siglo, donde la vida en estos parajes no tenía ningún valor, y era la solución habitual a cualquier problema, tanto de intereses como personal. Tanto es así que Mary Kingsley que estuvo en nuestras tierras en 1894,, cuenta en la nueva versión de su novela Viajes por el África Occidental, que remontando el río Ogoué en el Gabón, uno de sus porteadores que no podía pagar sus deudas, se lo comieron como pago de las mismas, así que en esos tiempos ser moroso era peligroso, que ilusión le haría hoy en día algún comerciante poder amenazar a sus deudores con esa solución.


Barcelona a  20 febrero 2012

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