jueves, 27 de septiembre de 2012

FERNANDO EL AFRICANO- NOVELA- CAPÍTULO XLIV



                                                         Ferrocarril forestal, basicamente para
                                                         transportar grandes troncos de madera                   

La ceremonia ngui, se efectuaba cuando fallecía una persona en el poblado, entonces el brujo (ngangan) con una tibia en cada mano bailaba con movimientos pronunciados y medidos, recorriendo desde la tumba hasta el centro del poblado, en lo que era acompañado de las tumbas (ee mor egüi e mor) haciendo chocar los huesos que portaba hasta convertirlos en polvo con el fin que ese polvo fuera mortal para el causante de la muerte ya que cualquier defunción tenía un culpable.( Eso pasa ahora en la política, hasta los accidentes meteorológicos tiene la culpa el Gobierno de turno) En días venideros todas las muertes serían analizadas hasta encontrar los signos del culpable llamados evús, que lógicamente nada más podía interpretar el brujo, lo que podía aprovechar para inculpar a un inocente del gran pecado ( nsem ndem) y era un método muy práctico de eliminar a la competencia.

Hasta los años cincuenta los fang se tatuaban( beku) tanto los niños como las niñas, especialmente en la cara o a veces en el pecho, formando dibujos geométricos. Se trazaba el dibujo con ceniza y con un cuchillo se iban haciendo pequeñas heridas siguiendo el trazado y mezclaba la sangre que brotaba con humo negro producido en una olla, que generaba al quemar la resina (otú) , al cabo de unos días las heridas se lavaban con una infusión picante (okám) . En este ceremonia intervenía el ngangan o hechicero ofreciendo la ceremonia al dios ( Nsama). Con esta ceremonia era reconocido como miembro de la tribu, lo que conllevaba no comer carne del antílope sso cosa harto difícil ya que era un animal imaginario, pero el hechicero les garantizaba su ausencia, ya que en el ceremonial con una especie de flauta o pito (nso) había evitado que se cruzara en el camino del iniciado (nvon), vamos como dirigiendo el tráfico espiritual.

Es curioso que los pueblos que llamábamos salvajes han dejado de tatuarse o ponerse aros en la nariz, orejas etc., y ahora en lo que llamamos civilización moderna, nuestra juventud vuelve a tatuarse a colgarse pendientes, taladrarse la nariz y otros hábitos perdidos en la lejanía del tiempo. Tal vez sea que como estamos en un planeta redondo, la esfera ha dado la vuelta completa y vuelve el personal a comer la carne y el pescado crudo, a taladrarse las orejas, las narices y esas costumbres tan in. Lo malo es si empezamos a comernos a los misioneros con el móvil en el bolsillo, la calculadora y otros objetos menos digeribles como los plásticos habrá muchas indigestiones.

Este acto del nvon, descrito anteriormente, era aprovechado como una confesión pública, urbe et orbe, con la diferencia que el brujo en vez de echar agua bendita se llenaba la boca de agua y rociaba a los asistentes con ella , dándoles buena suerte y librándolos de los hechizos y hasta de las heridas. Las mujeres iban vestidas con una minifalda de nipa (anchem) que dejaba al descubierto salvo lo más íntimo, todo su cuerpo. Estas costumbres así como sus peinados majestuosos, sus abalorios etc, se han perdido en una mezcla de moderno y tradicional, donde se ignora el límite de ambos.

Un día me llevaron a la finca del Pozo, desde la que se divisaba una zona del río Benito; asomados a la terraza, se observaba a veces algo impresionante: los caimanes, aunque los naturalistas les llaman cocodrilos, tomando el sol encima de las piedras, mientras mis tíos tomaban el aperitivo con el dueño de la casa, por mi cabeza pasó la idea de bajar a la orilla a ver la reacción de los cocodrilos, pero la verdad es que el desnivel y la vegetación circundante me lo hubiera impedido.

En el estuario del Muni, Kogo o también llamado Puerto Iradier, desembocan varias cuencas hidrográficas, en las mismas los árboles se derriban con sierras mecánicas, y caen sobre el suelo, arrastrando toda vegetación cercana, con el previo grito de cuidado que va, la majestuosidad su prepotencia se derrumba produciendo una tempestad de ruidos como un pequeño terremoto, que va subiendo de decibelios hasta terminar sobre la tierra. Luego se cortan sus ramas lo trocean en caso necesario, terminada esa labor con pequeños ferrocarriles o grandes tractores, se llevan los colosos del bosque derribados a la orilla de los ríos y se lanzaban a estos, atados formando balsas, los dejaban arrastrar por la corriente, hasta llegar a la desembocadura, donde los capturaban, cargándolos en las bodegas de los barcos; de esa forma, sin apenas mano de obra, se efectuaba el trabajo y el transporte.

La zona de Río Muni tenía tanta caza, que cuentan que el comandante Tatay proporcionaba la carne a los trabajadores que construían el aeropuerto de Bata, llegando a matar para ello cientos de elefantes en el transcurso del tiempo que se tardó en construir el aeropuerto, aunque esto parece algo exagerado, dado que parece más verosímil que la carne principal de esos trabajadores fuera la de sittatungas mucho más sabrosa y abundante en la región, pero si es cierto que ha sido uno de los cazadores más famosos del Continente junto a Basilio Olaechea y Otto Krohnerth. Su libro la Caza en Guinea es una enciclopedia para el neófito.

Otra excursión que realizamos fue navegar con una pequeña barca a motor, cerca de la confluencia de los ríos Noya y Utamboni, que forman, junto al Utongo, Congüe y Combue, la desembocadura del Muni, cuya anchura en esta zona es de unos cuatro kilómetros, teniendo entre canales y afluentes una red navegable para embarcaciones pequeñas de unos ochocientos kilómetros, lo que aprovechan las explotaciones forestales para cortar los árboles y lanzarlos a los ríos. La fuerza de sus corrientes y una pequeña vigilancia hacen posible que aparezca en el estuario los troncos, donde son izados a bordo de los barcos que están esperando. Para evitar confusiones y llevar un control, estos troncos son marcados antes de lanzarlos a la corriente de los ríos.

La navegación con la pequeña motora duró toda una mañana, pudiendo admirar el poder de Nzama (Dios), mostrando las ceibas, okumes de treinta y cuarenta metros de alto, de cuyas ramas, con gritos y saltos, iban apareciendo mandriles, macacos, nievas, monas perezosas, en sus faldas se percibían nsúes (zorros) y algún gorila a lo lejos, aunque estos buscan los troncos frutales bajos. La zona esta llena de restingas, que con las raíces que nacen en el agua, trenzan una naturaleza adecuada para refugio de animales y barrera que impide desembarcar en sus orillas, así mismo hay muchos islotes de tamaño considerable en esas aguas.

En las inmediaciones del cabo San Juan existe una pequeña cadena montañosa, de unos cuatrocientos metros de altitud; aunque la parte de Río Muni no puede competir en alturas con la isla, existen altitudes superiores a los mil metros, como el pico de los Micos y la sierra de Cristal.

Vuelto a Micomeseng intenté ir conociendo su entorno, aunque no cazaba mucho , salía todos los días a dar una vuelta por las cercanías del poblado. Estando al acecho de un mandril separado de su manada, que iba saltando de rama en rama, ocultándose al punto de mira de mi escopeta, subí a una pequeña loma cercana al camino, cuando noté que por mis piernas empezaban a trepar, sin miramientos, miles de grandes y gordas hormigas rojas, que empezaban a meter su cabeza entre mis poros sin recato. Así que no intenté luchar con ellas, esa lucha sabía que era inútil, peligrosa y en la que se perdía un tiempo vital; en consecuencia, solté el arma, saliendo corriendo, con toda la velocidad posible hacia el cercano riachuelo, donde me zambullí, nadando en sus aguas, hasta estar seguro de que todas las visitantes agresivas habían muerto ahogadas. Este tipo de hormiga mete su cabeza dentro de la piel, al morder y muere de esa forma al intentar sacudirte, pero la cabeza en la mayoría de casos queda dentro. La elevación del terreno donde intenté otear al mandril era uno de los nidos de hormigas de esta especie, que edifican montañas de dos metros y en algunas zonas llegan hasta los siete metros, para organizar su vida, hasta que deciden hacer vida nómada, atacando cosechas, gallineros o a quien se ponga por delante. Alguna de estas montañas son de tierra ferruginosa por lo que son duras y difíciles de destruir. La colonia está organizada perfectamente con sus guerreros de mandíbulas de bulldog, que atacan sin piedad hasta despedazar al enemigo, las obreras de patas fuertes, que construyen sus almacenes, depósitos de agua, los machos que tienen alas hasta el vuelo nupcial, aunque cuando hay inundaciones en el termitero huye e inunda las zonas urbanas a veces, y la Reina con su gran vientre capaz de ovar a marchas forzadas.

Existe una hormiga más pequeña, que se dedica a recoger hojas, las mastica posteriormente en sus cuevas; al fermentar producen hongos, de los que se alimenta. Vamos, como si fuera un criadero de champiñones. Otra especie de hormigas se dedica a la ganadería cuidando pulgas, a las que dan de comer, pero no las dejan salir de sus pasadizos, e incluso si se tienen que mudar de refugio, las llevan pastoreando. Como es lógico, cuando les interesa, se las comen.

En fin, los dos meses se me pasaron volando, conociendo nuevas zonas, aprendiendo a jugar al tenis, en un campo de tierra con alguna piedra de adorno, y especialmente con el aliciente del misterio del bosque, algo que para un joven como yo, era casi erótico. Jugaba con el administrador de la zona capitán Verdugo y el que fue luego marido de mi prima Paquita, Goyo Alvarez Touchard sobrino de un Sub-Gobernador que murió por comer un enlatado en malas condiciones.

Llamaba la atención ver a las nativas con sus cestos de melongo de un diámetro aproximado de cincuenta centímetros, apoyados en la espalda, donde llevaban sus productos de horticultura para vender; en algunos casos el nkué (cesto) estaba ocupado por una pata de elefante, cuya carne decían era muy sabrosa.

Las noticias aquí también se transmitían de poblado en poblado por tambores de madera, llamados mbain, cuya piel era de antílope, mono o incluso de oreja de elefante.


                            Barcelona a 27 septiembre de 2012
                                              

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