miércoles, 24 de octubre de 2012

FERNANDO EL AFRICANO -CAPÍTULO 54



                                                El autor y propietario de esta foto, perdonará
                                               mi osadía en publicar esta maravilla.  Mandril
                                               habitual de la Caldera y cercanías.             


                                                             UREKA


Nos hablaron de la posibilidad de hacer una excursión a las playas de Ureka, donde en el mes de mayo en plenas lluvias venían miles de tortugas de Carey a hacer la puesta de huevos. El problema era que por mar es muy peligroso ir, dado que al sur de la isla baten las olas con inusitado furor, y la presencia de rocas ha hecho naufragar a muchas embarcaciones, hasta con muertos arrastrados por las olas, así que después de estudiar el viaje, partiendo de San Carlos, con un todo terreno llegamos al poblado de Ruiché, donde se incorporó como guía el hijo del jefe del poblado José Bileba, dos porteadores y un cazador, emprendiendo el camino por el sendero de los Picos Castillo, pasando por Balachá, llegando a la cota de 2.200 metros cercana a la gran caldera volcánica de Luba, los helechos arbóreos gigantes, la hierba hasta media cintura, la gran variedad de ardillas, monos, fritambos, venados y faisanes, que se cruzaban en nuestro camino, o saltaban de rama en rama en los majestuosos árboles tupidos de lianas, distraían nuestra atención haciendo que fuéramos tropezando, maldiciendo los arañazos que nos iba prodigando aquella espesa y húmeda selva. Descendimos una pronunciada cuesta entre dos ríos llenos de cascadas que al romper contra las piedras su ensordecedor ruido apagaba nuestras voces.

El cazador mató dos monos Satanás, de unos quince kilos de peso, totalmente negros, recubiertos de unos pelos largos y tupidos, tal vez para protegerlos del frío. Cazamos los monos con la intención de ofrecerlo como presente al poblado. Para poderlos transportar los ensartamos en una rama consistente que pulimos con el machete, atándolos con unas lianas que cortamos. De dos en dos fuimos turnando su carga, llevando la rama apoyada en el hombro, con dificultades al ir esquivando los accidentes del terreno.

Por el camino nos empezó a llover, tuvimos que cortar unas hojas de plátano para utilizarlas como paraguas, pero entre los cientos de litros de agua que nos caían encima y lo empinado del camino nadie abría la boca; así que al final soltamos las hojas, los pies se hundían en el barro, atenazándonos el temor de dejarse las botas en el lodo del camino. Por fin, después de seis horas de fatigoso luchar, las plantaciones de palmeras de aceite, plantaciones de ñames y otros indicios nos indicaron que estábamos cercanos a un poblado, llegamos al poblado de San Antonio de Ureka, pueblo nacido de la fusión de varios besés o rancherías radicadas entre las cascadas de los ríos Tudela, Ilache y Erisue. En esa zona la cascada de Eó se precipita al mar desde cien metros de altura, siendo su belleza tal que justifica una excursión nada más para ver el espectáculo, pero mejor hacerla en la época de seca aunque haya menos agua, ya que en lluvias puede ser muy penoso el tránsito y a la dificultad del camino, habrá que añadir la fatiga de andar sacando los pies de un barro tan espeso como recomiendan hacer el all i oli o una mayonesa casera.

Después de saludar al jefe del poblado, nos agradeció los monos como presente, ya que en la zona del poblado no es fácil cazarlos, tampoco disponían de cartuchos al tenerlos limitados por las autoridades. El jefe del poblado nos invitó a comer fritambo (una especie de antílope, que cazan con trampas en muchos casos), nosotros añadimos a los dos monos unos regalos que previamente habíamos comprado en San Carlos( Luba), unas botellas de coñac y un cuchillo de caza que trajimos para ese evento, lo del coñac creo les hizo más ilusión que la caza. Por la tarde bajamos a la playa cercana al poblado que se extiende desde la Punta Santiago hasta la de Owen, aunque sólo hay una pequeña caleta que permita el desembarco por mar. Observamos lo irascible del océano, causa de que el poblado siguiera siendo una zona misteriosa y algo deshabitada (sólo tenía 210 habitantes el poblado). Bileba nos comentó de las tortugas que al anochecer es cuando llegaban a la playa. En esa zona en 1943 vino una expedición cinematográfica a la que se sumaron expertos europeos de la Isla, como Eduardo Carcamo y su esposa ( creo se llamaba Pilar), y naufragaron en su intento de llegar a las playas de Eureka, perdiendo parte del equipo, y salvando la vida por milagro.

A las ocho de la tarde, que en esa zona es completamente de noche, bajamos a la playa con lámparas de petróleo y linternas, observando la llegada de un ejército de tortugas que abrían grandes surcos en la arena con sus cientos y más kilos de peso, llegando a la playa en oleadas como lanchas de desembarco, me recordaba el desembarco de Normandía, las oleadas de las tropas aliadas, así las tortugas iban llegando, tal vez de noche para que los animales de rapiña no localizaran las puestas de huevos, y las futuras tortugas tuvieran ocasión de llegar al mar al irrumpir en este mundo. Gracias a ser una noche de luna clara, a distancia se notaba una multitud de sombras avanzando tierra adentro. Hicimos la prueba de darle la vuelta con un palo a una de las tortugas y se quedó indefensa sin poder reaccionar, agitando sus pequeñas aletas o patas al aire. Así parece que las cazan. Posteriormente, las atan por las patas o aletas, manteniéndolas vivas hasta que las matan para aprovechar su carne, muy apreciada por los bubis.

Los huevos de las tortugas son totalmente redondos y duros, exactamente como una pelota de ping-pong. Si se vacían con un alfiler succionando su interior, queda su cáscara como plástico flexible, llegan a poner unos cien huevos durante toda la noche, al llegar la madrugada tapan el hoyo con sus aletas y se dirigen al mar en un cansino movimiento que les dura cerca de dos horas, agotadas por el desove y su permanencia en tierra.

Un motivo de que haya muchas tortugas es que tampoco los habitantes del poblado pueden vender la carne en cantidades importantes, ya que no existe carretera o camino posible para un todo terreno de llegar al poblado, por mar no existe varadero, y entrar en la pequeña ensenada del poblado es harto peligroso, no obstante en la época se ven de vez en cuando en San Carlos cayucos que llegan de Ureka cargados de tortugas. Su excesivo peso no permite llevarlas a cuestas por el camino hasta San Carlos, al no haber posibilidad de llegar en coche a Ureka. Las conchas de tortuga que en otra parte serán apreciadas, aquí en Guinea no se valoran, todo el mundo tiene una en casa, porque se la han regalado.

Nos quedamos un par de horas en la playa hasta que empezó otra vez a llover torrencialmente. Corrimos más que caminamos hasta el poblado, donde nos facilitaron una casa estilo país para dormir. Después de cenar unos bocadillos nos acostamos en las improvisadas camas que con mantas y hojas habíamos realizado. Cuando uno es joven y está cansado es capaz de dormir en una cama de púas, que es casi como dormimos.

Por la mañana, desayunamos abundante fruta y una tortilla de huevos de tortuga, agradeciendo al jefe del poblado, así como a todos sus habitantes, las atenciones que como siempre generosamente ofrecían a los escasos visitantes que llegaban.

Emprendimos la vuelta por una senda que parecía más un riachuelo que un camino. Lo escarpado del terreno no me permitía valorar el paisaje, especialmente a mí que tengo vértigo; paisaje digno de un sueño de una desbordante imaginación.

Si hay personas buenas, humanas y con paciencia en este mundo, una de ellas era mi amigo Padín. Entre las muchas putadas que le hicimos, destaco la siguiente: Estando “distraído” en la habitación con una mininga, le pusimos picante molido en el culo. Nunca he visto a nadie en la cama ser tan activo, se revolcaba que era un espectáculo. Lo malo es que no sé después de tantos años por qué se cabreó; no consigo explicármelo, total era una broma.

Hablando de miningas, recuerdo una anécdota sobre su castellano. En general todos los guineanos hablan el castellano o español, pero en la zona Continental hay territorios o poblados que no dominan e incluso que no lo hablan. Una vez en esa zona en un dispensario, acudió una joven agraciada al médico, que estaba liada con un finquero europeo llamado Rodriguez, quejándose de su constipado, y el médico le preguntó muy serio :¿ Vd. Por las mañanas cuando se levanta esputa? y ella muy seria le contestó, : bueno un poquito con el señor Rodríguez.

Fui al cine Jardín. La mitad del cine tenía una cubierta por si llovía, la otra mitad era descubierta. En la parte para europeos en vez de sillas había hamacas fabricadas en madera, que sin extender funcionaban como sillas, pero se podía graduar la inclinación del respaldo hasta extenderse totalmente. Además de esta comodidad, al ser local semiabierto podías tomarte una cerveza con patatas, colocando la botella en los amplios pasillos, entre fila y fila. Todos los días nos estrenaban una película, existiendo abonos para no tener que sacar entrada cada día. Habitualmente eran mensuales.











No hay comentarios: