jueves, 25 de octubre de 2012

FERNANDO EL AFRICANO CAPÍTULO 55

                                                           
                                                       Soy el primero por la izquierda,                 


                                                        LA    MILI 



Llegó la hora de la mili. Nos incorporamos el 10 de Abril de 1954, íbamos por las mañanas de siete a diez, a Punta Fernanda donde estaban ubicados los cuarteles. Hacíamos el servicio militar los blancos, los nativos estaban exentos del mismo, salvo los emancipados que hacían el servicio como es lógico con los europeos; el total de reclutas del reemplazo sumábamos doce. Nuestros cuadros de mando eran: cuatro instructores, dos tenientes, un capitán y un comandante Don Norberto Baturone Colombo, casi más oficiales que reclutas. Por la tarde de cuatro a seis, teníamos dos horas de teórica. La mili duraba tres meses. El horario nos permitía alternar el servicio militar con el trabajo, por supuesto íbamos a comer y a dormir a casa.

La Guardia Colonial fue formalizada por la Ordenanza de 16 de marzo de 1908, en la que los oficiales pertenecían a los diferentes ejércitos españoles y la tropa indígena. En el mismo Reglamento de su constitución, el articulo 3º dice que < siempre que el servicio lo consienta, los Comandantes de puesto dediquen dos horas de academia durante los cuales enseñarán a su tropa a hablar español e inculcarles los sentimientos de la Patria y al Rey.>

Por Real Orden de 1º de Julio de 1930, se crean premios de constancia para el personal indígena de la Guardia que lleve más de cuatro años en el cuerpo, a razón de 180 pesetas anuales para los sargentos y músicos de primera y así sucesivamente según categoría.

Enrique Riobó presumía de tener el fusil más limpio de todos, destinaba un boy en el bar de su padre casi todo el día a limpiarle el armamento, cuya antigüedad estaría rondando a la Guerra Civil española. Así que contando con el buen carácter del instructor, don Feliciano González Lago, le colocamos un par de preservativos en el cañón, avisando al instructor para que pasara revista de armas, sin especificarle la broma que habíamos preparado. Don Feliciano, muy serio, inició la revista, hasta llegar al cañón del arma de Riobó, donde al ver el cañón obturado, solicitó la baqueta para limpiarlo. Al apretar ésta y aparecer los preservativos, se quedó sin poder reaccionar, no sabiendo si reírse o tomarlo en serio. Por fin, con una cara de indignado en la que en el fondo se destornillaba de risa, castigó a Enrique a dar cinco vueltas con el fusil en bandolera por todo el paseo de Punta Fernanda. Enrique, rumiando que todo estaba preparado, después se fue a quejar al teniente, y éste, como pensaba que Joaquín y yo éramos los responsables de la broma, nos arrestó, pero tampoco Riobó se libró del castigo.

Pasamos el arresto durmiendo la siesta en casa del instructor, le agotamos el whisky y la cerveza, cuando volvió por la tarde, nos quería arrestar otra vez, pero en el calabozo de Black Beach, cárcel que con el tiempo se convertiría en una de las peores del Mundo, y que en cambio en ese tiempo, los presos andaban sueltos y sin cerrar los barracones, tanto es así que durante algunos arrestos habíamos jugado a las damas y al parchis con los detenidos bajo la sombra de una mango y les suministrábamos tabaco gratis a alguno de ellos, con el beneplácito de sus guardianes, que a lo único que les obligaban es a barrer las instalaciones y a hacerse la comida con los alimentos que la Prisión les facilitaba, y en la cercana playa echaban las redes para pescar sardina con que abastecerse.

Una tarde efectuamos una operación de comando para tomar una posición, yo tenía que subir con Riobó y Gregorio hasta una loma, para instalar una ametralladora, dominando el camino. Al llegar cerca de la cota designada nos encontramos con dos mozas conocidas, que con generosidad y alegría nos invitaron a su casa cercana al lugar, así que nos fuimos con nuestra ametralladora a cuestas hasta su vivienda. Allí se nos pasaros casi dos horas en asuntos importantes que no van al caso comentarlo aquí. Lo que sucedió es que cuando volvimos a nuestra teórica posición ya no había nadie y empezamos a concienciarnos del cabreo del instructor y buscar una excusa adecuada. Por fin llegamos al cuartel donde todo el mundo estaba preocupado por nuestra ausencia, y la autoridad competente muy serio nos preguntó la razón de la demora causa del fracaso de la operación, a lo que circunspecto le respondí que habíamos tropezado con una patrulla enemiga, por poco me mata. Dijo que no me arrestaba porque no ganaba para whisky conmigo, así que me puso a hacer carreras por Punta Fernanda con el máuser en los brazos.

La herradura que forma la bahía de Santa Isabel apareció llena de barcos de guerra, pues vino una flota de la escuadra española, con el crucero Canarias como buque insignia, escoltando al buque Plus Ultra, que portaba en sus camarotes una representación de los Coros y Danzas de España, que venían para dar alegría a nuestros sentidos, trayendo un mensaje que el gobernador don Faustino Ruiz González quiso brindarnos.

Nos quedamos asombrados al comprobar que los marineros y algunos oficiales se cuadraban al pasar nosotros. Averiguamos la causa: era debido a que en nuestros gorros y hombreras llevábamos una estrella de seis puntas, que era el emblema de la Guardia Colonial, y ellos nos tomaban por oficiales; así que por la tarde a un sargento le hicimos estar cuadrándose y pegando taconazos durante media hora.

Para corresponder a los Coros y Danzas de España y con el fin de ligar a las ninfas que participaban en los espectáculos, a escote organizamos una fiesta en el hotel Monterrey; yo ligué enseguida, pero resulta que yo que era un palillo de delgado, siempre se me arrimaban las rellenitas y algo bajas, por lo que el cuadro era chungo.

El gobernador, almirante don Faustino González organizó un baile de etiqueta en el Casino, a los reclutas no nos dieron permiso para ir. Así que después de un cónclave, llegamos a la conclusión de que vestidos de esmoquin no nos podían reconocer.

En esas colonias, a las fiestas señaladas de cualquier índole, había que ir de tiros largos, o sea, de pingüino los hombres y vestidos largos las mujeres. Ello no era óbice que alguno terminara en la piscina nadando en traje de etiqueta, al ser empujando “ sin querer” por algún amigo. Las mujeres eran más comedidas. En la fiesta estuvimos bombardeando a los oficiales con bolas de confeti, ya estaban un poco moscas y para rematarlo, envalentonados al ver que no había reacción por su parte o porque teníamos unas copas de más, sacamos a bailar a sus señoras y eso hizo aparecer en sus caras un gesto así como de “cabreados”, por lo que nos barruntamos que podría tener malas consecuencias al día siguiente.

Nos lo temíamos, averiguaron que los de las bolas éramos nosotros, nos arrestaron una semana, así que teníamos que decirle al instructor que comprara más whisky.

Mientras duró el arresto, por las mañanas íbamos a la Comandancia. Aprovechando las oficinas y medios de la misma, creamos un diario que se bautizó con el nombre de la Lija, ya que para que los mosquetones brillaran, teníamos que estar todo el día puliéndolo y protegiendo la oxidación con vaselina, en la punta de la baqueta también poníamos un trozo de lija, para limpiar los cañones por dentro, así que las balas cuando salían parecían balas trazadoras, el cañón del máuser había perdido todas las estrías, pero eso sí, brillaba como nunca. También hay que decir que era material oxidado de la Segunda Guerra Mundial como mínimo y de segunda mano. Nuestro comandante, cuando leyó el primer número de la Lija, se abonó al mismo, ya que le parecía muy ingenioso, eso es lo que nos comentó el instructor. Nuestra ilusión es que le gustara igualmente a sus tres hijas Mame, Fina y Pili que contaban con muchos admiradores entre nosotros.

Para jurar bandera, vinieron diez reclutas que habían hecho el servicio en Río Muni, uno de ellos era campeón de España de levantamiento de peso, hacía lucha libre con el nombre de Hércules Cortés, “El Tarzán Español”; nos levantaba a dos a la vez, uno con cada mano, cogiéndonos por las posaderas, como si nuestras nalgas fueran manzanas.

Para el evento de la jura de bandera venían reclutas del continente al acto protocolario del juramento, dado que el gobernador residía en la isla. Desfilamos con aire marcial junto a las tropas coloniales y la banda de música nativa. Esa noche, como único día en toda la mili, hacíamos guardia en el palacio del Gobierno General, sustituyendo a la tropa colonial indígena, para desfilar al día siguiente 18 de Julio, con esa misma tropa y un escuadrón de marina, del cañonero o fragata destinada habitualmente en la Isla.

El gobernador nos invitó a un refrigerio, con eso se dio luz verde a la juerga. Por la noche todos los amigos vinieron a visitarnos e intentaron emborracharnos, pero sólo Antonio cogió una cogorza respetable, lo enviamos a su casa y nadie se enteró que faltaba un recluta, a la mañana siguiente lo recuperamos para volver a efectuar el cambio de Guardia y el desfile hasta Punta Fernanda.

Fue una mili divertida, aprendimos mucho, ya que todos los días practicábamos con bombas de mano, ametralladoras y fusiles, aunque el material estaba obsoleto, resultando con ello peligroso a veces (por ejemplo, las bombas de mano se lanzaban, a veces explotaban dos minutos después o no explotaban, a causa del grado de humedad ambiente o a la fecha de su fabricación). Estábamos pocas horas en el cuartel, pero las aprovechábamos.



















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