domingo, 28 de julio de 2013

BESÉ BUBI EN 1921

                           
                                                                      



                                                                                   
                

                                   DESCRIPCIÓN DE UN BESÉ O PÒBLADO BUBI

            Esta descripción está publicada en la Revista La Guinea Española de fecha 25 de junio de 1921, por lo tanto difieren mucho de los poblados bubis que conocí en la década de los 40/50 en mi niñez y juventud. Donde muchos ya gozaban de agua y luz, en sus casas de cemento y techado de zinc. 
            Ello concreta que España hasta después de nuestra Guerra Civil, o sea a partir de 1940, es cuando de verdad inicia la función colonizadora y explotadora de aquella Guinea, tan abandonada como España, en que  muchas capitales de provincia, soportaban muchas viviendas sin agua y luz.
            Leamos lo que dice el firmante del artículo, que utiliza el seudómino de Mosameanda.

            Quien no conoció a los bubis antes del año 1900, no visitó y recorrió sus poblados y no estudió con algún detenimiento sus costumbres en tiempos anteriores a la antedicha época, no puede gloriarse de poseer una idea clara y cabal de su etnología y mucho menos estará en disposición de describir con exactitud y perfección su etnografía.
             De veinte años acá han variado notablemente los hábitos y costumbres bubis. En donde el cambio y la mudanza es más manifiesta y visible es entre los moradores de las comarcas septentrionales, y aún se ve mayor y más palpable en esta transformación en lo que atañe a sus poblados. Muchos de los poblados o besés bubis del Norte, es muy poco o en nada se parecen a los besés de sus antepasados.
             En los mejores tiempos de las costumbres bubis a cinco minutos o diez antes de llegar a un poblado se topaba con un arco construido de palos bastos y sin labrar en los cuales hallábanse atados mil géneros de amuletos ridículos, como rabos de oveja, calaveras y cuernos de cabras, plumas de gallina y de otras aves y conchas de caracoles marinos y terrestres que, como despojos de muerte, les avisaban el recuerdo de sus abuelos que viven en el Borimó o región de los espíritus. A ambos lados del arco solían plantar el árbol sagrado llamado iko para impedir la entrada a los malos espíritus y sus malignas influencias en el poblado. Igualmente colocaban dos troncos de helecho hincados en la tierra, uno de los cuales sostenía una cazuela de barro fabricada por alfareros bubis y en ella ponían agua procedente de un manantial perenne.

             Con esta ceremonia piden a los espíritus que les proteja de los que pasan por debajo del arco, que, así como aquella agua mana continuamente o fuente, del propio modo jamás se agote el manantial de los nacimientos del pueblo.
            
              Otras veces la llenan de agua del mar, con lo que pretenden significar que, a la manera que el agua del mar, aunque recibe todas las inmundicias de la tierra jamás se corrompe, de idéntica forma que todos los hijos del pueblo, por más que padezcan otras enfermedades o algunos vicios, nunca pierdan la virtud de procrear hijos, para que se aumente el pueblo.

              Sobre el otro tronco solían colocar una piedrecita de río muy lisa, en la que mediante la resina denominada bejola(N) majola (S) t mahola (Oeste de la Isla), adherían caracolitos de mar. A estos arcos dan el nombre de betapetape (N) y menakanaka(S). A la entrada del pueblo había una gran plaza (riosa) en cuyas dos puertas de entrada y salida colocaban dos arcos idénticos al ya descrito.  
   
               En el centro del riosa formaban un montículo o terraplén con una o dos bojià (N) mojiá(S) o chozas consagradas a las almas de sus padres sombreadas por grandes árboles sagrados.

               En esta plaza celebran sus baala o maala que son fiestas entre ellos que revisten mayor pompa y boato, ya por el número de asistentes, pues acude todo el pueblo en masa y una grande muchedumbre de forasteros, ya por la ostentación y grandeza de sus ceremonias, ya por el lujo y riqueza de sus adornos; porque en esta fiesta todos se esmeran en ostentar los bienes y caudales que poseen.

               A continuación seguía el besé dividido en muchos barrios algo separados entre si en dirección del camino vecinal o formando un gran semicírculo alrededor del rioso. En cada barrio vive un jefe subalterno con su familia y servidumbre, está defendido por una valle de grandes estacas de helecho que lo circumvala todo alrededor. En el interior de este vallado existen otras estacadas más pequeñas que separan las habitaciones del dueño, sus mujeres e hijos de las habitaciones de los criados y sus respectivas familias.

               Las habitaciones de que consta son el dormitorio del amo del barrio, los dormitorios de cada una de sus mujeres por separado con sus cocinas y los dormitorios de los hijos mayores de siete años, con separación n completa y rigurosa de sexos: diferentes bojia o mojia dedicadas a los antepasados de los moradores del barrio. En los departamentos de la servidumbre o bataki  guárdase igual orden y disposición. Las chozas todas tienen la misma forma, aunque unas más capaces que otras, para cuya construcción emplean idénticos materiales, de manera que quien haya visto una cosa o choza bubi puede afirmar que lasa ha visto todas, y quién ha visitado un besé los ha visitado todos, pues todos son iguales salvo algunas modificaciones accidentales exigidas por las condiciones del terreno o lugar en el cual están edificados.  

                                           La configuración o forma de las casas suele ser un cuadrilongo, cuyas paredes laterales jamás tienen mayor altura que pase de un metro cuarenta centímetros. Las mayores y más capaces por medio de un pequeño tabique se dividen en dos partes, una de ellas sirve de cocina que es la exterior y la otra interior sirve de dormitorio. Sobre el hogar está el reki o boalo en el cual almacenan la leña para que se reseque al calor y humo del fuego.

                                           Las paredes no consisten sino en una estacada de troncos de helecho u otros árboles fijos en el suelo y trabados por lianas o bejucos. Los tejados en algunas partes tienen tan rápida caída o declive, que casi son verticales y llegan a dos palmos sobre el suelo por los lados carecen de puerta o entrada. La altura de la entrada no pasa de un metro y su anchura de sesenta centímetros.

                                           El tejado constrúyelo con varas de nipa sobre las cuales colocan planchas con hojas de la misma cosidas o tejidas con cañas extraídas del propio árbol.

                                           Quien no haya contemplado jamás un poblado bubi y quiera formarse una idea algo exacta de lo que fueron los antiguos besés, dé una vuelta por el distrito de Balachá y visite singularmente los pueblos de Riokoritcho y Relebó. En este último que es el pueblo más retrógrado y reaccionario en sus ideas de toda la isla, se pueden admirar como en su propio terreno todas las costumbres y usos de los antiguos bubis.  Aquí es observada aún con todo rigor y escrúpulo la cruel, bárbara y salvajes costumbre de arar la cara de los niños con profundas y sangrientas sajaduras.

                                           Visité en distintas ocasiones el predicho pueblo y siempre pareciome sus pobladores los más altivos y salvajes de los bubis. En una de ellas, hará algo más de dos años, sorprendiome la lluvia en sus afueras y para defenderme de sus molestias entré en la casa más próxima en donde hallé una mujer de alguna edad que amamantaba una criatura cuya cara estaba llena de sajaduras recientes, pues todavía no se habían cicatrizado.     

                                            La saludé y correspondió atenta a mi saludo. Al contemplar aquella criatura que daba lástima el mirarla, pregúntele la causa de haber puesto en aquella firma tan horrible a su propio hijo. Se sonrió y replicome muy fresca:- Para darle la señal o marca de nuestro pueblo; pues ¿No ve V. como todas las gentes morenas tienen su marca o señal y una es la marca de los pamues y yaundes, y la otra de de los basás y okús, y la nuestra que nos legaron nuestros padres?  

                                            Esto es muy cierto, contéstele, pero la marca bubi es la más bárbara y cruel y por tanto debe abandonarse semejante costumbre como otros bubis ya lo han abandonado. Será todo lo que V. quiera, dijo, pero no es lícito dejar la costumbre de cortarnos la cara, porque ningún hijo le es permitido renegar de las tradiciones de sus padres.

                                            Cuando las costumbres y tradiciones son buenas no es lícito abandonarlas y echarlas al olvido, más débense dejar cuando son malas y salvajes, como es la de sajar la cara de los pequeñuelos. Para Vdes. Los blancos serán malas, pero para nosotros es buena. Y no le puede sacar de aquí ni convencerla. Cortó ella bruscamente la conversación que le desagradaba diciéndome algo seria: ¿ Pale o t`ori ichea? Mbane kuma. – Déme algo de tabaco, si es que llevas. Saqué del bolsillo un par de hojas, se las entregué y me despedí, pues la lluvia había cesado. 

Firmado Mosameanda


COMENTARIO

El padre claretiano que escribió este artículo, del cual ya he leído algunos más, parece no le guardaba mucha simpatía a los poblados de la zona de Balachá, que efectivamente eran los más deliciosos y contrarios a la presencia extranjera en la Isla. 

                               

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