DESCRIPCIÓN DE UN BESÉ O PÒBLADO BUBI
Esta descripción está publicada en la Revista La Guinea Española de
fecha 25 de junio de 1921, por lo tanto difieren mucho de los poblados bubis
que conocí en la década de los 40/50 en mi niñez y juventud. Donde muchos ya
gozaban de agua y luz, en sus casas de cemento y techado de zinc.
Ello concreta que España hasta
después de nuestra Guerra Civil, o sea a partir de 1940, es cuando de verdad
inicia la función colonizadora y explotadora de aquella Guinea, tan abandonada
como España, en que muchas capitales de
provincia, soportaban muchas viviendas sin agua y luz.
Leamos lo que dice el firmante del
artículo, que utiliza el seudómino de Mosameanda.
Quien no conoció a los bubis antes
del año 1900, no visitó y recorrió sus poblados y no estudió con algún
detenimiento sus costumbres en tiempos anteriores a la antedicha época, no
puede gloriarse de poseer una idea clara y cabal de su etnología y mucho menos
estará en disposición de describir con exactitud y perfección su etnografía.
De veinte años acá han variado
notablemente los hábitos y costumbres bubis. En donde el cambio y la mudanza es
más manifiesta y visible es entre los moradores de las comarcas
septentrionales, y aún se ve mayor y más palpable en esta transformación en lo
que atañe a sus poblados. Muchos de los poblados o besés bubis del Norte, es
muy poco o en nada se parecen a los besés de sus antepasados.
En los mejores tiempos de las costumbres
bubis a cinco minutos o diez antes de llegar a un poblado se topaba con un arco
construido de palos bastos y sin labrar en los cuales hallábanse atados mil
géneros de amuletos ridículos, como rabos de oveja, calaveras y cuernos de
cabras, plumas de gallina y de otras aves y conchas de caracoles marinos y
terrestres que, como despojos de muerte, les avisaban el recuerdo de sus
abuelos que viven en el Borimó o región de los espíritus. A ambos lados del
arco solían plantar el árbol sagrado llamado iko para impedir la entrada a los
malos espíritus y sus malignas influencias en el poblado. Igualmente colocaban
dos troncos de helecho hincados en la tierra, uno de los cuales sostenía una
cazuela de barro fabricada por alfareros bubis y en ella ponían agua procedente
de un manantial perenne.
Con esta ceremonia piden a los
espíritus que les proteja de los que pasan por debajo del arco, que, así como
aquella agua mana continuamente o fuente, del propio modo jamás se agote el
manantial de los nacimientos del pueblo.
Otras veces la llenan de agua del
mar, con lo que pretenden significar que, a la manera que el agua del mar,
aunque recibe todas las inmundicias de la tierra jamás se corrompe, de idéntica
forma que todos los hijos del pueblo, por más que padezcan otras enfermedades o
algunos vicios, nunca pierdan la virtud de procrear hijos, para que se aumente
el pueblo.
Sobre el otro tronco solían
colocar una piedrecita de río muy lisa, en la que mediante la resina denominada
bejola(N) majola (S) t mahola (Oeste de la Isla ), adherían caracolitos de mar. A estos arcos
dan el nombre de betapetape (N) y menakanaka(S). A la entrada del pueblo había
una gran plaza (riosa) en cuyas dos puertas de entrada y salida colocaban dos
arcos idénticos al ya descrito.
En el centro del riosa formaban
un montículo o terraplén con una o dos bojià (N) mojiá(S) o chozas consagradas
a las almas de sus padres sombreadas por grandes árboles sagrados.
En esta plaza celebran sus baala
o maala que son fiestas entre ellos que revisten mayor pompa y boato, ya por el
número de asistentes, pues acude todo el pueblo en masa y una grande
muchedumbre de forasteros, ya por la ostentación y grandeza de sus ceremonias,
ya por el lujo y riqueza de sus adornos; porque en esta fiesta todos se esmeran
en ostentar los bienes y caudales que poseen.
A continuación seguía el besé
dividido en muchos barrios algo separados entre si en dirección del camino
vecinal o formando un gran semicírculo alrededor del rioso. En cada barrio vive
un jefe subalterno con su familia y servidumbre, está defendido por una valle
de grandes estacas de helecho que lo circumvala todo alrededor. En el interior
de este vallado existen otras estacadas más pequeñas que separan las
habitaciones del dueño, sus mujeres e hijos de las habitaciones de los criados
y sus respectivas familias.
Las habitaciones de que consta
son el dormitorio del amo del barrio, los dormitorios de cada una de sus
mujeres por separado con sus cocinas y los dormitorios de los hijos mayores de
siete años, con separación n completa y rigurosa de sexos: diferentes bojia o
mojia dedicadas a los antepasados de los moradores del barrio. En los
departamentos de la servidumbre o bataki
guárdase igual orden y disposición. Las chozas todas tienen la misma
forma, aunque unas más capaces que otras, para cuya construcción emplean
idénticos materiales, de manera que quien haya visto una cosa o choza bubi
puede afirmar que lasa ha visto todas, y quién ha visitado un besé los ha
visitado todos, pues todos son iguales salvo algunas modificaciones
accidentales exigidas por las condiciones del terreno o lugar en el cual están
edificados.
La
configuración o forma de las casas suele ser un cuadrilongo, cuyas paredes
laterales jamás tienen mayor altura que pase de un metro cuarenta centímetros.
Las mayores y más capaces por medio de un pequeño tabique se dividen en dos
partes, una de ellas sirve de cocina que es la exterior y la otra interior
sirve de dormitorio. Sobre el hogar está el reki o boalo en el cual almacenan
la leña para que se reseque al calor y humo del fuego.
Las paredes no
consisten sino en una estacada de troncos de helecho u otros árboles fijos en
el suelo y trabados por lianas o bejucos. Los tejados en algunas partes tienen
tan rápida caída o declive, que casi son verticales y llegan a dos palmos sobre
el suelo por los lados carecen de puerta o entrada. La altura de la entrada no
pasa de un metro y su anchura de sesenta centímetros.
El
tejado constrúyelo con varas de nipa sobre las cuales colocan planchas con
hojas de la misma cosidas o tejidas con cañas extraídas del propio árbol.
Quien no haya contemplado jamás un poblado bubi y quiera formarse una
idea algo exacta de lo que fueron los antiguos besés, dé una vuelta por el
distrito de Balachá y visite singularmente los pueblos de Riokoritcho y Relebó.
En este último que es el pueblo más retrógrado y reaccionario en sus ideas de
toda la isla, se pueden admirar como en su propio terreno todas las costumbres
y usos de los antiguos bubis. Aquí es
observada aún con todo rigor y escrúpulo la cruel, bárbara y salvajes costumbre
de arar la cara de los niños con profundas y sangrientas sajaduras.
Visité en distintas ocasiones el predicho pueblo y siempre pareciome sus
pobladores los más altivos y salvajes de los bubis. En una de ellas, hará algo
más de dos años, sorprendiome la lluvia en sus afueras y para defenderme de sus
molestias entré en la casa más próxima en donde hallé una mujer de alguna edad
que amamantaba una criatura cuya cara estaba llena de sajaduras recientes, pues
todavía no se habían cicatrizado.
La
saludé y correspondió atenta a mi saludo. Al contemplar aquella criatura que
daba lástima el mirarla, pregúntele la causa de haber puesto en aquella firma
tan horrible a su propio hijo. Se sonrió y replicome muy fresca:- Para darle la
señal o marca de nuestro pueblo; pues ¿No ve V. como todas las gentes morenas
tienen su marca o señal y una es la marca de los pamues y yaundes, y la otra de
de los basás y okús, y la nuestra que nos legaron nuestros padres?
Esto es muy cierto, contéstele, pero la marca bubi es la más bárbara y
cruel y por tanto debe abandonarse semejante costumbre como otros bubis ya lo
han abandonado. Será todo lo que V. quiera, dijo, pero no es lícito dejar la
costumbre de cortarnos la cara, porque ningún hijo le es permitido renegar de las
tradiciones de sus padres.
Cuando las costumbres y tradiciones son buenas no es lícito abandonarlas
y echarlas al olvido, más débense dejar cuando son malas y salvajes, como es la
de sajar la cara de los pequeñuelos. Para Vdes. Los blancos serán malas, pero
para nosotros es buena. Y no le puede sacar de aquí ni convencerla. Cortó ella
bruscamente la conversación que le desagradaba diciéndome algo seria: ¿ Pale o
t`ori ichea? Mbane kuma. – Déme algo de tabaco, si es que llevas. Saqué del
bolsillo un par de hojas, se las entregué y me despedí, pues la lluvia había
cesado.
Firmado Mosameanda
COMENTARIO
El padre claretiano que escribió
este artículo, del cual ya he leído algunos más, parece no le guardaba mucha
simpatía a los poblados de la zona de Balachá, que efectivamente eran los más
deliciosos y contrarios a la presencia extranjera en la Isla.
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