jueves, 28 de junio de 2012

FERNANDO EL AFRICANO-NOVELA- XVIII




A la puerta de los barracones existía un hermoso jardín lleno de dalias, rosas, crisantemos y como rey del jardín, un magnífico tronco leñoso de cuyas voluminosas ramas colgaban unos frutos rojizos y otros amarillos, en forma de corazón. Me comentaron mis primos que eran mangas, pues existen dos variantes del fruto. El mango y la manga se diferencian básicamente por el sabor y porque el mango es más fibroso e incómodo de comer, sus racimos de pequeñas flores verde amarillentas predecían una enorme cantidad de sus frutos. En el mismo árbol había una lata oxidada y un pañuelo rojo colgados de una rama, me comentaron que como aquel árbol daba unos frutos de alta calidad, los negros se los comían, y mi abuela, para evitarlo, había colocado yuyú, una especie de aviso de brujería, de tal forma que ahora nadie se atrevería a coger un solo fruto, el nombre de yuyu viene de que los franceses cuando llegaron a estas tierras observaron que en muchas ceremonias que ellos valoraban como brujería, los nativos utilizaban figuras como si fueran muñecos, y esa palabra parece ser que en francés se utiliza para designar en forma cariñosa a un juguete. El aroma que se desprendía de aquel árbol se sobreponía al olor de las flores que rodeaban su base, como imponiendo el mensaje de que proyectaba su sombra, y sus cualidades sobre el resto de la naturaleza del entorno, como árbol mayor.


Años más tarde, en Fernando Poo, leí en un libro sobre la Iglesia, que el árbol del mango lo trajeron dos sacerdotes baptistas procedentes de la isla de Jamaica. Los primeros religiosos que organizaron e inculcaron una doctrina cristiana en la isla fueron los cristianos de esta religión, que tenían su sede en Sierra Leona, y luego la trasladaron a la isla de Jamaica. El mango yo diría que en esa zona de África hace la función de la higuera en la India, es un árbol que su volumen y su tamaño, permite las reuniones bajo su sombra protectora, y si la naturaleza da rangos, podríamos decir que es el hacendado rico y señorial, con porte noble que bajo sus ramas, se reúnen los vecinos a dialogar en largas conversaciones hasta que el sol hace su despedida silenciosa. Lo único que hay que tener cuidado, es en la época de tornados, ya que si el aire desprende alguno, su peso considerable y su consistencia, puede ser muy peligroso. En todos los años que estuve amparado en las agradables sombras, no conocí un accidente de ese tipo. Eso puede ser debido a que este árbol señorial es considerado con las personas que se protegen a su sombra y evita lanzar sus frutos sobre sus cabezas o probablemente que los vecinos no dejan madurar sus frutos, que es cuando son más propensos a desprenderse del árbol.

Cerca de la casa a unos cien metros en dirección Este, pasaba el río Cónsul, que en su recorrido de norte a sur de la ciudad hacía un poco de límite entre la parte habitada de la ciudad, y el bosque o zona agrícola, en la ladera montañosa. Este pequeño río pero de caudal generoso, en su parte cercana a la desembocadura por donde está ubicado el Hospital, era navegable para embarcaciones pequeñas, y utilizado por las monjas que prestaban sus servicios en la enfermería en los primeros tiempos en que no había transporte rodado, para algunos cercanos desplazamientos a la ciudad. Nos descalzamos y con los zapatos en la mano, andamos un rato por sus cristalinas aguas, que nos llegan escasamente a las rodillas, en algunas pozas es posible que nos cubriera, las baldeábamos saltando de piedra en piedra, en nuestro pulular, descubrimos un objeto sumergido en sus aguas, que resultó ser una nansa (trampa hecha de bambú con una doble caja, imitando la interior a un embudo, de tal forma que una vez que entra la presa le es muy difícil discernir la salida). Estaba llena de unos crustáceos que en esa zona se llaman graffís, muy similares a nuestros cangrejos de río, a veces estas trampas las llenaban de unas hojas de una planta venenosa para los peces llamada en el Continente “engomo”, y agitando la trampa en el agua, mataban o adormecían los peces, facilitando su captura, al actuar de estaba forma, se sabía que era un nativo criado o venido de Río Muni, ya que en la Isla no utilizaban estos métodos, en otros casos introducían bananas maduras a cuyo olor acudían como rica miel los graffis.

Mis primos me advirtieron de que en ese lugar, según los nativos, se aparecía con cierta frecuencia un hada o sirena, llamada “Mamiwatá”, que a veces se lleva la vida de un mortal, para hacerle compañía o castigarle por sus actos. Así que a mí me entraron prisas por volver a los barracones, ya que prefería mis ciempiés que a la Mamiwatá, a la que mis zapatazos poco le podían hacer, y si en cambio me veía capaz de luchar con los miriápodos.

Aquella noche mi hermano y yo, nos acostamos agotados de la emoción y ansiedad de conocer tantas cosas nuevas, pero dispuestos a arrostrar mil peligros más, y con el convencimiento de que estábamos totalmente protegidos con aquellos primos matadores de dragones, por cierto que uno se llamaba Jorge como el santo que mataba al dragón y el otro Alberto en cuya vida de santo es posible domesticara a un dinosaurio.


                                 EMPIEZA UNA NUEVA VIDA EN ÁFRICA

Por la mañana, al levantarnos y salir a la calle, el sol se había despertado antes que nosotros, lo que nos permitió observar que el mango y otros árboles de frondosa vegetación protegían los barracones con su sombra, lo que evitaba que las chapas de zinc de los barracones recibieran los rayos de sol directamente, de no ser así, hubiera resultado un infierno vivir en ellos. La verdad es que la brisa del mar y la vegetación lograban dar una sensación de calor soportable a la capital, independientemente de que a menos de ocho kilómetros en la zona de Basilé, como en Musola algo más distanciado, el termómetro baja sensiblemente, dando sensación de frescor; en esas zonas por la noche para dormir era conveniente taparse con una manta ligera, para evitar el frescor y la humedad de la noche.

Saliendo de nuestro barracón, al cruzar la calle que nos separaba de la casa donde vivían mis tíos, vimos una serpiente muerta de unos dos metros de largo, de colores marrones y verdes oscuros de tal manera que en el bosque es muy difícil detectarla, seguramente esta serpiente había sucumbido bajo el machete de un nativo madrugador o atropellada por una rubia, así llamadas a las furgonetas en las que la cabina del conductor va abierta y la parte de atrás metálica va totalmente descubierta con los laterales de unos cuarenta centímetros de altura. Este tipo de vehículo hasta empezar a llegar los land-rovers y jeeps terminada la Segunda Guerra Mundial era el más práctico y útil en el mundo africano. En las películas que hoy en día veo del mundo granjero americano, sigo viendo este tipo de furgoneta.

Desde luego los reptiles eran tan numerosos en Guinea, que cuando ibas al bosque aconsejaban tapar la obertura de las botas con los calcetines antes de irte a dormir o cuando te descalzabas, porque a veces buscando un refugio se metía alguna serpiente dentro y luego cuando te calzabas introduciendo el pie, este no confraternizaba con el ofidio. Mi tío Paz en Ebebeyin un día al ir a coger el salacot de la percha, se encontró una hermosa serpiente enroscada en su interior. Resumiendo que no hay hueco que no se adjudique un “okupa” serpiente. Lo malo es que estos animales usan del mimetismo y en algunos casos es difícil detectarlos, por el arte del color logran que los enemigos pasen sin advertirlos o puedan acercarse a sus presas sin sospecha de estas. En la selva hay veces que una rama, una hoja o una piedra inicia un movimiento y es cuando uno advierte que esa policromía se ha convertido en un insecto, un animal o a veces un peligro. En los hielos árticos el oso coge el color blanco de la nieve, el caimán esconde su presencia en sus verdes y marrones imitando las aguas parduscas de los ríos africanos, así la naturaleza vela por la vida de su fauna. En la selva hay siempre como un murmullo y es el de la vida de miríadas de insectos de pequeños trabajadores que hacen posible la existencia de esa belleza polinizando y ofreciendo comida a los primeros escalones de la pirámide animal como son los pájaros, roedores, y pequeños animales insectívoros. Lo malo es que los mosquitos hace tiempo estaban independizados y consideraban que la especie humana invadía su habitat, y por lo tanto tenía no solo derecho a defenderse sino a atacar, y eso hablando claro “ jode mucho y pica más”. De todas formas está comprobado que serpientes, carnívoros, y cualquier especie de depredadores le tiene al hombre tanto miedo como nosotros a ellos, y salvo que los ataquemos, pisemos, o lleguemos a la hora del aperitivo nos huirán. La pregunta es ¿ Cuando es la hora del aperitivo para ellos? . Pasa como en Europa unos países comen a una hora y en otros a otra. Habrá que informarse en las guías turísticas, del horario de sus comidas.

La mayoría de los negros, para ir a trabajar al campo llevan un machete en la mano, tal vez en eso es fácil descubrir cuál es el que trabaja para un servicio doméstico o trabaja en el campo. Por ser casi parte del brazo del trabajador del campo en África, el machete lo cuidan y pasan mucho tiempo afilándolo con una piedra o con limas muy finas, para que su corte sea efectivo con el mínimo esfuerzo, las limas casi todas eran marca Bellota y desde luego eran Made in Spain, pero no tienen nada que ver con el jamón de bellota, por desgracia para mi. El servicio doméstico y los oficios (carpinteros, conductores, etc.) no llevan habitualmente machete para desplazarse a su trabajo, que se inicia temprano, nada más amanecer, de seis a siete de la mañana, dado que a esas horas se trabaja sin los agobios del calor, siendo la puesta de sol muy temprana, sobre las siete de la tarde, de una forma mucho más brusca que en Europa, de un pleno sol se pasa a la noche en menos de una hora. A esa hora en los años cuarenta, que los cortes de luz estaban a la orden del día, todo nativo para ir de visita o darse una vuelta, encendía su lámpara de bosque a petróleo lo que le daba garantías en el desplazamiento salvo en las noches de luna llena, en que en esos países se podía leer un libro con la luz de nuestro planeta.

Después de desayunar, asistí a una escena que era casi diaria: mi abuela Mamá Polonia, se dedicaba a curar gratuitamente a los negros del barrio, que solicitaban sus servicios. En muchos casos usaba hierbas y plantas del país, de las cuales tenía plantadas en un amplio y espacioso jardín que rodeaba toda la casa o chalet, por ejemplo, kinkilibá, que se usa para la hematúrica y problemas del riñón. Para los cortes y llagas, tenía unas hojas carnosas que las ponía encima de las heridas, luego las liaban con un trapo y en dos o tres días cicatrizaba la herida sin infectarse. Para los problemas de estómago usaban unas hojas verdes llamadas contrití, que si uno las intentaba chupar se agarraban a la lengua y no había forma de despegarlas, como si tuvieran dientes pequeños que se incrustaban a la carnosidad de la lengua, como las espigas del trigo en Europa.

Fernando el Africano 28.06.2012 -     Papá Mánji

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