LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL LLEGA A GUINEA
En 1943 o principios de 1944, el Gobierno
de España, entendiendo que la isla podía ser ocupada por los ingleses para
hacer una base de abastecimiento de los barcos que patrullaban el Atlántico, y
también para evitar que en el puerto natural que era la bahía se refugiaran
submarinos alemanes, o como se dio el caso, de que se llevaron los ingleses un
transporte de otra nacionalidad que estaba atracado en el puerto, el Duquesa de
Aosta, destinó dos compañías de tropa para proteger la isla, una de ellas eran
los Tambores de Ifni, moros la mayoría, y el que en una población tan reducida
como la isla llegaran mil y pico de militares, se notó. Anteriormente los
únicos militares que había en la isla era la Guardia Colonial nativa, con
oficiales blancos pertenecientes en la mayoría de casos al ejército español.
Este cuerpo sustitución de las fuerzas de infantería de marina que desde 1869
guardaban aquellas tierras, como tal Guardia Colonial fue creado por reglamento
aprobado el 12 de Diciembre de 1907; posteriormente se tomó la iniciativa de
volver a la costumbre que existía en otros tiempos, de tener permanentemente un
cañonero o fragata de guerra con base en el puerto, que dio lugar a casos
curiosos, como por ejemplo que unos marineros de una dotación nueva llegada a
esas tierras, al ver que todo el mundo
pagaba con el consabido vale, se fueron al campo hausa y se acostaron con unas
nativas, y a la hora de pagar les extendieron un documento que decía: Vale por
un chiqui-chiqui (en castellano :coito, polvo), y éstas al día siguiente fueron
al cañonero Dato anclado en el puerto, entregando el documento al oficial de
guardia con la sana idea de cobrar sus servicios profesionales.
El comandante al que le contaron la
historia, en su fuero interno, se estaría carcajeando, pero por fuera, adoptó
una postura de seriedad, y de evitar precedentes , así que estimó que era
necesario castigar ejemplarmente a los culpables, y a tal fin con gran
solemnidad, hizo formar a toda la tripulación para que ellas reconocieran a los
ingeniosos. Cuentan que al verlos con el uniforme blanco todos formados en
cubierta, fueron pausadamente mirando uno a uno a todos aquellos blancos que
así vestidos parecían gotas de agua, los encontraron a todos iguales, y tomaron
la decisión de escoger a tres de ellos, que no habían intervenido en el asunto,
pero que pagaron, nunca mejor dicho, justos por pecadores. Tal vez los hubieran
conocido en sus partes íntimas, pero no era cosa de poner todos los marinos en
pelotas, cuadrados y saludando a su comandante.
A los soldados traídos para reforzar el
dispositivo de defensa y protección de la isla los alojaron en unos cuarteles
establecidos en los locales en Punta Cristina, en la misma capital; pero ello
presentaba muchos problemas, tanto para la población indígena que observaba
comportamientos no muy correctos para la idea que tenían de los blancos, como
incluso para la población blanca con pequeños enfrentamientos, altercados y
mala imagen, aunque esto en menor medida.
El mayor problema era la salud, al vivir
en condiciones no recomendables en un país tropical, tales como temperatura
alta en las viviendas habilitadas en barracones cuyo techo era chapa de zinc,
mal ventilados, que pertenecían a los almacenes de Obras Públicas, sin
mosquiteros en los dormitorios, ni cristales en las ventanas, donde por las
noches eran cosidos a mordiscos de los insectos, ya que en Guinea los mosquitos
no pican, muerden. Murieron muchos de enfermedades tropicales y accidentes con
los camiones, el Gobierno de la isla optó por levantar un campamento cuartel en
Musola, donde había existido una especie de balneario del que se conservaban
las estructuras, en una zona tranquila a quinientos metros de altitud sobre el
nivel del mar, básicamente porque a ese nivel la vida era más saludable y
además al estar aislados en esa zona, no presentaban problemas con los nativos,
especialmente en el tema de mujeres. A esa zona se destinó el grueso de la
tropa, y en los barracones descritos, quedó una especie de reten de guardia.
Imagínense a trescientos o cuatrocientos soldados que después de arriar la
bandera los sueltan en manada y se dirigen al Campo Yaundé donde viven unas
setecientas u ochocientas mujeres, de las cuales la mitad como máximo están en
edad de merecer. Eso era una batalla entre los soldados y los varones de ese
barrio, y aunque la sangre no llegara al río, era motivos de peleas, luchas y
cultivo de peores frutos. Los militares musulmanes edificaron el primer y único
cementerio de su religión que hubo en la isla, junto a los barracones de la
tropa en Musola, rodeado de una tapia y con almenas a los lados como si fuera
un pequeño castillo.
Mi madre regentaba un restaurante para
negros, y mis tías Cloti y Antonia los otros dos que había en la ciudad. Dado
que las tropas empezaron a venir a comer a estos restaurantes y el gobierno no
deseaba mezclar a la tropa con el restaurante para nigerianos, evitando roces,
mi madre puso otro comedor separado para militares, aunque en realidad el
negocio era de un tal Girons y mis padres trabajaban doce horas y cobraban como
una. Me llamó mucho la atención de que los moros, si íbamos a darles pollo,
mandaban a un oficial o persona muy determinada, que entraba en el gallinero, y
él personalmente mataba al animal degollándolo, dejándolo sangrar por el
pescuezo, aquello a mi corta edad me impresionaba mucho, ya de mayor he sabido
las razones del ceremonial tan estricto. Estos comedores para nativos que por
un precio módico creo que una peseta, podían adquirir comida en sus
desplazamientos a la capital de la isla, donde se celebraban todos los
contratos y liquidaciones laborales fueron cerrados por orden gubernativa, para
dárselos a una morena de origen nigeriano, por motivos muy extraños, ya que ella
lo solicitó al Gobierno con la excusa de que un blanco no debía tener ese tipo
de negocio en el que el blanco era el sirviente del negro y ella lo llevaría
con mejor calidad de comida y servicio, pero, en realidad, pensando que iba a
ganar mucho dinero. Cuando al cabo de unos meses cerró el restaurante en vista
de que era un mal negocio con mucho sacrificio personal, sus paisanos se
quedaron sin comedores en la isla, de lo que se deduce que el trabajador
siempre sale jodido cuando se toman medidas drásticas para beneficiarlo. Hay
que meditar las cosas, y oír a las dos partes. Existían otros restaurantes
indígenas pero estos estaban normalmente ubicados fuera del centro de la
ciudad, en los barrios de Yaundé o San Fernando.
Independientemente de que el Gobierno
español, cada vez que tomaba una medida pensando favorecer a los negros lo
hacía al contrario de la lógica, como siempre a lo largo de la historia sin
analizar el tema o asesorarse con personas experimentadas. En cuanto llegaban a
la isla los gobernadores, más bien virreyes y veían el poder que ostentaban y
lo lejos que estaba el Gobierno central para controlarlos, se desmandaban, tal
vez pensando que lo hacían bien, pero en muchos casos con los calores les
entraba la diarrea mental. (Una que piensas una que…), como en todo ha habido
personas que han desarrollado su labor maravillosamente e incluso han sucumbido
a enfermedades mortales conscientes de su sacrificio. Dicen que la excepción
confirma la regla y nunca mejor dicho en este caso.
Varias veces los oficiales de las tropas
destacadas en Guinea me llevaron con sus camiones a Musola, para que conociera
el campamento precioso que hicieron de barracones de hierro y madera, pintados
de verde, levantados sobre el suelo con pilares, para evitar humedades y
bichos, especialmente reptiles, se aprovechó algunas edificaciones que habían
sido el efímero sanatorio de esa zona.
También me llevaron a ver las aguas sulfurosas que había cerca en Mioko,
que salían calientes a burbujas del subsuelo, aguas que en su tiempo los
misioneros montaron una fábrica de embotellado de las aguas medicinales, cuya
carga trasladaban a lomos de un burro hasta la bahía de Concepción, siendo allí
embarcada en un bote de la misión con destino a Santa Isabel. Esas aguas : con
sus emanaciones de gases sulfurosos, la niebla propia de esa región, algunos
animales muertos en sus cercanías, la fetidez de la zona me produjeron la
sensación de estar en el vestíbulo del Infierno, hasta que observé que con un vaso bebían de sus aguas y no se quemaban, me
hicieron catar el líquido y no me agradó, pero decían era muy bueno para la
salud. No me atreví a acercarme al borde de aquel pequeño estanque de amarilla
tonalidad, pero me quedé más tranquilo cuando emprendimos el retorno a Musola.
Una parte del recorrido hasta la playa de
la actual Riaba, todavía conserva el nombre, como “la Cuesta de los Burros”. Se
cerró por no ser rentable su comercialización, en parte dada la escasa
población blanca de aquellos tiempos, y ser
oneroso el acarreo de la mercancía. Por ser tan buena zona para tal fin,
había sido utilizada la misma como balneario, con sus aguas medicinales y
termales cercanas. Su clima, que obligaba a dormir con manta por la noche o por
lo menos arropado, era apreciado por los colonos al llegar y tener esa
sensación tan dispar a los calores de la capital. El único inconveniente era la
niebla; en las primeras horas del día y a partir de las seis de la tarde, caía
una intensa niebla que iba descendiendo desde el valle de Moka al de Musola,
cubriendo toda la extensión con su manto húmedo y tenebroso, invitando a
refugiarse en los barracones militares. Esa región es muy abundante en lluvias
y en torrentes caudalosos, por ello cerca se instaló una central eléctrica que
proporcionaba luz a Santa Isabel.
Existen muchas tradiciones en los pueblos
de la zona, que el espíritu de sus
aguas, curaban enfermedades, tanto es así que en la viruela de 1921, los bubis
de Moka estaban seguros de que la epidemia no podía pasar, ya que Bioko, les
garantizó que les defendería de esa plaga.
Hay muchos manantiales de aguas minerales
en la Isla, en Riaca, otras cerca de Baney, y los aborígenes conocen su aplicación, pero la atribuyen al
poder que le confieren los espíritus y el agua solo pertenece a parte del
ceremonial sin apreciar su valor intrínseco.
Recuerdo un bolero o habanera muy conocido
que cantaban los soldados que estaban destacados en Fernando Poo. Estas son
estrofas de la canción:
Zarpamos con el Simancas con rumbo a
Fernando Poo
Con alegría y optimismo por llegar al
Ecuador
Atracamos por la tarde, se observó la
capital
Cual murallas defensoras que se alzaban en
la Catedral
Te lo juro y no te miento, te lo juro y no
te miento
Vente para la Guineita y te volverás loco
al momento
Allí entre casas de nipa tenemos que
convivir
Con los mosquitos, bichos raros monos y
titís
Te lo juro y no te miento, te lo juro y no
te miento
Vente para la Guineita y te volverás loco
al momento
Aquellas chicas de España, ya no las podré
contemplar
Y a cambio de una mininga me tendré que
conformar
Te lo juro…
Fernando García Gimeno Barcelona a 5 de julio 2012
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