lunes, 3 de septiembre de 2012

LA ISLA DE FERNANDO POO- CAPÍTULO 3

                                   Que me perdone el autor de esta foto que desconozco como está en mi archivo y de
                         quien es, pero es magnífica. Parece ser que está hecha desde la montañosa costa cercana.

                                 LA ISLA DE FERNANDO POO- CAPÍTULO 3




Día 9 de marzo.-- Caminamos en dirección NE, reuniéndonos con el padre Juanola en Batete pequeño, y continuando juntos hasta la playa de Boloco(bahía de San Carlos) que alcanzamos al anochecer.

Día 10.-- En dirección SE y por un camino pedregoso, accidentado, cubierto de hierba y con pendiente extremada, ganamos en cuatro horas las alturas de Musola. En su territorio se levanta un elegante edificio de hierro: el sanatorio de Alfonso XII. Terminado en seis o siete meses antes, y sin haber servido ni un solo día para su objeto, estaba condenado a desaparecer. Estamos a 500 metros de altura sobre el nivel del mar. A pocos pasos veíamos los ríos Vitondo y Aeva con gran caudal de aguas tan puras como frías. Estos y otros ríos, conocidos únicamente en su desembocadura tienen nombres: los de la bahía de San Carlos a partir del Boloco, según la carta de Pellón, aparecen con el de Ballestero, Cánovas, Tejada y Ascensión.

Dia 11.-- Al amanecer emprendimos la jornada en la forma siguiente: una hora en dirección SE atravesando el Aeva hasta Rilukó, pueblo bubi de unas 30 chozas (altura 600 metros); otra NE durante el paso de un pequeño bosque cortado por muchas sendas. A la salida se encuentra un curioso arroyuelo de aguas lechosas de sabor ácido (en la costa O. existe otro). Medía hora más adelante, Loita de unas 20 chozas (altura 750 metros). Un claro de bosque nos descubrió el pintoresco valle por el NE. Que corre en suave declive de la costa O. a la oriental, entre los dos Bolocos (pueblos bubis sitos en las bahías de San Carlos y Concepción); en su centro y al pie de la montaña de Santa Isabel se alza un cerro de forma semiesférica; este valle debe acortar el paso de una a otra costa. Después de algunos cambios volvimos a tomar la dirección SE, durante cuarenta minutos hasta Baitabaita( altura 800) . A la derecha de este pueblo empieza una senda, la principal de las vistas, que siguen todos los indígenas, porque directamente va a las praderas de Riabba, residencia de Moka. Según nos dijeron tardan cinco horas en recorrerla. Durante una hora fuimos en dirección E. hasta un riachuelo de profundos flacos, en que empezamos a descender, presentándose, después de rodear un cerro al N. el pico llamado de la Concepción y al S. el de San Carlos.

 A hora y media, y siempre en la misma dirección, llegamos a Boloco pequeño, pueblo bubi a 400 metros de altura. En él descansamos treinta minutos. Desde este pueblo, y descendiendo durante dos horas y medía por una senda bubi bien trazada, fuimos a la playa de la bahía de la Concepción.

Esta jornada a pesar de la lluvia que refrescó la atmósfera, fue larga y penosa. Los pueblos bubis, que en actitud expectante nos recibían, volvíase cariñosos al oír que les saludábamos en bubi. El padre Juanola, enérgico y afable, a todos les hablaba, captándose sus simpatías. Las chozas en desorden, algunas con cercas; en los pueblos plazoletas con árboles copudos repletos de caracoles, cráneos de monos, calabacitas y plumas, estos árboles consagrados al Mo o Morimo, están rodeados en su base por grandes piedras a manera de escaños. El bosque más claro con extensos cañaverales en los altos; en las zonas bajas aumentan la maleza y las palmeras. A 200 metros encontramos café silvestre y un árbol con fruto parecido a nuestras aceitunas; el Padre Juanola me aseguró que se extrae de él un aceite que arde bien.

En los alrededores de la bahía de Concepción se ven varias plantaciones de cacao, cuyos dueños, negros de Sierra Leona, o han arbitrado recursos para ponerlas en cultivo mediante el producto de su comercio con los bubis. Wibour posee una casa de madera con pilares de mampostería; la destinaba a almacenes de los artículos europeos y del país; en algunas ocasiones llegó a cargar de una vez 150 bocoyes de aceite de palma en los vapores extranjeros que tocaban la bahía.

Por la noche, Valcárcel, sierra leona casado con una mujer de Santa Isabel, se anunció a los bubis con repetidos disparos de fusil. Esta señal reproducida por la mañana es la convenida con ellos para que bajen a tomar mercancías.

Diá 12.-- Por la mañana, en hora y media , y por una senda bubi, convertida en hermoso y bien trazado camino por el P. Juanola, subimos a la Misión de la cual es fundador.

Hállase esta emplazada en una planicie de regular extensión, a 300 metros de altura, colocada en medio de dos pueblos bubis, Bolobe y Biapa, los ampara y protege de otros más aguerrido y numerosos del interior; enfrenando al mismo tiempo la codicia y sensualidad de los comerciantes de la costa.

Tres años de existencia cuenta y los adelantos que se notan, tanto el del orden moral como material, merecen un estudio detenido; o la imposibilidad de hacerlo, me limitaré a consignar que la Misión cultiva todos los productos indígenas: cacao, café y otros de la península como ensayo.

Desde el día 12 al 19.-- Acompañado siempre del padre Juanola que encontraba muchos conocidos y adquiría nuevas amistades, permanecimos entre los pueblos bubis de aquella parte de la isla.

Desde Bolobe y en dirección SO. Durante tres horas, llegamos a Kutari, pueblo numeroso y aguerrido. En él se reúnen armados los bubis de todos los pueblos, organizando la Lojúa, que desde allí marcha directamente a castigar las faltas y delitos.

En los altos del pueblo (540 metros) la vista abarca una gran extensión de costa y bosque en el que predominan las palmeras. Entre los cerros llaman la atención unos pequeños en forma piramidal de tierra rojiza. Los aires puros y frescos que se respiran, indicaban claramente que estábamos en el frontón sur.

De Kutari y hacia el E. parte un sendero que pasa por el pueblo de Bioko, y que conviene aprovechar para recorrer los de Eori y Bepepe, distantes dos horas de la costa entre la punta e Santiago y la del Salvador. Hacia el N. hay otra senda que pasando los pueblos de Kodda y Balachalacha , se une a los de Boloco pequeño, punto de camino ya citado al atravesarse de una costa a otra.

A corta distancia dejamos los pueblos de Riasaka, Kodda y Sicombe. A partir del primero encontramos el obstáculo más penoso de esta jornada, un monte cuya cumbre alcanzamos tras dos horas de copioso sudor (920 metros) el espectáculo de que goza la vista compensa las fatigas de la ascensión, una pradera extensa rodeada de cerros con grupos de árboles aislados, hermosas plantaciones y rebaños de cabras y ovejas se presentan a nuestros ojos, recodando paisajes de la Península. Media hora más de camino en dirección O. nos condujo a una plaza, frente a la morada de Moka. El aspecto de esta difiere poco de los otros jefes, notándose solo que la empalizada es más alta (3m.) y que las 25 o 30 chozas que encierra se comunica por toscas escaleras y pasillos con el suelo nivelado.

Dentro del recinto se ve a la izquierda una escalera de anchos peldaños que domina la empalizada; sirve de asiente al muchuku en las fiestas y actos de justicia. Este jefe, que salió a recibirnos es de elevada estatura y de formas atléticas, con la cara ancha y la cabeza algo mayor que la ordinaria. Una mujer de color claro y de hermosas formas sostenía una pipa repleta de tabaco que procuraba no se apagase, chupándola con gracia y al parecer con gusto; de cuando en cuando la tomaba Moka, o como le llaman Mokata.


                                      MI COMENTARIO AL CAPÍTULO



El sanatorio de que habla el capítulo, fue una construcción traída, creo de Bélgica, con el fin de tener un lugar de recuperación de la salud de la Colonia europea, que se veía muy afectada por la malaria, y otras enfermedades en esos años, tal es así que fallecía más del 30% de los emigrantes en un periodo menor de un año.

Este sanatorio fue utilizado por las tropas regulares Tiradores de Ifni, que reforzaron las tropas coloniales en los años 1942 a 1944. En esos años un teniente del Sexto Tabor me llevó varias veces a Musola, para visitar el Campamento. Sus soldados venían con frecuencia a un restaurante comedor que tenían mis padres enfrente del Barato, en la misma calle que el Ayuntamiento. Evacuadas esas fuerzas se intentó seguir como Parador, pero igualmente fracasó al poco tiempo.

Fernando García Gimeno - Barcelona 1 de septiembre de 2012

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