Zona de Ureka
ISABEL
Enfrente de la tienda de Papá Banana, donde yo trabajaba, estaban los almacenes de Nauffal , un libanés que vendía de todo, pero en ese comercio básicamente objetos para regalo. Una tarde con el fin de regalarle a mi hermana un detalle para su santo, entré en la tienda y le pedí consejo a Isabel, una joven y hermosa fernandina hija de padre de Sierra Leona y madre combe, de piel muy clara y rasgos casi europeos. Entablamos una larga conversación llena de insinuaciones y palabras de doble significado. Cada vez que habría la boca para sonreír y mostraba aquella hilera de perlas naturales y sus labios aparecían húmedos rodeando a sus dientes, me entraban unos deseos incontenibles de besarla allí mismo.
El comercio cerraba a las ocho, hora en que ya era de noche, así que esa misma tarde la esperé en la puerta. Cuando Isabel salía, se quedó sorprendida de mi presencia, y le tuve que explicar que el motivo eran mis ansias de hablar con ella, tras un rato de charla la invité a dar una vuelta con el coche para no comprometerla al poder ser vistos por algún conocido suyo. Fuimos hasta un lugar cercano al puente de Basilé y allí se nos pasó el tiempo riendo, charlando y contándonos nuestras vidas, hasta que ella me urgió a llevarla cerca de su casa ya que tenía que estar antes de las diez de la noche, sus padres la controlaban en ese sentido y el entorno de esa sociedad fernandina muy inglesa en muchos aspectos, tenía el puritanismo victoriano como norma, además de su lengua el inglés como su sello diferencial. Aquello se repitió durante un mes casi cada día. De las risas y palabras nacieron las manos, los besos y las caricias, cada hora, cada día aumentaba nuestro afecto y eso se traducía hasta que cada momento posible, nos asomábamos a la puerta de nuestros respectivos trabajos para lanzar mensajes con la mirada, que me eran respondidos con recatados gestos, desde la acera de enfrente. Aquello fue a más, de tal forma que decidimos tener un encuentro en un apartamento de la Empresa que me facilitaba. En Guinea el contrato de trabajo llevaba implicada la obligación del patrono de facilitar vivienda gratuita al trabajador europeo y al bracero trabajador del campo , y como a mí no me gustaba el apartamento, lo tenía sin utilizar pero con los derechos y la correspondiente llave para su uso, que se conservaba en perfecto estado al ser utilizado la mitad por un compañero de trabajo Juan González.
Aquella tarde parecía que las agujas del reloj se enganchaban a la esfera y las horas tenían doscientos minutos, pero al fin el minutero decidió avanzar y ponerse a las ocho en punto de la tarde En cuanto Isabel apareció, como dos delincuentes nos encaminamos uno tras otro al apartamento, que estaba justo en la esquina. Los doce escalones de madera me pareció que subía a la Torre Effiel, pero en cuanto llegamos al salón, nos lanzamos uno al otro, como si quisiéramos devorarnos o estuviéramos faltos de oxígeno, nuestros dientes chocaban, nuestras lenguas como iguanas se buscaban, nuestras manos se convirtieron en pulpos. La levanté como si fuera una pluma, pese a mi nerviosa debilidad y la llevé al dormitorio donde la cama era dueña del territorio. Se notaba que Isabel nunca se había desnudado ante un hombre pero estaba decidida a todo. Sus pechos como dos columnas pétreas se erguían desafiantes, sus pezones al endurecerse se convertían en dos flores violáceas, que mis labios bebían como néctar. Intentamos hacer el amor pero aquella mujer era tan estrecha de pelvis que no había forma, lo intentamos incluso con jabón, el sofoco, el esfuerzo y la poca ventilación de la habitación, hacía que nuestros cuerpos estuvieran sudorosos, la piel de ella, tan suave, de ese color tostado que los blancos intentamos lograr en nuestra vida y nunca lo conseguimos, bien por defecto o por exceso, esa piel brillaba como si le hubiera puesto algún líquido para resaltarla, eran destellos lo que salían de sus poros. Intuí que Isabel del placer estaba derivando al dolor, y antes de dañarla y casi agotados del esfuerzo, tomé la decisión de paralizar el intento.
Agotados pero ilusionados de estar juntos, empezamos a dialogar sobre el futuro. Yo estaba dispuesto a luchar contra la Sociedad y desafiar las trabas que nos iban a imponer, tanto las autoridades como nuestras familias. El mayor problema es que en aquellos años, 1958/ 1959, no se había dado el caso una boda entre un blanco y una negra, y los que lo habían intentado en cierta manera se les había obligado a irse a España, por lo que nuestro deseo se podría frustrar en el sentido de que deberíamos abandonar nuestra vida, nuestras familias y nuestro ambiente. Isabel me hizo reflexionar y tomamos la decisión de ser el último encuentro privado entre los dos, con el firme propósito de seguir siendo unos buenos amigos enamorados, pero renunciando al amor, a nuestros encuentros y a nuestros paseos, de otra forma terminaríamos en el mismo apartamento y con posibles consecuencias.
Este capítulo, me hace reflexionar sobre un tema curioso. En los años que estuve en Guinea, 1942 a 1964, todos los solteros o incluso casados que estaban solos, han convivido con mujeres nativas, y en esos años ninguno tomaba precauciones de usar preservativos, o por lo menos casi ninguno. En cambio hay muy pocos mulatos para tal intenso contacto sexual,, hay que tener en cuenta que en muchos casos era diario, y en otros todavía más intensivo. Había mujeres que el no hacerles el amor dos o tres veces en su visita una noche, se sentían ofendidas. La pregunta es ¿ Usaban métodos de medicina local las mujeres para ello?, o es que los espermatozoos blancos no se llevan bien con los óvulos negros, de ello se podría deducir que hasta nuestros espermatozoos son racistas, o que al ser negros los óvulos y en la oscuridad del recinto no los encuentran. Cabe igualmente el argumento de que al tener que producir tantos, están debilitados y no suficientemente desarrollados, para lo que precisan un par de días de descanso como mínimo. Doctores tiene la Iglesia para este dilema.
Dos años más tarde Isabel, se casó con un prometedor fernandino como ella, y pude averiguar que la familia de él, felicitó a la familia de Isabel, por haber llegado virgen al matrimonio, circunstancia no habitual en esas tierras. Ese día fui un hombre que me felicité a mi mismo por haber llegado a tan sabia decisión, que a la par podría significar tanto para la futura vida de ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario