lunes, 22 de octubre de 2012

FERNANDO EL AFRICANO CAPÍTULO 52

                                                           Saliendo de misa la elegancia
                                                    impera entre las nativas que compiten con
                                                    sus vestidos, pamelas y adornos.       

Antunes, mi jefe, se fue a Portugal, ya que después de diecisiete años de no tener una peseta, desde que trabajaba con él, se había comprado un Mercedes y se propuso irse un año de vacaciones. Para tenerlo todo más a mano, me fui a vivir a su casa, que no reunía muchas condiciones, pero me permitía gozar de la libertad de vivir sólo.


Algunas noches teníamos partida de póker. Venían Padín, Mariano, Román, Vázquez y Marcelino. El vivir solo me facilitó el tener una amiga de color pero con el concepto de esas tierras, que no se pedían muchas explicaciones por ambas partes.

El whisky y las cervezas los comprábamos por cajas, a escote. Las miningas, lo que en la Península llamarían fulanas, no se parecían en nada a lo habitual que entiende la gente por ese concepto. La primera diferencia es que no pedían dinero, cuando llevaban una temporada viviendo contigo, te empezaban a comentar que se tenían que comprar unos zapatos, vestidos, etc., pero nunca decían una cantidad fija ni la exigían. El segundo punto importante es que disfrutaban o lo pasaban bien contigo, ya que de no ser así, no volvían, salvo que fueran las veteranas (más de veinticinco años). Éstas deseaban retirarse de la mala vida, juntarse con un amigo de color y vivir plácidamente, así que su meta era ahorrar. Las otras, las habituales que se liaban con un blanco, querían toda la noche “guerra”, ya que para ellas era una afrenta, que después de hacer el acto de amor una vez, les dijeras que se fueran, o que no deseabas hacerlo más, tenías que intentarlo dos o tres veces cada día, lo malo es que si podías, a veces pedían más hasta rebasar tu capacidad. Es cuestión de hábitos, pero en general eran fogosas, alegres, desinteresadas, maravillosas en general, lo triste es que no valorabas ese harén y no recapacitabas que esa fogosidad, se iría diluyendo con el tiempo, y que aún ganando dinero, te lo pulías sin generar patrimonio, y sin arraigar una familia, al considerar que la soltería era un estado adecuado al Olimpo donde la vida te había colocado. No nos preocupaba ni el presente ni el futuro, vivíamos el ahora, el hoy como máximo.


                  ANITA GUAU EL CABARET Y RIAKAMBA EL SALON DE BAILE



Anita Guau era una mujer nigeriana de gran envergadura, cuando la conocí estaría en la barrera de los treinta años con los cuarenta, ya las características propias de esas mozas africanas habían hecho acto de presencia, y a su estatura se le sumaban unas formas generosas que intimidaban a mi estructura delgada de 62 kilos y un metro setenta y seis de estatura. Decían las malas lenguas que su influencia en las autoridades españolas se debía a proporcionar jovencitas de altos conocimientos sexuales a algunos de estos funcionarios.

El local estaba situado en la calle Obispo Armengol Coll esquina de la calle Asturias, en la fachada tenía una puerta pequeña por donde se accedía al local, al entrar a la derecha una barra amplia donde se servían las bebidas tras ese mostrador dos puertas daban una a un pequeño cuarto que servía de oficina y la otra a un almacén, frente a la barra una pista de baile descubierta, la música era de un tocadiscos con grandes bafles, aunque de vez en cuando venían orquestinas de Camerún y Nigeria a tocar a la isla hasta que se fueron formando pequeños conjuntos locales que se incorporaron a promocionar la música africana, estos conjuntos alternaban Anita Guau con el Riakamba, pero Anita Guau era el lugar selecto donde se juntaban todos los noctámbulos de la ciudad, los fernandinos, los bubis, algún camerunés y nigeriano y los europeos. Ahí no existían clases sociales, una copa de brandy Tres Cepas, Veterano, 501, Osborne o Fundador costaba cinco pesetas a todos los clientes y en ese local no existían prohibiciones para la venta de bebidas, aunque no fueran emancipados. Cuando llovía nos refugiábamos todos bajo el tejado que cubría la barra. Aquí algunos amigos nativos acostumbraban a pedirme préstamos cuyas peticiones atendía pero rebajando drásticamente la cantidad solicitada, ya que habitualmente era un préstamo a fondo perdido, y las dos partes mentalmente conveníamos en ello.

Este baile, cabaret o discoteca, servía para que después de la sesión de cine de la noche, antes de irse a casa los solteros, nos reuniéramos para cambiar impresiones, hablar de planes, palpar la situación económica y especialmente echar un vistazo a las nuevas señoritas llegadas a la Isla, ya que cuando venían mujeres en edad de prometer casi la mayoría del Continente, fangs, y ndowes, de vez en cuando alguna bubi, por ejemplo recuerdo a María Malabo que decía ella era nieta o descendiente del rey, mujer de bella planta, que como otras movía su cuerpo como junco mecido por el aire a los sones de alguna rumba.

Cuando aparecía alguna belleza nueva, todos nos apresurábamos a intentar bailar con ella, y en esa competición entraban toda clase de colores de piel, unas veces triunfaba un fernandino llevándose la moza del local, en otras ocasiones el europeo era el escogido, a veces ella se iba con su prima o su amiga que era quien la trajo al local, en otras un fang de potente musculatura imponía sus promesas y sus visibles argumentos a nuestros débiles musculaturas. Nunca se dio el caso de peleas o de enfrentamiento por esas preferencias. El lugar igualmente era el punto de encuentro entre los hombres que tenían una amante y que al final de un día de trabajo acordaban ir a pegarse unos bailes antes de irse a casa, o que muchas de ellas, antes de retirarse a casa de su hombre, les agradaba y tenían libertad para ello, de irse a mover sus caderas un rato. Hay que reconocer la vida algo promiscua de todos los clientes del local, pero no hay que olvidar las tertulias, conversaciones y citas en sus paredes, de los gérmenes de la autonomía e independencia del país, y que a la par fuera de los pocos lugares donde de verdad todos éramos iguales o por lo menos teníamos los mismos derechos, recuerdo por ejemplo muchas conversaciones con un líder bubi Ricardo Bolopá hombre de gran estatura y parecido físico envidiable, quién por ser vecino de la zona, charlaba muchas veces sobre el porvenir de esas tierras. Por desgracia pese a ser una persona muy ecuánime, fue asesinado por el régimen de Macias.

El Riakamba que era el salón de baile por excelencia para los nativos, cercano al cine Marfil, organizó un concurso de baile por parejas, con motivo de las fiestas de la ciudad, y tal vez para buscar una persona imparcial que no se viera influida por los habituales del local, a los que yo no conocía en general, me nombraron parte del jurado. Éramos tres personas Nolet un camerunés pintor muy famoso en la ciudad, Ricardo Bolopá y yo. No recuerdo que ritmos eran los que servían de base al concurso, aunque uno de ellos era la rumba. La verdad es que la decisión era comprometida dado el ritmo y la habilidad de las parejas. África es la cuna del ritmo y lo llevan hasta con las cejas. El premio consistía en doscientas pesetas de aquellos tiempos y un estuche conteniendo dos botellas de brandy (en aquel tiempo coñac), tras mucho deliberar adjudicamos el premio a una pareja compuesta por un graffis de Doula ( Camerún) y una descendiente de Sao Tomé llamada Esperanza.

Este local de Riakamba cuando se empezó a hablar de autonomías e independencias, y al no ser visitado por la colonia europea se convirtió en un punto de encuentro de los nuevos líderes, al ser durante el día una especie de restaurante, lo que permitía encuentros secretos sin levantar sospechas y sin temor al control de la policía.





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