domingo, 21 de octubre de 2012

FERNANDO EL AFRICANO- CAPÍTULO 51


                                             Amorós,YO,Gerardo, X, de pie          
                                             Carlos, Varona. Gabino, Sánchez Mota de rodillas
                                                           EL TRABAJO


-El tiempo es como el pensamiento: no se puede envasar, guardar, hibernar, pasa y salta la barrera de los días, sin necesidad de entrenarse. Así que terminé el bachiller, entonces eran siete años, además del examen de Estado, que se hacía en la universidad que uno decidiera. Cuando uno es pequeño quiere que el tiempo avance aceleradamente para gozar de las ventajas de los mayores como ir donde uno desea, comer o acostarse sin saber que eso no es así, es pura utopía. A medida que se pasa de los veinte uno desea decrecer la aceleración del tiempo y cuando llega a los treinta la ilusión es de que se paralice el reloj implacable que mueve sus agujas y anuncia nuestra decrepitud. Pasados los setenta como es mi caso, uno sueña con la fórmula mágica de que cada año se descuente uno, o que se va a descubrir el elixir de la juventud. Sin analizar que aún existiendo esa pócima no nos serviría de mucho, ya que la juventud es inconciencia, aventura, falta de rencor y otra serie de estado mentales que la edad, nos ha hecho perder o ganar, según se mire.

En Guinea no había posibilidad de proseguir estudios, y mis padres habían hecho un esfuerzo enviándome a Barcelona para hacer el examen de Estado en la Universidad de Barcelona. Ahora había que enfrentarse a la vida, empezando uno a solucionar sus problemas. Tenía dieciocho años, una salud a prueba de bomba, la secuela de mi pulmonía doble y pleuresía durante la Guerra Civil sólo se notaba en las radiografías, cuando me veían que me faltaba medio pulmón. Los médicos habían comentado a mis padres que nunca podría practicar deporte de una forma asidua y menos de competición. No acertaron en nada, ya que la mitad del pulmón que me faltaba lo suplí con el desarrollo del otro. Cuando era pequeño y corría diez metros, me daba flato, me tenía que sentar con fuertes dolores en un lado, hasta que un día tomé la determinación de que o podía saltar y correr como los demás o no valía la pena vivir. Así que aunque me daba flato, dolor y otras mandangas, apretaba los dientes y seguía corriendo o saltando. Un día me di cuenta de que podía hacer lo que hacían otros niños, entonces decidí que tenía que superarlos. Durante algunas épocas de mi vida he dedicado cinco horas al día a hacer deporte sin cansarme.

Entré a trabajar con un portugués en Septiembre de 1952, Papá Banana (le llamaban así porque en un país que las bananas se caen de los árboles, entre otras cosas se dedicaba a vender bananas en su tienda). El negocio era ruinoso, pero era lo único que se me ofrecía dada mi edad; mi desconocimiento de cualquier oficio, profesión o especialidad,. En mi casa se necesitaba dinero y no deseaba volverme una carga para la familia, que precisaba de ingresos, pues mi madre era tan espléndida invitando a la gente o ayudando a los nativos que le pedían dinero, que no teníamos una peseta ahorrada, ni tan siquiera un coche de nuestra propiedad.

El negocio de mi primer jefe, señor Antunes, era tan malo, que después de llevar veinte años con el mismo, sin ir nunca de vacaciones, estaba medio embargado, sus medios de transporte era una bicicleta para venir a la oficina y un camión que había que empujar cada mañana para arrancar, con el que iba a buscar las bananas y las piñas a la finca de Fistown, donde un par de hectáreas de terreno le habían sido cedidas por el jefe del poblado.

Teníamos muchos clientes portugueses, a quienes mi jefe se encargaba de la contratación de sus braceros, que parecía que era un problema encontrarlos, dado que había un tratado con el Gobierno colonial inglés de Nigeria, y existía un cupo que se adjudicaba por prorrateo, ya que nunca llegaba a cubrir las necesidades.

Los bubis nativos de la isla, no trabajaban en el campo por cuenta ajena, habitualmente arrendaban las fincas o terrenos a los blancos, o a otros nativos más poderosos, como los Bossio, Maho, Jones, Barleycorn etc. buscaban un tipo de trabajo en las oficinas, de conductores, mecánicos, etc., y la mano de obra en la isla eran unos cuarenta mil trabajadores, treinta mil eran nigerianos, cinco mil cameruneses y el resto de diversas procedencias, aunque hay datos contradictorios en estas cifras.

Al poco tiempo de estar con mi jefe, desarrollé un sistema para que ganáramos dinero. El señor Antunes se puso muy contento, pues en toda su vida no había ganado tanto dinero. Por cada trabajador contratado, nos daban quinientas pesetas de prima nuestros clientes; teníamos una lista de espera, ya que precisaban más de los que podíamos conseguir. Negocié con varios nigerianos que conocía para que actuaran como “ganchos”, ellos merodeaban por la Delegación de Trabajo, cuando veían algún trabajador que iban a liquidarlo según era preceptivo por expiración de su contrato laboral, lo conquistaban y se lo quitábamos a la competencia. Mis ganchos se lo llevaban a la mejor finca que teníamos cercana a la ciudad, les invitaban a comer, a veces les pagaban alguna mininga; en fin, hacíamos venta por catálogo.

Dado que el cupo de trabajadores que nos asignaba en principio el Gobierno inglés, y posteriormente el Gobierno de Nigeria, era muy inferior al solicitado, tomé la decisión de mandar a Akpan a la playa donde arribaban cada día los cayucos que llegaban con nigerianos dispuestos a buscar trabajo, les propusimos contratarlos; como no estaban dentro del cupo del Tratado, fuimos a la Delegación de Trabajo, y con las fichas de los fallecidos, los resucitamos como a Lázaro, cambiando las fotos que hacíamos en el foto matón del Barato, bautizando a los que habían llegado a la playa con el nombre y los datos del fallecido.

El sistema era cojonudo, porque el encargado del fichero se llevaba una comisión por cada ficha legalizada, el trabajador estaba encantado, los finqueros con su problema solucionado, y la economía del país boyante, ya que habíamos solucionado el problema de la mano de obra. (Mi invento fue seguido por todo el mundo, aunque no me autorizaron a patentarlo, pero sí es cierto que todos los gestores de contratación me solicitaban datos del proceso.) El único inconveniente era al firmar el nuevo contrato, dado que éste se tenía que legalizar delante del representante del Consulado inglés, o posteriormente del consejero del Gobierno de Nigeria, al haberles cambiado de nombre a veces cuando se les llamaba para firmar no respondían, había que empujarles para que se enteraran que era a ellos a quienes se estaba citando. Menos mal que al haber grandes colas para firmar contratos, el representante gubernativo no prestaba mucha atención a estos detalles. Por otra parte los trabajadores que llevaban tres años y medio en la Isla, se consideraban residentes, y no precisaban de la firma ante el cónsul nigeriano.

Cada mañana tenía que ir a solucionar problemas en la Delegación de Trabajo, ya que habíamos logrado muchos clientes. Teníamos una nómina de ochocientos trabajadores; actuaba de traductor en la Inspección de Trabajo un joven muy apuesto, que era mulato; los inspectores de Trabajo no entendían nada en pichinglis, dialecto oficial en las relaciones laborales, que yo hablaba perfectamente. En vista de ello, decidí que por las tardes Carlos trabajara con nosotros en la oficina. El inspector de Trabajo estaba asombrado de que yo ganara todos los litigios laborales.

Pese a esta parte, la mayoría de nigerianos que estuvieron a mi cargo, me apreciaban y sólo querían manifestar sus quejas ante mi presencia, dado que primero les escuchaba y posteriormente, si eran justas, los atendía, contra los intereses de la patronal, a quienes convencía mediante el argumento demostrable, de que teniendo a la gente contenta, rendían mucho más, especialmente que al finiquitar su contrato, volvían a renovarlo, elemento vital dada la escasez de mano de obra. Hasta entonces la ley autorizaba que los días de enfermedad se les podía descontar una cuarta parte del salario, yo impuse como práctica, que después siguieron los demás agricultores, no descontar ninguna cantidad por enfermedad.

El Gobierno nigeriano sólo admitía un primer contrato de dos años, y el segundo de año y medio, al finalizar ese período tenían que volver a Nigeria, básicamente porque se les contrataba con casa, comida y el sueldo dividido en dos partes, una se le daba al trabajador y el otro cincuenta por ciento se les daba en divisas de su país, que sólo podían cobrar o hacer efectivas cuando volvían a Nigeria, de esta forma este país tenía garantizado unos ingresos por divisas cuando el trabajador volvía a su tierra, de ahí la limitación de tiempo de contrato, para obligarles a traer ese dinero a Nigeria. Era una buena medida, ya que les obligaba a ahorrar dinero, de otra forma se lo hubieran gastado, en muchos casos con las miningas.

A veces cuando iba a pagar las nóminas a las fincas, al llamar a un trabajador por su nombre, aparecían dos o tres acreedores para cobrar en el instante de recibir la paga. Algún acreedor era un bracero casado, que le había prestado la mujer en funciones de prostitución a un soltero apasionado, por lo tanto, deseaba cobrar el alquiler. Tantas peleas generaban estos asuntos, retrasando el pago de la nómina, que tomé la costumbre de pagar dentro de un local, donde nada más acudiera el que iba a cobrar; así de esta forma los demás no quedaban perjudicados por la lentitud del proceso. Mi jefe tardaba hasta cuatro horas en pagar un patio de cien trabajadores, yo lo reduje a una media hora.

Además de buscar trabajadores, mi labor consistía en solucionar los problemas laborales, médicos, pagarles la nómina mensualmente, a cuyo fin me desplazaba a las fincas para efectuarlo; se les daba casa y comida. La casa en las que se alojaban de dos en dos si eran solteros y una sola si eran casados, no representaba mayores problemas dado que todas las fincas tenían barracones individuales, con cocina anexa. Se contrataba distribuyendo a la gente en estas casas, que se mantenían limpias, bien pintadas, para evitar termitas y otros bichos. El mayor problema era que se les tenía que suministrar una ración de comida, que consistía en pescado seco, corvina generalmente (se traía de Canarias), aceite de palma, malanga o yuca, y arroz (se traía de la Península). Como el arroz y el pescado seco había que traerlo por barco, que venía una vez al mes, necesariamente se solicitaba en principio a la Cámara de Comercio para su autorización; si se retrasaba el barco, presentaba problemas.

Además de estos alimentos, los trabajadores estaban autorizados a plantar vegetales en una parte de la finca e igualmente compraban carne a los cazadores. El pescado fresco lo venían a ofrecer a los patios pescadores profesionales, e incluso a veces algún bracero al terminar su jornada se dedicaba a ello para tener unos ingresos atípicos. La ración de comida se repartía semanalmente en el patio de la finca por los capataces nombrados al efecto.

Cada mañana se me presentaban en la oficina, entre diez o veinte trabajadores, que aducían alguna enfermedad, y yo los enviaba al doctor don José del Val Cordón y posteriormente al doctor Pérez Calvo, para que me diera su diagnóstico antes de enviarlos al hospital si era preciso, en caso de que no fuera necesario les compraba las medicinas y les explicaba como las tenían que tomar. Recuerdo que a un trabajador ibo, le dolía el pecho y el doctor le recetó una friega con linimento Sloan, le di un frasco y le expliqué como se tenía que dar las friegas. Al cabo de una semana al ir a pagar a la finca le pregunté como le había ido, y me dijo : masa good but very strong ( como los dicen ellos ,bien pero muy fuerte) y es que había ingerido el líquido, el medicamento cuando te lo pones en la piel casi no se puede resistir de lo fuerte que es, él se lo había tragado pensando que de esa forma le causaría un efecto más rápido.

Empezó la época de lluvias, que duraba de abril a septiembre, y para celebrarlo estuvo todo el día lloviendo, así que cuando bajé a la tienda de Sumco, donde trabajaba mi hermano, tuve que coger el trasbordador, que consistía en que por una propina un nigeriano te pasaba a caballito la calle, dado que como era bajada, las alcantarillas no eran capaces de absorber toda el agua que caía y se acumulaba hasta por encima de las rodillas. No es que estuvieran fijos en el sitio esperando que llegara alguien, sino que cuando llegabas a esa zona, se lo pedías a cualquier bracero nigeriano, te pasaba con buena voluntad, eran unos trabajadores fantásticos. Cuando no encontrabas voluntarios, te sacabas los calcetines y con los zapatos en la mano ibas transitando en los cruces de la parte baja de la ciudad, la más cercana al mar.

Los primeros braceros que se trajeron para trabajar en Guinea eran krumanes, procedentes de Liberia. Muchos murieron en luchas con los nativos, especialmente porque hacían incursiones en los poblados bubis, y se llevaban a las mujeres, hasta que se unieron varios poblados para hacer frente a la mejor preparación de los invasores, dando lugar a una batalla con muchas muertes, que calmó los ánimos por las dos partes, aunque salieron malparados los krumanes. Los que sobrevivieron se dedicaron principalmente a trabajos de artesanía, o al comercio.

La segunda oleada de emigración vino de Sierra Leona; posteriormente, el Gobierno de España negoció con Níger, Camerún y otras zonas de África, pero siempre fracasó el tema por diversas causas, siendo la principal, que los nigerianos eran los más activos y menos problemáticos. A Liberia, ya desarrollada, no le interesó firmar un nuevo tratado de este tipo.

Había un barco pequeño que casi cada semana hacía el viaje a Nigeria para traer o llevar, entre 200 y 250 trabajadores. El barco salía por la tarde y llegaba a Calabar por la mañana y viceversa. Los pasajeros iban en las cubiertas, algunos especialmente al embarcar con rumbo a Nigeria hacían malabarismos, dado que se llevaban camas de hierro, máquinas de coser, y baúles, y no podían descuidarse de su vigilancia, para ello debían acarrearlo en un solo desplazamiento, yo creo que ahí está el origen del músculo negro, en su genética han grabado que tienen que llevar una cama de hierro y una máquina de coser, y el baúl en la cabeza, todavía les sobraba capacidad para al mismo tiempo fumarse un Camel, un Lucky, y sonreír con esa boca llena de dientes que tienen, que parece que Dios les ha dado el doble de hileras que nosotros, tal vez en su gen les han incluido un chip de tiburón.

Según el libro de la Iglesia en la Guinea Ecuatorial, del padre Tomás L. Pujadas, en 1862 se trajeron doscientos negros y mulatos cubanos contratados como braceros, y noventa deportados políticos, responsables del movimiento republicano-socialista andaluz de Loja e Híjar; de estos españoles, fallecieron casi la mitad de fiebre amarilla.

Es curioso, decíamos, que a los morenos no se les permitía adquirir bebidas sin permiso de la Policía. En el cine había dos zonas, una para la gente de color y otra para blancos ( para los desteñidos como dijo Casius Clay ), pero en realidad la situación era más difusa, ya que había una élite de color, gente con carrera o con dinero, que podía ir a los clubes de blancos, adquirir bebida como los blancos, e incluso eran socios del Casino, centro de la alta clase europea, alternando con nosotros y bailando con las blancas, aunque no era habitual que salieran con ellas. A su vez ellos tenían el de la élite negra, el club Fernandino, gobernado por los criós, la mayoría de ellos procedentes de Liberia y Nigeria, pero que habían hecho grandes fortunas en la isla, e incluso sus hijos habitualmente nacían en España, estudiando en las universidades de la Península. En su club podías tener problemas a veces por bailar con una morena, y la que bailaba con un blanco, la vetaban para próximas veces.



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