CHARLA EN LA UNIVERSIDAD DE BARCELONA. –
CAPÍTULO 6
Mis padres mi hermano Salvador y yo, el que tiene cara de pocos amigos.
Embarcamos
en el Dómine un barco mucho más grande que las golondrinas en las que había
montado alguna vez en el puerto de Barcelona, eran tantas novedades que no tuve
tiempo de marearme. Después de 25 días de viaje y de tocar un sin fin de
puertos, llegamos al atardecer a la costa de Santa Isabel, donde olía a humedad
y se vislumbraba una vegetación densa con árboles gigantescos como las ceibas.
Dado que el
muelle era un pequeño espigón, no se podía atracar de noche, así que tuvimos
que esperar hasta al amanecer. En aquellas latitudes el amanecer es como
encender o apagar una luz, en pocos
minutos de la plena oscuridad se pasa al radiante sol. Por la mañana tras un
atraque laborioso, subieron al barco un médico, y la autoridad gubernativa para
comprobar que llevábamos las vacunas pertinentes y el pasaporte , así como el permiso de trabajo, aquellos territorios pese a ser colonia
española, no se podía viajar sin
pasaporte y sin tener un contrato de trabajo,.
La llegada
del barco era un acontecimiento festivo mensual y a tal fin iba todo el mundo
al muelle a ver la llegada, bajaba la banda de música de la Guardia Colonial,
con su teniente Casaurrán al frente, y todo era un festejo, creo que hasta el
himno nacional lo bailaban los nativos, como salsa africana. Dice el dicho
africano que el blanco tiene el reloj y
el africano tiene el tiempo, quiere decir que disfrutan, que exprimen el gozo del
tiempo, contra nuestra costumbre de pautar el mismo, como si fuéramos
metrónomos de la vida.
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