RETROSPECTIVAS DE LA GUINEA CONTINENTAL V
Impresiones de un viaje al interior del Continente
El día 23 de marzo de 1909, a las 11,30 de la mañana salí de Elobey con dirección al río Oteche en la ballenera San Joaquín de la Misión.
A las 13, 30 doblamos punta Ndemba, a las 14,10 punta Botika sitio de la Misión francesa, a las 14,30 el puerto de Kogo y a las 14,50 dejamos atrás isla de Ngande, no sin haber contemplado el puerto militar y demás dependencias allí establecidas. A las 17 horas pudimos saltar a tierra en uno de los pueblos de la orilla del Otoche, en donde los Padres Misioneros de Elobey tienen una residencia provisional, mientras levantan una espaciosa reducción en un montecillo próximo. Al anochecer el reverendo Padre Feliciano Pérez, que hacia un mes moraba allí dirigió el santo rosario en pamue y cantó avemarías y varias coplillas en dicho idioma.
Cumplidos los deberes religiosos nos acostamos sobre las duras camas, claro que hubimos de despertarnos varias veces, por la dureza de las camas y la inoportuna visita de las molestas hormigas.
Desde un monte cercano se contemplaba la multitud de montecitos y ríos hasta la isla de Ngande, en varios de ellos se veía fuego producido por los pamues con el fin de desmontarlos y prepararlos para plantaciones de yuca, que es a lo que se dedican desde Navidad hasta Mayo, época por consiguiente poco oportuna para reclutar braceros para Fernando Póo.
Aproveché aquel día para mirar algunos pueblos pamues. Todos ellos son poco más o menos iguales y en todos se nota gran desproporción entre hombres y mujeres. El mayor número de estas es lo que da preponderancia y autoridad al pamue, cuyo único afán consiste en adquirir cuantas más mejor. Por esto, los jefes principales son los que disponen de más esclavas, ya que este es el oficio de la mujer entre los pamues. Para cada una de ellas tiene el hombre diferente casita, lo cual conviene tener presente para la reflexión que después apuntaré. Por la tarde quise subir río arriba para ver los rápidos del Otoche, así que me procuré un cayuco y haciendo equilibrios, me llevaron allí dos muchachos. Tres cuartos de hora costó la subida; y por el ruido de las aguas conocí que estaba llegando a los rápidos, que consisten en grandes pedruscos esparcidos por todo el cauce del río, en los que el agua con furia choca produciendo un ruido ensordecedor y una blanquísima espuma impide el paso de los cayucos, son como diminutas cascadas. Satisfecho de ver con mis ojos lo que tanto había oído decir, volví al anochecer a la choza.
Un poco sobresaltados estuvieron nuestros marineros aquella noche por los rumores de una posible guerra con otro pueblo, por la palabra que se tenía sobre una mujer, se decía que cada hombre tenía el encargo de matar uno del pueblo o familia contrarios, y para ello estaban en el bosque a fin de atisbar y cumplir su cometido.
Amaneció el día 25, y después de despedirnos embarcamos en el bote para regresar a Elobey, como no quería soplar la brisa, los marineros se hubieron de resignar a remar y nosotros tener paciencia para estar todo el día en la ballenera. Cerca ya de Ngande, izamos las velas para aprovechar el viento aunque contrario. Con este viento adelantamos mucho, ya que la marea nos era favorable, gracias a ello nos aproximamos tanto a Elobey, que parecía seguro que en media hora íbamos a llegar, pero de repente cambió la marea y nuestra ballenera comenzó a ser arrastrada hacia atrás a pesar de los esfuerzos de los remadores que hacían lo imposible para adelantar. No hubo más remedio que fondear en las playas próximas del territorio francés y esperar unas seis horas que cambiase la marea.
Después de una larga espera, de un incidente con un gabonés y un fuerte aguacero llegamos a Elobey.
Antes de cerrar estas desaliñadas impresiones pláceme consignar el efecto que en mi produjeron los habitantes del Muni. Entre ellos apenas hay rastro de dominación española ni se cuidan para nada de Autoridades españolas. Si han de hacer una guerra, si han de efectuar una muerte, no se les ocurre siquiera presentarse a las Autoridades españolas para entablar la queja o el motivo. Tienen un concepto bajo de los españoles y nos tienen por cobardes y miedosos, que no somos capaces de castigar sus fechorías, así como a los franceses y alemanes los tienen por valientes. Hay muchísimos jefes del río y fuera del río que cobran del Estado español, e ignoran ellos mismos por qué cobran, pues nada hacen de provecho por España.
Entre nosotros pasa no pocas veces que un comandante de puesto o un subgobernador llama a un jefe y éste, si le parece bien, obedece, y si no le parece bien se queda tranquilo en el bosque.
Tuve ocasión de ver hombres robustísimos y bastante numerosos cuyo trabajo en las fincas de Fernando Póo haría prosperar el trabajo.¿ Con lo escasos de braceros, como no los aprovechamos? La mayor parte de ellos cuando se les propone esa idea, se ríen sarcásticamente y señalando algún miserable del pueblo, dicen: que vaya éste. Y es que el sueño dorado del pamue es la adquisición de muchas mujeres, teniendo las cuales puede vivir sin trabajar y sin tener que hacer otra cosa que dormir, estirarse y dar un paseo con su escopeta al hombro. Ahora bien, como estando en el río tienen más facilidad de comprar mujeres, pues con dos o tres días de buscar goma (caucho) sacan lo que ganarían en Fernando Póo en varios meses, ¿ Quien les hace salir del bosque? Más no se sacia su apetito de tener mujeres, conozco jefe bien retribuido por España que posee ya más de 20, sin que por esto diga basta.
Una solución en parte al problema sería:
Como hemos dicho atrás, para cada mujer hace el hombre una choza aparte, o por lo menos separada con tabiques, que paguen un tanto por cada vivienda por trimestre o cada año. Así al propio tiempo que se estorba algo ese indigno tráfico, habrá un ingreso para el Tesoro nacional y mayor posibilidad de braceros.
Marcos Ajuria C.M.F. Elobey 10 abril 1909
MI COMENTARIO
El padre Marcos que habitualmente residía en Fernando Póo, estaba obsesionado con la falta de mano de obra en la isla, cuyas nuevas plantaciones de cacao y café se pudrían en los árboles, al dejar de fluir la mano de obra que hasta entonces había fluido desde Libería ( krumanes), posiblemente las plantaciones de la misma Misión en Banapá sufrían ese problema.
También se observa claramente que los pocos funcionarios españoles que estaban destinados en el Continente y los llamados Administradores que eran militares, no podían ni gestionar y ni mucho menos controlar una zona tan amplia y tan mal comunicada como era el territorio del Muni.
Fernando el Africano Algete 24 de octubre de 2011.
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