martes, 3 de julio de 2012

FERNANDO EL AFRICANO-NOVELA-XXIV

                                                      EL INSTITUTO COLONIAL


                                                       «RAMIRO DE MAETZU»


En la isla lo pasábamos muy bien e íbamos creciendo. En 1943 inauguraron el Instituto Colonial, en los edificios que cedieron en parte los misioneros, en la misma Plaza de España, consiguiendo de esta forma compartir zonas comunes con los indígenas internos, tales como el patio recreativo, aseos. El instituto dependía del Ramiro Maeztu de Madrid, de donde venían los libros de notas convalidados, se podían cursar el ingreso y los siete años de Bachillerato, pero el famoso examen de Estado, se debía ir a efectuarlo a alguna Universidad española, por lo que como en los primeros tiempos no existía la vía aérea, y el barco tardaba casi un mes, era algo complicado el examinarse ese mismo año de terminar el séptimo curso, así que algunos coloniales de economía reducida, no podían enviar a su hijo un año a la Península dado su costo.

Tuvimos suerte de que viniera un gobernador que tenía muchos hijos. Por ello en parte creó el Instituto, para que no perdieran curso, o tal vez ese apremio le dio la idea de la necesidad. El primer año de su inauguración hice el ingreso y en 1944 empecé el bachillerato. Éramos 11 blancos y 10 nativos. Entre los nombres de aquella primera generación, estaban los hermanos Dougan, Teofilo, Mariana, Jorge, los Jones Gerardo y Adolfo, un mulato llamado Classen, los hermanos Sánchez Monge, los hermanos Montes, estaban Juanita Alcaide, Luis Báguena, Paquita Lopes-Monis, Rogelio Mbulito y Manuel Kombe, quien influyó mucho en mi vida. Fue una maravillosa persona, llegando a ser director del Hospital General con Macías. Asesinado por orden del mismo, era natural de la bella isla de Corisco, cuyas playas son de blanca arena, donde se ubicaron los mayores traficantes de esclavos de esa zona, bien holandeses bien portugueses, pese a ser una isla muy pequeña rodeada de islotes y con vestigios del paso de diferentes civilizaciones. Sus habitantes son de tribu benga, e igual que dicen que las mujeres de Corisco son las más bellas de África, Manuel era un joven muy agraciado, hábil y serio. Cuando yo quería competir con él en deporte, estudios o lo que fuere, siempre me vencía, salvo en Geografía e historia lo que me daba mucha rabia, pero seguía admirándolo.

Cuenta la leyenda que los bengas cansados de luchar huyeron desde la sábana africana hacia la costa, hasta llegar a un río que no se aventuraron a cruzar. Un día una mujer de la tribu que estaba embarazada persiguió a un antílope hasta que observó que cruzaba el río por una parte llena de cañas y que no cubría, lo que animó a la tribu a seguir ese paso guiados por su rey Bosendje , los caudales del Sanagá y el río Campo, donde decidieron establecerse dada la cantidad de peces y tortugas de la zona que les obligó a inventar el famoso y enorme arpón “pogo”.

El director del flamante Instituto se llamaba José Montenegro, era bajito con el pelo cepillo y además compaginaba el cargo con el de director de la Biblioteca Pública de la Isla. Le gustaba atizar con la regla en la mano, tal vez para compensar su baja estatura y cuando nos ponía en fila para ejercer su autoridad, a veces se quedaba con las ganas, ya que en su ausencia habíamos partido la regla y la pegábamos con un poco de cola, de tal manera que en el momento de entrar en contacto con la palma de la mano, se quedaba con una mitad y la otra caía al suelo para su desgracia, lo que le hacía enfurecerse, y cogía otra regla, pero volvía a pasarle lo mismo. Para no hacer más es ridículo nos castigaba de cara a la pared toda la clase, lo que aprovechábamos para intentar ligar con las “niñas”, ya que nos ponía juntos, y él se iba a secretaría. Dentro de todo no era mal profesor pero en eso se pasaba, y actuaba como el gran dictador. Con el tiempo cincuenta años más tarde me he casado con la hija de una prima suya.- la vida que sorpresas nos da- A veces con los borradores de la pizarra entablábamos una batalla entre clase y clase, con el agravante que alguna almohadilla cruzando la ventana había golpeado a algún profesor que aparecía al oír tanto alboroto. Independiente de cómo le quedaba el traje. Las quejas eran sonadas, pero al no descubrir el responsable se acumulaban los castigos en bloque.

Como todos íbamos de blanco inmaculado al colegio, y el barro era habitual en los patios de recreo. Siempre terminaba uno con el tampón marcado de una pelota llena de fango. En aquel momento salía mi vena fenicia, y por un precio módico, utilizaba una tiza para ocultar su mancha mojando su punta con mi saliva sobrepasando la mancha se iba ocultando a medida que se secaba, al desaparecer la huella del “delito”, garantizaba a no ser castigado al llegar a casa. Ello nos obligaba que al “boy” lo teníamos sobornado para meter a lavar inmediatamente la ropa al llegar a casa, sin que hubiera constancia de que en vez de estudiar nos dedicábamos a jugar al fútbol. Nuestros padres pensaban que el deporte era malo para nuestra salud en un clima tan hostil, y el profesorado que en mayoría era misionero, consideraban que en esos recreos debíamos dedicar nuestro tiempo en orar para santificar nuestra alma pecadora y evitar las tentaciones, pero nosotros pensábamos que para santificar el alma tendríamos muchos años y en cambio las “tentaciones” ¡ estaban tan ricas!, y no estábamos dispuestos a alterar la cronología del dilema. Había varios maestros sacerdotes, Roca, Mansueto, y especial cariño cogí al padre F. Manuel Pérez, un hombre excepcional que nos enseñaba religión y me llevaba de monaguillo a la catedral; cantaba y tocaba el órgano maravillosamente. Creo que había sido organista en Notre Dame de París. Escribió una Pasión del señor en verso, de los cuales todavía recuerdo parte. Su primera representación en los escenarios de Guinea, se celebró en un antiguo cine medio abandonado, cuyo local de madera frente al bar los Polos, había sido de un tal Veiga, fue la semilla para nuestra agrupación teatral, que comento en otra parte de esta historia. Bajo su batuta se formó un coro, donde en los solos destacaba como tenor mi padre y como bajo Ramón Ventosa, ello trajo que la Misa de doce del domingo estuviera la Catedral repleta y a la salida las mujeres lucieran sus mejores galas y a sus maridos; aunque los ojos de estos a veces se perdían entre los pliegues de los vestidos de las jovencitas nativas, que se cimbreaban luciendo bajo sus telas de fuertes colores, atributos generosos donde sus pechos como las torres de la catedral apuntaban al cielo (¡ sería su fervor religioso!)

En el Instituto cada año se organizaba una excursión a lugares destacados de la Isla, el segundo año nos llevaron a la finca Aleñá cerca de punta Cabras, en cuyas playas se perfilaba la isla de los Loros, en aquellas arenas donde las olas con suavidad acariciaban la costa, nos podíamos bañar sin peligro dado que el nivel del agua ascendía muy lentamente con lo que entre el miedo que nos daba y las advertencias a gritos de los profesores no había peligro de ninguna índole. Nuestro entretenimiento consistía en intentar mover los enormes troncos que estaban varados en la playa y convertirlos en embarcaciones, en recoger las ingentes cantidades de crustáceos enterrados en la arena y el ver volar muchos pájaros que iban a refugiarse a la cercana Isla de los Loros, cuyos habitantes que daban el nombre a la misma pasaban en bandadas sobre nuestras cabezas con ruido y estrépito, tal vez para advertirnos que ese territorio era suyo. En la terraza de la finca nos invitaron a comer pollo asado, yuca frita y todo tipo de fruta tropical, los mayores antes de la comida tomaban un salto, que consistía en soda ,hielo y brandy, salvo que en esta ocasión lo servían dentro de un coco, mezclando el agua dulce de un coco tierno, la efervescencia de la soda y el alcohol del brandy. Los “niños” volvimos a casa algo más tostados cada vez equiparando más nuestro color a los nativos, muy cansados pero contentos de aquella excursión en colectividad que ayudó a conocernos mejor los diferentes cursos del Bachiller desde primero al séptimo.

Fernando García Gimeno   Barcelona a 3 de julio 2012

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Soy la hija de Manuel Kombe e Irene, muy emocionada y orgullosa que se le recuerde con tanto cariño. Muchas gracias y un fuerte abrazo.

Merche

Unknown dijo...

Yo soy hija de rogelio mbulito es tdo un alago para mi poder leer esta novela