miércoles, 4 de julio de 2012

FERNANDO EL AFRICANO-NOVELA-XXV


 Excursión a Likomba( Camerún Inglés) a jugar a fútbol

                          NUEVA CASA

             En estos años, habíamos iniciado nuestra primera casa en unos barracones de chapa, luego pasamos a unas casas como si fueran chales adosados, que se encontraban detrás de la factoría del Barato, propiedad del libanés Nauffal donde al no caber todos, dormíamos solos mi hermano y yo, haciendo vida y noche mis padres en una habitación anexa a los comedores habilitados para los nativos y las tropas en un local justo frente al Barato. Pasados unos años al final volvimos a reunirnos en una casa de mayor superficie, nos mudamos a una casa de dos plantas, en cuya parte baja de cemento vivía la propietaria, nosotros habitábamos la parte alta y nos correspondía un barracón en la parte baja, además de un cuarto que daba a la avenida Beecroft, local que mi madre abrió como factoría, en el barracón independiente se instaló nuestro cocinero nigeriano Nelson que dirigía los fogones como el almirante debió controlar sus naves, lo único que había que vigilarle la despensa donde se guardaba la bebida, ya que cada vez que abría sus puertas celebraba el acontecimiento con un largo trago de Veterano, o Tres Cepas. Tal vez debido a su nombre militar, daba boato a todos los actos que celebraba, lo malo es que su ceremonial le obligaba algunos días a retirarse antes de terminar la comida, con la excusa de que le dolía la tripa. A la vivienda, mediante largas conversaciones amenizadas por el pequeño incremento del alquiler y algunos obsequios de vino y licores, se le adjudicó el derecho de usufructo de un jardín donde en  parte de él, se construyó un gallinero para nuestro uso y beneficio de algún desaprensivo vecino. En estas conversaciones como abogado defensor de la propietaria intervino el nunca bien ponderado de su hijo José. 
 La propietaria Gabriela Bueko, tenía dos hijos, Gustavo y José, este último se dedicaba a escribir cartas pidiendo ayudas económicas , o instancias al Gobierno, con un estilo único; era tanta su aceptación, que los clientes para que les escribiera cartas tenían que hacer colas. Montaba una mesa de despacho y su silla debajo de la sombra de un enorme mango, redactando con su pulida letra y su dominio del halago cartas, instancias, solicitudes, pésames y lo que le echaran. Contaba con una especie de secretario que pausadamente seleccionaba los clientes por su importancia y se encargaba de cobrar bajo la atenta mirada de José, que por si acaso no perdía ripio. En cuanto bebía unas copas de más, lanzaba discursos políticos con gestos y ademanes dignos de admirar, a la par que agitaba unas hojas de nipa con las que se abanicaba de los calores y sofocos del clima y de los efectos del don Veterano, su más fiel oidor era el frondoso mango, que lo escuchaba sin mover una rama. Debajo del mango, además de hacer la vida diaria, servía de comedor y cocina tipo barbacoa para los muchos amigos y familia que venían a visitarlos, llegando los efluvios de sus picantes y aceites a nuestras pituitarias, que detectaban los platos de sardinas (Eraldo), las sopas de verdura como el bocaho, o las rosquillas (Chin-Chin) que hacían en formas y tamaños dispares, y que Gabriela siempre muy atenta pero muy levantisca, cuando deseaba un buen regalo, nos subía una fuente de ellas con la seguridad de que mi madre, le daría un buen premio en dinero, latas de sardinas u otros alimentos que no le daba corte solicitarlos, con la seguridad de que mi madre ni lo tomaría a mal, ni se lo negaría. En justa correspondencia cuando alborotaban mucho en el patio, mi madre le llamaba al orden y Gabriela imponía su autoridad, con gritos y con un bastón que agitaba con energía de matriarca de la zona y que más de uno, había probado su consistencia y la calidad de su madera en sus espaldas.
 
El hermano de José, Gustavo Watson vino años más tarde casado con una blanca y con su título de doctor en medicina. Trabajó en la redacción de la Constitución de Guinea como nación, para defender el pueblo bubi e intentar la independencia separada de la parte continental, teniendo cargos importantes y muriendo como todo lo que olía a intelectual en manos del asesino Macías, malhechor al que permitió la ONU llegar al poder y destruir una nación, en aras de la libertad para los pueblos africanos.

En esa casa vivimos nosotros veinte años en la parte alta, que era de madera. Mi hermano y yo teníamos una habitación conjunta cuya ventana daba a un hermoso mango, cuyas ramas se empeñaban en meterse por nuestra ventana de rejillas de madera y contraventana  de tela metálica como protección para los mosquitos y bichos que permitía pasar la luz pero no los bichos, si se tenía cerrada, aunque la verdad en el transcurso de nuestra estancia en esas paredes, los únicos animales que no entraron fueron los elefantes, unas veces se encontraban arañas peludas, otras ciempiés, y en algún caso alguna serpiente viajera. En las épocas de lluvia cuando se inundaba algún termitero, o tal vez por un proceso de protección a las hormigas les crecían alas, y atraídas por la luz de una vivienda, inundaban nuestros espacios, y llegaban a colapsar la poca luz que salía de un quinqué o de una lámpara de bosque. Cuando teníamos la suerte de tener luz eléctrica, apagábamos la de la casa y visitaban las farolas callejeras, hasta que se escuchaba el chirriar de quemarse a miles al calor desprendido de la bombilla del farol. En realidad las casas en Guinea pocas tenían cristales, y repasando en mi memoria no recuerdo ninguna cristalería salvo Muñoz y Gala, que era una ferretería que vendían hasta mobiliario. En las ramas del frutal dormían algunas decenas de gallinas de las que criaba mi madre, volando como pájaros al no recortarles las alas, escapándose del gallinero tras reiterados intentos fallidos, sobrepasando las paredes de tela metálica de unos tres metros de altura como máximo, aunque la mayoría de disidentes era debido a que no se habían recogido a tiempo. El gallinero se abría por las mañanas para que las gallinas buscaran su propio alimento; luego por la tarde se les llamaba con el repicar de una campana y con algo de maíz como cebo para recogerse por la noche para cerrar con candado el corral. Algunas no hacían caso a las llamadas, tal vez por estar dentro del cuerpo fusiforme de una serpiente, que la había engullido como si se tratara de un cacahuete; otras terminaban en la olla de algún nativo, y hasta a veces mi madre compraba algunas de sus propias gallinas al listillo que las había capturado por la noche durmiendo en el árbol; pero eso entraba dentro de las reglas del juego no escritas pero sí aceptadas entre indígenas y europeos, en las que el robo se toleraba en unas escalas de baja intensidad, consideradas normales. El problema es que a veces iban incrementando ese pequeño hurto, hasta que sonaba la señal de alarma y el perjudicado se molestaba, ya que no había varemos para los topes autorizados por ninguna de las partes. ¿Dónde estaba el límite para protestar o tomar medidas contra el que se beneficiaba de tu patrimonio?. Tal vez por esa política de la apropiación indebida     algunos  líderes africanos han expoliado a sus pueblos. Es posible que los blancos”· tenemos en general la mesura del robo y conocemos hasta donde se puede robar sin escándalo, tras muchos años de experiencia en el robo, y los africanos no conocen ese control de pesas y medidas, ya que su vida nómada consistía en llegar a una zona, y acomodarse en ese territorio, pasando todo el entorno a propiedad de la tribu, y defendiendo o expoliando el territorio si fuera menester. Siempre hay excepciones tanto en uno como en otros, por eso en Europa hay ladrones en la cárcel, que no han sabido valorar los límites.

La política del criado, normalmente nigeriano, consistía en que, por ejemplo, te robaba una camisa, si no protestabas, robaba dos la próxima vez; a la tercera vez, cuatro, siempre con la idea de que estabas aceptando el hurto, o que no te dabas cuenta, hasta que un día, al ir a buscar para ponerte una de tus treinta camisas, te encontrabas que no tenías ninguna. El problema se arreglaba montándolo en el coche e ir a registrar su casa, donde uno siempre tenía la sorpresa de encontrar, además de las camisas, mil y un objetos olvidados desaparecidos del hogar, un reloj que no se usaba, un candelabro de familia, una cazuela heredada, unos prismáticos en desuso. Lógicamente, después de la bronca correspondiente, el trabajador seguía en tu casa, ya que era un trabajador eficiente, adaptado a tu sistema y de fiar en los límites africanos. Si no funcionaba, era un hombre de “mala cabeza” como decían los nativos. Habrá que considerar que esa apropiación entraría como un sobresueldo para compensar la diferencia enorme que existía entre el sueldo de un blanco que en muchos casos era un simple oficinista y el de un negro que ejercía una profesión , como lavandero, cocinero, chofer etc. Y representaba una quinta parte del sueldo de ese europeo.  

Generalmente en los poblados o en los caminos el negro actúa un poco como el gallego, que si le preguntas no sabes si va o viene, unos piensan que es ingenuidad o precaución, pero tal vez sea la sutileza africana al pensar que el blanco pregunta para expoliar, para aprovecharse.  Desconocen en muchos casos la previsión pero tienen perfeccionada la improvisación. La realidad es que en un país tan pequeño no hay secretos, por lo que mentir es distraer el tiempo, la verdad, la franqueza es necesidad, no hay puertas cerrada, en una región que no se cierran las puertas de las casas y que el aire circula como las noticias a velocidad de tornado tropical, sus remolinos arrastran las noticias que intentan agazaparse en los resquicios. El fondo de la cuestión es que para el africano en general, el dinero es un medio, para disfrutar el momento, sin preocuparse del incierto mañana, así que hay que gastar lo que se tenga para no ser nunca el muerto más rico, sino el hombre que ha gastado más. A mi me pasó que hasta que no volví a Europa, no me enteré de que existen las palabras : ahorro y previsión. Como me decía mi amigo Luis Maho, de blanco solo tengo la piel, y esta la tengo curtida por mil soles y los tatuajes de cien heridas.

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