jueves, 5 de julio de 2012

FERNANDO EL AFRICANO-NOVELA-XXVI







LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL LLEGA A GUINEA


En 1943 o principios de 1944, el Gobierno de España, entendiendo que la isla podía ser ocupada por los ingleses para hacer una base de abastecimiento de los barcos que patrullaban el Atlántico, y también para evitar que en el puerto natural que era la bahía se refugiaran submarinos alemanes, o como se dio el caso, de que se llevaron los ingleses un transporte de otra nacionalidad que estaba atracado en el puerto, el Duquesa de Aosta, destinó dos compañías de tropa para proteger la isla, una de ellas eran los Tambores de Ifni, moros la mayoría, y el que en una población tan reducida como la isla llegaran mil y pico de militares, se notó. Anteriormente los únicos militares que había en la isla era la Guardia Colonial nativa, con oficiales blancos pertenecientes en la mayoría de casos al ejército español. Este cuerpo sustitución de las fuerzas de infantería de marina que desde 1869 guardaban aquellas tierras, como tal Guardia Colonial fue creado por reglamento aprobado el 12 de Diciembre de 1907; posteriormente se tomó la iniciativa de volver a la costumbre que existía en otros tiempos, de tener permanentemente un cañonero o fragata de guerra con base en el puerto, que dio lugar a casos curiosos, como por ejemplo que unos marineros de una dotación nueva llegada a esas tierras, al ver que todo el mundo pagaba con el consabido vale, se fueron al campo hausa y se acostaron con unas nativas, y a la hora de pagar les extendieron un documento que decía: Vale por un chiqui-chiqui (en castellano :coito, polvo), y éstas al día siguiente fueron al cañonero Dato anclado en el puerto, entregando el documento al oficial de guardia con la sana idea de cobrar sus servicios profesionales.

El comandante al que le contaron la historia, en su fuero interno, se estaría carcajeando, pero por fuera, adoptó una postura de seriedad, y de evitar precedentes , así que estimó que era necesario castigar ejemplarmente a los culpables, y a tal fin con gran solemnidad, hizo formar a toda la tripulación para que ellas reconocieran a los ingeniosos. Cuentan que al verlos con el uniforme blanco todos formados en cubierta, fueron pausadamente mirando uno a uno a todos aquellos blancos que así vestidos parecían gotas de agua, los encontraron a todos iguales, y tomaron la decisión de escoger a tres de ellos, que no habían intervenido en el asunto, pero que pagaron, nunca mejor dicho, justos por pecadores. Tal vez los hubieran conocido en sus partes íntimas, pero no era cosa de poner todos los marinos en pelotas, cuadrados y saludando a su comandante.

A los soldados traídos para reforzar el dispositivo de defensa y protección de la isla los alojaron en unos cuarteles establecidos en los locales en Punta Cristina, en la misma capital; pero ello presentaba muchos problemas, tanto para la población indígena que observaba comportamientos no muy correctos para la idea que tenían de los blancos, como incluso para la población blanca con pequeños enfrentamientos, altercados y mala imagen, aunque esto en menor medida.

El mayor problema era la salud, al vivir en condiciones no recomendables en un país tropical, tales como temperatura alta en las viviendas habilitadas en barracones cuyo techo era chapa de zinc, mal ventilados, que pertenecían a los almacenes de Obras Públicas, sin mosquiteros en los dormitorios, ni cristales en las ventanas, donde por las noches eran cosidos a mordiscos de los insectos, ya que en Guinea los mosquitos no pican, muerden. Murieron muchos de enfermedades tropicales y accidentes con los camiones, el Gobierno de la isla optó por levantar un campamento cuartel en Musola, donde había existido una especie de balneario del que se conservaban las estructuras, en una zona tranquila a quinientos metros de altitud sobre el nivel del mar, básicamente porque a ese nivel la vida era más saludable y además al estar aislados en esa zona, no presentaban problemas con los nativos, especialmente en el tema de mujeres. A esa zona se destinó el grueso de la tropa, y en los barracones descritos, quedó una especie de reten de guardia. Imagínense a trescientos o cuatrocientos soldados que después de arriar la bandera los sueltan en manada y se dirigen al Campo Yaundé donde viven unas setecientas u ochocientas mujeres, de las cuales la mitad como máximo están en edad de merecer. Eso era una batalla entre los soldados y los varones de ese barrio, y aunque la sangre no llegara al río, era motivos de peleas, luchas y cultivo de peores frutos. Los militares musulmanes edificaron el primer y único cementerio de su religión que hubo en la isla, junto a los barracones de la tropa en Musola, rodeado de una tapia y con almenas a los lados como si fuera un pequeño castillo.

Mi madre regentaba un restaurante para negros, y mis tías Cloti y Antonia los otros dos que había en la ciudad. Dado que las tropas empezaron a venir a comer a estos restaurantes y el gobierno no deseaba mezclar a la tropa con el restaurante para nigerianos, evitando roces, mi madre puso otro comedor separado para militares, aunque en realidad el negocio era de un tal Girons y mis padres trabajaban doce horas y cobraban como una. Me llamó mucho la atención de que los moros, si íbamos a darles pollo, mandaban a un oficial o persona muy determinada, que entraba en el gallinero, y él personalmente mataba al animal degollándolo, dejándolo sangrar por el pescuezo, aquello a mi corta edad me impresionaba mucho, ya de mayor he sabido las razones del ceremonial tan estricto. Estos comedores para nativos que por un precio módico creo que una peseta, podían adquirir comida en sus desplazamientos a la capital de la isla, donde se celebraban todos los contratos y liquidaciones laborales fueron cerrados por orden gubernativa, para dárselos a una morena de origen nigeriano, por motivos muy extraños, ya que ella lo solicitó al Gobierno con la excusa de que un blanco no debía tener ese tipo de negocio en el que el blanco era el sirviente del negro y ella lo llevaría con mejor calidad de comida y servicio, pero, en realidad, pensando que iba a ganar mucho dinero. Cuando al cabo de unos meses cerró el restaurante en vista de que era un mal negocio con mucho sacrificio personal, sus paisanos se quedaron sin comedores en la isla, de lo que se deduce que el trabajador siempre sale jodido cuando se toman medidas drásticas para beneficiarlo. Hay que meditar las cosas, y oír a las dos partes. Existían otros restaurantes indígenas pero estos estaban normalmente ubicados fuera del centro de la ciudad, en los barrios de Yaundé o San Fernando. 

Independientemente de que el Gobierno español, cada vez que tomaba una medida pensando favorecer a los negros lo hacía al contrario de la lógica, como siempre a lo largo de la historia sin analizar el tema o asesorarse con personas experimentadas. En cuanto llegaban a la isla los gobernadores, más bien virreyes y veían el poder que ostentaban y lo lejos que estaba el Gobierno central para controlarlos, se desmandaban, tal vez pensando que lo hacían bien, pero en muchos casos con los calores les entraba la diarrea mental. (Una que piensas una que…), como en todo ha habido personas que han desarrollado su labor maravillosamente e incluso han sucumbido a enfermedades mortales conscientes de su sacrificio. Dicen que la excepción confirma la regla y nunca mejor dicho en este caso.

Varias veces los oficiales de las tropas destacadas en Guinea me llevaron con sus camiones a Musola, para que conociera el campamento precioso que hicieron de barracones de hierro y madera, pintados de verde, levantados sobre el suelo con pilares, para evitar humedades y bichos, especialmente reptiles, se aprovechó algunas edificaciones que habían sido el efímero sanatorio de esa zona.  También me llevaron a ver las aguas sulfurosas que había cerca en Mioko, que salían calientes a burbujas del subsuelo, aguas que en su tiempo los misioneros montaron una fábrica de embotellado de las aguas medicinales, cuya carga trasladaban a lomos de un burro hasta la bahía de Concepción, siendo allí embarcada en un bote de la misión con destino a Santa Isabel. Esas aguas : con sus emanaciones de gases sulfurosos, la niebla propia de esa región, algunos animales muertos en sus cercanías, la fetidez de la zona me produjeron la sensación de estar en el vestíbulo del Infierno, hasta que observé que con un  vaso bebían de sus aguas y no se quemaban, me hicieron catar el líquido y no me agradó, pero decían era muy bueno para la salud. No me atreví a acercarme al borde de aquel pequeño estanque de amarilla tonalidad, pero me quedé más tranquilo cuando emprendimos el retorno a Musola.

Una parte del recorrido hasta la playa de la actual Riaba, todavía conserva el nombre, como “la Cuesta de los Burros”. Se cerró por no ser rentable su comercialización, en parte dada la escasa población blanca de aquellos tiempos, y ser  oneroso el acarreo de la mercancía. Por ser tan buena zona para tal fin, había sido utilizada la misma como balneario, con sus aguas medicinales y termales cercanas. Su clima, que obligaba a dormir con manta por la noche o por lo menos arropado, era apreciado por los colonos al llegar y tener esa sensación tan dispar a los calores de la capital. El único inconveniente era la niebla; en las primeras horas del día y a partir de las seis de la tarde, caía una intensa niebla que iba descendiendo desde el valle de Moka al de Musola, cubriendo toda la extensión con su manto húmedo y tenebroso, invitando a refugiarse en los barracones militares. Esa región es muy abundante en lluvias y en torrentes caudalosos, por ello cerca se instaló una central eléctrica que proporcionaba luz a Santa Isabel.

Existen muchas tradiciones en los pueblos de la zona, que el  espíritu de sus aguas, curaban enfermedades, tanto es así que en la viruela de 1921, los bubis de Moka estaban seguros de que la epidemia no podía pasar, ya que Bioko, les garantizó que les defendería de esa plaga.
Hay muchos manantiales de aguas minerales en la Isla, en Riaca, otras cerca de Baney, y los aborígenes  conocen su aplicación, pero la atribuyen al poder que le confieren los espíritus y el agua solo pertenece a parte del ceremonial sin apreciar su valor intrínseco.
 
Recuerdo un bolero o habanera muy conocido que cantaban los soldados que estaban destacados en Fernando Poo. Estas son estrofas de la canción:

Zarpamos con el Simancas con rumbo a Fernando Poo
Con alegría y optimismo por llegar al Ecuador
Atracamos por la tarde, se observó la capital
Cual murallas defensoras que se alzaban en la Catedral
Te lo juro y no te miento, te lo juro y no te miento
Vente para la Guineita y te volverás loco al momento

Allí entre casas de nipa tenemos que convivir
Con los mosquitos, bichos raros monos y titís

Te lo juro y no te miento, te lo juro y no te miento
Vente para la Guineita y te volverás loco al momento

Aquellas chicas de España, ya no las podré contemplar
Y a cambio de una mininga me tendré que conformar

Te lo juro…


Fernando García Gimeno     Barcelona a  5 de julio 2012

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