martes, 25 de septiembre de 2012

FERNANDO EL AFRICANO- NOVELA CAPÍTULO XLII


                                                                    
                                               Mercado en una calle concurrida de Bata

En Mikomeseng para internarse en la selva salía con los cazadores profesionales, dado lo peligroso de la zona. En este territorio había un centro de adaptación de animales salvajes, que se vendían a los zoológicos de todo el mundo; lo regentaban los hermanos Lasaleta, uno de ellos murió de la mordedura de una serpiente venenosa que tenían en cautividad. Otto Krohnert famoso cazador era visitante asiduo de la zona.


En el poblado de Niefang- Esa palabra significa el límite de los fang, quiere decir que durante muchos años esa era la frontera de esa tribu en su expansión hacía el mar- había una de las zonas con más gorilas de África, tuve la oportunidad de verlos varias veces en el bosque, desde cierta distancia. Los cazadores decían que habitualmente eran pacíficos como todos los animales, que sólo atacan como principio cuando se ven amenazados, cuando tienen hambre o cuando están en celo. Hablando de gorilas no puedo menos de transcribir algunos comentarios extraídos del libro de Emilio Guinea, titulado En el País de los Pamues. Cuenta una aventura en el poblado de Nsok (elefante) – Para el pámue el gorila es el hombre del bosque, valiente decidido,, que no quiere saber nada de chozas ni de las demás zarandajas que precisa la debilidad del hombre para vivir. A tal grado llega la veneración del indígena por el hombre del bosque, que uno de los ritos más interesantes de su religión primitiva es el culto del “ngui” (gorila),formando sectas cuyo nombre genérico es evú, que deben guardar los secretos en muchos casos bajo pena de muerte, a cuyo fin tienen los brujos (nlen) quienes controlan la voluntad colectiva, el poder de vida o muerte de sus miembros. Al toque del akú ( cuerno)en otros tiempos anunciaban festín de carne humana en una noche de luna llena, donde la simulación del canto del buho confirmaba la seguridad de que se sacrificaría una vida humana, que en muchos casos para ser miembro de la secta se tenía que aportar.

Pero además la malicia de los indígenas les hace decir que el hombre del bosque (gorila), sabe hablar tan bien como tú y como yo, pero que no quiere hablar porque entonces el blanco cogería al hombre del bosque y le llevaría de bracero a su finca para trabajar, y desde luego que buenos resultados obtendría si empleara su potencia para ello. Igual que hemos logrado que animales agresivos como el búfalo o animales impresionantes como el elefante actúen en labores agrícolas para nuestro beneficio, que se podría lograr con una brigada forestal de gorilas, cuya inteligencia se presume superior a la del búfalo o la del elefante, tal vez por eso se niegan a trabajar, y disimulan que no hablan y no nos entienden. El día que se establezca de verdad una democracia en el mundo, podemos tener la sorpresa de que se presenten como partido político, Gorilas para la Democracia.

El corazón y otras vísceras nobles de la caza del gorila, son para el valiente cazador que sabía jugarse la vida sin pestañear, y los demás miembros y trozos de carne a los diversos habitantes del poblado, según su importancia y categoría. Únicamente las gentes jóvenes tenían prohibido comer carne de gorila, que es muy parecida a la del hombre. Aquí tenemos otra de las razones que explica el origen del canibalismo.

Todo ello tiene una justificación en muchos pueblos primitivos, en que se suponía que comiendo la carne de un hombre se heredaban los virtudes, especialmente de lo que se comiera, de su cerebro la inteligencia, de su brazo, la fuerza, de su corazón el valor. Así de un gorila se transmitía su fuerza y valor. Esa técnica que con un objeto, una comida o una serie de amuletos introducidos dentro de una bolsa, se consiguen resultados óptimos para el que los solicita, es lo que se denomina “biang”( el biang es tanto el objeto como la fuerza oculta), como un diente de una persona, el pelo, las uñas, tienen algo de ese ser, como una prolongación de su personalidad, de su cuerpo, de su espíritu. Para el fang el alma es la sombra del individuo el –nsisim- , pero cuando muere el cuerpo nyol esa sombra habita o se identifica con los objetos de su entorno y con sus restos en lo que llaman nkon ( bekon en plural). Para que obtenga un resultado satisfactorio del biang, deben cumplirse unos ritos, unas fórmulas, a veces ciertas danzas con un ritmo determinado, por ejemplo imitando el ruido del viento, la velocidad de un leopardo, etc. Cuando no se obtiene el resultado apetecido siempre se puede echar la culpa al individuo que se habrá saltado alguna de las prohibiciones exigidas, tales como no beber alcohol esos días, no practicar relaciones sexuales, o no atender con la suficiente generosidad al hechicero ( ntoo-biang). Eso no tiene nada que ver con los conjuros negativos que provocan desgracias, y que esos maleficios pueden no solo ser hacia un individuo sino a todo un poblado, con lo que los grupos están siempre sometidos a esos ndven, de tal forma que puede obligarse a mudar de territorio para evitarlo si las formulas o antídotos mágicos no dan resultado.

Algunos días íbamos a la leprosería, en cuyo bosque se podía cazar con perro. Mis tíos tenían dos magníficos perros que levantaban las perdices a bandadas, pero mi especialidad era asustar a las perdices, ya que en vuelo no era capaz de cazar ninguna; en cambio, con un cazador llamado Andrés Ndongo, la cosa era muy sencilla. Andrés cogía una flor en forma de campana, soplando en ella, generaba el mismo canto que la perdiz hembra. Al poco rato, aparecían las perdices machos posándose en alguna rama cercana buscando con su mirada a la hembra en celo, y haciendo resaltar su corpulencia, sus colores, en otras palabras pavoneándose, con lo que era fácil localizarlos. Otras veces contestaban a nuestra llamada desde un lugar cercano, lo que nos permitía de una forma u otra acercarnos y con calma disparar sobre ellas. (Si se piensa sobre el asunto, se verá que en cuanto una mujer nos llama o está cerca, quedamos en peligro de muerte, dado que nuestra mente se ablanda.)

Un día vino un ministro español con la intención de cazar elefantes. El comandante del puesto, capitán Verdugo, había destacado unos cazadores días antes para localizar alguna manada, así que en cuanto llegó el personaje, se formó la expedición con un Land Rover hasta el lugar más cercano en que se había localizado una manada. Se notaba el paso de las fieras, ya que abrían trochas en la espesura. A paso firme el grupo se internó por una trocha, donde destacaba la defecación del animal, que iba colocando pasteles de casi cien centímetros de diámetro. Los cazadores introducían su índice en los pasteles y sentenciaban: –Hace una hora que ha pasado por aquí. Cuando llevábamos cuatro horas de marcha, con los cuerpos inundados de sudor, rodeados de moscas y mosquitos que igualmente seguían la pista de los proboscideos, llenos de barro, con mucha sed, al ministro se le pasó su ansia de cazar elefantes, y determinó volver a tomarse un wisky and sonda en el cuartel de la Guardia Colonial.

En la época romana, existían elefantes en el norte de África, pero perseguidos con saña, fueron obligados a refugiarse en la selva. La cacería indiscriminada llegaba al punto de capturar o matar elefantes, efectuando un círculo de fuego para ello, con lo que quemaban extensiones de bosque o sábana importantes para lograr sus fines, matando toda fauna y flora de esa zona. Como comentaba un indígena, “ si hubiéramos tenido colmillos, no quedaríamos ninguno vivo.“

Del Congo Belga llegaron a matar tantos elefantes que sobre los años veinte, en el mercado de Amberes se vendieron más de cincuenta mil colmillos en un año. Con pesos de cincuenta kilos el par. Si calculamos que hasta los veinte años no es adulto el elefante, y pensamos que siempre van en manada, significa que los ejemplares no desarrollados fueron matados y abandonados sin extraerles los colmillos por su escaso valor en función del tiempo y su mercado

Por cierto en el Congo Belga, se estableció a final del siglo pasado hacía 1890, la escuela Api, donde se trajeron cornacs de la India, para adiestrar elefantes en el trabajo y ayuda del desbosque con cierto éxito aunque parece ser que el elefante africano es más salvaje que el asiático y le cuesta adaptarse al trabajo forestal unos veinte años, periodo dilatado hasta que efectúan el trabajo con eficiencia, pero contando que un elefante su vida llega en algunos casos a los doscientos años, no es desdeñable. De una forma u otra se enseñó a muchos congoleses a la guía de paquidermos. Esta labor se inicia atando un elefante joven a un elefante nodriza hasta que aprende a respetar las chozas indígenas no rascándose en sus paredes, a bañarse y a respetar a su cornac y obedecer sus gritos de mando y que darle un golpe de pie en un lado significa girar hacia ese lado, y así muchas otras ordenes.

                         Barcelona a  25 de septiembre 2012

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