lunes, 29 de octubre de 2012

FERNANDO EL AFRICANO CAPÍTULO 58

                                                              

                                                                   
                                                              
                                                   OSTRAS EN CACARIACA



Aquel sábado mi hermano Salvador, tenía que ir a pagar la nómina de la finca que administraba la casa Sumco en Cacariaca, así que muy temprano por la carretera en dirección a San Carlos. En la cabina del camión íbamos el conductor Cristóbal Akpan, mi hermano y yo, en la carrocería entre los bultos se sentaba el moto-boy, cuidando de que en los vaivenes del camino el suministro para el encargado de la finca y el aceite de palma, el arroz y diez fardos de corvina salada para racionar al personal no se desataran. En el cruce de Musola dejamos la carretera de San Carlos y enfilamos la cuesta hacia Musola, como siempre nos encontramos a las siete de la mañana una niebla que obligaba a llevar los faros encendidos del camión Chevrolet. Pasado Musola empezamos a bajar hacía Concepción en cuyas inmediaciones desviamos hacia la carretera sin asfaltar que nos llevaba hacía nuestro destino. Pasada la finca de Casanova llegamos por fin a Cacariaca. En su patio nos recibió Joaquín Fernández el encargado gallego de la finca, que hacía diez años no había disfrutado de vacaciones, pero como él decía, con ese dinero se pudo comprar veinte vacas, que cuidaba su hermano en un pueblo de la provincia de Lugo, así cuando se jubilara y volviera a su tierra, tenía el porvenir asegurado, por lo menos no le faltaría leche y algún bistec de la carne blanca gallega.

Pagar la nómina a los cien braceros de la finca y repartir las raciones semanales que hicieron los tres capataces de la finca, les llevó un par de horas, así que a las doce estábamos listos.

Con el land Rover de la finca, nos encaminamos a una zona de playa cercana al islote de Leven, pasado el río Echué. Esa costa es algo acantilada y en ella hay numerosas rocas, islotes pequeños, que permiten la cría de ostras en estado salvaje, tanto es así que su caparazón es capaz de albergar una pastilla de jabón Lagarto, de lo grandes que son. Así que nos pusimos el bañador y con unas escarpas que nos facilitó el encargado de la finca, iniciamos la captura de ese delicioso marisco, con la dificultad de que la mayoría de él, estaba sumergido a unos dos o tres metros de profundidad, según nos explicaba un capataz de la finca que vino a la excursión, nadie viene a esa zona a coger ostras, tal vez por desconocimiento o por estar lejos de las ciudades de San Carlos y Santa Isabel, donde si sería apreciado este fruto del mar. Pudimos llenar un saco de los que se usaban para envasar el cacao, sin mayores percances, pese a que es una zona habitual de tiburones observamos una aleta muy lejos entre las rocas, pero no se acercó a las rocas donde desarrollamos la extracción. Con parte de las ostras y un fritambo ( antílope enano Cephalophus) que nos invitó Joaquín, regado con vino Azpilicueta, comimos como reyes, aunque no pudimos hacer la clásica charla durante el café, ya que teníamos de regresar a Santa Isabel, y la ruta convenía hacerla de día, antes de que en la zona de Musola bajara el manto de niebla de todos los días. Visto lo que nos gustaban las ostras a mi hermano y a mí, el encargado nos prometió que cada mes cuando viniera el camión a traerle o llevarse productos, nos enviaría un saco de ostras, y así lo hizo durante los dos años que todavía siguió de encargado.



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