miércoles, 31 de octubre de 2012

FERNANDO EL AFRICANO CAPÍTULO 60


                                                   Soy el de la izquierda que está "torcido"             

                                           LAS CUEVAS SAGRADAS


Jiménez organizó una expedición a una cueva en Concepción, donde según los bubis, residían algunos espíritus de sus antepasados. Hubo que entrar reptando durante unos treinta metros, dado lo bajo que era la entrada; después se ensanchaba, convirtiéndose en una serie de salas o estancias espaciosas. En su tiempo tuvo que ser utilizada para vivir, ya que está repleta de utensilios de barro y signos de la mano del hombre. Cuando profundizamos un kilómetro aproximadamente, decidimos finalizar la exploración. El tiempo, la cantidad enorme de murciélagos que volaban a nuestro alrededor produciendo una especie de gemidos y la sensación de aislamiento empezó a debilitar nuestro entusiasmo, y con el pensamiento de que el estudio de esta cueva podía ser un tema apasionante para organizarlo con más detalle, regresamos a la salida.

Por la noche en el poblado de Concepción hablamos con el butuku (jefe), nos comentó que las leyendas bubis dicen que la caverna se comunicaba con el volcán del pico de Santa Isabel, por lo menos en esa dirección iba la cueva; por otra parte, algunos brujos la han utilizado como lugar sagrado. Otro anciano nos contó que en tiempos de la esclavitud la utilizaban para esconderse en ella, cuando los veleros de esclavos atracaban en la playa con la intención de capturarlos, o recoger comida y agua.

En los tiempos de la esclavitud, cada tribu le efectuaba a los niños unos cortes en la cara en ambas mejillas de tal forma que se podía reconocer a qué tribu y familia correspondía esa persona en caso de captura o rapto. En los primeros años de mi estancia en esas tierras, todavía existían muchos adultos que llevaban esas marcas, que era como el actual código de barras. Cada corte, color de tatuaje o dibujo del mismo, identifica exactamente la familia, el poblado, la tribu, y en algunos casos hasta una fecha aproximada de nacimiento. Se calcula que hace setenta años desapareció esta costumbre, y hace poco se publicó por la Coordinación General de Cooperación Española un libro con fotografías de los supervivientes de esta tradición. El más joven figura Santiago Öóraaka de 80 años y la mayor Remedios Bioko de 115 años.

Otras cuevas famosas están cercanas a Basuala, Kubo y Ebió, esta última tiene unos 28 metros de longitud y se puede andar en grupo y de piel, está dentro de la tradición bubi de ofrendas y ritos. El subsuelo de la Isla está horadado por multitud de cuevas de origen volcánico algunas de fácil recorrido en tramos de 400-500 metros.

Sobre algunas cuevas famosas, hay anécdotas contadas por los viejos del lugar, tanto de Balachá como por ejemplo en Bariobé cuentan que una señora extranjera deseaba conocer si la dolencia de su hija que estaba muy grave, tenía cura, así que ya dentro de la cueva, los hechiceros o adivinos, le pidieron el nombre de un familiar que hubiera ya fallecido, invocaron a su espíritu para que acudiera a la cita, con el fin de que les informara de la evolución de la enfermedad de la niña. Entonces en la cueva se oyó el ruido de un avión, a los que siguió el de un coche y su frenado, como si el difunto solicitado para dar su diagnóstico hubiera venido desde Europa, primero en avión y posteriormente en coche hasta la cueva. Una voz de ultratumba con mucho eco, que se presume era la voz del fallecido, respondió a las preguntas, confirmando que la dolencia era incurable.

En las cuevas se hacían ofrecimientos, mediante bebidas o comidas, sartas de nchibo. Hay que permanecer en silencio hasta que el espíritu se da por enterado de nuestra presencia y nos saluda con palabras de afecto, si no fuera así es que no nos quiere recibir y hay que abandonar el lugar.

Algo curioso en casi todo África, es que hasta en el poblado más humilde existe la “Casa de la Palabra”, lugar donde se reúnen los hombres para discutir o comentar los asuntos y, donde el jefe del poblado, el butuku, impartía la justicia. Normalmente salvo excepciones no se les permitía la entrada a las mujeres o niños. Las asambleas eran de hombres. En las casas de la palabra había una tum-ba o tambor para convocar reuniones, y en ese mismo lugar se recibían las visitas oficiales. En ese sentido, el africano es hombre de paciencia y las discusiones o juicios podían durar horas y hasta días. Con calma iba fumando sus pipas y tomando sus aguardientes (topè, extraido de la palmera, los bubis a esa bebida le llaman maú), escuchando a todas las partes y primando los consejos de los ancianos.

Independiente de la Casa de la Palabra, en muchos poblados se ha trazado una plaza amplia, cercana a la casa, para poder celebrar los bailes y los actos religiosos multitudinarios, como la fiesta del ñame, del cayuco y otras, este lugar tiene el nombre de Riosa. En una esquina de la misma se pone una casa y un árbol dedicado al morimó, donde se depositarán las ofrendas en los actos. Por ejemplo en el ágape o comida ceremonial, lo primero se ofrece el condimento al espíritu, esta comida recibe el nombre de bosio.

Los amuletos (robo) son objeto de preferencia por nativos, y cada uno tiene su eficacia y aplicación, que los sacerdotes explican y bendicen mediante comunicación con los espíritus.

Nos gustó tanto la excursión a la cueva, que estábamos preparando otra más compleja a la caldera de Balachá, una especie de valle situado a mil metros de altura, donde la tradición bubi decía moraban algunos espíritus de sus antepasados; por lo tanto, ninguna persona había entrado en el valle hasta la fecha. Tampoco estaba claro por dónde se podía entrar, tenía el aspecto de un cráter de un volcán cortado a pico, de muy difícil acceso, dada su humedad y vegetación, lleno de serpientes, bichos peligrosos, como arañas y monos. Suerte que la isla no era como la zona de Río Muni, donde estaba toda la variedad de la fauna africana, desde el elefante hasta el leopardo. Uno de los más peligrosos en la isla era el mandril de cara negra, las otras especies como satanás, colobos, driles (macacos), nariz blanca y mucho menos el pequeño tití no presentaban ningún peligro.

Llegamos el día 12 de Agosto de 1962, al poblado de Balachá en Land Rover, atravesamos los arcos del poblado, adornados como la mayoría con calabazas, cabezas de animales, ropa vieja y del palo transversal campanas de madera, estos arcos llamados melakalaka (trampas) como su nombre indica son signos para protección y amenaza al que no viene con buenas intenciones, los objetos suspendidos cada uno tiene un significado de advertencia o consejo, así que los cruzamos con respeto silenciosamente, y desde ahí andando empezamos a subir la montaña por caminos de cabras, nunca mejor dicho, ya que es la única parte de la isla que existían cabras en abundancia. Pasamos cerca de una piedra menhir sagrado rodeada de piedras pequeñas dispuestas a su alrededor, que confirman el lugar de culto o su función de protección de la aldea. Cuentan que cuando murió el jefe Molebá de Ureka tuvieron que trasladar una columna basáltica cercana a los dos metros desde la playa al lugar donde recomendó el sacerdote, distancia superior a los dos kilómetros para cuyo traslado tuvo que intervenir todo el poblado.

Íbamos con cuatro porteadores y dos cazadores guía; después de ascender hasta cerca del borde de la caldera y de haber cazado varios faisanes, dieron muerte a dos monos negros, fieros pero confiados, dado que muy pocas personas se aventuraban por estos caminos.

Por la noche encendimos fuego para calentarnos, la temperatura estaría por debajo de los diez grados, la humedad ayudaba a tener sensación de frío. Los indígenas abrieron con un afilado machete los monos por la mitad, sacándoles las tripas, y sin quitarles la piel, los pusieron a asar atravesados por un palo en el fuego; a medida que teníamos hambre, nos acercábamos al fuego e íbamos cortando trozos con nuestros afilados cuchillos, evitando la piel. La verdad es que la carne era fuerte pero muy sabrosa, con gusto a bosque. Nos explicaron que los monos sólo comían frutos tropicales. Los nativos también cocinaron los faisanes, pero éstos no me gustaron. Pienso que al cocinar con piel los monos, la piel dura ayuda a que se ase bien la carne sin quemarse.

Arrimé tanto las botas al fuego, que se me quemaron algo los tacones. Si no llega a ser por el olor a goma que me advirtió del peligro, creo que hubieran ardido, dado que en la único que estaba atento era en combatir el frío que tenía en todo el cuerpo.

Por la mañana con los gritos de los animales y el frío nos levantamos muy pronto, aunque hasta la siete no se veía casi nada; primero porque amanecía muy tarde, luego por la espesa niebla existente.

Después de tomarnos un café con galletas que llevábamos, emprendimos la marcha todos muy juntos, con el fin de no extraviarnos dada la mala visibilidad y los enormes barrancos de esta zona. Sobre las nueve de la mañana, al ganar una loma divisamos la caldera a nuestros pies. Tenía un diámetro de unos cuatro o cinco mil metros; aunque era muy difícil de determinar, era de una vegetación lujuriosa, y hacia el noroeste parecía verse el inicio de un río. Pese a los prismáticos es muy difícil distinguir el suelo, la copa de los árboles cubre todo el valle, y la humedad ambiente levanta niebla en sus paredes. Atando una cuerda a un árbol, iniciamos el descenso que calculamos debía de tener unos trescientos metros cortados totalmente en vertical. Los nativos se quedaron arriba ya que tenían miedo a los espíritus o morimós. Nada más iniciar la bajada a Mariano, que iba delante, le salió una cobra negra, que tienen fama de ser mortales; se soltó de la cuerda del susto, suerte que había muchos matorrales y árboles, pudiéndose agarrar a uno de ellos. La vegetación tan espesa hacía muy difícil descender, la tierra estaba tan húmeda que se hundían los pies en ella, por ello como medida de seguridad sólo se podía confiar en atar las cuerdas de descenso a los árboles; después de una hora, con los cuerpos empapados del roce con la vegetación, nos dio la impresión de que el fondo del valle estaba más lejano. En vista de ello y del respeto que daba el lugar, decidimos retornar, ya que el problema acumulado que tenía esa zona, es que a las cuatro de la tarde se cubría de una niebla muy densa, seguida de la noche, que en esas tierras es a las siete de la tarde.



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