viernes, 29 de noviembre de 2013

LOS ALEMANES EN GUINEA- PRIMERA GUERRA MUNDIAL-7


                                            Avicultura y Casa de oficiales abajo
                                                                           


Para retener a los soldados en sus campamentos, se crearon despachos para la venta de mercancías, al precio de costo, muchos soldados se dedicaban igualmente a la avicultura y en menor escala a la cría de cerdos.

El médico jefe del hospital estaba asistido por auxiliares blancos y 20 enfermeros de color y personal sanitario. Allí fueron reconocidos y tratados diariamente todos los que solicitaban el servicio. Los enfermos graves así como los que precisaban ser operados fueron trasladados al hospital de los indígenas, el cual formaba un extenso pueblo a la salida del campamento.  Su edificio estaba construido bajo la dirección de un carpintero alemán y cubierto por hoja de lata. Contenía una sala para enfermedades internas y otra para las externas y una sala de operaciones, cuyo suelo era de cemento. Los enfermos recibían la nutrición correspondiente a su enfermedad, según prescripción facultativa, como carne fresca, pescado, leche, azúcar y legumbres frescas.

Se vigilaba constantemente la limpieza de moradas, las instalaciones de aguas potables y retretes, se hacia lo posible para aminorar la plaga de mosquitos, así como inspeccionar los víveres y la preparación de comidas. Una vez terminados los duros trabajos para montar los campamentos y en consideración a los jóvenes que habían recibido poca instrucción militar, se procedió a esa instrucción sin armas de conformidad con el Gobierno Español. Se instruía a algunos en la ejecución de tambores y pífanos y con algunos antiguos músicos se compuso una banda que bajo la dirección de un sargento de color tuvo notables resultados.

El gobernador español don Ángel Barrera y los oficiales españoles encargados de la vigilancia de esos campamentos, han expresado su admiración por esos trabajos ejemplares.


A los cabecillas del Camerún y sus allegados, después de trasladados a Fernando Poo, se les señaló una antigua hacienda de cacao, situada en la costa Oeste de la isla y a una distancia aproximada de dos horas del puerto de San Carlos, a la que se dio el nombre de Pequeño- Bokoko.

El gobernador general señor Barrera previsor como siempre, instaló en el Pequeño Bokoko, un puesto militar, al que se confió la vigilancia de los fugitivos del Camerún. Pero estos como no sabían español, la comunicación entre el jefe del puesto español y los cabecillas encontraba dificultades. A la disposición de ellos había solamente dos alemanes blancos. Que desde luego se esforzaron en prestar su ayuda en la vigilancia de los forasteros. 

A la llegada de los cabecillas no había en dicho lugar más que una choza de hoja de lata, que pudiera recordar la presencia del hombre.

Se construyó un campamento que corría a lo largo de la costa y a unos 500 metros del mar, constituía esta obra hecha en tres meses con un celo extraordinario la primera prueba del espíritu trabajador. Actualmente el camino tiene una anchura de cinco metros transitable en todo tiempo a pie, en caballería, en bicicleta o en carros ligeros. El terreno con una extensión de 200 hectáreas, aumentó paulatinamente hasta alcanzar unas 500 hectáreas.

Todo aquel que a fines de 1917 transitara por la carretera de Pequeño Bokoko habrá visto a ambos lados y durante horas enteras haciendas florecientes que se extendían hasta el mar y en todas surgían en los verdes alrededores, cientos de cobertizos limpios. Los hombres se instalaron también aquí, en varios pueblos, separados por tribus. El que conozca el paisaje del Oeste africano, no podrá por menos de sentir una agradable satisfacción al ver el aspecto que actualmente presenta la comarca.

Según la costumbre de la tribu, se diferencian los alojamientos de los Bane, de los Bambelles, pero todos ellos dan prueba de un trabajo bien hecho, El pueblo del cabecilla de los Esum, llamado Evini Ngoa, desaparecía casi dentro de los exuberantes campos de Makako y también los verdosos campamentos  de los yaundes, ofrecían un agradable aspecto con sus dispersas chozas. 

Esta colonia presentaba su mejor perspectiva, cuando pasaba en la canoa del jefe de tribu, llamado Atangana, a lo largo de la costa en un viaje de unas tres horas. En todas partes se bifurcaban de la carretera principal buenos senderos en tosas direcciones. En cada pueblo, un letrero indicaba visiblemente el nombre y tribu de su jefe.

La parte tercera de la colonia la ocupan los grandes mahometanos de las estepas: los Fulbes, Hausas, kamuris, y Lakas del norte. Estos habían elegido para el tiempo de su destierro a un jefe común en la persona de Adjia Lifida Ngaundere. De todos los soldados del Camerún fueron ellos los últimos en encontrar descanso. Meses enteros tuvieron que soportar una pobre existencia cerca de Gran Bokoko, separados de otros indígenas y construyendo primeramente la carretera hasta Pequeño Bokoko. Las viviendas de los notables distaban entre si unos cien metros, rodeadas de un hermoso campo de maíz. Al extremo de la Colonia, en la costa, se encontraba la finca de Adjia, con su esbelta casa de madera, con viviendas separadas para las mujeres y la servidumbre.

Causaría alegría y satisfacción ver como estos hombres, que tanto han sufrido. No perdieron nunca el valor y vencieron sin vacilar todos los obstáculos, hasta que al fin pudieron cosechar lo que habían sembrado, resurgiendo sus alegres canciones, bailes y juegos

La comunicación con San Carlos, era por vía marítima, de donde se traía lo necesario imposible de obtener en la colonia misma. Para ello construyeron canoas, algunas de las cuales podían cargar hasta 16 toneladas, construyendo en una pequeña bahía como un puerto para las mismas. Pronto se originó con las barcas la pesca en pequeña escala, que amortizó en poco tiempo todos esos gastos y aún sobró dinero para la comunidad.

Cerca de ese puerto se encontraba la finca principal con las casas de dos alemanes que administraban el campamento, así como la administración, talleres, establos y otras construcciones necesarias. La casa del ayudante se encontraba algo alejada, la del veterinario formaba el centro y contenía el despacho y habitaciones para invitados.

Los cabecillas recibían gratificaciones y subvenciones mensuales para ellos y sus allegados y a los auxiliares de color también se les pagaba allí sus sueldos y retribuciones.

Las atenciones sanitarias exigían considerables gastos, así como la manutención  de los animales de silla allí existentes y por último el transporte de los considerables víveres, sobre todo los primeros meses.

Al mismo tiempo se llevaba la contabilidad y caja, se despachaba la correspondencia con las autoridades españolas y con los comerciantes de San Carlos y Santa Isabel.

Desde una torre que existía en la finca principal se convocó por medio de redobles de tambor a los cabecillas para recibir sus atribuciones o órdenes de las autoridades españolas.

Las fuentes estaban construidas con cemento en su mismo manantial, por lo que era imposible su suciedad. Los retretes disponían de instalaciones para la producción artificial de humos desinfectante o de agua corriente de mar y con una escrupulosa limpieza.


El que más ayuda ha prestado siempre, es el jefe de los yaundes Karl Atangana, sabía proceder como juez y jefe de sus paisanos directos o indirectos. Atangana fue educado en la religión católica, saber leer y escribir correctamente y habla varios idiomas. Su posición se destaca por la construcción de su vivienda que se levanta en medio de la colonia de su tribu, así su hacienda y de sus allegados forman el centro de la colonia, donde se han construido iglesia y escuela. Misioneros vecinos ejercen el culto religioso y la instrucción escolar bajo la dirección de un maestro de color, ejerciendo el método que se empleaba en las escuelas del Gobierno alemán en el Camerún. 

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