Almacenes de víveres
El Gobierno Español había
entregado a los alemanes para el alojamiento de sus soldados, terrenos en la
costa a ambos lados de la ciudad de
Santa Isabel, así la mayor parte de esos soldados encontró alojamiento
en la firma alemana Moritz, que puso a su disposición su hacienda de cacao.
Los soldados fueron agrupados
en 12 compañías de 500 hombres cada una, disponiéndose un campo para cada
cuatro compañías. Dos campamentos con dos compañías cada uno se establecieron
frente a frente en la hacienda Moritz, y el tercero se instaló en la hacienda
Puente. A cada compañía estaban agregados de 700 a 800 mujeres y niños, de
modo que en total se contaban de 1.200 a 1.300 almas, quedando encargados de la
inspección de cada uno de los campamentos un capitán con un oficial ayudante,
con dos sargentos que se ocupaban de los asuntos de manutención. La inspección
general era ejercida por un comandante.
En todos los campamentos se
habían instalado servicios de sanidad militar, con la asistencia de médicos y
personal sanitario alemanes, además existían bajo dirección alemana un hospital
para europeos y otro para indígenas.
Empleados alemanes y
sargentos versados en asuntos comerciales estaban encargados de los servicios
de contabilidad, pagos, etc. y vigilaban la manutención, los utensilios,
herramientas y simiente. Misioneros españoles y alemanes prestaban sus cuidados
a los soldados en lo que se refiere a
tratamiento de enfermos y otros asuntos, aparte de los espirituales.
Los territorios de los
campamentos I y II, coincidiendo en lo general con la hacienda Moritz, se
hallaban a una distancia de un cuarto de hora al oeste de la ciudad, ocupando
desde la orilla del mar, una anchura de unos 800 a 1.500 metros hacia el
sur, limitando al este por la línea de ferrocarril y al oeste por un pequeño
río. Estaban divididos en toda su longitud por una carretera recta plantada con
viejos árboles de mango, en dos partes casi iguales. Lo que había sido hacienda
de cacao, estaba atravesada por una garganta profunda, salvaje y pantanosa, los
senderos se hacían intransitables en época de lluvia, aire y luz hallaban poca
entrada y la atmósfera era bochornosa.
En este terreno crearon los
soldados en los primeros seis meses un vasto parque de más de 100 hectáreas , por el
cual el aire fresco del mar encontró libre paso, para que fuese absorbida la
humedad origen de la putrefacción. Los árboles que quedaron ofrecían protección
y alivio contra el ardor del sol. Fronterizas a este territorio había en los
tres lados unas 500
hectáreas florecientes. En el centro de este jardín se
hallaban las casas de las ocho compañías, formando pueblos ordenados.
En los primeros meses, al
venir de la ciudad, se tenía que andar media hora por fangales y pantanos para
llegar a una pobre choza. Todos esos caminos han sido reforzados con piedras,
con el centro un poco combado y apisonado con una fuerte capa de arena gruesa
de lava negra, a fin de evitar los destrozos del agua. A ambos lados existen
conductos de agua, en buen estado siempre, con la inclinación necesaria para
evitar estancamientos.
En la construcción de las largas barracas de soldados hechas el
primer año, se ha procurado un alojamiento seco y sano.
Detrás de las casas están
situadas las cocinas. Cientos de botes de conservas de pescado o carne se
utilizaban diariamente. Las basuras eran abundantes, pero en ninguna parte se
encontraban objetos tirados al descuido o abandonados, todo se llevaba con la
más cuidadosa limpieza, a tal efecto, desaparecía bajo el fuego, del agua o
enterrado.
Para traer las maderas,
cortezas, hojas de palma, etc. para la edificación, los soldados tenían que
ausentarse durante varios días dada la ingente cantidad de material necesario,
que ellos mismos cortaban y convertían en planchas y estacas.
Las construcciones en la
costa fueron las mejores, la casa de la dirección del campo y el casino de los
oficiales, rodeados de huertas y jardines, tablas llenas de flores, destacando
algunos árboles de hojas frondosas sobre la bahía donde se mecían canoas
sólidas y fuertes construidas por sus carpinteros. .
El campamento III al este de
la ciudad de Santa Isabel, se creó en terreno montañoso, atravesado por
profundas gargantas y que estaba ocupado por algunas haciendas en estado
salvaje.
Durante semanas cientos de
soldados se ocuparían de traer arena y piedras desde la orilla del mar para la
construcción de un camino transitable por el terreno pantanoso y construir
puentes.
Plantaron maíz y kassada,
trayendo el agua por medio de escalones que procedían desde los puntos elevados
a los llanos.
La obra en Fernando Poo es
alemana desde un principio, no solamente porque los alemanes la habían
proyectado, sino ante todo porque una educación alemana de muchos años, había
capacitado a los indígenas para ejecutar, sin necesidad de vigilancia, los
proyectos de sus maestros.
Para establecer esos
campamentos, tuvieron que cortar árboles de las selvas, limpiar los bosques,
conseguir casas y cabañas, traer los materiales para la construcción,
prepararlos convenientemente, secar pantanos, construir caminos, puentes y diques,
fuentes, retretes.
Fabricar, puertas, ventanas,
escaleras, entarimados, armarios, bordas, mesas, y bancos, hasta dos juegos de
bolos alemanes fabricados por carpinteros indígenas, cesteros, fuentes e
instalaciones de baño cimentadas con agua corriente.
De mucha utilidad eran los
sastres para prendas militares y civiles, zapateros, las barcas para poder
traer y llevar cargas de doce toneladas,
Mantener la disciplina,
cuidar de la manutención, arreglar e intervenir en disputas entre los nativos y
sus soldados, despachar asuntos de la administración, bien todo esto se efectuó
con minuciosidad y aspecto agradable,
No hay comentarios:
Publicar un comentario