UN SALVAJE VUELVE A LA JUNGLA DEL ASFALTO
La llegada a Barcelona, en
aquel mes de junio de 1964, era un desafío a la lógica propia de una persona
como yo de color blanco por fuera, pero salvaje por dentro.
Tenía treinta y dos años, de
los cuales 22 largos veranos los había pasado en Guinea. Mis conocimientos
laborales consistían en un hablar muy bien el pichinglis, que era la lengua
utilizada por los ochocientos trabajadores nigerianos a mi cargo, y que
entendía de administración de fincas de cacao y café. Desde luego veía algo
difícil convencer a los agricultores españoles que plantaran café y cacao y
máxime que hablaran pichinglis, pero mi temerario ímpetu no encontraba en ello
dificultad.
Dejar aquellas tierras donde
me conocía todo el mundo, en las que la empresa me pagaba la casa, el servicio
doméstico, gozaba de coche deportivo y moto BMW, en que estaba en la élite del
deporte local y mis energías me permitían
tener algunas aventuras secretas, no fue decisión fácil pero si lógica.
La política llegaba a mi puerta:
era amigo de los futuros dirigentes guineanos, notaba las luchas que se
avecinaban, los odios adormecidos, la posible justificación de venganzas para
lograr el poder y el exterminio del contrario, por lo que se podía prever que
tarde o temprano me vería envuelto en aquella vorágine en que no solo peligraba
mi vida laboral, sino mi físico, así que me volvía a esa tierra desconocida
para mí, llamada España, o me convertía en mondongo.
Mis padres ya jubilados
me esperaban en el muelle de Barcelona,
donde el vapor Dómine saludó su llegada con su sirena ronca de
barítono . Puesta la escalera, nos debíamos poner en fila para pasar los
complicados trámites de Aduanas, como si uno viniera de un país extranjero:
pasaporte, control sanitario, registro exhaustivo de maletas, creo que hasta
preguntaban el motivo de llevar slips en vez de calzoncillos. Carga de maletas
a un taxi y viaje a la calle Pacífico,
cerca de la Meridiana, donde mis padres con cierta ayuda mía se habían comprado
un modesto piso que estaban pagado-. Mi padre con su voz de tenor (había sido
tenor en El Liceo 14 años) algo temblorosa por la emoción y mi madre tan
dinámica como siempre, ya me iba preparando mi vida laboral por el camino., que
si mañana vienen unos amigos que precisan un dependiente, que podríamos montar
una tienda de confección con los ahorros que tengas, o lo que yo pensaba, que
consistía en buscarme una licencia de taxi para lo que en los últimos tiempos
en Guinea, me había sacado el carnet de primera especial.
1 comentario:
Mira, yo también volví el 64.
Publicar un comentario