un salvaje vuelve a la jungla del asfalto. - capítulo 2
Aposentados en casa, vinieron
muchos amigos de la infancia y más de mis padres a ver aquel “niño” que
regresaba a su Barcelona natal , sin oficio ni beneficio que se dice pero, eso
sí, con mucha moral en que en su fantasía lo veía todo muy claro. Mi salud era buena, si uno para ganarse la
vida precisaba de diez horas yo podía dedicar catorce.
He tenido siempre cierta
facilidad de palabra para contar historias más o menos reales, poniéndole
siempre algo de emoción, algo de fantasía, como la guindilla en la comida hay
que mesurar, ni poca ni mucha, pero que se note siempre eso en el paladar. Así
los que vinieron a darme la bienvenida se fueron, creo yo, con un sabor de
aventuras africanas, que desde luego no podrían verificar su certeza o
fantasía. Por fin tras un día ajetreado
me tendí en la cama y mi mente era una caldera en plena ebullición, ¿hice bien
en venir para quedarme?, ¿encontraré trabajo a mis 32 años? sin una formación
adecuada.
Al día siguiente, contrario a
mis principios, me levanté temprano, sobre las siete, me duché y la diligente
señora Pura (mi madre) ya me tenía preparado un café con leche- su bebida
nacional- y unas galletas de su caja inagotable, siempre era la misma caja, yo
no la veía comprar galletas, pero no se le terminaban. Bajé a la panadería que estaba en el portal
de al lado y además de subir la barra de pan compré la Vanguardia con la
intención de empezar a buscar empleo. ¡ Qué pena todo era para gente con el
servicio militar cumplido- en eso si que encajaba yo- menor de treinta años y
con experiencia. Aquí no había forma de coincidir y máxime cuando pasábamos a
titulaciones universitarias o de formación profesional. Pero mira por donde la
Academia por correspondencia CCC (creo se llamaba así) pedía vendedores para
cursos de inglés en venta domiciliaria. Como salvaje que era, yo creía que eso
significaba o que te venían a comprar el curso a casa, o que los atendías en el
domicilio de la Empresa anunciante, así que raudamente me puse mi único traje
decente que tenía de color marrón y una corbeta azul que no encajaba ni por el
forro, y todo ufano cogí el metro con el deseo de presentarme aquella misma
mañana.
Llegué a la oficina de CCC,
encontrándome entre un grupo de jóvenes imberbes que me habían precedido.
Después de la consiguiente espera, muy amables, nos pasaron a todos los
candidatos a una sala donde un “comecocos” nos explicó con perfecta eficacia
que consistía la venta en la técnica del puerta a puerta, el método que en
aquel momento estaba en auge por toda España y que todavía no se había puesto
en marcha la reacción de la víctima como después sucedió. O sea cerrar la
puerta en las narices o no abrirla. Siempre digo que en la vida hay que empujar
un poco, pero lo principal es cuestión de suerte. Así aquel mismo día me confirmaron
que estaba seleccionado y debía ir la próxima semana para fijar condiciones,
zona, y efectuar un cursillo de formación.
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