lunes, 17 de agosto de 2015

GUERRA Y ARMAS




                                               
                                               Río Consul en el puente del Hospital


GUERRA Y ARMAS.—

En los tiempos primitivos de la historia bubi, mucho antes de la arribada del blanco, la lucha entre los diversos habitantes que habían ido llegado a la Isla, eran constantes, mataban a los hombres y se llevaban como trofeos a las mujeres y niños. No hay que olvidar que para conseguir el precio título de Ebaha o Bohana, era preciso haber matado a un enemigo en combate y como prueba debía cortar el brazo derecho de su enemigo muerto y llevarlo al poblado a fin de presentarlo a su Botuku, conservándo luego el trofeo sumergido en aceite de palma o bien sencillamente ahumado al fuego.
Las leyendas de los bubis hablan de enconadas luchas entre boloketos y basakatos, que terminó con la derrota de éstos, los cuales debieron ceder a los primeros grandes zonas de caza y pagar, además un fuete tributo. Otras leyendas hablan de los combates entre batetes y bokokos, por pretender apoderarse el botuku de los batetes, llamado Mai de dos jóvenes de la tribu bokoko de extraordinaria belleza que deseaba para su harem, consiguiéndolo  por medio de una astuta sorpresa pero siendo al fin derrotado y muerto en una enérgica reacción de los bokokos.  
La mayoría de veces se comenzaban las hostilidades sin previa declaración de guerra y el ataque se ejecutaba por sorpresa, pero otras veces se cumplía solemnemente dicha formalidad enviándose una embajada al pueblo enemigo que declaraba la guerra empleando términos figurados, tales como Olo bari  to a jetasá lojecha lulé (mañana nos vestiremos los dos la misma ropa) o bien mañana comeremos juntos. 
Las causas de la guerra eran por terrenos de caza, el homicidio o el rapto de alguna mujer. Si las embajadas  para solicitud de explicaciones y devolución de la mujer raptada no fructificaban se declaraba la guerra. Se llamaba al pueblo a las armas al son de la trompeta de combate “ M`potutu “y enseguida se cuidaban las defensas del propio poblado obstruyendo los accesos al mismo con barricadas de troncos y colocando como defensores a los más débiles y ancianos, que no podían salir a campaña. Cerca del poblado y escondida en el bosque, se colocaba una pequeña fuerza de reserva con la misión de acudir en su defensa si era atacado.
Para ser que en tiempos primitivos se empleaban como armas de guerra las hondas fabricadas con cuerdas de bosque, con las que arrojaban al enemigo piedras aguzadas, también los bastones bubis servían para el caso, combatiendo a garrotazos y utilizando igualmente las hachas de piedra con o sin mango. Posteriormente se hizo general el uso del venablo de madera o dardo arrojadizo de un metro y medio de longitud y terminado en una punta provista de varios arpones con objeto de que el arma no pudiera sacarse del cuerpo sin desgarrarlo. Como armas defensivas usaban corazas de cuero de búfalo sin pelo con peto y espaldar que les llegaba hasta la cintura y grandes escudos ovalados de cuero de búfalo sin curtir, con armazón de madera ligera adornada con sartas de cuentas formando dibujos radiales y circulares. Dice la leyenda que el primer bubi que empleó el dardo arrojadizo o “Bechika” para la guerra fue el jefe de “Bualatokolo” llamado “Etatake”.
En el siglo XVI o XVII, además de los dardos se utilizaron armas de hierro, ya introducidos por los blancos, tales como el machete, cuchillo y hachas, y finalmente, desde principios del siglo XIX , importados por indígenas de lengua inglesa, empezaron a usarse fusiles de chispa o algunos más modernos hasta que a consecuencia del Convenio de Bruselas de 22 de julio de 1908, se prohibió la venta y uso de pólvora a los indígenas. A raíz de los sucesos de Balachá, se desarmó completamente a los bubis hacia 1917, recogiéndose casi un millar de fusiles.
Una vez movilizadas las tropas bubis acudían entre grandes gritos y cantos acompañados de insultos y alusiones a la cobardía del enemigo. Como táctica de combate utilizaban con gran frecuencia la emboscada y el ataque por sorpresa, procurando evitar los encuentros en terreno despejado.  Siempre trataban de capturar vivo algún jefe enemigo, cuyo hecho era propagado a grandes voces para desmoralizar al enemigo.
Aunque los combates eran sangrientos por la multitud de heridos, los muertos por lo general no eran demasiados, debido sin duda a lo primitivo de las armas empleadas, aparte de eso no eran demasiado crueles con los vencidos, ya que se acostumbraba a la imposición de multas y fuertes tributos y algunas veces con la entrega de doncellas.

Datos extraídos del libro Notas para un estudio antropológico y etnológico del bubi de Fernando Poo escrito por el conde de Castillo-Fiel don Carlos Crespo Gil-Delgado.  Editado en 1949. 

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