lunes, 1 de febrero de 2016

MISIONERAS INMACULADA CONCEPCIÓN 2ª PARTE





GRAN CANARIA
Diciembre, día 4 . - ¡Llegada a Gran Canaria! No se como explicar lo acaecido en esta travesía. Por mucho que me esfuerce, no pueden hacerse cargo del apuro en que nos hemos encontrado. Con decirles que la distancia que se salva en seis horas nos ha costado ¡¡¡nueve días!!!…ya pueden comprender que algo extraordinario ha pasado…¡Que tormenta! ¡Que temporal!. Los dos últimos días fueron desesperantes…
Como recordarán, salimos de  Tenerife el día 24 con dirección a Gran Canaria, creyendo llegar en pocas horas pero el viento nos fue contrario y estuvimos paseándonos un día y otro día. Por fin arreció el viento, sopló el huracán, se levantaron imponentes las olas…todo era maniobrar, seis hombres juntos no podían sujetar el timón y las sacudidas eran tan impetuosas que se desvencijaba todo…un golpe de ola rompió el cristal de la ventana del camarote del Sr. Gobernador y entonces si que nos hundíamos por momentos…A los bramidos del mar se juntaba el estruendo de los palos que se quebraban y de la vajilla que se rompía…no había manera de cocinar…¡¡Cuán verdad es que para saber orar hay que entrar en la mar!! Pues solo podíamos hacer eso: Orar y rezar encomendándonos a Dios pensando que había llegado el momento de irnos a la eternidad.
La víspera de la festividad del gran Misionero San Francisco Javier, a las dos de la tarde, quiso el Señor poner fin al combate en el preciso momento de darnos la absolución el Rvdo. P. Superior…De repente se oyó un ruido formidable al que siguió un grito casi unánime de:
“-SEÑOR TEN COMPASIÓN DE NOSOTROS!
Y cual la de los Apóstoles en Tiberíades,  ahuyentó el peligro y a pesar de que estábamos lejos del puerto, anclamos repentinamente.
Como los Padres residentes en Gran Canaria, esperaban a sus Hermanos para obsequiarlos, se intranquilizaron viéndonos dar vueltas y más vueltas durante varios días.
Poco pensábamos que fueran tantos los que se ocupaban de nosotros.
Como en toda la ciudad no se hablaba de otra cosa llegó a enterarse el Sr. Obispo y ordenó que en todas las Iglesias se orase para que nos librásemos de un naufragio casi seguro. ¡Cuántas Oraciones por estas pobres Misioneras!
En la playa hay un gentío inmenso, la población entera ha venido a recibirnos, gozosos de ver que sus oraciones han sido escuchadas.
Como el mar estaba muy movido, el Sr. Comandante no ha creído prudente que desembarcáramos hoy. Los Misioneros lo han hecho amarrados con cuerdas, y uno que está muy enfermo, envuelto en un colchón.
En el muelle les aguardaban los Padres de la Casa Misión, los Sres. Canónigos y demás Clero, los Seminaristas en número de doscientos y una multitud de caballeros y señoras que no cesaban de  aplaudir. También han venido las Hermanas Paulas para llevarnos a su casa pero en vista de las dificultades del desembarco, volverán mañana.


  Diciembre, día 4. – A las ocho de la mañana, numeroso concurso estaba hoy nuevamente en la playa esperando que desembarcáramos. El mar, algo más sosegada, nos permitió hacerla, no sin algún recelo, pues el temporal se había llevado la escalera y tuvimos que desembarcar en brazos de los Prácticos hasta el Bote que nos conduciría hasta el muelle, donde distinguidas Señoras, acompañadas de las Hermanas del Santo Hospital, caballeros, sacerdotes y gentes de toda condición, se interesaban, deseosos de conocer los detalles de la pasada lucha con el temporal.
En coches particulares  nos llevaron al Hospital, en cuyo vestíbulo nos esperaba el resto de la Comunidad con el personal del Establecimiento.
La Superiora, que se llama Sor Petra, ha estado con nosotras todo el día para atender a las visitas, que no han sido pocas, desde los más grandes hasta los más chicos, sin faltar el Sr. Vicario General y otros Señores Canónigos, dándonos una limosna de parte del Sr. Obispo y felicitándonos por haber escapado de tan inminente peligro.
Muy agradecidas les manifestamos el gusto que tendríamos de saludar a Su Ilustrísima, a lo que accedieron complacidos. Mañana pues a las diez, nos acompañará Sor Petra y su Secretaria al Palacio Episcopal.
Diciembre, día 5. –  El Señor Obispo nos recibió con paternal cariño: su deseo es que pasemos aquí la fiesta de Nuestra Inmaculada Madre, pero como depende del Sr. Gobernador y del Capitán, veremos lo que disponen estos Señores.
 Siguen las visitas sin interrupción. Por las calles de la ciudad recibimos las mismas demostraciones de afecto y cariño. Visitamos la Catedral. ¡Qué gente tan Buena!.
Les quedamos muy agradecidas en primer lugar a las Hnas.  y a la Junta del Hospital.
Diciembre, día 6. – Llega por fin la hora de la despedida. Muy bien halladas entre tan amables vecinos ya nos habíamos encariñado con ellos y sentimos también la separación. Pero nos esperan, allá lejos otros seres tanto más queridos, cuanto más infelices y necesitados de nuestros cuidados y desvelos.
Diciembre, día 7, - Si emocionante fue el recibimiento, sin comparación ha sido la despedida. Estamos confundidas y  humilladas de tanta distinción. Desde el Sr. Obispo hasta el último chiquillo nos demostraban su cariño y parecía que no se querían separar de nosotras.
A las nueve y media y después de oir la Santa Misa y comulgar, nos encaminamos de nuevo al Palacio del Sr. Obispo acompañadas de cinco Hnas del Hospital y los 18 Misioneros  acompañados por ocho más de la Comunidad. Al juntarnos en la Plaza, la muchedumbre allí reunida nos saluda con disparo de cohetes.

Por momentos aumenta la animación. Entramos en el Palacio y subimos las Religiosas primero y después los Padres y Hermanos. Una vez en presencia del Sr. Obispo, acompañado de sus pajes y familiares nos pregunta qué deseamos: “La bendición de Su Ilustrísima para nosotros y las Misiones de Fernando Poo”
-“Gustoso os la daré, queridos Misioneros y Misioneras – prosigue el Prelado – pero no aquí sino en la Catedral, para dar ejemplo a mi pueblo. Quiero manifestar mi interés por las Misiones y  en lo posible, tomar parte  en vuestro Apostolado.”
Se organiza la procesión. Subimos al Presbiterio para besar por última vez el anillo de S. Ilma.
A las tres primeras puede decirle: “Adiós,  hija y que la Virgen te acompañe” luego, la emoción ahoga la voz en su garganta y sólo puede dirigirnos una mirada paternal.
Nos ha parecido que dábamos el último adiós a nuestra querida Patria, pues ya en ningún Puerto más encontraremos Españoles.

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